Sherlock
Sustancialmente, las tardes en Baker Street se habían convertido en algo menos tedioso cuando no se tenía un caso o bien, cuando Molly no proveía algunas unidades básicas para el desarrollo de experimentos. Y todo gracias a los inusuales, pero así mismo, convenientes antojos de Mary.
Cual si fuese un respiro divino para John, en cada ocacion donde Mary presentaba indicios de algún antojo, terminaba enfurecida si estos no eran saciados pero por Sherlock Holmes. Cosa sumamente peculiar pero no menos extraña. Las primeras veces eran simples necesidades a la madrugada, cosa que fastidiaba al detective, claro. Sin embargo los antojos comenzaron a volverse complejos con cada ocasión.
―John, quiero chocolate suizo― dijo ella en una ocasión. Como ya había tenido aquel antojo John guardaba en el cajón de la encimera algunas barras, pero cuando se las ofreció a su embarazada esposa ella encaro la ceja y se negó a recibir el chocolate. ― Dije chocolate suizo John. Suizo―. El reloj análogo del celular le decía a Sherlock que eran tres menos veinte de la madrugada cuando tomó el viaje a suiza por unas trufas.
Extrañamente Sherlock reapareció al medio día con chocolate y con una sonrisa de satisfacción.
Y ahí estaban en Bakes street algunos días después. Sherlock con un ojo en el microscopio de la cocina revisando distintas reacciones de la saliva con agentes reactivos y los otros dos haciendo nada en particular en la sala.
―Sherlock ―dijo al fin John, quien no había dicho palabra alguna más que un escutelo "buenos días" al llegar al piso con Mary tras él. La cual tampoco había hablado.
―¿Hmm? ―
―No. Sherlock―. Insiste John.
Y Sherlock retira la mirada del microscopio.
Un tenue tamborileo por parte del rubio –clara muestra de ansiedad- es lo único que se escucha. Mary está recostada en el sofá de tres espacios rascándose la abultada barriga.
―Si tienes alguna duda solo hazla―. Dice el detective. Y grande es su sorpresa cuando John niega y le sonríe con los labios apretados y con un ligero sudor sobre la frente.
―Sherlock―, insiste después de un rato.
―¿Si? ―
―No. Tu no. ―
Eso le descoloca más.
―Sherlock Jean Watson. Mi hija. Creo que es un buen nombre y Mary lo cree así también. ¿Qué dices? ―
Sherlock da unos cuantos parpadeos rápidos sin quitar su mirada del rubio doctor. Abre la boca. Suelta unos murmureos, y cierra la boca otra vez. Con la vista perdida en algún punto inespecífico de la sala, el experimento ya no importa. Los agentes caen de la mano del consultor que ni se da por enterado de la reacción efervescente sobre los moldes.
―Dios―, suelta John exasperado y va a limpiar la sustancia reactiva.
―¿Cuánto crees que dure así? ― Le pregunta Mary desde el sofá.
―No lo se, pero apuesto un billete a que regresamos y sigue sin saber que pasó. ―
―¿Un billete? Suena bien. ¿Chino?, que esta mujer es muy exigente con la comida―.Y se rasca la barriga.
John le sonríe a su esposa antes de salir de la cocina e ir a la sala por su abrigo.
Al llegar, unas cuantas horas después, se llevan la sorpresa de que Sherlock continúa con los ojos azules perdidos en el espacio de la habitación con un claro espanto sobre su –regularmente- estoico rictus. John agradece que en esta ocasión no hubiese miembros y bebidas involucradas, pues le da pavor pensar que su buen compañero ya ha probando el gusto humano.
Sin saber que hacer concretamente, John le coloca una manta encima al detective y acompaña a su esposa a descansar. Al siguiente mañana Sherlock continua atónito, Mary con hambre y la saliva en ebullición.
Y claro, la billetera de John con un billete menos.
Fin.
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N/A:Retomando lo fluff y algodonoso. No se que estoy haciendo la verdad, creo que estoy en modo piloto automático. Si es que eso existe, claro.
Muchas gracias por leer. Ciao.
