Disclaimer: Dragon Ball, todos sus personajes y situaciones, le pertenecen a Akira Toriyama; el resto es una simple 'suposición' fanfickera y sin fines de lucro.
Notas de Autor: "Cómo sangra el subsuelo" pretende integrar parte de los escenarios y personajes que aparecen en "DB1: La leyenda de Shen-Long" a la línea temporal-oficial de Dragon Ball, y de darle coherencia al temor fundado que Bulma y Krillin sentían por el ejército de la Red Ribbon.
El pasado de Lunch, Yamcha, Puar, Tenshinhan, y del Coronel Silver —y de otros más— será parte importante en el desarrollo de la presente historia.
Sean bienvenidos, y disfruten de la lectura.
"CÓMO SANGRA EL SUBSUELO"
Prólogo: A casa…
Un Darkfic de la Red Ribbon
Por
Esplandian
Como cae el rocío en arena inextinguible,
la sangre sólo sirve para lavar las manos de la ambición.
Lord Byron
A veces soñaba con los campos bordeados de manzanos, con el inconfundible aroma de la tierra recién arada… y las memorias regresaban a él cómo el rumor de risas lejanas.
— ¡Pansy! ¡Lunch! — las invoca cómo ellas en él invocan una tenue sonrisa y aquel brillo en los ojos que señala la inocencia. Y su voz de muchacho se pierde entre el arrebol de huyentes petirrojos, y es que las ve allí en lo alto de la colina, de pie junto al viejo manzano, llamándolo por su nombre.
La lacia y flamígera cascada de su hermana ya se ha perdido, y la rizada y ultramarina melena de Lunch continúa camino arriba. Él les sigue a un paso que nunca se percibe apresurado.
A veces se siente grande para estos juegos, en especial porque ahora dedica sus días a cultivar los campos al igual que su padre, e igual que el padre de su padre antes que él; no saben cuánto llevan haciéndolo, pero los brotes de vida que nacen de la tierra son el sustento de su familia, y él se siente confiado con ese antiguo conocimiento transmitido de una generación a otra entre el paso de los ciclos, entre ese transcurrir de los años y los meses y los dias. Heredará la tierra para cuidarla y trabajarla bajo el sol: él ya es un hombre. Sin duda, su hermana Pansy recogerá los frutos junto a su madre este otoño; aunque Lunch ya no estará con ellos para cuando llegue la cosecha…
"Porque todos los descendientes de la Casa de Gourmet tienen responsabilidades. Es mejor que ustedes dos se hagan a la idea."
Y es a causa de ese comentario salido de labios de su padre que sabe que las cosas no volverán a ser cómo eran antes; esa es la razón por la que él se permite —a pesar de su excesiva seriedad— correr y jugar a placer a su lado cómo cuando ellas eran pequeñas, y él cuidaba de ellas como el hermano mayor que era —porque decían también que no todos los hermanos eran de sangre—.
El último rizo azulado desaparece de vista, y a lo lejos las torres blancas del palacio de techos rosas se revelan en medio del reverdeciente valle. Algo en el viento, a pesar del cambio de dirección, no encaja. Un tufo de gasolina en combustión le pica las narices. El parche de las violáceas flores 'pensamientos' se ha desvanecido, y en su lugar la tierra desgarrada se abre como una herida dolorosa y desnuda.
Los dos custodios armados no le causan temor alguno, pues el también sale a cazar con frecuencia desde que su padre le enseñó a disparar con la escopeta. Nunca le ha temido a nada ni a nadie, ni siquiera a ese par de soldados elite que rodean el negro automóvil donde el escudo de la familia real de Gourmet sobresale en rojo: un cuchillo y un tenedor entrecruzados y coronados por un murciélago.
—Son el señor Bongo y la señorita Pasta, ¡Hooolaaa!—La alegre jovencita de cabellera azul agitaba ambos brazos para llamar la atención de los soldados; y es que Lunch tenía corazón para todos.
Él la ve bajar entre el espeso pasto para llegar al encuentro de los impávidos guardias principales del palacio del Rey Gurumes. No termina su recorrido cuando la puerta del automóvil negro se abre, dejando que un hombre rechoncho como un sapo y ataviado con una túnica blanca, se deslice fuera del coche. Con descuido, y embriagado por el júbilo, el rey arrastra su purpurea capa sobre la tierra fresca.
Lunch para en el último borde esmeralda y hace una leve y graciosa reverencia. El Rey Gurumes le indica a él y a Pansy que se acerquen; con más caución que recelo los dos acuden al llamado del gobernante para inclinarse, poco o menos, frente a éste.
—Mi dulce sobrina, me alegra que tú y tus amigos sean testigos del inicio de una nueva época para nuestro reino. Debe ser un buen augurio que coincidiéramos todos en el mismo sitio—el monarca apretó sus gordinflonas manos adornadas de oro y gemas, para después hacer tintinear las joyas a una seña de sus dedos.
Inmediatamente el colosal guardia masculino respondió al comando del Rey de Gourmet, casi cómo si le adivinara el pensamiento.
Pansy callaba, lo que era tan raro en ella. Permanece así, pensativa, mientras el gigantesco Señor Bongo les traía un puñado de tierra. Acto seguido el soldado se arrodilla frente a Gurumes, ofreciéndole lo que parecía una mezcla de limo y rocas.
—Mi querida niña Lunch, ya fue mi turno y ahora será el tuyo.
—Sí— responde obediente, pero más por la fuerza de la costumbre.
Dubitativa, Lunch remueve el amasijo con sus finísimas manos hasta encontrar algo, sus ojos oliváceos chispean de curiosidad cuando ella toma algo.
—Ven, déjame mostrarles a todos.
Lunch continua con la vista fija en lo que cargaba entre sus palmas, embelesada con el tenue brillo carmeno que desprende el objeto que acuna entre sus dedos, y que deposita en las ansiosas manos del rey.
El juego de reflejos que provocaban las gemas engarzadas en los anillos del Rey Gurumes era opacado por la misma piedra, que derramaba una luz propia del mismo color que la sangre que se vierte.
—Es un rubí de sangre. ¿Acaso no es hermoso?—su voz sonaba como amortiguada por su lengua.
Los presentes permanecieron mudos sin poder negar la belleza de la recién descubierta piedra preciosa, mucho menos cuando la aseveración provenía de los delgados labios del mismísimo dueño de aquellas tierras.
—No…—la voz temblorosa de Pansy rompió el silencio, afianzándose a cada segundo— No queremos las piedras preciosas. Por favor… deje que crezcan las flores de nuevo.
En cuanto vio a su pelirroja hermana correr colina arriba, él les da la espalda al monarca y a su sobrina, para volverse a ellos.
—Discúlpela su majestad—se apresura Lunch a interceder.
—Discúlpenos, su majestad— complementa él. — Es mi hermana menor, yo respondo por ella.
—Muy valiente de tu parte jovencito, pero no hay cuidado—aprieta la roca contra su blanquísima túnica bordada en oro, y aunque sus palabras son serenas no suenan del todo convincentes. Era quizás porque sus ojos nunca se posaron en él. —Lunch, vámonos.
Lunch entró junto a Gurumes al oscuro automóvil, y él solamente se quedó allí, viendo a su amiga partir antes de dirigirse al manzano en lo alto de la colina.
Recargada junto al tronco del viejo árbol estaba Pansy dibujando distraídamente en el suelo.
—Oye tú—trató de sonar divertido, pero por alguna razón su voz siempre salía áspera.
La pelirroja lo ignoró.
—Ey, no te portaste muy bien con el Rey Gurumes. Eso no está bien—todo en él era seriedad, lo contrario al brío y temperamento de su hermanita, quien le dirigió la más intensa de sus miradas.
—Tampoco está bien que destruyan los campos de flores de las personas.
—Esos campos son suyos, eso dijo papa. Y el rey puede hacer lo que quiera con ellos.
—Sí, pero eso no es justo. Eran nuestras flores, de Lunch y mías. Íbamos a mostrártelas…
—Así que eso era. Las pensamiento…
Él a veces no la entendía, probablemente porque él era mucho mayor. Decidió que era mejor sentarse.
—Sabes hermano, me hubiera gustado poder defenderlas. Ser, ya sabes, como tú, fuerte y valiente. Pero mamá sólo me enseña a cocinar y a limpiar y a bordar, pero quisiera aprender lo mismo que te enseña papá.
¡Que le ensenara a sembrar y seguro que opinaría lo contrario! Se le habían hecho tantos callos en los dedos que ni siquiera quería recordarlo
Pansy era así, había sido así desde siempre. Aunque él no había sido el mejor de los hermanos mayores, sobretodo durante los primeros años, ella siempre perseveraba para atravesar esa sobriedad de carácter que lo caracterizaba.
—Yo te puedo enseñar.
— ¿De verdad?—los ojitos rodeados de rizadas pestañas se iluminaron.
—Uju—le contestó él mientras se quitaba la gorra amarilla, dejando al descubierto su revuelto cabello siena.
— ¿Y cuándo empezamos?
Él se limitó a buscar en una bolsa de sus pantalones hasta encontrar una muy usada resortera. Sin decir nada, le ofreció el arma improvisada que había cargado y utilizado por años para espantar a los cuervos de las cosechas.
— ¿En verdad me la das? Pero si es tu tesoro...
Él alargó de nuevo la resortera para enfatizar su decisión; él ya estaba demasiado grande para esos juguetes.
—Gracias— ella lo miró de reojo, todavía incrédula pero examinando el recién recibido presente de parte su hermano mayor. —La voy a cuidar mucho.
Ella se puso de pie, y probó la flexibilidad del elástico lanzando una roca imaginaria.
—Ten cuidado, no quiero que mama y papa me regañen si te sacas un ojo con eso.
—No voy a decirles que fuiste tú quien me la dio. Será un secreto entre tú y yo—le guiñó un ojo en complicidad —.Además me veré temible con un parche.
—Oye tú, ven aquí. Aparte del entrenamiento, te falta algo— él ya se había incorporado para acercarse a su hermanita.
— ¿Qué cosa me falta?
—Esto—antes de que la pequeña pudiera replicar, él acomodó su gorra amarilla sobre la rojiza cabellera de Pansy—.Te dará suerte.
—Prometo que seré tan valiente y fuerte como tú, hermano—su sonrisa tan inocente era respondida por una curva casi imperceptible en los labios de él.
De nuevo, al ver al rojo sol ocultarse tras las montañas él volvía a ser tan serio como antes. La pequeña pelirroja sacó un par de manzanas que guardaba en su delantal.
— ¡Piensa rápido!— de inmediato, lanzó una en dirección de su hermano mayor.
Sin inmutarse él atrapó el fruto, y lo frotó contra su delgada camisa de algodón para darle brillo a la manzana y morderla. Pansy siempre repetía ese ritual por lo mucho que le gustaba verlo hacer gala de sus rapidísimos reflejos.
—Se hace tarde, volvamos a casa—masculló él con la boca medio llena.
—Sí, a casa…
A casa…
A casa…
Y es que sólo en sueños escuchaba la palabra repetida por esa misma y dulce voz. Y era sólo en esa voz que la palabra cobraba todo el significado perdido por el tiempo y el exilio.
Al despertar él se encuentra donde mismo —tumbado sobre un camastro dentro de su domo designado—. Afuera el viento silba, acarreando el polvo que se colaba por debajo de la puerta, junto con la ceniza de una fogata extinta. El resto del campamento duerme, con la sola excepción del joven y pelirrojo coronel: el alba no llega todavía.
Él coronel se calza las botas y amarra el mandatorio pañuelo a su cuello; era eso o portar la insignia del ejército, pero prefiere que la pálida cicatriz en forma de cruz permanezca visible sobre su pecho—ya que impone más respeto que cualquier condecoración—.
Coge el revolver que cuelga en la pared. A pesar del siempre presente zumbido de la radio se embebe en los mapas de las diferentes zonas aledañas: el Desierto del Diablo, Monte Paozu, la Montaña de Fuego Fry Pan, Villa Octágono, y la aldea cuyo nombre conoce tan bien como el propio…
Fija los ojos en aquella última locación antes de clavar un alfiler con la insignia roja de la doble erre.
La luz roja del transmisor se enciende acompañada por el familiar sonido intermitente. Activa el auricular sin prisa.
—Habla el Coronel Silver. Todo está listo.
