ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO
Ni si quiera se decir como inició. Lo único que se es que estaba desesperada. El rechazo y el vacío siempre permanecieron a mi lado, sin dejarme un solo instante.
Primero mis padres, me abandonaron cuando yo era un bebe. Me duele imaginar lo distinta que sería mi vida si ellos estuvieran conmigo.
Después Anthony, su muerte me partió el corazón. Sentía que me faltaba el aliento y creí no poder seguir adelante.
Recuperarme nunca fue garantía, por que solo lo hice para experimentar un dolor más intenso. Mi amor juvenil, tuvo que tomar una difícil decisión. Eligió cumplir con su deber, y no podía ser de otra manera. Ella lo necesitaba más que yo. Así que mi Terry me dijo adiós y partí de su lado con mi corazón destrozado. Creí que era todo, que ya había acabado que saldría adelante como siempre.
Recuperar a Stear fue un alivio, verlo de nuevo aunque sea con su cuerpo mutilado, fue como rosas en mi corazón….
Pero ahora….que sola estoy, sola para siempre… sin ti, sin tu presencia
¿Por qué no te vi antes? Estuviste tan cerca de mí, tanto tiempo te miraba sin verte realmente.
Tu, mi amigo, mi confidente, mi gran amor…Mi príncipe!...
BLANCO Y CENIZAS
16 de Abril de 1919
El avanzaba en su auto con la esperanza de encontrarla. Sabía que era el único sitio donde podría estar. Vestida de novia había salido de la mansión de Lakewood desconsolada hecha un mar de lágrimas, después de haber leído esa carta. Se había resignado a perderla, haciéndose a un lado para permitirle ser feliz como ella se lo merecía. Sin embargo ahora sufría más que nunca.
Llegó a aquel viejo chalet, y bajó inmediatamente para buscarla. Esa propiedad había sido su más preciado refugio desde que se conocieron. Solo ellos lo visitaban, nadie profanaba esa morada. Él le daba libertad a ella para usarlo a su antojo. Era para Candy su lugar de consuelo.
Abrió lentamente la puerta y encontró un zapato blanco tirado en el suelo, como en el cuento de aquella cenicienta. Lo tomó y observó al alrededor de aquel pequeño salón.
Ahí estaba, tirada en suelo sin su vestido de novia que estaba hecho bola en la chimenea con brazas encima y humeando. Recargada en el asiento de aquel viejo sillón donde se habían sentado a conversar después de la revelación de su identidad. Se sintió terriblemente culpable por verla tan hermosa, con sus piernas flexionadas y dejando al descubierto su liguero blanco. Más deseable que nunca, lista para abrirse como una rosa en aquella noche de bodas que nunca llegaría.
Trago saliva y caminó hacia ella lentamente para no asustarla. Se escuchaban grandes sollozos y preguntas con ansias de una respuesta:
- ¿Por qué?... ¿Por que a mí?...Estoy tan sola…-Grandes lágrimas corrían por su cara derramando el maquillaje que con gran destreza fue puesto en su cara. Ahora estaba bañada en manchones negros.
- ¡No digas eso pequeña! ¡No estas sola!- Le dijo Albert parado junto a ella.
- ¡Albert! .- Levanto la cabeza y se hecho a sus brazos sin importarle que estaba en ropa interior. Al verlo sollozó con más fuerza.- ¿Por qué Bert? ¿Por qué me hizo esto?
- No lo se pequeña, no lo se.- la abrazaba con ternura tratando de consolarla
- Con Eliza Bert, por que con ella…- Y se deshizo en lagrimas recargada en su pecho. La funesta carta tenía la confesión de un hombre que la despreciaba por que ella había renunciado al apellido Andrew, dejando en claro cuales eran sus intensiones desde el inicio.
Como médico del hospital San Juana la había conocido meses atrás y su interés había aumentado cuando alguien había cometido la indiscreción de mencionar que era la hija adoptiva de los Andrew, asunto que ella se había esmerado en ocultar. Así evitaría ser rechazada o sobreestimada.
A pesar de las insistencias de Albert, nunca pretendió ser tratada como hija oficialmente. Por el contrario, quiso permanecer en el anonimato. Pidiéndole en vísperas de la boda que la despojara de su apellido.
- Quisiera evitarte este sufrimiento, pequeña. Pero Sara Legan me lo ha confirmado. Se fueron desde anoche, ella también les dejó una carta comunicándoselo.- El sacó su pañuelo y limpiaba su cara, ella estaba mirándolo y se hecho otra vez en sus brazos dejando salir grandes lágrimas y sollozos ahogados.
- Jamás seré feliz…Nunca nadie querrá amarme…- El la escuchaba incrédulo. La separó de él para mirarla
- Candy no digas eso. Tú vas a ser feliz y muy pronto encontrarás un hombre digno de ti que te ame por lo que tú eres.
-No! Nunca nadie me ha querido y los que lo han hecho se han ido. No están…- El la miraba con intensidad, limpió sus lágrimas con su mano en la mejilla. Quería decirle que no era cierto, que él estaba loco por ella, que la había empezado a amar como hombre desde que perdió la memoria. Pero sabía lo vulnerable que estaba, y tal vez esa confesión sería el fin de su hermosa amistad.
- Eres maravillosa en todos los sentidos, todos te aman, no dejes que un mal hombre acabe con eso.
- Y entonces? Por que me suceden estas cosas. Pensé realmente que me amaba Bert, de verdad le creí…Por que el daño, para que? Pudo ser sincero y decirme que le interesaba más por mi apellido.
- Pero tu no le dijiste que ibas a renunciar a ser hija adoptiva de los Andrew?
-No…no se lo dije hasta hace dos días. Para mi no era importante. Él dijo que no le importaba mi origen, ni la familia Andrew. Debí saberlo. Se puso tan extraño cuando se lo dije, hasta violento…
- Te hizo daño?- Preguntó Albert en tono alterado.
- No, solo aventó el vaso en el que tomaba jugo. Lo estrelló en la chimenea del departamento. Era como si no fuera la misma persona. Me preguntó si se podía revertir y le dije que no, que ya había firmado los papeles que George me había enviado; ni si quiera los leí.
- Nunca lees lo que firmas, siempre te lo he dicho.
-Ya se, pero no creo que siendo George tenga que dudar de él.
- Si pero…
- En su carta me decía que él necesitaba algo más, subir socialmente, ya que para su carrera era benéfico. Me pedía disculpas por no poder cumplir con su palabra de matrimonio y que había encontrado a otra mujer con la que podrían hacer realidad sus expectativas. Era tan frío Bert, era tan cruel, nunca me amo, nunca…- Él había leído la maldita carta que tanto daño le había hecho a su pequeña, haciéndola añicos antes de salir a buscarla.
Afuera comenzó a llover. Albert se separó de ella, fue hasta la chimenea y sacó los restos de aquel hermoso vestido de novia, que la Tía Abuela le había mandado hacer con uno de los más prestigiados modistos de Chicago. Recordó el día que llegó al apartamento y lo sacó de la caja para mostrárselo, contenta radiante, sin sospechar que unos días después estaría hecho cenizas.
Ella observó toda la escena, luego cerró los ojos y se dejó caer en el gran sofá totalmente abatida. Se miró a sí misma y comprendió entonces que Albert la había encontrado casi desnuda. Tapó su escote con sus brazos sintiendo vergüenza. Albert la sorprendió poniéndole encima su saco, sin dejar de mirarla. Ella lo miraba extasiada, siempre había pensado que era guapo, el más bello de los hombres. Una mezcla de Apolo y Aquiles parecido a un semi-dios.
- No sufras más Candy, él no se lo merece.- Le dijo sentándose junto a ella. Tomó sus manos y las besó dulcemente. Las llamas de la chimenea se habían avivado por la ausencia del vestido que las sofocaba, iluminando su cara manchada, sus ojos hinchados, pero bella como siempre y felinamente seductora.
- Pensé…que no ibas a estar aquí, me dijiste que no ibas a poder asistir a la ceremonia.
- Lo se, pero…- Había decidido no asistir a su boda. Le era imposible soportar verle en el altar con otro, sin embargo, después de una tormentosa noche sin dormir, decidió ir a Lakewood para estar con ella. – Quería estar contigo…- Ella volvió a sollozar.
- Lo he perdido todo Albert…no tengo nada
- No es cierto, me tienes a mí.
- Pero nadie me ama como mujer.- Dijo Candy mirándolo.- Sería tan hermoso ser amada por un hombre que me quisiera por lo que soy, sin culpas, tiernamente, con una amor genuino y no fingido.- Ella empezaba a ponerlo nervioso, pensó que estaría bajo los efectos de alguna droga, por que Candy estaba muy cerca y enormemente seductora. Ella pensaba: Por que nunca la había visto con otros ojos? Tal vez por que su cariño hacia ella solo era fraternal, y la consideraba solo una niña. Hubiera dado todo por tener un hombre igual a él, que la amara intensamente, como nadie nunca lo había hecho.
Fue entonces cuando él no se pudo resistir. Tan cerca de sus labios y tan extasiado de ella, envuelto con un aroma a rosas que emanaba por todo su cuerpo producto, tal vez, de un baño de esencias, lista para su despertar como mujer. Se volvió loco por un instante y lentamente se acerco y deposito en su boca un beso.
Ella no lo rechazó. Se consumieron en un beso tenue, suave. Él sentía el sabor salado de sus lágrimas que se habían negado a dejar de salir. Fue entonces que ella también entró en el mismo trance y puso sus manos en su cuello acariciándolo, entrelazando sus cabellos por los dedos, provocando en él un escalofrío por todo su cuerpo. No quería separarse de ella, la tomo entre sus brazos recorriéndola por la espalda, bajando hasta su cintura.
La lluvia arreciaba afuera. Las llamas de la chimenea iluminaba el salón casi en penumbras ocasionado por el temporal. Y sus cuerpos se negaban a separarse, más bien dulcemente intensificaban sus caricias. De pronto un aire de coherencia atravesó por la mente de Albert apartándola de él.
- No!...- El la miró angustiado, empleando una gran fuerza de voluntad para no continuar pegado a su boca
-Por favor…- Le dijo ella suplicando tomando su mejilla
- No pequeña no es correcto.- Le dijo esquivando su mirada para evitar caer de nuevo. Ella se sintió humillada y agachó la mirada apretando los ojos y los puños.
- No me rechaces, por favor…- El la miró totalmente impactado…Rechazarla? si era lo que más amaba en la vida.
El momento de locura se desbordó, se levanto y la tomó entre sus brazos llevándola hasta la habitación principal. La miraba con gran intensidad, ya no razonaba solo quería perderse en esos ojos esmeralda.
Todos en la mansión estaban muy preocupados. La Tía abuela estaba sentada en uno de los sillones de la sala, con un semblante grave y angustiado por el paradero de Candy.
Desde el fallido compromiso de Candy con Neal, y al saber como ella había cuidado a William en su amnesia, su trato hacia la pecosa había cambiado por completo y aún más con el regreso de Alistear, ya que como la mejor de las enfermeras había contribuido a su recuperación después de la guerra.
Se mostró desde ese momento condescendiente. En total agradecimiento por los cuidados hacia la familia. Ella había sido la más interesada en que Candy fuera reconocida como parte de la familia. Sin embargo Candy mostro oposición desde el principio explicando sus razones, y la Tía Abuela no tuvo más que respetar su decisión.
Se había hecho de noche y Candy tenía perdida casi 8 horas. Con mucho pesar habían tenido que decir a los invitados que la boda programada para el medio día, se cancelaba. Los diarios no estaban informados así que ningún medio sabia de la boda. Aún cuando era una ceremonia sencilla, iba a ser algo concurrida. Después de eso, estaban en la mansión solo las personas más importantes para Candy.
La señorita Pony y la hermana María no habían soltado el rosario de sus manos, en ratos orando y otros comentando su preocupación hacia los que estaban reunidos en aquel salón de la mansión de Lakewood.
- Dios mío, donde estará Candy?-Expresaba con pesar la Señorita Pony
- Cálmese señorita Pony, él Tío William salió a buscarla.
- Lo sabemos joven Cornwell, pero ya ha pasado mucho tiempo.- Le dijo la hermana María a Archie.
- Confiemos en que William la encuentre, él más que nadie la conoce. Tal vez se sienta tan humillada que no quiere ver a nadie.- Dijo Janis Cornwell sentada a un lado de La Tía Abuela.
- Y no es para menos. Con mucho dolor debo reconocer que el comportamiento de Elisa ha sido totalmente vergonzoso. Jamás le podré perdonar la deshonra que ha traído a la Familia. Sin mencionar el gran sufrimiento que ha causado a Candice. Ese sujeto debe ser castigado. Jamás lo admitiré como miembro de esta familia.- Dijo con severidad la anciana.
Stear, Archie, Annie y Paty, la miraban realmente molesta con Elisa, como nunca antes la habían visto, ya que siempre se había jactado de que era su favorita.
Al poco rato entro al salón el padre de Stear y Archie.
- Buenas noches
- Los encontraron?- Pregunto su esposa
- No, al parecer salieron en el tren hacia Denver. El tipo es muy listo. Nos hizo creer que se iban a New York.
- Malditos! Y Candy perdida por su culpa…- Dijo Archie golpeando el respaldo del sillón en el que se encontraba sentada Annie.
- Debemos permanecer serenos, el Tío William la va a encontrar ya verás!.- Dijo Alistear recargado en su muleta, siempre con su aire sereno y ecuánime, su mano sostenida por Paty. El y Archie se habían casado hacía año y medio en una hermosa boda doble.
Al cabo de una hora más de angustiosa espera, George atravesaba el gran salón, dirigiéndose hacia ellos. Sumido en sus pensamientos. Aquella escena lo había conmovido. Al llegar al pequeño Chalet vio el auto de Albert estacionado; había entrado con sigilo y con su prudencia acostumbrada. Vio la chimenea encendida, el saco de William y los zapatos de Candy en el suelo. Noto el silencio y camino con cuidado a la habitación principal. Su sorpresa fue muy grande. Alcanzó a ver sus siluetas. Los mechones rubios dispersos en la almohada y él abrazándola con mucha ternura. Profundamente dormidos.
Salió sin hacer ruido para no despertarlos, y se fue hacia Lakewood, para contar una magistral mentira, y quitar la angustia de aquellos seres queridos.
