Sumario: Los herederos al trono, José María Itzae, María José y Josefina Yantzin son desterrados y separados, cada uno condenado a recorrer un arduo y doloroso camino. En un mundo donde todo se pone en su contra, ¿lograrán restablecer su honor mancillado y recuperar aquéllo que les pertenecía?

Pos no estamos muertas, pero casi, casi... Aún seguimos en la marcha, y les dejo este primer capítulo de un nuevo proyecto que no me deja dormir en paz. También les recuerdo que Hetalia y etc., NO me pertenecen, no gano efectivo ni crédito con esto, y les ofrezco una humilde disculpa a las personas que resulten ofendidas por el contenido aquí expuesto. Dedicado a Yukikitsune :3


Capítulo 1: La Princesa del Bosque.

Podía escuchar con una aterrorizante claridad el sonido de las ruedas del carruaje franqueando los casi intransitables caminos, las burlas e insultos de sus captores y los sonidos de las criaturas y bestias que se aproximaban cada vez más rápido hacia ellos. Unas garras atravesaron el techo de madera, amenazando con destrozar el vehículo, y sin pensarlo más, el soldado próximo a ella la tomó con una fuerza bruta del brazo, arrojándola del carro hacia el bosque, pero eso no evitó el macabro destino que ya pesaba sobre esos hombres...

Despertó bañada en sudor, volteando con nerviosismo para asegurarse de que se hallaba en su cabaña, y tras contenerse, abandonó la cama, dirigiéndose a la puerta, contemplando el claro desolado que la rodeaba. Era la cuarta vez qué soñaba con el día qué llegó al Bosque Maldito.

-¿Ya despertaste? -Ella se volvió hacia la voz, encontrando al enigmático hechicero que la acogiera desde hacía más de un año. -Ve a lavarte, el desayuno casi está listo.

La joven morena tomó un cambio de ropa, adentrándose al bosque para seguir un sendero que la llevaría hasta una cascada. No le había dicho al rubio de ojos violetas acerca de sus sueños, pero presentía que él se daba una idea de lo qué estaba sucediendo. Mientras lavaba su cuerpo, se preguntó si todo eso era una especie de señal, un aviso, o quizá un recordatorio de lo que jamás volvería a ser.

Extrañaba su vida en el palacio, no por la atención y los lujos, sino por su gente, sus padres y sus hermanos. Dejó ir un par de lágrimas por sus progenitores, quiénes murieran a causa de las batallas y la tristeza, y oró en silencio por el bienestar de sus hermanos, de quiénes no sabía nada desde la última vez que estuvieron juntos, cuando el futuro monarca del Reino de los Países Bajos se apoderó de sus vidas.

Continuará.