Disclaimer: Los personajes y lugares le pertenecen a Hajime Isayama, autor de este sorprendente anime. Las frases en cursiva representan el pensamiento de los personajes o alguna carta redactada.


LA PRIMERA Y ÚLTIMA VEZ

Más que "casualidad"

Tres semanas pasaron, desde que la legítima reina de las murallas ocupó el trono. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, la gente parecía continuar su vida con un nuevo norte. Lo que alguna vez definían como futuro y esperanza, se veía concretado en la confianza hacia el nuevo gobierno… y el impulso que cada persona encontraba en sí misma, al punto de hacerles creer que sus decisiones harían la diferencia.

Marlo no era la excepción. Más firme que nunca, aguardaba pacientemente la cansina lectura de su solicitud de traslado y el consiguiente sellado de aprobación. Cuando su superior dio el visto bueno y el discurso de su lamento por perder un buen elemento para la Policía Militar, el soldado dejó dicha oficina con una sonrisa que no se había dado el lujo de mostrar en muchos años: era el gesto y anuncio de su triunfo personal en una nueva etapa que estaba gustoso en emprender, al servicio de una noble causa.

Ensimismado en su sueño, mientras doblaba el pasillo y subía las escaleras que conducían a las habitaciones de los reclutas, se cruzó con la persona menos esperada por él en ese instante.

—¡Hitch! —retrocedió, al sentir cómo la chica rebotaba contra su cuerpo— Disculpa, yo…

—¿Marlo? —respondió, quien no pudo evitar examinar su traje de civil, con expresión confusa.

Y quiso tal reacción, que la muchacha no se percatara de la imitación de su actitud por parte de su camarada, que contemplaba su blusa amarilla, chaqueta militar, pantalones marrón pastel y botas negras; casi tan concentrado como ella. En aquellos segundos, el silencio reemplazó cualquier intención de diálogo e incluso las ganas de seguir su camino.

—¿Por qué no llevas tu uniforme? —Hitch hizo contacto visual, tratando de contener su risa— Así pareces uno de esos periodistas que rondan las afueras del palacio…

—No esperaba menos de ti —la inicial fascinación de Marlo se esfumó por completo—. ¿Qué haces holgazaneando a estas horas?

—¿Holgazaneando? ¡Por supuesto que no, compañero! —empujó su pecho con el dedo índice, incómoda por su insinuación de pereza—. Acaban de darme el día libre y pienso aprovecharlo después de tantos días de tensión. ¿Imaginas que alguien como yo sea confinada al trabajo sin descanso?

—Creo que no —resopló, agotado de tanta charla trivial—. Bueno, no te haré perder el tiempo.

—Lo mismo digo —avanzó unos cuantos pasos, en dirección contraria a la de Marlo, pero se detuvo nuevamente—. ¿Y qué hay de ti? ¿También te tomarás el día?

—Pues… —meditó, con un pie en el siguiente escalón— digamos que sí.

—¡Vaya, afortunado! —se cruzó de brazos, fingiendo envidia—. Olvidaba que ya eras un héroe de la revolución, es obvio que quieras hacer uso de tus privilegios.

—No seas ridícula, Hitch —descendió, acercándose con sutil altanería—. Jamás pretendería semejantes favores; y de ser el caso, ambos gozaríamos de la misma condición.

—Claro, pero soy demasiado decente para dejarme corromper… ¡y sobre todo, valiente!

—Lo dice quien chillaba en la emboscada de la Legión —alzó las cejas.

—¡Oye, te salvé de tu pelea con el cara de caballo!

—¡Porque se le cayó el cuchillo! Tenía todo bajo control —se señaló a sí mismo.

—Oh, sí, bastante —respondió, sarcástica—. Quizás la próxima vez, no esté tan dispuesta a arriesgarme por ti.

—¿No te ibas? —cambió de tema.

—¡Eso es lo que haré!

No obstante, ninguno se movió. Marlo y Hitch se miraban intensamente, mientras la soledad de las escaleras cooperaba en aumentar la extraña tensión entre ambos.

—Por todos los cielos… —la joven recluta volvió a reír, para desconcierto del soldado— ¿qué hacemos discutiendo?

—No lo sé —soltó un respiro de alivio—. Creí que nos marchábamos.

—Sí, pero no tengo nada qué hacer —se encogió de hombros—. ¿Vienes?

—¿Qué?

—A tomar algo. Conozco un buen lugar… —le sonrió, para luego tomar su brazo— ¡vamos, no me hagas rogarte!

—P-pero…

El ex integrante de la Policía Militar se dejó llevar por Hitch hasta el exterior del cuartel de Stohess; de allí doblaron hacia la izquierda… y en pocos minutos, la pareja ya se había acoplado al gentío que paseaba por la ciudad.

—No me gusta beber —Marlo habló después de largo rato, a la derecha de la chica.

—Tampoco yo —lo miró—, excepto cierto vino que expenden en las cenas de reporte.

—¿Entonces qué hacemos aquí?

—¡Hombre, diviértete un poco! —lo sacudió, juguetona— Te lo mereces.

—¿Por qué? No he hecho nada de gran mérito.

—Es posible, pero tu terquedad ayudó a que entrara la legítima emperatriz… ¿o ya olvidaste quién pidió ser asignado en la búsqueda de la Legión?

—Sabía que eran inocentes.

—Dudaste unas cuantas veces, Marlo —le recordó.

—Eso, porque tuve que escuchar tus locuras todo el camino —soltó una pequeña risa.

—Sí… —la muchacha suspiró— ¿tuvimos suerte, verdad?

Marlo se limitó a asentir y siguió caminando por la avenida colindante al río de la ciudad. Su típica rigidez al andar ya no era tan evidente, en señal de su comodidad. A su lado, Hitch mantenía el ritmo de la caminata y miraba en intervalos el cielo y el pavimento. Por razones inusuales, su vista se enfocó en sus pies y los de Marlo: avanzaba cada quien por su cuenta. Hitch dejó escapar una risita, al mismo tiempo que se saltaba una parte del camino hasta lograr la sincronía en sus pisadas.

—¿Qué haces? —el soldado notó el juego de su compañera.

—¡Nada! Ahora estamos iguales —celebró el avance de sus pies derechos al mismo tiempo.

—Eres rara —mencionó, tras no hallar sentido en su última acción.

—Creo que es lo más tierno que me has dicho hasta ahora, Marlo —le lanzó una sonrisa coqueta.

—Eh… —se quedó en blanco y volvió la mirada hacia adelante— n-no sé de qué hablas.

La tartamudez del joven causó un nuevo y largo coro de risas en Hitch, en tanto éste sentía ser poseído por un cúmulo de sensaciones inexplicables: adujo su repentina transpiración al calor del mediodía, mientras se esforzaba por no tropezar frente a ella. No sabía por qué, pero tampoco quería arruinar la marcialidad de la caminata que tan infantilmente había conseguido su compañera. Su inevitable mirada de reojo bastó para ruborizarlo y, por primera vez desde su ingreso a la Policía Militar, Marlo se tomó el tiempo para contemplarla.

Mechones castaños al aire libre

Ojos ámbar

Rostro pequeño

Nariz respingada…

—¡Realmente eres único! —la voz de Hitch lo hizo voltear instantáneamente.

—¿Por qué eres así? —bufó, confundido.

—¿Eh? ¿Así cómo?

—Pues… —no supo cómo expresarse— ¡así! Tan despreocupada, como si estuvieras en cualquier realidad, menos ésta.

—Ni idea —replicó—. La vida se ha hecho para disfrutarla.

—Pero no puedes ignorar lo que sucede a tu alrededor, Hitch.

—No lo hago —corrigió—. Sólo… trato de ver las cosas desde la mejor esquina.

—Suena conformista…

—Preferiría llamarlo optimista —le guiñó un ojo—. Nuestro mundo es desalentador de por sí: ¿qué ganamos uniéndonos a su pesar?

Marlo repasó cada palabra de la joven en su mente, sorprendido por semejante nivel de filosofía. Nuevamente, su atención fue la excusa inconsciente para observarla con más detalle.

—Debo admitir… —trató de elegir una frase acertada— que es la primera vez que estamos de acuerdo. O es que en realidad, no te he comprendido del todo.

—Yo digo que esta charla se ha vuelto aburrida —tomó su brazo—. ¡Bien, ya llegamos!

Hitch lo atrajo hacia un establecimiento pequeño, donde solía asistir parte de la nobleza y la Policía Militar de Stohess: allí, lo primero que cautivó los sentidos de Marlo fue el potente aroma del café y los panecillos recién horneados.

—¿Una cafetería? —jaló una silla para que su compañera se sentara.

—Así es —agradeció, viéndolo ocupar su asiento frente a ella—. ¿No pensaste que te llevaría a un antro o sí?

—No. Bueno… —miró hacia todos lados y bajó la voz— han dicho tanto de ti.

—No tienes que creer esas injurias —dejó escapar un inevitable tono de reproche, para luego mirar al camarero que venía a atenderlos—. Buenas tardes. Dos tazas de café y rosquillas, por favor.

—Me gusta el té —se adelantó Marlo.

—Bueno, entonces dos tazas de té —sonrió con donosura, aturdiendo al camarero.

—E-enseguida, señorita… —se retiró, algo sonrojado.

—¿Té?

—Fue lo que pediste.

—Sí, pero tú querías café. ¿Por qué encargaste dos?

—¿En serio? —se golpeó la frente con la palma de la mano— ¡Rayos, debo estar distraída! Le diré…

—¡No! —le impidió levantarse— Ya no molestes al mesero. ¿Acaso no has visto cómo lo pusiste?

—Pero si no hice nada —arqueó las cejas—: ¿a qué te refieres?

—Yo… —se quedó sin argumentos— nada, olvídalo.

Hitch asintió sin comprender y tomó el periódico que había sobre la mesa, por cortesía de la cafetería. Conforme leía algunos encabezados al azar, Marlo continuaba callado e inusualmente reflexivo por la actitud del camarero: él había sido testigo de dicha reacción en otras ocasiones.

No era novedad que Hitch sobresaliera entre las mujeres de la Policía Militar por sus encantos; aquellos que sus camaradas describían, entre burlas, como excéntricos y llamativos. Le costaba comprender la razón de tales conjeturas, sentía curiosidad y contradictorio rechazo hacia su comportamiento… y cuando al fin se había convencido de la personalidad tan corriente de la recluta, la crisis de Paradis cambió su esquema. El patrullaje compartido con Hitch le mostró una faceta por demás distinta a los rumores que caían sobre ella.

Mientras el camarero regresaba para cumplir su servicio, el soldado estudió a Hitch con evidente reconsideración.

—¿Qué te parece?

—¿Disculpa, qué? —Marlo reaccionó.

—Pedí otra ración de panecillos —le comentó, señalando al mesero que iba y venía con una canastilla de dulces—. Digo si está bien, tal vez exageré.

—Nada está de más, cuando se trata de comida —tomó su taza.

—De acuerdo —Hitch masticó un gran bocado—. Igual: si no quieres, me lo das. Tengo mucha hambre…

Marlo trató de olvidar sus últimos pensamientos y bebió el té con infinita mesura. Llegó su turno para comer en silencio, sin notar cómo su compañera lo observaba. Degustando su rosquilla, Hitch paseaba su vista por cada facción del muchacho.

Peinado anticuado

Impecable

Serio

Demasiado serio

Apuesto…

La chica no pudo evitar toser, tras aspirar la harina de su panecillo: ¿de dónde había sacado semejante calificativo?

—¡Hitch! —Marlo dejó bruscamente su taza y se acercó, preocupado— ¿Qué te ocurre?

—Estoy bien, regresa —apenas masculló, en su afán de tomar aire y superar el sonrojo que le causaba su ahogo—. En serio, Marlo, puedo con esto…

—De todos modos —le dio tres palmadas toscas en la espalda—. ¿Mejor?

—Si no has destrozado mi espalda, sí —soltó un quejido, ruborizada—. Rayos, es tu culpa…

—¿Mía? —hizo una mueca de intriga— ¡Acabo de ayudarte!

—¡Sí, pero…! —calló al instante, carente de alguna defensa con sentido—. ¿No ha pasado nada, sí? —se frotó ambas mejillas y recobró la compostura—. Sólo cálmate, no hagas una escena…

—Bien…

Marlo se levantó, al mismo tiempo que algunos comensales volteaban a sus respectivos lugares. Tras ver más recuperada a Hitch, tomó la canasta de panecillos y las vació en una bolsa de tela que la cafetería ofrecía a sus clientes.

—Todavía tengo hambre —la muchacha le arrebató la última rosquilla de la canastilla.

—Me lo imaginaba —sacudió la cabeza—. Sé prudente la próxima vez.

—¿Próxima? —repitió, sorprendida.

—Necesitas aire, vamos —cambió de tema y dejó la cuenta pagada, retirándose primero del establecimiento.

Hitch vio el dinero en la mesa y se levantó rápidamente, alcanzando a Marlo en la avenida principal. Sin consultarle, hurgó en la pequeña alforja que portaba en su cinturón y tomó la mano del soldado para darle algo.

—Esto… —se asombró al contar cinco monedas.

—La mitad que te corresponde. No pagues por mí, si tengo con qué hacerlo.

—Pero es cortesía.

—Y te lo agradezco, pero yo te invité a comer. Así que no discutas.

—Si quieres —Marlo soltó un gran suspiro, más confundido que nunca—. Bueno, así ahorro más…

—¡No tan rápido! —la joven se puso detrás y apretó sus brazos, llevándolo por un jirón concurrido.

—¡Hitch, qué…! —no pudo resistirse y avanzó por inercia— ¿Qué rayos haces? ¡Me avergüenzas!

—¡Tonterías, esto no puede ser peor a la vez que te golpearon los oficiales! —volvió a reír— ¡Todavía no acaba el día, relájate!

La parsimonia de la avenida fue reemplaza por el pintoresco bullicio del mercado más grande de Stohess. Para fortuna de Hitch, una feria había convocado a muchas familias que se entretenían con juegos, platillos tradicionales y un sinfín de artefactos para el hogar. Marlo logró zafarse del agarre de su compañera y acomodó la manga izquierda de su chaqueta azul, mientras observaba el jolgorio.

—¡Casi nunca está tan lleno! —la joven se sorprendió— ¡Parece que traes buena suerte, Marlo!

—¡Yo no te pedí venir! —se quejó, incómodo.

—¿Y en qué crees que gastaremos el dinero que nos queda? —propuso con coquetería, dejándolo aún más desconcertado— Hay pruebas de tiro en ese corredor… ¡vamos, gana algo para mí!

—¡Pero…! —quiso hablar, pero Hitch volvió a jalarlo entre la multitud.

Y desde ese momento, su típica resistencia perdió la batalla. El ir y venir de la gente, la emoción de los infantes, los coros de paz y alegría: aquel ambiente aturdió a Marlo por un rato. Una inexplicable sensación de incertidumbre le impidió razonar como de costumbre y miró a Hitch: ella ya había conseguido unas fichas y apuntó con un rifle hacia un tablero blanco y negro. El sonido del disparo lo hizo saltar, en tanto recordaba su última charla en la oficina de su superior.

La Legión de Reconocimiento

El aire lúgubre de aquella división contrastaba con la comodidad de la Policía Militar: un lugar al que no sentía pertenecer. Sus ansias de contribuir a lo que él consideraba justo no había cambiado, y a la vez le costaba asimilar su separación del cuerpo militar que lo acogió por muchos meses. No sabía qué le esperaba bajo el mando de Erwin Smith, pero intentó desechar cualquier terrible posibilidad.

Optimismo

Eso era lo que necesitaba. La felicidad de su gente merecía defenderse a toda costa. La humanidad tendría una nueva oportunidad. Hitch confiaba en lo mismo, de alguna manera.

—¡Dos de tres! —celebró la joven, soplando la punta de su rifle— Al menos, conseguiré esos zapatos de taco bajo.

—¿Te enorgulleces de tu mala puntería? —Marlo tomó el arma, esbozando una risa burlona—. Deja que un experto te enseñe cómo se hace…

—¿No era yo quien te superaba con el rifle, durante el entrenamiento?

El muchacho sonrió y puso toda su concentración en el tablero, atinando al primer blanco. Mientras éste preparaba sus siguientes tiros, Hitch se permitió contemplarlo. El porte que a menudo lo hacía resaltar en la formación, despertó un interés muy especial en ella: ¡se veía realmente bien disparando! La inclinación de sus brazos, hombros y cuello ofrecían una vista atractiva, su ceño fruncido combinaba perfectamente con el carácter reservado de Marlo. Su silueta inmóvil, nada apreciada por la joven en el pasado, le hizo pensar que quizás había puesto sus ojos en los hombres equivocados.

El último disparo sonó y Hitch quedó boquiabierta: ¡cuatro de cuatro! ¿En qué momento había pagado por más fichas, sin que lo notara? ¿Cómo consiguió romper su propio récord?

—¡Vaya! Nada mal, justiciero —aplaudió un poco, para luego recibir su par de zapatos y otra prenda—. ¿Pero qué…?

—Dijiste que ganara —concluyó—. Además, no hay nada para varones, qué estafa.

—Marlo… —masculló, sujetando un abrigo verde olivo, y volvió a mirarlo con una radiante sonrisa— ¡muchas gracias!

—No hay de qué —trató de no tartamudear y pasó por su lado—. Bueno, no te quedes ahí: ¿vamos a ver más cosas?

La repentina iniciativa del soldado asombró a Hitch, quien aceptó en el acto y lo acompañó en el transcurso del paseo. Casi ningún puesto de la exhibición fue olvidado por ambos, adquiriendo lo que su efectivo en los bolsillos les permitía. Sumaron jugo y otros dulces a los panecillos de la cafetería y departieron sentados en la pileta del mercado, hablando una que otra cosa que se les ocurriera.

La muchacha notó cómo un artista la dibujaba a lo lejos y llamó la atención de éste con una chillona exclamación: en cuestión de segundos, el diseñador cedió a completar su labor, incluyendo a un atolondrado Marlo en el lienzo. Hitch se aferraba a su brazo para no dejarlo escapar, reía con las constantes quejas de su camarada, hasta que el suplicio terminó con la entrega del dibujo a carbón.

—¡Demonios, Marlo! —su risa se volvió interminable— ¡Qué cara tan fea pusiste!

—¿Yo? ¡El dibujante es un torpe! —replicó, ofendid0 e irónicamente impotente por no aguantar la gracia del momento— ¡Mira tu nariz, pareces el pajarraco que cría el teniente!

—¡¿Cómo te atreves?! —le lanzó suaves golpes al azar, en tanto ambos estallaban en carcajadas.

—¡Ya, ya, ya! —trató de detenerla— ¡Basta! ¡No soy Jean Kirstein, tonta!

Marlo frenó el ímpetu de sus muñecas y se quedaron mirando por largo rato, calmando su agitación. El juego había desordenado algunas hebras que caían sobre la frente de Hitch… y muy al contrario de lo que podría pensar, dicha imagen cautivó al soldado: lucía tan salvaje como la vez que lo defendió del maltrato de la Legión, sus ojos despedían la misma fuerza de aquel día. En el vaivén de sus pensamientos, el término hermosa surgió espontáneamente para calificar a la extravagante mujer.

—Nunca me dejaste en el bosque —la soltó lentamente—. ¿Por qué?

—Pues… —la pregunta la tomó desprevenida— ¿no habrías hecho lo mismo?

Sí…

La palabra jamás salió de sus labios; y sin embargo, el silencio cómplice bastó para resolver sus dudas. Percatándose de la extrema cercanía entre ambos, Hitch y Marlo reaccionaron con el toque de las campanas que anunciaban el ocaso.

—Ya es tarde —la chica se apresuró a tomar el lienzo—. Debemos volver.

—Claro —asintió, cargando los premios ganados en la prueba de tiro.

Tal como llegaron, ambos dejaron la feria que todavía no terminaba, rumbo a la avenida principal. En todo lo que demoraba el sol en ocultarse, ninguno dijo nada, por importante o trivial que pudiera ser una probable charla. El río brillaba con los últimos rayos del astro rey, las palomas surcaban el cielo vespertino… y la tranquilidad del momento se rompió con el fuerte bostezo de Hitch.

—¿Ya tienes sueño?

—Me desperté muy temprano, hoy día —se frotó los ojos—. Generalmente, duermo hasta dos horas después del alba.

—Perezosa.

—Aunque no lo creas, me ayuda a mantenerme en forma —se cruzó de brazos.

—Como digas —se encogió de hombros—. Fue un día agradable.

—¡Por supuesto! —expresó, vanidosa— Gracias a mí, saliste de tu agujero.

—Me arrastraste, dirás. Aun así —la miró—, te lo agradezco…

—Ya, no seas exagerado… —esbozó una delicada sonrisa, mientras dirigía su vista al frente.

—Lo digo en serio —agregó, tras notar la turbación de la chica.

—Lo sé, Marlo.

—Sí, pero parece que dudaras; o algo te pasa, porque estás roja… —la examinó.

—¡Son ideas tuyas! —rio Hitch, palpando su mejilla con el dorso de la mano— Es obvio que el inmenso calor me afecta. ¿Acaso no lo sientes?

—El sol se ocultó hace un rato.

—¿Sí? —recién se percató de la llegada de la noche—. Bueno, el bochorno continúa —resopló, avergonzada por su distracción.

—No tienes remedio, Hitch —sacudió su cabeza suavemente, resignado y sonriente a la vez—. ¿Aunque sabes? Te he juzgado mal todo este tiempo: de hecho, eres una gran persona y m…

—Me agradas —ambos hablaron al mismo tiempo.

El último diálogo imprevisto fue capaz de silenciarlos como en la pileta del mercado: para ese entonces, ya estaban frente al cuartel de la Policía Militar, de donde salía un soldado muy conocido por el par.

—¡Dreyse! —Boris, un integrante de su escuadrón, la llamó— El comandante te ha buscado toda la tarde. ¿Dónde rayos estabas?

—Ésa no es manera de hablarme —protestó la aludida, en tanto Marlo la miraba con intriga— ¡Tranquilízate!

—¡No estás en posición de exigir! Dejaste tu puesto sin licencia, así que debo reportarlo.

—Haz lo que debas hacer, Boris —pasó por su costado, molesta—. Me siento demasiado bien hoy, como para amargarme. ¡Vamos, Marlo!

El muchacho siguió a su compañera y caminaron callados por el primer piso del cuartel y las escaleras, hasta llegar al pasillo de las habitaciones. Allí, Hitch le entregó un rato sus cosas, para abrir la puerta de su cuarto.

—Escapaste en pleno servicio.

—¿Tú también? —espetó de espaldas, inusualmente frustrada por un problema con el cerrojo— Maldita puerta…

—¿Por qué lo hiciste? —su voz sonó seria.

—¿No importa, sí? —lo encaró— La que será amonestada soy yo, no te preocupes… —logró abrir la puerta.

—No explica nada —volvió a cerrarla con fuerza.

La recluta se sorprendió ante tal arranque y la felicidad que alguna vez iluminó su mirada se tornó en una expresión sombría. Bajo la pobre luz de las velas en el pasillo, Marlo contempló el rostro desencajado de Hitch, al punto de pensar que en cualquier momento la vería romper en llanto.

—Has actuado muy raro conmigo, desde la mañana. Dime el motivo.

—¿Quieres saberlo? Bien —respiró hondo—: me comporté así, porque… —le costó hablar unos segundos— ¡sé lo que estás dispuesto a hacer! Y aunque no soy quien para interferir en tus decisiones, al menos te pido que uses la cabeza.

—¿Acaso…? —no pudo evitar asombrarse.

—Un guardia me contó que fuiste al despacho del superior. Supuse que tenía que ver con tu idea de ingresar a la Legión, has hablado de eso los últimos días —frunció el ceño—. No mientas…

Marlo comprendió su discurso y bajó la mirada, incapaz de refutar. La seriedad que lo caracterizaba se esfumó por un instante y por primera vez ante ella, se mostró como el muchacho de dieciséis años que era y el cual temía ser reprendido.

—De cualquier manera, ibas a enterarte —cerró los ojos, confirmando sus sospechas.

—Marlo… —sonó decepcionada— ¡¿enloqueciste?!

—Fue mi elección.

—La más tonta que hayas hecho.

—No pedí tu opinión —respondió, ofendido—. Quiero servir a la causa del comandante Erwin.

—¿Para qué? —rebatió— Sabes lo que cuentan de esa división, lo hemos vivido hace tres semanas. ¡¿Te sacrificarás como si tu vida no valiera nada?!

—¡Las cosas no son como antes, Hitch! —soltó los premios de la feria y la tomó de los hombros, con gran entusiasmo— ¡Esta vez hay esperanza!

—¡No, mientras existan titanes fuera de las murallas! —se zafó.

—¿Basta, quieres? —exigió— ¿Quién te entiende? Hoy hablabas tan apasionada sobre el optimismo, que debíamos abandonar el pesar del mundo.

—¡Exacto! —apretó sus puños, por la rabia— ¡Mantenerse con vida, no actuar como un idiota suicida!

—¿Quién dijo que será así? —había dolor en su tono de voz— No hables como si fuera a morir: ¡lucharé y sobreviviré por este mundo!

—¿Te estás escuchando? —la idea de su fallecimiento la estremeció— Marlo, recapacita… ¡¿por qué crees que vienen tan pocos de las misiones?! ¡Tendrías que ser demasiado fuerte o especial para soportar esa masacre! ¡Tu lugar no está en la Legión!

—¿Y a dónde pertenezco, según tú? —golpeó la pared— ¡La Policía Militar es corrupta, he sido el hazmerreír de la división por meses! ¡Nadie me tomaba en serio, ni siquiera tú!

La última frase hizo eco en la mente de Hitch, reafirmando aquella verdad. Por su parte, Marlo detuvo sus reclamos hirientes, tan agotado como ella, y suspiró con fuerza.

¿Por qué le dolía, si estaba tan seguro?

—Intentaste disuadirme —concluyó, defraudado—. La feria, el té compartido, tu perspectiva de vida… me habías inspirado realmente. ¿Todo era una actuación?

—No… —murmuró, con un nudo en la garganta.

—¿Entonces qué fue? —retomó su mirada adusta— Porque no sé si creerte. Temo decepcionarme de nuevo…

Y aquel discurso fue la última puñalada. Hitch se sobrepuso a cualquier clase de debilidad y contuvo un sollozo, mientras se agachaba para recoger el abrigo, los zapatos y el lienzo que obtuvieron en la feria.

Su primera salida con él

La última reunión que tendrían…

Su poca fortaleza la obligó a mirarlo.

—Adiós, Marlo —abrió la puerta de su habitación.

—Hitch… —no terminó de hablar, al verla encerrarse.

Dos puertas más en el pasillo se cerraron también, en señal de que algunos reclutas curiosos habían presenciado la escena. Sin embargo, el soldado no prestó atención a tal detalle. Su cuerpo se mantuvo inmóvil frente a la puerta de Hitch… hasta que la voz de la razón lo hizo sacudir su cabeza y rechistar, en dirección a su propio cuarto.

Ya era tiempo de organizar sus cosas y mudarse a su nuevo hogar.


N.A.:

¡Hola! ¡Qué tal, todos! Aquí, una nueva historia para Shingeki No Kyojin… y esta vez, estoy decidida a llenar un vacío que me dejó triste desde la última vez que buscaba fanfics de una pareja que tanto amo, y de la que casi nadie escribe :''v

Marlo y Hitch son esa dupla que sorprende, en cuanto a si se llegó a forjar sentimientos románticos entre ambos. Sabemos que Isayama nunca concretó nada, al hacer que nuestro soldado muriera con Erwin y la Legión, durante la batalla contra el Titán Bestia. Desde ese día, mi corazón se partió… y mucho más, con los últimos recuerdos de Marlo hacia Hitch. ¿Amistad o más que eso? No se llega a una conclusión concreta, pero en lo personal me gusta pensar que él sí llegó a enamorarse de ella, pese a que los dos llevaban un trato de admiración/antipatía. Si no, recuerden cómo Hitch trataba de convencerlo de que no se uniera a la Legión, pero el pobre no se dio cuenta de sus verdaderas intenciones, más allá de mantenerlo en la Policía Militar. Creo que si Hitch se hubiera arriesgado a confesarle lo que se sentía y Marlo abría los ojos finalmente, pudo haberse logrado algo hermoso (y quizás corto) entre ellos :''v

Así que he intentado plasmar un "qué sucedería" si hubo alguna interacción entre los dos, antes de que Marlo se fuera a la Legión a cumplir su voluntad de ayudar a su mundo.

Espero que les guste este primer capítulo, gracias por sus lecturas y reviews… ¡y hasta la próxima! :')