Ser amante de él no fue fácil, por un largo tiempo, todo fue perfecto. Él la amaba y ella a él, luego tuvieron a sus hijas. Preciosas chicas, pero con un terrible don... El Don de Lucifer… Luego llegó la tempestad, él se marchó, dejándola con sus cuatro pequeñas, y a la que venía en camino. Pero era su obligación, se había alejado por mucho, mucho tiempo de su reino. Y por a ver sido su amor, su mujer, ahora era castigada por todas las personas…
-¡Yo te maldigo! ¡A ti y a tus hijas!- escupió veneno aquella maldita sacerdotisa en medio de su agonía.
Su mirada de odio se dirigía a aquella pelirosa, aquella mujer embarazada de ocho meses que se encontraba ensangrentada y magullada. Esos ojos brillaban con rencor y odio. Pero su sonrisa burlona seguía intacta. Luego de haber escapado de aquella casa de la tortura, tuvo que luchar con aquella maldita vieja. Todo por él.
Por la persona que más amaba, se encontraba a medio morir, separada de sus hijas.
-Morirán…- escuchó como esa mujer, Kaede, comenzaba a susurrar algo. Cautelosa como siempre, se acercó a paso lento y luego se arrodillo cerca de ella. Y sin previo aviso, la sacerdotisa agarro su mano con fuerza.- Te maldigo Sakura Haruno, tú y tus condenadas hijas morirán. ¡Nadie se salvará! Ni siquiera, a la que llevas en tu vientre. Sōdeare! - dijo en su último delirio. La pelirosa cerró los ojos.
-Morirán, la Aldea Maldita arderá- susurró al viento, una promesa de odio que se cumplirá. Al instante, apareció una pequeña niña de ojos azules. Su mirada fría se poso sobre la mujer que se encontraba cerca de su madre. La ignoró, y a paso lento se acercó a su progenitora, un chakra color verde emanó de sus pequeñas manos y comenzó a curarla.- Y tú la cumplirás…- sus manos se tensaron.
Dos semanas después…
La lluvia caía fuertemente, el cielo lloraba las pérdidas o ¿Tal vez le demostraba la ira de aquellas pequeñas, y el odio de su madre?
Como prometió, como su odio prometió, la Aldea ardía, los gritos de las personas se iban apagando. Vio cómo su hermana mayor reía encima de una casa, su hermana gozaba del sufrimiento de los aldeanos que maltrataron a su madre. Cuando la pelirosa se esfumó, vio con sus ojos azules, como la casa se derrumbó.
Sin mirar atrás, o sus acciones, ella camina hacia la salida de la aldea con tranquilidad por aquellas calles ensangrentadas. Las personas gritan con pavor al verla, pero las otras eran más sádicas, y si debían elegir como morir, la elegían a ella. Haruno Cristal. A esa pequeña mocosa de 5 años, que fue capaz de matar a toda su familia y aldea.
Sus hermanas mayores la esperaban con una sonrisa mientras la lluvia caía con furia sobre ellas. Recostada sobre un árbol, se encontraba su madre, teniendo en brazos a la nueva Haruno. Otra asesina, otra maldición como les había dicho su supuesto padre. Aquel hombre que siempre las miró con odio.
Sakura Haruno, comenzó a perder la visión, veía como unas sombras-que dedujo que eran sus hijas- se acercaban a paso lento hacia ella. Les tendió a su pequeña niña. Sabía que su hora se acercaba. Después de haber sido brutalmente golpeada por los aldeanos de esa aldea, mientras que su amado esposo la miraba con una sonrisa, el amargo final la esperaba. La muerte clamaba por ella, lo sentía.
¡Maldito hijo de puta!
Casi moría su niña por culpa de aquellos infelices. Y ahora, la aldea se encontraba en llamas, sin un habitante vivo. Todo por su promesa, o más bien dicho, todo por él.
-Las quiero mis niñas. Cuiden a su hermanita. No…- se detuvo cuando sintió una punzada en el pecho, que le hizo toser sangre, y con una mueca de dolor continuo.- No dejen, que esa maldita cumpla con lo que prometió. Sean felices y deben estar unidas.- dijo en su último suspiro, y cerró los ojos para no abrirlos nunca más.
Miraban con una tristeza infinita a su madre. Aquella mujer que peleo con el mundo por ellas, y para estar, con aquel demonio que no pudo defenderla porque ya no estaba en su mundo. Su padre sin duda.
Cristal miraba a sus hermanas. Kin y Rin, las gemelas de 7 años, se abrazaban fuertemente. Kin, con sus ojos color almendras y, su cabello corto. Lloraba y miraba el cuerpo inerte de su madre. Rin, a diferencia de su hermana, con sus ojos grises miraba el suelo, sin derramar una lágrima, fría, como siempre. Ayame era la mayor, tenía 10 años, su cabellos largo, con su típica trenza, que se meneaba con el viento. Sus ojos ámbar trataban de contener las lágrimas mientras miraba a la nueva integrante de la familia.
Cristal suspiro tristemente, las pequeñas hondas de su cabello acariciaban su rostro. Sosteniendo firmemente a la bebé, se dio cuenta que comenzaba a despertar y observó a la pequeña como abría sus ojos y esto hizo que se sorprendiera.
-Tiene los ojos de mamá.- susurró, pero la alcanzaron a oír, se acercaron con rapidez, y descubrieron que era cierto. Tenía unos hermosos ojos color jade. Sin duda era la que más se parecía a su madre.
-¿A dónde iremos?- pregunto Rin, sin más lágrimas en sus ojos observaba como se esfumaba el cuerpo de su madre, él se la llevaba al infierno, quería tenerla.
-A Konoha.-sentenció Cristal, allí estarían a salvo. Pero…
-¡Pero hace unas horas terminó de atacar Kyuubi!- exclamo Kin, lo había visto en una de sus visiones.
-En Konoha está Sarutobi-san. Él nos dejará pasar.- afirmó Ayame con una voz áspera.- Pero tardaremos semanas en llegar, yo digo que usemos a Aiko.- propuso, recibió una afirmación por parte Rin y Cristal. Realizo unos sellos y una hermosa loba color blanco apareció.
-¿Cómo…-comenzó Kin llamando la atención de todas.- ¿Cómo la llamaremos?- y todas las miradas se posaron en su nueva hermana.
-Sakura.- todas miraron sorprendida a la de ojos azules.- Se parece mucho a mamá.- se justificó.
Asintieron. Sólo esperaban que no corra la mala suerte de su madre, que no se enamore de un demonio. Se montaron a esa hermosa loba, y partieron con una velocidad impresionante, dejando atrás una Aldea consumida por el odio. Y a lo lejos, se podían ver destellos rosados…
