Himaruya


Roma dobla la última camisa que le queda por guardar en la maleta mientras habla animadamente con Veneciano, sentando en la cama, sobre los últimos chismorreos que les han llegado, dando y pidiendo opinión sobre si se lleva tal o cual prenda, ambos hacen mucho ruido riéndose con fuerza.

Hace diez minutos que Alemania ha ido a buscarles para advertirles que debían irse YA al aeropuerto en coche o iban a perder el vuelo a Roma que sale esa misma tarde. Ahí siguen los dos, apalancadísimos como si nada mientras los dos huelepedos pasean histéricos en el salón mirando el reloj cada medio minuto por turnos.

Italieeeeen.

—Sí, sólo con el delantal, a mí me lo dijo Romano —comenta Veneciano, entrando al salón delante de Roma, que trae la bolsa grande de cuero marrón colgada del hombro.

—Ya sabes que Romanito se pone nervioso cuando habla conmigo, pero Hispaniae me contó sobre eso —asiente riéndose.

—No es tarde... ¡Es TARDE! —hace notar Alemania, interrumpiéndoles y acercándose a Roma para quitarle la bolsa de cuero, fruto de décadas de entrenamiento en latinos y austriacos debiluchos.

—Oh, gracias, guapo —le guiña el ojo al alemán cuando se la quita—. Ya estamos nosotros, ¿a que sí? —busca el apoyo de su nieto.

—Y hace mucho que debimos salir, que nos deja el avión... —comenta Germania, que en el fondo de su corazón no estaría tan enfadado de que los dejara—. ¿Están seguros de que no podemos ir en coche?

—No empieces otra vez... ¿ya te has despedido de tus hijos? —pregunta Roma mientras Veneciano se va con Alemania.

Ja, le dije adiós a Preussen. Österreich no sé dónde está.

Prusiae! Austriae! —les llama Roma. Germania pone los ojos en blanco.

—Déjales, ya les veré a la vuelta.

Il signiore debe estar en Berna, ya te conté del desayuno —comenta Italia mientras Prusia entra.

—¡Ah! Lo de Suissara, sic —sonríe de ladito—. Todo en esta casa pasa demasiado temprano para que una persona normal pueda verlo —hace un mohín y se vuelve a Prusia, abriendo los brazos—. Muchacho...

El albino se sonroja un poco y vacila. Parpadea mirando a su padre.

—Te quedas a cargo de la casa —indica Germania para Prusia, fuerza de la costumbre.

Was? —vacila y Roma aprovecha para abrazarle y darle un beso en los labios como se lo da a sus hijos. Germania aprieta los ojos.

—Me llevo a tu padre de vacaciones. Despídenos de tus hermanos, pero no les molestes demasiado —se ríe dándole unas palmaditas a la espalda aun teniéndole abrazado.

El cerebro de Prusia está en encefalograma plano desde el beso, sólo oyendo como piiii y el sonido de un trombón de varas para la voz del romano, cual maestra de la serie de dibujos Peanuts. El moreno le suelta y se va tras Alemania e Italia no sin despeinarle afectuosamente.

Vater... Ehm... Hay que irnos ya —murmura Alemania fulminando a Prusia porque se ha llevado un beso.

—Vamos pues, deja de traumatizar a mis hijos —protesta Germania al verle la cara a Prusia, fulminando a Roma y empujándole con una mano en la espalda.

El romano se ríe, dejándose mientras Veneciano vuelve a contarle el chisme ahora de algo que le dijo Bélgica a Romano al estilo "y él le dijo, pues no puede ser y ella le dijo, pues créetelo, y él, pues ni creas que te creo, y ella, pues eres un stronzo porque así es y él, tú a mí no me llamas stronzo, y ella..." que sólo otro latino sería capaz de seguir... algunos piensan que tienen un idioma propio. Sí, lo tienen, se llama ITALIANO y es más a base de los incomprensibles gestos y diferentes tonos de voz que de las palabras en sí.

Y así se pasan toooodo el camino hasta el aeropuerto. Así y con Germania sufriendo un poco y preguntándole a Alemania exactamente cuántos aviones se han caído en toda la historia de la aviación hasta que llegan a las cintas de facturación de Alitalia que... deben ser un DESASTRE. Como todo Italia

No es un desastre... pero no es Lufthansa, si no que las cosas funcionan a la italiana, es decir, a último momento deprisa y corriendo, en plan pachanguero, con más cara que espalda y más trapicheos que legalidades... pero funcionan. De igual manera hacen rechinar los dientes a Germania y a Alemania a la vez.

El problema es que hay que explicarle a Roma que tiene que darles su equipaje para que lo monten al avión ellos, porque no puede llevarlo él y no hace falta que se ligue al personal de tierra para asegurarse de que no le van a robar nada. Igual las chicas el personal de tierra están especialmente risitas, como siempre con él, pensando que es muy mono con eso de estar preocupado, que seguramente está bromeando para ligarlas.

Y claro esta... Si Roma no quiere darle su equipaje a una italianas por más guapas que estén... Lo que es Germania... Al final, por algún motivo, Roma acaba explicándoles cómo es que las alas del avión cortan el aire para no ofrecer resistencia, aprovecha para saber el nombre de las tres cuando le piden su documentación y al final les meten en primera, vete tú a saber por qué.

Para indignación de Alemania que nunca entiende cómo demonios consiguen los italianos que las cosas vayan así. Veneciano le sonríe a su abuelo tan feliz y orgulloso cuando por fin les han dado los billetes, explicándole cómo funciona la seguridad aeroportuaria y lo que tiene que hacer con ellos una vez dentro.

Germania sigue sin estar para nada convencido, un poco renuente a la parte que explica Italia en la que hay que quitarse los zapatos y dejar que les esculquen... Ahí es cuando Alemania cae en la cuenta y suspicazmente les pregunta a ambos si traen algún arma.

Roma niega y tras algunas instrucciones cortas sobre el teléfono y cómo apagarlo y encenderlo en el vuelo, se abrazan y besan como si no fueran a verse nunca más a modo de despedida. A Roma hasta se le humedecen un poco los ojos. Germania se ve obligado a entregar su puñalito cuando Alemania se lo encuentra en el abrazo.

Veneciano y Roma se separan al final y se giran cada uno al alemán del otro para abrazarles. Ahí tienes tu beso, Alemania. Bien... Le perdemos de ese momento a que deja de verles en la puerta de embarque.

Roma se va con Germania del brazo, acercándose con él para hacer cola en los arcos detectores, una vez han mostrado sus billetes. El sajón gruñe un poco aún, un poco renuente a formarse y sinceramente bastante ofuscado con tanto ruido y tanta gente.

—No entiendo que son estas cosas... —protesta notando que los arcos hacen pitidos y diversos sonidos, tienen luces además.

—A mí me han dicho que sirven para ver desnuda a la gente que pasa por debajo. ¿Ves? —los señala al frente de todo en la fila—. Por eso van uno a uno y si les gustas entonces te paran y te tocan.

Germania se sonroja.

WAS? —pregunta levantando las cejas y deteniéndose de dar los pequeños pasitos que dan al frente en la fila.

—En realidad no me molestaría nada este trabajo...

—¡Yo no voy a pasar por ahí a que me vean desnudo! —chilla al notar además que hay mujeres y no sólo hombres.

—Pero no hay más remedio —le mira desconsolado.

—Yo creo que aún podríamos ir por tierra —intenta convencerle por vez cien mil.

—No vamos a ir por tierra porque entonces tiene que llevarnos tu hijo y entonces no podemos ir solos.

—Pues solos, solos no vamos —murmura viendo a todo el mundo a su alrededor, pero dando un pasito al frente de nuevo, sonrojándose un poco.

—Claro que vamos solos, no conozco a nadie de estas personas, así que no nos van a decir nada de lo que hacemos o no.

—No podemos matar a nadie, eso me lo ha advertido Deutschland varias veces.

Se ríe, porque aun así, Germania siempre ha sido más bárbaro que Roma, que YA LO SABE.

—¿Crees que Rom se parezca en algo a lo que... recordamos? Porque mi casa... —mira a si alrededor—, aún me parece un poco...

—He visto algunas fotos y tiene muchas cosas de las que yo hice aun —asiente cuando casi ya les toca—. Ahora en serio, relájate o van a tocarte, hacen esto por la presión en la cabina, para que no te excites, porque podría explotarte.

Was?! —Germania PALIDECE, poniéndose una mano en las regiones vitales y Roma se muere de la risa —. Nein, nein... ¡¿Cómo que explotarme?! —insiste.

—Es por el cambio de presión, a medida que el avión sube, la presión baja y hace efecto de succión como si le diera un beso, ¿sabes? —sigue, riéndose—. Normalmente es seguro, pero si te excitas tu presión sanguínea sube y además la del aire, puede que explote.

—¡Yo NO voy a subirme! —sentencia justo cuando les toca sin moverse para pasar por el arco.

—No se preocupen, sólo tiene un poco de pánico —explica Roma a los hombres que hay por ahí mientras deja las cosas en la bandeja como ha visto hacer a todos.

—¡No tengo pánico! —protesta entre dientes sin moverse—. Pero no voy a... Cómo vas a subirte ahí a ver si te... Explota.

—No me va a explotar nada, tengo perfecto autocontrol —se ríe pasando por el arco.

Que pita...

—Claro... Desde luego —protesta Germania entre dientes. Roma sonríe y se va con el hombre para que le cachee... todo sonrojado, le quita un puñal, un cuchillo de cocina y una navaja Suiza, mientras una señora le protesta a Germania que haga el favor de pasar que está haciendo cola.

El sajón se niega unos instantes más, pero la mujer parece ser austriaca por la mirada que le está echando... Así que procede a ponerse una mano en las regiones vitales y sin sacarse nada de los bolsillos pasa por el arco, sonrojadísimo.

Mientras el hombre que está cacheando a Roma se recrea, sonrojado, pero es por la seguridad del aeropuerto porque blablabla mientras el romano hace bromas sobre lo contenta que debe tener a su mujer si le hace esas cosas.

A Germania le toca un hombre que no está sonrojado ni tan interesado y que le riñe todo, TODO el tiempo, quitándole la cartera y las llaves y el encendedor y la cajetilla de cigarros y unos cerillos... Él de verdad tiene que hacer un SOBREESFUERZO por no arrancarle la cabeza.

Al final, Roma se despide de Wolf, con un fuerte apretón de manos y deseándole que a su hija Gretel le vaya bien su examen, yendo a recuperar sus cosas y quizás no sería una idea tan mala que fuera a tranquilizar un poco al germano, porque está a PUNTO de asesinar al idiota que le tocó de revisor.

—¿Estás ya? —pregunta poniéndole la mano en el hombro y sonriendo, cuando acaba de ponerse el cinturón y todo eso.

—Voy a matarle... —bufa Thor... Fulminando al hombre que sigue pasando las cosas de Germania por los rayos X—. Me ha robado mi dinero.

—No te preocupes, ahora te lo devolverá —beso en la mejilla—. Y si no, le decimos a Güolf y nos ayuda —le señala.

—¡Detesto esta estupidez! ¡La detesto! —aprieta los ojos.

—Caaaalma —se ríe apretándole un poco del hombro donde le tiene puesta la mano.

—¡Es que es absurdo que ME hagan esto en mi propia casa! —indignado.

—Mira, ya salen tus cosas por ahí, vamos por ellas —le señala. El rubio se deja tirar hacia allá, sin dejar de fulminar al gorila que le ha revisado, murmurando por lo bajo en sajón antiguo.

Roma le mete un poco de mano como quien no quiere la cosa, mirando a otro lado a ver si puede recuperar al menos la navaja que le han quitado.

Germania da un saltito y tira su reloj y tres monedas a la mesa de acero, porque no, no está acostumbrado ni se va a acostumbrar a que el romano le haga eso. Las recoge fulminando a Roma ahora y recordando el asunto de la explosión y de que no tiene ningún autocontrol en realidad.

Aprovechando la confusión con el reloj y las monedas para estirar la mano y tomarla en un revuelito. Bien, Roma, bien... es milagroso que no estés en casa del niño, porque tendrías todo un espectáculo en quince minutos, con SWATS y demás.

El gorila que revisó a Germania se acerca a Roma con cara de pocos amigos y le toca el hombro con dos golpecitos. Él pega un salto y le mira. Fulminación... extiende la mano hacia él.

—No me haga llamar a mis compañeros.

—Eh... quid? —parpadea y se pone serio.

—Lo he visto.

Sonríe pícaramente y se lleva un dedo sobre los labios, guiñándole un ojo. El hombre se sonroja un poco... venga, es que no hay manera de que no se sonroje, pero frunce el ceño igual. Alemán complicado.

Nein. Deme la navaja ahora mismo antes de que decida detenerle.

—¿Qué tal si hacemos un trato... —entrecierra los ojos y se acerca a él, poniéndole una mano en la mejilla—. y se la cambio por... digamos... unas moneditas... u otra cosa?

El hombre se sonroja más, pero le mira fijamente.

—Unas... moneditas. ¿Pretende usted que me echen a cambio de unas moneditas?

—Nadie va a saberlo, hombre, es que es un recuerdo de familia.

—Un recuerdo de familia un tanto peculiar —le mira serio—. No puedo permitirle subir al avión con semejante recuerdo de familia.

—Pues tengo familia en Bern... ¿de dónde es usted?

Otro de los guardas apremia al hombre en cuestión porque le parece que está ahí de cháchara con el romano.

Dusseldorf. Deme la navaja o va a estar en problemas —insiste.

—Muy bonito, Dusseldorf, especialmente en esta época del año, con los arboles todos con las hojas rojas y amarillas y la mermelada de manzanas y las fiestas de la cerveza... ¿qué tal un beso?

Herr... —advierte haciendo una de esas caras que hace Germania cuando está a punto de matar a alguien.

—Venga, yo entiendo que es su trabajo y le aseguro que me inspira mucho respeto la devoción que siente por él. Le prometo que nadie más que usted va a ni saber que la llevo, sólo dígame qué puedo ofrecerle a cambio de que usted finja no saberlo tampoco.

El hombre se pellizca el puente de la nariz. Roma se muerde el labio dejando de sonreír con los ojos porque este no es el momento ni el lugar adecuado con Germania ahí y empieza a estar impaciente con el hombre incorruptible, normalmente, llegado a este punto, se encargaría de besarle hasta dejarle tonto o romperle la nariz de un golpe y sanseacabó.

Germania, para entonces, ya terminó hace rato de organizar su vida y contar todas sus pertenencias. El otro guardia le ha pedido que avance, así que está mirando a Roma a lo lejos con los brazos cruzados y cara de "a ver a qué hora..."

—Lo que puedo hacer es guardársela...

—¿Guardármela?

Ja. También lo tengo prohibido, pero ha sido tan insistente —sonrojito—, que lo que puedo hacer es guardarla y cuando vuelva se la devuelvo ahí afuera.

—Pero es que voy a volar a Romae y es ahí donde la quiero... No en el avión.

Herr, realmente no sé qué decirle, no puede subir una navaja al avión, hay letreros por todos lados —insiste—, tiene que dármela.

El moreno la saca y se la da, frustrado. El hombre carraspea.

—Por qué no me da su número telefónico y me dice cuando regresa...

—No puedo hacer eso, mi novio me está viendo y pensaría mal de mí —le guiña un ojo seductoramente, separándosele.

—Su... No... ¡Oh! —mira a Germania que tiene cara de "voy a enterrarte esa navaja en 3... 2... 1...". Carraspea—. Entonces esperaré a que venga. Que tenga un buen día.

Roma saca la lengua con cara de asco al volverse a Germania y llevárselo del brazo.

Was? —pregunta Germania levantando una ceja y mirando al hombre de reojo, dejándose arrastrar por el romano.

—Sajones cuadrados incorruptibles —protesta y se ríe—. No he tenido bastante tiempo, si no me la hubiera llevado de calle.

—¡Eh! ¡Cuidadito con cómo les llamas a mis sajones! Me parece perfecto que no te dejen hacer lo que quieras —responde sonriendo de lado—, aunque sigo sin entender cómo es que la gente va por el mundo sin estar armada.

—En fin —suspira pensando que al menos el cuchillo de porcelana no se lo han quitado y saca los billetes para hacer lo que le ha dicho Veneciano de las puertas de embarque.

Germania se queda repentinamente de pie, con la boca abierta enfrente de un ventanal en donde uno de esos aviones beluga de KLM azules, que se ven siempre tan impresionantes, está avanzando lentamente hacia la pista de despegue.

Roma se para a su lado intentando entender todos esos malditos números tan raros que usan ahora que siempre se tarda un rato en recordar cual es cual. Con lo fácil que era el sistema I-V-X-L-C-D-M.

—Son... enormes... —susurra Germania, dándole un golpecillo en el pecho para que mire lo que él, porque en serio que no deja de impresionarle verlos tan cerca. Levanta la cabeza a ver qué pasa, mirándole y luego se gira a donde mira.

—¡Ala! —susurra.

—¿Cómo vamos a...? Es… Es que esa cosa no puede... volar.

Roma le toma de la mano y tira de él para acercarse al ventanal. Germania se acerca con la boca abierta hasta el suelo y... cara de idiota, en términos generales.

—¡Son enoooormes!

Nein, nein... enormes no describe lo que son... es casi como pensar que el estúpido coliseo vuela.

—Nah! —se ríe inclinando la cabeza—. El coliseo es más bonito.

Nein, no es más bonito —asegura acercándose más al vidrio para mirarle bien las alas.

—¡Mira! ¡Ese se está despegando! —señala uno al fondo dando saltitos y no vamos a decir que incluso Germania se pone nerviosito e impresionado con ello, porque sí, habían vuelto de Seychelles en un avión... en uno pequeñito y privado y él estaba estúpidamente idiotizado con Roma como para ver mucho más allá de su nariz.

Roma sonríe idiotamente mientras le cuenta a Germania, o a quien le escuche, todo lo que ha leído de los aviones y los flaps y la velocidad que alcanzan y lo alto que suben. Súperemocionado.

—Mira, mira cómo sí vuela... —susurra escuchando... ESCUCHANDO lo que dice Roma, TODO, prestándole mucha atención.

—¡Claro que lo hace! —los dos se quedan mirando como tontos hasta que el avión se convierte en un punto allá a lo lejos.

—¿Cómo es posible que nuestros hijos hayan logrado hacer... estas cosas? —pregunta Germania, un poco bastante muy impresionado con ello.

—Es por la electricidad... estoy muy orgulloso de ellos... ¡Y muy emocionado!

—Yo... por Odín, yo aún no puedo creerlo. ¿Es que cómo no se caen?

—¡Ya te lo he dicho! Vamos... ya quiero ir a montar en uno —tira de su mano. El rubio se la aprieta con muchísima fuerza, yendo tras él, con una sensación extraña en la panza.

—Ayúdame, tenemos que buscar este número de puerta —se lo muestra. Germania le mira, busca sólo unos cuantos segundos y señala.

—Está ahí —sí, bueno Romita, cada quien con sus habilidades.

—¿Sí? ¿Seguro? —mira las tipografías diferentes, porque no se aclara mucho con eso—. No me gustan estos números.

—Seguro... me parece que es un seis y un tres, de hecho... —explica.

—Un seis y un tres sería LXIII... es muy estúpido. ¿Cómo sabes que no es un IX? Siempre me confundo con esos.

—A mí me parece más simple. Mira todos los palitos que tienes que poner tú para hacer ese número —toma la hoja y la gira para mostrársela a Roma de cabeza—. Este no existe, me lo explicó Preussen... así se que no es un IX.

—Si le das la vuelta a un VI es un IX y al revés, ¡nunca sé cual es cual!

—Eso es porque eres tonto, yo siempre lo he dicho.

Roma se detiene un segundo y luego se muere de la risa.

—Yo, que siempre he sido más listo, no tengo ningún problema en diferenciarlos.

—¡Porque tú ni siquiera estabas acostumbrado a mi manera de contar! —exclama yendo igual hacia donde ha dicho.

—Porque me parecía estúpida.

—En realidad es mucho más fácil que esta, hay menos símbolos que recordar, sólo se tiene que sumar y restar.

—Eso dices tú pero mira... hoy por hoy saben hacer cosas tan inteligentes como volar en unas máquinas gigantes. Si tus números fueran tan inteligentes los seguirían usando, pero no los usan, así que... son tontos como tú.

—¡Siguen usando muchas cosas mías! —protesta picándose un poco—. E igual los usan para cosas solemnes como nombrar los reyes o los siglos. Lo que pasa es que mis números son para cosas muy grandes e importantes.

—Y completamente inútiles...

—Envidioso, lo dices para molestarme porque no usan nada tuyo.

—Usan mi idioma —un bastante deformado.

—¡Ha! ¡Y el mío! ¡Me han dicho que para algunas cosas sagradas aun se usan íntegro!

Germania hace los ojos en blanco.

—Te lo dicen para que no te sientas mal... la realidad, es que sólo somos un recuerdo más. ¿Te has puesto a pensar que toda su vida es mucho, mucho más tiempo del que nos conocieron?

El romano baja la mirada, un poco desanimado con eso.

—Y en realidad eran tan pequeños que de muchas cosas ni tienen consciencia.

—Y nosotros... yo me pasé la vida entera defendiendo esto que era mi terreno, mi casa, mi vida. Me alegra saber que sigue siendo de mis hijos, pero si no tengo que defenderla, no tengo NADA que hacer.

—Bueno —sonríe con eso, porque si Germania piensa así es que hay más posibilidades de que su plan funcione—. No digas que no tienes nada que hacer, tenemos un mundo entero y nuevo por descubrir, a eso vamos hoy.

Ja... vamos a ver tu casa —murmura haciendo los ojos en blanco y mirando a la puerta donde hay cierto movimiento ya para abordar, algunas personas se han formado, se gira a mirarle—. ¿No echas mucho de menos el ponerte tu armadura, empuñar una espada y salir a defender lo que es tuyo?

—No especialmente... —suspira—. Es decir, sí, en parte sí, la emoción y la adrenalina... pero era mi parte menos favorita de lo que hacíamos, el terror de que las cosas salieran mal, la sangre incontrolable, el temor de no poder volver a la gente a la que quiero... me gustaba más conquistar y construir que destruir.

—Yo no echo de menos los últimos años... —murmura mirándole a los ojos e inclinando la cabeza. Le aprieta la mano.

El romano sonríe mirándole de reojo y devolviéndole el apretón.

—Tuve que hacer MUCHOS sacrificios para lograr tener un imperio tan grande... y no siempre era tan divertido ni gratificante como parecía. De momento no lo echo de menos... quién sabe si en un futuro —se encoge de hombros.

—Tampoco era fácil ser vecino tuyo… hubo que hacer cosas... —responde mesándose la barbilla y pensándoselo. Para ser un bárbaro y un bestia absoluto, a ratos aún recordaba la tragedia después de acabar con Roma... y cuando lo recordaba, se sentía un anciano cansado. Niega con la cabeza para sí y levanta la mano hacia Roma, deteniéndole de la mejilla.

—Lo que digo es que yo pasé mi vida enfocado en el imperio, construyendo un imperio, sin hacer nada que fuera en alguna manera para hacerlo crecer... es la cosa más absorbente que puedas imaginar, sólo podía aprender las cosas prácticas, el arte debía ser funcional, para educar o controlar a las masas, las soluciones debían ser para problemas reales... el amor... —se sonroja un poco sin seguir la frase, mirándole a los ojos.

—El amor —se sonroja a juego pero no le suelta de la mejilla, acariciándole un poquito con ese modo tosco que siempre tiene.

—El amor era el que decía el imperio que debía sentir. A veces me parecía que sólo a mis hijos les quería de corazón —confiesa apartando la mirada y buscando un poco el contacto —. Ahora todo eso se ha ido, es como cuando era niño otra vez, puedo aprender lo que YO quiera, dibujar, crear, querer... lo que YO y nadie más que yo elija y decida, sin dar explicaciones a nadie.

—Casi hasta suena mejor que nuestros tiempos —tira un poquito de él hacia sí, sintiendo una extraña y tranquilizante sensación de satisfacción con esta conversación, extraña para estarla teniendo rodeado de tanta gente y con tanto ruido alrededor—. Si te sirve de consuelo, por primera vez creo que puedo acercarme a ti sin odiarme a mí mismo.

Roma se ríe y se le echa un poco encima, para apoyarse sobre él.

—Al menos ya no tengo que preocuparme de esta vez a cuantos hijos míos vas a llevarte, o cómo vas a matarme mientras duermo —susurra el sajón, hundiéndole un poco la nariz en el cuello y podría decirse que medio abrazándole.

—Aun podría hacer todo eso —se ríe apartando la cara para que llegue mejor al cuello.

—Mis hijos ya están bastante grandes como para defenderse... y bueno, si no pudiste matarme a tiempo, ¿por qué habrías de hacerlo ahora?

El romano le busca para darle un beso, riéndose y así de cínico, simple y con tranquilidad... mírale... se deja ya que están en su plática toda suave y mona...

Una mujer rubia, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos pasa junto a ellos con su bastón, y le da al latino un golpe tremendo en la espinilla.

—Ouch! —protesta separándose de Germania.

—... increíble, los niveles de descaro de la gente... —susurra en suizo alemán.

—Au... —se agacha un poco frotándosela todavía y mirando a todas partes con una lagrimita de dolor. Germania frunce el ceño y le mira con curiosidad.

—¿Qué ha pasado? —pregunta.

—Me han golpeado —lloriquea un poco y le mira haciendo un mohín en drama.

—¿Quién? —frunce el ceño y le hace pat pat en la cabeza.

—No me hagas golpecitos, quiero otro beso —protesta porque eso intentaba, ni que le duela tanto.

—Oh... —sonrojito inevitable.

Roma le mira levantando las cejas intentando poner cara enfadado y no le sale. Germania sonríe un poco y es que no deja de ser un brutote. Le da un coco frente con frente. No demasiado fuerte.

—¡Au! —aprieta los ojos y se ríe.

—Si quieres besos vas a tener que dármelos tú.

—¡Ah! ¿Por queeé? ¡No es justo!

—Sí que lo es, además yo ya te di uno —responde suavemente, sonriendo de lado.

—¿Cuando? ¿En la mañana? Hace hoooooras.

—¡Ahora te acabo de dar uno!

Non, ¡ese te lo di yo!

—Pero yo te dejé, es decir ¡Te lo di!

—Eso no tiene sentido —se ríe.

—¡No me quites!

El romano le mira un momento, entrecerrando los ojos y sonriente.

—Está bien. Te los daré.

Germania se sonroja otra vez.

—En el avión, vamos.

Was? —pregunta levantándose con Roma.

—Pues ya están entrando todos, ¡venga!

—Pero es que no estoy seguro de querer volar... ¡Quizás deberíamos ir por tierra! —vuelve a intentarlo, dejando que tire de él.

—¡No seas cobardeee! Ya has visto cómo vuelan, ¡tengo muchas ganas de subir!

El sajón mira al ala del avión, que es lo único que alcanza a ver, nervioso, en lo que revisan sus billetes y les dejan pasar.

Roma da saltitos y corre por el finguer excitado como si él fuera a pilotar el avión. Germania va a su lado, sin correr y justo cuando van a subir al avión se detiene en pánico recordando algo.

—NO vas a darme ningún beso.

—¿Eh? —le mira de reojo.

—¡No quiero que me des ninguno! —sonrojado.

—¡Pero has dicho que podía hacerlo!

—Pues ahora no puedes —murmura muy incómodo dejando que la azafata les guíe a sus lugares en primera.

—Pues me da igual que no me dejes —les sigue. Germania le mira de reojo.

—Bien.

—Te los voy a dar igual —se sienta sonriendo.

Nein —se sienta deteniéndose el asunto con AMBAS manos.

El romano se vuelve a él después de coquetearle a la azafata y se muere de la risa al verle y acordarse por qué no quiere besos.

—Eres un idiota.

—Así que... no quieres mis besos porque te gustan... —susurra echándosele encima y acariciándole el pecho.

—¡No me gustan!

—¿Entonces de qué tienes miedo?

—Si serás hablador, yo no dije que tuviera miedo.

—¿Entonces por qué no los quieres? —sigue acariciándole y le abre un botón de la camisa, para meter la mano dentro.

Rom... nein.

Nein, quid? —le acaricia por debajo de la ropa.

Nein, no quiero que... nein —aprieta los ojos "noreaccionesnoreaccionesnoreacciones". El latino se le apoya un poco encima y se le acerca para comerle el cuello —. Nein... no puedes hacer esto aquí, Rom —susurra tenso como un palo mirando a los demás pasajeros que entran y les miran un poco con cara de "¿qué hacen estos dos?"

—¿Por? —susurra sobre su cuello.

—La gente nos ve... y además está el asunto de... —traga saliva y se aprieta más el asuntillo.

—Ah, la gente da igual —lametón.

—A mí no... —aprieta los ojos más aún.

—Bah, a nadie le importa, ni nos miran —abre otro botón de su camisa para llegar más abajo.

Nein, nein pero es que... Roooom.

Quiiiiid? —se ríe y le mordisquea la oreja.

Germania le empuja, intentando que de verdad le suelte, pero el otro no se deja.

—Deja de hacer eso que haces... cosas, Rom, ¡suéltame!

—¿Excitarte?

—No quiero que me explote nada —aprieta los ojos.

—Pues tendrás que esforzarte... aunque hay un veinte por ciento de los casos en los que no pasa.

—No sé que es un veiteciento pero... ya bastante terrible es subirme a esta cosa —sufre en serio, agobiadísimo.

—Significa que de cada diez veces, dos veces no ocurre nada.

—Mmm... Pero... otras.. Varias sí —protesta.

—Pues ocho veces de cada diez... bam —susurra suavemente en su oído.

—¿Y por qué a ti no te preocupa? —pregunta sonrojándose.

—Ya te he dicho que yo tengo buen autocontrol.

—P-Pero... —toma aire y hace ejercicios de respiración, empujando al romano con la mano, hasta que una azafata se acerca a ellos con su sonrisita.

Roma se separa sonriendo, dándole un poco de espacio a Germania y mira a la azafata.

—En unos minutos más vamos a despegar... ¿gustan algo? Champagne? ¿Jugo de naranja?

—¿Qué vino puede ofrecerme? —pregunta Roma.

Germania se revuelve en su lugar, haciendo ejercicios de respiración mientras la azafata le dice la lista de vinos disponibles al romano.

Él se ríe un poco bromeando con ella sobre cuáles le gustan y cuáles no y cuáles le recomienda, para elegir uno al final y pedir una copa. Ella asiente sonrojada como todos, siempre, y mira a Germania que sigue en su posición tensa y concentrada.

—Ehm... ¿Para usted, señor?

—Ah, a él le gusta la cerveza bábara, ¿tienes algo de eso?

—Ehh... Tengo Moretti nada más —qué es italiana evidentemente, pero mira a Roma de reojo y se sonroja—, déjeme ver si puedo conseguir una Heidelberg...

—Ah, eso sería magnífico, estoy seguro que una chica tan lista como usted parece no tendrá ningún problema —sonrisa de dentífrico, que hace reír un poquito a la chica.

—No, no, ningún problema... déjeme revisar la bodega...

Asiente sonriente y se vuelve a Germania de nuevo.

—¿Cómo lo llevas?

—Bien, ahora no me toques...

—Está bien, no te toco... pero te voy a contar de los juguetitos que compré y me he traído.

El rubio le fulmina de reojo.

—Más vale que sean avioncitos o muñequitos o lo que sea, menos lo que creo que es.

—En realidad es lo que crees que es —se ríe. Germania se sonroja otra vez.

—Conmigo no vas a... vale, no los vas a usar con nadie.

—¿Y para qué crees que los he traído entonces?

—¿Trajiste un látigo de esos de Deutschland?

—Mmm —asiente sonriente—. Y trajes de cuero de los que te gustan.

—No me gustan —mentira, Germania, mentira... que te pareces a Alemania un poquito... no del todo.

—Y esposas y una de esas vergas que vibran...

El sajón le pone la mano en la boca.

—Deja de decir verga —ordena. Roma se ríe detrás de su mano—. Y no me gustan en lo absoluto las cosas esas que vibran, es terriblemente vergonzoso usarlas.

—Y una cosa nueva, encontré una baraja de cartas con dibujos de posturas y juegos... ¿sabes? Como las monedas que usábamos antes.

Ojos en blanco.

—Bueno, y esos huevos que le pedí a mi hijo que ya me los mandó, le pedí expresamente para poder llevármelos —yo en serio, no querría haber tenido nunca esa conversación con mi padre.

—¿Hu-Huevos? —Germaniaaaa.

—Sí, son así, pequeñitos y de plástico de eso que hacen los condones. Hay seis diferentes y ya los tengo todos —sonríe.

—¿Y sirven paraa...?

—Masturbarse, ¿para qué van a servir? Tienen como unas estrías raras dentro que hacen que se sienta diferente que con la mano.

Gracias al cielo, cuando dijo "masturbarse" Germania dejó de estar tan interesado.

—¿Y para qué... para qué quieres...? Es decir, es que... —sonrojito.

—¡Pues para probarlos! Para jugar, ¿para qué voy a quererlos? —se ríe.

—Es decir, es que... qué acaso... —agobiado. Roma le mira —. Esas cosas que tú haces, que YO no hago... no son para cuando...

—Ay, mi amor... No toda la práctica sexual se reduce a la penetración, la masturbación mutua es igual de placentera y divertida —asegura cuando el avión empieza a rodar por la pista y Germania decide que de verdad ya no quiere oír esto, dándole un golpe en el pecho.

—¡Deja de decir sexual, penetración y masturbación!

—¡MIRA! ¡MIRA! ¡QUE YA SE DESPEGA! —exclama olvidándose de eso, con el movimiento.

—Ohh... por Thor —mira con cierto pánico la ventanilla y lo crean o no, le busca la mano a Roma, que se la aprieta echándosele encima para mirar por la ventanilla mientras las chicas empiezan a explicar donde están las salidas y todo eso.

—Vamosamorirnos, Deutschland me dijo que sí se han estrellado algunos en las montañas —susurra en pánico, abrazándole un poco.

—¡No vamos a morir! ¡Esto es muy emocionante! —le abraza de vuelta con fuerza mientras mira a las chicas y a la ventanilla y a todo a la vez. Germania traga saliva, para nada convencido, tenso, TENSO como pocas cosas —. Calma, calma, sólo vamos por la pista —sigue abrazado mirando por la ventanilla.

Ja, si no es que no vea donde vamos, es que pronto voy a dejar de ver la estúpida pista. Debimosirportierra.

—¡Aaaaah! Ya va a despegarse, no puedo mirar —le hunde la cara en el cuello y luego saca un ojos espiando igual por la ventanilla.

Debe oír los latidos del corazón de Germania, que está abrazándole... de hecho está prácticamente haciéndose uno con Roma y con el sillón en realidad. Las turbinas se prenden al llegar al fondo de la pista, y el avión se enfila para despegar.

El avión toma velocidad y de repente Roma se acuerda de lo que le dijo Francia que tenía que hacer. "Cuando esté a punto, le das un beso, así sentirá el despegue en el estomago pero no dará tanto miedo. A Angleterre le gusta mucho"... así que lo hace y Germania decide que quizás el despegue no es tan horrible...

Vamos, que ni os creáis que para Roma es tan fácil y no tiene miedo... porque se lo come y bueno, Roma se ahorró una parte... aunque cuando se separa del beso, con los ojos apretados y antes de abrir siquiera los ojos Germania susurra... cositas.

—Te quiero, Rom... Y si tenía que morir con alguien me alegra morir contigo.

Roma levanta las cejas y le abraza con más fuerza con eso... Alguien ha convivido demasiado tiempo con los latinos.

—No vamos a morir, pero yo también te quiero —asegura igual.

—Sí que vamos a morir, mira como se mueve todo —perdón es que en serio está un poco asustadillo aún a pesar del beso.

—Ya ha pasado lo peor, sólo estamos en el aire, venga... —igual ni le suelta el abrazo, apoya le frente en la suya.

—¡Y me dice tan tranquilo que estamos en el aire! —abre un ojo.

—Es genial —sonríe como un niño.

—Es... extraño.

—Sí, extraño también es. Pero no pasa nada —y no sabemos si se lo dice a él o a si mismo...vuelve a besarle.

La verdad los besos relajan, así que se deja besar devolviéndoselo y puede que este dure un buen rato, hasta que se les pase a los dos la tensión... y Roma empiece a hacerle reaccionar otra vez. Germania se separa del beso cuando ya es bastante demasiado tarde y está casi seguro de que le va a explotar algo.

El romano le mira malignamente sonriendo. El germano se pelea con el cinturón de seguridad.

—¿Qué haces? —le mira las manos.

—Baño... quiero ir... baño... hay una cosa de esas aquí, nein?

—No vas a acabar eso en el baño del avión, ahí las posibilidades de que te estalle son más altas.

Was? —chillido agudo.

—Pues... la cabina aun, pero el baño —chasquea la lengua y niega con la cabeza, riendo.

—¿Y qué pretendes? —protesta agobiado por sus regiones vitales.

—Torturarte un poco. Eres un chico fuerte y seguro puedes aguantar.

—Claro que puedo aguantar, sólo es que... es que...

—Bien, entonces no hay problema —vuelve a meterle la mano en los botones abiertos de la camisa.

Él le detiene de la muñeca pero el moreno mueve los dedos igual y se acerca de nuevo al cuello donde lo ha dejado antes. Germania suspira y cierra los ojos.

—¿Cómo sabes eso de la explosión? —pregunta.

—Lo leí en un libro de medicina.

—¿Y no hay nadie más a quien...? —mira a su alrededor—, ¿cómo es que nadie te advierte?

—La verdad, no creo que nadie más haga esto así, es un avión y estamos en público... es algo que se enseña en el colegio.

—Pues entonces deja de hacerlo —le empuja.

—Oh, venga, sólo un poco más, hasta que sea realmente un poco problemático.

Germania repentinamente extiende una mano y se la pone a él en las regiones vitales. Roma va con la otra a ver si puede meterla por ahí también.

Y así cuando están... así, es que la azafata viene con las bebidas.

Con toda naturalidad, Roma suelta a Germania y se vuelve a la azafata como si hubiera estado leyendo el periódico... pero el sajón se sonroja queriendo morir mientras el latino agradece a la azafata con esa misma naturalidad, riéndose.

Y ella se sonroja un poco más, lamentándose como todos de que... Maldita sea... Roma sea gay. Tan guapo que se veía, claro... Era obvio que no podía ser tan guapo y agradable, ir con un chico solo y no ser gay. Claro, CLARO. Frunce un poquito el ceño hacia Germania, pasándole la cerveza que tanto trabajo ha costado obtener antes de despegar.

—¡Oh! ¡Estupendo! Mira, además de una chicha lista y guapísima es una mujer de recursos, estoy impresionado con el personal de este avión —sigue Roma agradeciéndole.

Ella se ríe otra vez, pero esta vez uno poco decepcionada, porque no es lo mismo ligotear con él que... bueno, los cumpliditos agradables.

—Creo que ya entendimos todos que fue bueno que encontrara la cerveza —protesta Germania fulminando a la mujer.

—Ah, sé bueno con ella, encima que te ha hecho el favor —protesta Roma—. No se lo tengas en cuenta, es que volar le da miedo...

—Oh, hay personas a quienes les da. No se preocupe, es mucho más probable tener un accidente de coche que un accidente en un avión —asegura ella sonriendo para Germania, nerviosita pero agradeciendo la defensa de Roma.

—Por eso creo que es mejor ir en caballo —asegura Germania frunciendo el ceño.

—¡En caballo se tarda días! Y no están los caminos para eso ahora, ya lo sabes.

—Pues por eso mismo estamos volando, pero eso no quiere decir que voy a disfrutarlo.

Roma niega con la cabeza sonriendo y se encoge de hombros.

—¿Quiere que le traiga un té de manzanilla? Puede servir para relajarle —ofrece ella sonriendo aun un poco.

—¿Qué dices, chico? —Roma le pasa una mano por la cabeza con cariño y bebe un poco de su vino.

Nein, no estoy enfermo... —murmura haciendo un gesto para que Roma le suelte —. Otra cerveza estaría bien.

—Tomate esa primero y luego le pedimos otra, que si bebes demasiado no es tan divertido —se ríe por la insinuación.

—Son dos cervezas, Rom... No va a pasarme nada con...— sonrojito, codazo al romano en el pecho cuando se da cuenta—. ¡Por Thor!

La azafata levanta las cejas e inclina la cabeza entrecerrando los ojos.

—Vaya que sí se parece a Thor... —asegura sin que venga mucho a cuento y Roma se muere de la risa para no variar.

—Ah, es que ES una especie de dios nórdico hijo del metal —asegura Roma que no está seguro de saber qué significa, pero alguien se lo dijo con las camisetas de Prusia y le gustó.

—Una... especie de... —la chica se ríe pensando que la está vacilando, parpadea—. ¿Es de un grupo de música?

Non, non —se ríe de imaginarle haciendo música—. No se le da muy bien, creo que es más bueno escuchándola.

¡Deja de burlarte de él haciendo música! Ella parpadea de nuevo sin estar segura, es decir... volvemos al mismo asunto. Se ríe otra vez un poco.

—Entonces no sé a qué se refiere, señor, sólo digo que se parece al joven de la película.

—Mis hijos dicen que se parece a un personaje llamado Lególas, que es un elfo de una película de esas —explica.

—¡Oh! Légolas... claro, se parece a Légolas —asiente—, aunque tiene un poco más la complexión de Thor.

—Bueno... —la mira de arriba abajo—. Y se podría hacer una sublime escultura de Diana de tú figura.

Ella cae en la cuenta repentinamente de algo, mientras se ríe de lo que ha dicho de la escultura, sonrojándose de nuevo.

—¿Ha dicho hijos?

—¿Eh? Sic —sonríe—. Tengo siete, todos varones.

—¿Siete? —levanta las cejas, viendo un rayito de esperanza a lo lejos—, vaya, pero si se ve usted muy joven —coquetea.

—¡Andaaa! Pero no me digas esas cosas, que me sonrojo —bromea riéndose. Germania le carraspea prácticamente adentro del oído —. ¿Eh? ¿Qué pasa? —se vuelve a él.

—Yo sólo digo que se ve muy joven para sie... —la chica se interrumpe.

—Ehm... ¿va a traerme otra cerveza o no? —pregunta Germania fulminando un poquito a la mujer.

—Me temo que ya no hay de esa marca, puedo traerle una italiana —asegura sin tener ninguna gana de moverse por la cerveza.

—La que sea está bien...

Roma mira a Germania notando que lo que quiere es que la azafata se largue, se encoge de hombros y le guiña el ojo a ella.

—Bien, le traeré otra cerveza. ¿Algo más para usted? —pregunta a Roma sonriendo.

—¿Se puede pedir un trozo de azafata bonita? —le coquetea oootra vez.

Oh... Ella se muere de la risa, sonrojada. Él se ríe también y niega al final a si le trae algo más, volviéndose a Germania que le mira de reojito y se cruza de brazos y sí... Esto sólo era un "deja de zorrear con la zorra azafata y hazme caso a mí".

—Mira... —señala por la ventana, las nubes por encima. Roma se ríe y se le echa un poco encima antes de mirar por la ventana.

Quid?

—Las nubes... vistas desde arriba. Es otro mundo, Rom, mira...

—Se ven así desde arriba de las montañas a veces —sonríe.

—Pero esto es más arriba, Rom, más aún que las montañas.

—En realidad, debemos estar pasando sobre ellas, sobre los Alpes en casa de tu hijo... y luego toooda la toscana.

Germania mira hacia abajo y sonríe un poco, porque conoce bien TODO eso, lo ha recorrido en caballo en muchas ocasiones. Recarga la frente en la ventanilla.

—Me encantaban los veranos en la toscana, los maizales dorados y la calma y la chicharra lejos del bullicio de la ciudad —suspira el romano nostálgico—. Los campos de viña y las villas pequeñas donde se hacía fiesta hasta el amanecer...

—Y el horrible calor...

—No hay lugar en el mundo donde el sol brille como en la península itálica, salvo, quizás, en la península ibérica.

—Prefiero mis montañas.

—¡Ah! ¡No tienes ni idea! —protesta muerto de risa aun echado sobre él y le agarra el asunto para molestarle.

—Sí que la... —saltito—, podrías dejar de agarrarme...

Non —beso en la mejilla.

—¿Cómo que no? Suéltame la... ¡suéltame!

—No quiero, quiero jugar —se ríe mientras sigue acosándole.

—¡Pero si hay más gente, Rom! —protesta en un susurro y es que aunque no quiera, reacciona. De hecho, reacciona más ahora mismo que sabe que no debe reaccionar para evitar la no-explosión.

—Si alguien viene... taparé la mano con una chaqueta —sonrisa maligna moviendo los dedos y notando el efecto.

Nein, si no es que... ¡No vas a hacer esto conmigo enfrente de todo el mundo! —protesta, y es que... Germania, claro que va a hacer lo que quiera, siempre ha hecho lo que quiere. ¿Te acuerdas la vez de la piscina pública?

—¿Por?

—¡Porque no! ¡Además está lo de la explosión! —le mira un poco agobiadillo.

—Ah, sí... feo asunto. Más vale que practiques tu autocontrol —movimiento de dedos maestro, y le baja la cremallera.

Nein! —aprieta los ojos y le pone las dos manos sobre la suya, empezando a sudar.

—¿Cómo que noo? —igual consigue meter la mano.

Verdammt —le detiene de la muñeca, sonrojado, mirando de reojo el área en cuestión y luego a su alrededor a ver si alguien dice algo —. ¿Qué no puedes mejor hacerte esto tú a ti mismo? —susurra.

—Pues es que no quiero que la mía explote... y poco le debe faltar a la tuya si sigues así.

—¿Y por qué quieres que la mía explote? —pregunta, empujándole la mano para que le suelte, tratando de agarrarse el asunto él mismo.

—No quiero, pero seguro puedes aguantar —no se deja apartar.

—¿C-Cuando es que... explota? —pregunta agobiado.

—Cuando no puede soportar la presión —susurra a sabiendas que si eso fuera cierto, ya debería haber explotado.

Y Germania... es muy mono, y agobiado, y hay algunas cosas técnicas que aún le cree a Roma, especialmente cuando son tecnicismos de ESTO.

—Para... para... Rom... Para… —susurra apretando los ojos.

—Uh... ¿ya?—burlón... no para.

El sajón aprieta los puños, enterrándose las uñas en las manos y tratando de causarse dolor... lo cual no es necesariamente poco excitante para un bárbaro bestia como él. Se imagina su pene explotado e inservible para siempre, como más de alguna vez ha visto a alguno de sus pobres hombres en el campo de batalla después de algún golpe de espada dado en el lugar incorrecto. Esto sirve un poco para relajarle.

Roma se le echa encima y le busca para besarle. Ok... eso sirve un poco para des relajarle. Le besa un poco tenso, eso sí.

Y cuando nota que se calma, antes de tiempo de forma muy obvia le suelta y se separa, sentándose bien. Germania parpadea aun con la boca medio abierta.

—No quiero que te explote —le sonríe y se vuelve buscando a la azafata.

Germania frunce el ceño, aprieta los ojos, se sonroja, se agarra el asunto y se hace bolita en el asiento, dándole un poco la espalda, no para hacerle nada, simplemente para darle apoyo moral a su pene e instarlo a que no vaya a explotar.

—Hay que hacerlo poco a poco y no sobrepasar un punto en plan tortura... yo que tú no me tocaba demasiado, déjalo descansar unos minutos —palmaditas en la espalda mientras él mismo se organiza sus propias regiones vitales, no tan tranquilas con este juego.

—Ve a torturar a tu cola —responde Germania soltándose un poco, hecho bolita aun, tratando de relajarse.

—Me gusta más torturarte a ti.

—¿Necesita algo, signiore? —pregunta la chica, que ha aparecido de la nada... sonriendo mientras le pide a Germania que se mueva un poco para ponerle la cerveza en la mesita.

—Quisiera otra copa de vino del de antes... ¿y me han dicho que nos iban a dar de comer? ¡Estoy muerto de hambre! —risas.

—Sí, ahora serviremos la comida, se está calentando —asegura y Roma por más alitalia que sea lo siento, pero la comida de avión nunca es especialmente buena... temo que te decepcionarás—. En un segundo más le traigo más vino.

—Eres encantadora, muchísimas gracias.

Otra sonrisita coqueta de la azafata mirando a Germania de reojo y volviendo a irse.

—¿Cómo lo llevas? —pregunta al sajón, mirándole de reojo.

—Mejor... como me explote te juro que yo te voy a explotar la tuya apretándotela con la mano —advierte un poco agresivo.

—Oh, ya veo... bueno, no tiene que pasar nada si no te imaginas cosas de esas con los látigos y a mi desnudo y todo eso... quizás castigándome y torturándome tú a mí en contrapartida de esta travesura... —no creo que sea necesaria de explicar la intención.

Recibe un golpe a cambio, bastante fuerte provocándole la risa mientras protesta un poco.

—¿Cuánto falta para llegar?

—Aun tienen que traernos la comida, entre eso y aterrizar haremos otra ronda, ¿eh? —sonríe de lado.

—¡No vamos a hacer ninguna otra ronda de nada! ¡¿Qué te crees que vas a torturarme de aquí a que bajemos?! Nein! Nein nein! He dicho nein... y cuando yo digo nein, es NEIN.

—Desde luego, harías muy bien el papel en una violación —risas.

Was? —le mira con ojos desorbitados.

—Como juego... es decir... yo SÉ que a ti no puedo violarte.

—¡Claro que no puedes violarme! Como se te ocurra intentarlo… —lo siento, es muy abstracto lo que dice Roma para que lo entienda cuando está histérico.

—Ni intentándolo... es decir, suele gustarte demasiado para que se considere violación, además no es algo que me guste mucho hacer, es mejor cuando todos cooperan... pero podría jugar ese rol.

Germania abre los ojos como platos y le mira.

Was? N-Nada de que suele gustarme... y... ¡ningún rol! ¿De qué estás hablando?

—Pues de sexo... ¿qué no has entendido?

El rubio le tapa la boca con la mano.

—Shh! ¡Deja de gritarlo! ¡Y deja de decir que no puedes violarme porque me gusta! ¡No puedes violarme porque... no puedes! —sisea. El latino entrecierra los ojos. Lametón. El sajón quita la mano de golpe —. ¡Te detesto!

Risas romanas.

—¿Acaso no puedes hablar o pensar o decirme algo que no sea para intentar hacerme explotar el asunto, o decir tonterías como que me gusta?

El romano se ríe más.

—Sí, sí que puedo.

—¡Pues no parece!

—¿Has traído tu camisa gris? Esa que me gusta tanto...

Ja —se sonroja un poquito, porque la ha traído expresamente porque sabe que le gusta —. La traje porque es cómoda, no porque te guste.

—Póntela hoy cuando vayamos al hotel para ir a cenar... vamos a un sitio bonito que me dijo Romanito, en el Trastevere, por donde pasaba la muralla de Aurelio.

—¿Te has puesto a pensar que toda esa zona quizás no esté como la imaginas? —pregunta un poco en tono de advertencia.

—Sí, estoy seguro, he visto algo en fotos... aun así es... Germaniae, estoy volviendo a casa, conozco mi ciudad.

—Yo también conocía mis montañas... hasta que descubrí que no conocía absolutamente nada —indica con seriedad.

—No es lo mismo —necea.

—¿Por qué no?

—Porque Roma era capital del imperio, ya era una ciudad cuando yo me fui. En tu territorio había un montón de aldeítas y pueblitos pequeños que iban moviéndose y cambiando de sitio.

Germania le mira con los ojos entrecerrados unos cuantos instantes antes de hacer los ojos en blanco y mirar otra vez por la ventana, cruzándose de brazos. Crispado por completo con el tono condescendiente.

—Además... he visto que aun está... el coliseo, el panteón, el foro, el circo, el arco de Tito... todo eso sigue ahí... y el río y las siete colinas... ES Roma, aunque haya coches y casas raras.

—Bien, me alegro por ti, entonces... todo te será más simple —murmura en su voz plana de siempre. El romano le mira de reojo—. Aunque uno podría decir que las montañas no se mueven, y aunque yo no tuviera monolitos idiotas ni construcciones enormes... podía saber dónde estaba qué cosa, al menos ver los ríos y saber dónde está qué —agrega—, y hoy por hoy, me cuesta incluso trabajo encontrar el sol. Sólo lo digo para que lo pienses.

—No es lo mismo —niega mientras les dejan las bandejitas de plástico con la comida que ya están repartiendo—. Tú te orientabas a gran escala, con bosques y montes y piedras en forma de animales...

—Basta con el tono condescendiente —protesta con el ceño fruncido.

—No es condescendencia, es un hecho —replica con el ceño fruncido.

—Bien. Quizás tú reconozcas todo y no te sientas perdido. Te deseo suerte con ello —asegura investigando cómo quitarle el plástico transparente de encima a su plato y terminando por hacerle un agujero.

—Eh, venga, no te enfades conmigo —mira de reojo como el hombre sentado al lado del pasillo abre su bandeja y le imita con suavidad.

—Es que lo pones como si de verdad fuera obvio que yo sería incapaz de saber donde estaba. Ya lo sé que yo no tenía una ciudad tan horrenda como la tuya, pero aún así, el único sitio que parece más o menos normal es la casa de Schweiz, todo lo demás... no está.

—Tiempos modernos —sonríe de lado y le hace un cariño en la mejilla—. Habrá que redescubrir mi ciudad y sé exactamente cómo lo haremos.

—¿Cómo lo haremos? —pregunta mirándole de reojo.

—¿Quieres que te lo cuente? —sigue sonriendo y se lleva un pedazo de comida a la boca, que vuelve a sacarse automáticamente con cara de asco.

Was? —le mira y... bueno verán... no es que Germania no esté acostumbrado a comer bien (no es Inglaterra), pero no es un gourmet como los latinos.

—Esta... mierda, sabe a plástico —lo mira con detenimiento y lo huele—. También huele a plástico, no estoy seguro que se pueda comer.

Germania le mira con su tenedorcito en la boca, porque sí, sabe mal... pero tiene más hambre de lo mal que sabe. Roma mira a su alrededor, notando que todos comen y prueba con la verdura, apretando los ojos.

Was? Sabe mal, pero no creo que no sea comible —huele un poco el plato.

—Sabe MUY mal... el vino es un desastre, pero esto... ¡por dios! —Francia le manda a decir que es el peor inconveniente de los viajes en avión—. Ugh —sigue protestando mientras se come la ensalada, que eso más o menos sabe como en tierra—. Será por la presión.

—Pues si te puede explotar la verga... —ok, dejen de llamarle verga.

El romano le mira de reojo y luego se muere de risa ahogándose un poco.

Was? ¿Me dirás que no? Si puede pasarte algo así de horrible, el que la comida sepa un poco extraña no es para tanto... en verdad no huele tan mal —y están en primera, queridos... a los de turista no les van a dar ni las gracias.

El romano asiente aun riéndose y bebe un poco de vino, medio tosiendo.

—Esta cerveza... es también asquerosa. Nunca has sabido hacer cerveza —los cinco minutos de odio contra los alimentos proporcionados en el avión.

—No la hice yo —le guiña el ojo, ya más calmado.

—Ah, nein? Alemana no es, ¿no dijo la mujer que era italiana?

—Entonces será de mis nietos.

—Bueno, tú igual no sabías hacer cerveza buena... la llevabas de mi casa —sonríe un poquito de lado.

—Y tú no sabías hacer vino —se encoge de hombros sonriendo.

—No sabía porque no quería hacerlo —le da un golpecito hombro con hombro, yendo a meter su tenedor en el plato del romano.

—Ugh, ¿en serio vas a comértelo? —le acerca la bandeja igual para que pinche lo que quiera.

—Tengo hambre... y no huele a descompuesto.

—En serio, no sé como... va, no te lo comas, comeremos algo en tierra.

—¿Cuánto falta para que lleguemos? —pregunta dándole un último bocado y arrugando la nariz porque sí que sabe mal.

—No lo sé, seguro tiempo suficiente para unos besos, pero acábate la cerveza primero —es decir, límpiate la boca de ese asqueroso sabor.

Germania se la termina de un solo trago, haciendo cara de asco al final y arrugando la nariz. Roma le mira sonriendo y levantando una ceja porque no había hecho tanto drama antes.

—Por Loki, esto sabe peor todo de golpe.

—Como me pongas cara de asco sí haré que te estalle la verga —le toma del cuello acercándole hacia sí con intenciones perfectamente claras. Y como siempre es tomado de golpe y no le queda más que levantar las cejas, cerrar los ojos y besarle de vuelta.

Al menos eso sabe mejor. Además es realmente raro que Roma intente besar a Germania y Germania se niegue. Unos instantes más tarde de beso, vuelve a aparecer una mano en zonas germanas peligrosas y el problema es que eso tampoco es tan raro, así que le deja por unos largos y satisfactorios segunditos antes de darse cuenta...

Germania suelta un gemidito después de unos segundos, y aprieta los ojos, y de repente recuerda que le va a estallar (sí, claro querido mío, te va a estallar pero de OTRA manera). Separa a Roma.

N-Nein, para... parapara... —susurra.

Roma se queda con la boca en la comisura de sus labios y las manos aun en su asunto, sin detenerse. El sajón pone una mano sobre la del latino y en realidad a estas alturas no sabe si lo que quiere es que pare o que siga, pero la estúpida idea de la explosión sigue en su cabeza de manera fija. Hace TODO SU ESFUERZO en resistir, como el guerrero que es pero no sirve de nada, porque además seguro lleva aun acumuladas las ganitas de antes.

Y todos entendemos a que se refiere el romano con "explotar"... cuando unos instantes más tarde, sonrojado por completo, hace un ruidito casi imperceptible y... en efecto, todo termina.

Roma sonríe al notarlo sin separarse de hacerle carantoñas. Bien, piensa en la peor mala palabra en sajón antiguo que se te ocurra, Rom... ¿Vale? ok... acabas de oírla, siendo susurrada por Germania, pero él se ríe sobre su cuello, el malvado.

A tientas, Germania va a revisar si todavía está entero, con la respiración agitada cual si hubiera corrido la maratón. El latino le quita la mano de encima, dejándole que lo compruebe, aun medio echado sobre él.

El rubio suelta el aire al notar que aparentemente está entero y levanta la mano a ver si lo que siente es sangre... con el corazón terriblemente acelerado porque además, el concepto de "no puedes", junto con que haya gente, junto con "te va a explotar, detente, detente" han hecho que... ehm... bueno, le haya gustado especialmente.

—¿Estás entero? —el cínico.

J-Ja... —susurra mirándole de reojo.

—Uuh... pues has tenido suerte, eso ha sido bastante peligroso.

—Es tu culpa, idiota —protesta con la respiración agitada aun.

—Tú querías emociones fuertes —beso, porque él no está tan tranquilo.

Ja pe... —se calla con el beso y la azafata pasa a recoger las bandejas vacías sonrojándose con ellos, aunque esta vez a Roma se la suda la azafata y Germania, que está considerablemente menos histérico que hace rato, le besa mucho mejor, incluso levantando una mano y hundiéndosela en el pelo de la nuca.

Así que ahí va Roma a acabarse a sí mismo mientras le besa, cuando habla el capitán para decir que ya aterrizan. A Germania le importa un pepino. Menos mal porque a Roma también... Así que creo que va a acabar así en plan, momento de aterrizar.

Y no es hasta que la azafata no les revisa los cinturones de seguridad que más o menos se le separa, aunque en cuanto se vuelve a dar la vuelta vuelve a la carga sin enterarse de nada.

Chan chan chan.

Ese maravilloso momento es al tocar tierra y en el fondo Germania agradece el beso, porque se habría puesto tremendamente nervioso. Se separa de Roma a mirar por la ventanilla cuando nota que el avión se sacude y sonríe levemente al ver que es porque han tocado tierra. Se acomoda en su asiento sonriendo, arreglándose ahí abajo y pasándose una mano por el pelo, con los ojos cerrados.

Germania se revuelve un poco toqueteándose un poco el asuntillo para garantizar que lo tiene completo, limpiándose como puede y organizándose en general las regiones vitales. Roma le mira de reojo y sonríe más cuando la gente histérica empieza a levantarse para bajar sus maletas.

El sajón se pasa las manos por el pelo, peleando un poco con la electricidad estática, mientras mira por la ventana, pensando que la vida no va tan mal... sí, los beneficios del apres le, con todo y todo. El latino le tiende la mano, cara arriba.

Los ojos azules miran la mano un par de segundos antes de extender la suya y tomársela, sonrojadito. Le mira de reojo sonriendo un pooooooooooooco de lado.

Domi sumus —susurra un poquito asustadito por un momento, porque hasta ahora no se había enfrentado realmente a la realidad de que TODO ha cambiado.

Germania asiente mirándole y sabiendo de antemano que aunque Roma diga que no, lo va a encontrar distinto, y va a sentirse perdido y angustiado como se ha sentido él desde el instante en que apareció en Berlín. Le aprieta la mano.

—¡Y estoy muriendo por verlo! —sonríe y se levanta, tirando de él ansioso. El germano se levanta más parsimoniosamente, cerrándose el cierre del pantalón y el botón, que no ha podido cerrarse mientras estaba sentado.

El romano da unos cuantos saltitos y sin soltarle la mano al sajón, le da un par de besos a la azafata que les ha atendido, despidiéndose de ella y del resto del personal... cuando pone un solo pie en el finguer, hay una especie de perturbación en el universo... y las nubes se disipan. Roma, Roma te saluda.

Germania siente una oleada de calor y... no quiero decirlo yo pero en alguna medida cierta emoción... la ciudad prometía tener cosas familiares y conocidas.

—¡Mira! —mira los aviones desde las ventanas del finguer con el corazón acelerado, sólo un instante antes de tirar de Germania para salir corriendo.

El rubio levanta las cejas mirando por la ventana, sin notar nada específico que no hayan visto en Berlín, pero presiento, Germania que vas a tener que acostumbrarte a que te haga eso 12421408 veces el día de hoy. Se deja tirar.

Roma entra al aeropuerto corriendo con los ojos y la boca abiertos, tratando de asimilarlo y verlo TODO. El sajón va detrás de él, notando que todo es más o menos muy parecido a Berlín, sólo que hay... terror... más ruido. Como SIEMPRE.

El moreno mira los escaparates de tiendas de comida y de ropa, que aunque muchas tiendas son como las de Berlín, son DIFERENTES, toda la comida huele muy bien (está muerto de hambre) y la ropa es mucho más bonita y hay un montón de gente gritando y corriendo por todas partes y todo parece brillante y reluciente y la gente parecen más guapos y mejor vestidos.

Ay sí, más guapos todos, ¡Ha! ¡Gritos y desastre, es lo único que hay! Y ese olor a fritanguería y a comida (ok, a Germania le rugen las tripas), y el caloooooor... CALOOOOR. En menos de diez minutos, ya que han recogido las maletas, Germania está MAREADO y Roma da saltos por todas partes mirando los anuncios publicitarios y todo el aeropuerto, emocionadísimo.

—Por Thor, si esto era terrible antes, ahora lo es aún más. ¿Dónde está la salida?

—Uaaah! uaaah! —seguro lleva un rato que sólo hace eso, mientras tira de Germania por todas partes.

—Rom, Rom... Espera… Para, ¡Paraa!

El latino le mira y casi ni le ve, aun mirando a todas partes.

—¿Te han dicho cómo salir? ¿En dónde está esto? ¿En el centro? —pregunta tratando de mirar por una ventana para ubicarse... hombre, querido pero si no te ubicas en tu propia casa hoy por hoy...

—Ah, sí, sí, sé donde... donde hay que ir y... uaaaah! ¡Mira esooooo! —nada, da igual, Germania. Este mira pacientemente a donde le dice, sonriendo un poco porque Roma emocionado es bastante mono.

—¡Uaaaah! ¡Me encanta, me encanta! —salta más y vuelve a correr, tan feliz y deben verse un poco ridículos corriendo como niños por el aeropuerto.

(Y Romanito sonríe cuando Germania cuenta esta historia, abrazándose las piernas y recargándose en España, sintiéndose un poco orgulloso, porque al final, él... no Veneciano, no España, no Francia... ÉL, fue quien se quedó con LA CIUDAD de Roma y aunque no conviva mucho con él, sí que hace que le lata el pulso con más fuerza el que el abuelo esté ahí, viendo cómo ha cuidado sus cosas lo mejor que ha sabido o podido).

—¡Todo es tan... moderno! ¡Y bonito! ¡Y reluciente! —se detiene de repente tirando de la mano del germano y deteniéndole, serio. Germania levanta las cejas un poco sorprendido —. Tenemos que salir fuera —decide con completa determinación y vuelve a tirar de él de forma un poco más dirigida ahora.

—Llevo diciéndote eso desde que salimos —indica, cargando la maleta de piel que le ha prestado Prusia y acomodándosela mejor en el hombro.

No le escucha, tirando de él hacia cualquier lado... y se niega a preguntar a nadie, así que dan un par de vueltas antes de encontrar los taxis. Seguro los encuentra Germania que está un poco más enfocado (y alto... uuuuh no digas eso).

—¿Qué te parece? —pregunta Germania, mirándole porque ha notado que se ha puesto serio.

—Es grande, pero quiero ver LA CIUDAD —detiene a un taxista como les ha visto hacer a los niños.

El taxista romano no es especialmente amable, se detiene abriendo la cajuela desde adentro y esperando a que sean ellos los que se suban solitos, con todo y maletas.

Es igual Roma está demasiado excitado e impaciente como para darse cuenta siquiera. Hace lo que sea para ir más deprisa. Germania se sube al coche delante del romano, no sea que le deje si se sube antes y el taxista les mira por el retrovisor preguntando a dónde quieren que les lleve.

Roma se rasca la cabeza sacando sus papeles donde tiene la reserva de hotel que le ayudó a hacer Veneciano, y casi se la lee entera al taxista en un... italiano-latín tratando de parecer que sabe perfecto lo que hace lo mejor que puede.

El taxista, que en realidad tiene así como la menor paciencia del mundo, hace los ojos en blanco, se gira a Roma y le echa un rollo enorme diciéndole repentinamente el nombre del hotel al que se refiere y preguntando si va para allá.

Roma parpadea y le mira unos instantes a los ojos, deteniéndose a sí mismo. Germania les mira a los dos pensando que no deben entenderse entre sí si los dos hablan al mismo tiempo.

Tras unos instantes, el romano vuelve a sonreír y empieza a hablarle a la vez al taxista sobre por donde tienen que ir y por donde no y las cosas que quiere ver y haciéndole UN MILLÓN DE PREGUNTAS.

El taxista le mira unos segundos por el retrovisor antes de arrancar el coche a toda velocidad y a punto de atropellar a una señora con su perro... pasa el 95% del tiempo mirando por el retrovisor y le contesta algunas de las preguntas, ignora algunas otras y le cuenta algunas cosas extrañas.

Hasta que salen de la autopista y se meten a la ciudad en donde Roma está prácticamente con la ventanilla del coche tatuada en la cara viéndolo TODO. Germania intenta prender un cigarrillo sólo para ser prácticamente ASESINADO por el taxista, que le grita que en el taxi no se puede fumar.

El latino empieza a hacer un BILLÓN de preguntas de las que siquiera se molesta en escuchar la respuesta a toda velocidad, señalándolo y viéndolo todo. Esto crece exponencialmente. El taxista responde lo que puede/quiere, insisto. Da igual, tampoco le está escuchando hasta que llegan al hotel, que es un 5 estrellas, porque muerte y destrucción en los hoteles de Roma (lo eligió Veneciano con conocimiento de causa. Romano fulmina un poquito a su hermano. Aun así, muerte y destrucción con los hoteles italianos y cuanto más al sur peor, pero hombre, esto es Italia, seguro algún chanchullo han hecho).

Sea como sea, Germania se asoma por la ventanilla del taxi antes de abrir la puerta, y piensa que... bueno... no se ve fatal. En realidad, venga, nada se va a ver fatal, FATAL para los bárbaros acostumbrados a dormir en hostales 200 años antes de Cristo pero es que han dormido en casa de Alemania últimamente. Casa perfecta, limpia y minimalista. Como sea, por fuera no parece tan mal.

El sajón se baja del taxi, olvidándose del asunto de que hay que pagar, saca sus cigarrillos y se prende uno, mirando a todos lados. Roma no se olvida pero cuando Germania se ha bajado, tiene unas cuantas palabras en italiano muy rápido y a susurros que incluyen conceptos muy dulces sobre cómo tratar a los recién llegados, de imperio asesino de naciones a taxista. La sonrisa de Roma tiene un aire ciertamente oscuro, peligroso y raro.

El taxista se acojona un poco... no vamos a negarlo y no protesta demasiado cuando Roma no le da propina. Eso sí, el chofer se baja del coche y le ayuda a bajar las maletas de la cajuela. Se las da a Germania, porque Roma, con su sonrisa normal de siempre, se va a hacer cola para hacer efectiva la reserva en el mostrador, aun viéndolo todo con la boca abierta y cara de bobo.

El sajón le agradece escuetamente y ya va a meterse con el cigarrillo cuando otro romano histérico le riñe así que cargando las maletas termina de fumar en la puerta, mirando al latino de reojito mientras este revisa sus papeles a ver si se aclara y saca una guía turística, que ya se sabe de memoria. Oh, sí. Hasta que por fin le toca.