Bueno, no tenía pensado volver a publicar aquí después de dejar Coming for me, pero hubo un comentario (al que le hice un pantalla y que ahora mismo tengo impreso en mi habitación), que me demostró que yo también me merezco la oportunidad de poder hacer lo que me de la gana. Así que, anónimo, esta historia está dedicada a ti.
Dejas descansar la nota, que repose y finalmente se congele en el tiempo. Dejas que tus dedos se guíen por la partitura, acariciando las finas e impolutas teclas, adorando cada preciada nota.
Con devoción tus dedos vuelan sobre el teclado, dejando al tiempo correr en su dirección, disfrutando del movimiento.
La luz proyectada por la ventana del salón crea una atmósfera acogedora, cargada de detalles. Como el mechón de pelo que acaba de soltarse de tu recogido, como el sombreado de una pequeña marca en tu brazo, como el brillo de las dos copas sobre la tapa cerrada.
Pasas mentalmente a la siguiente hoja de la partitura grabada en tus recuerdos, y añoras las horas escuchando esta sencilla melodía, que tan amena te resultaba. Cargada de sentimiento y tensión.
Lo percibes casi al instante, su presencia embriagadora y su caminar delatando su apariencia.
Pero tú continúas hasta que no puedes sostener tanto silencio.
—No quería interrumpirte.
Te mueves en la banqueta para dejarle un sitio y él se sienta detrás de ti, con cada pierna al lado de las tuyas. Sus protectores brazos te rodean la cintura y te apoyas en su hombro, finalmente relajada.
—No sabía que tocaras tan bien, Kate.
Te sonrojas inevitablemente. Oh, Rick, hay tantas cosas que aun no has descubierto sobre mí…
—A mi madre le encantaba, y a mí también. Era una de esas cosas madre-hija que nos gustaba compartir.
Sus manos recorren tus brazos en una agradable caricia, que perdura por tus hombros y finalmente descansa sobre tus manos, entrelazándose con tus dedos sobre las teclas.
Adviertes que tus articulaciones comienzan a moverse al son de una melodía desconocida, por unos dedos que no son los tuyos, pero que guían tus manos.
Dejarse llevar siempre ha sido la mejor opción desde que lo conoces, dejar fluir las cosas. Y en esta ocasión, te vuelves inconsciente de todo lo que sucede a tu alrededor.
—Tampoco yo sabía que tú tocaras—susurraste quedamente, con tus ojos cerrados.
—El hijo de la gran Martha Rogers no era digno sino sabía tocar un instrumento.
Te ríes sin entender el porqué, pero lo haces.
—Pero odiaba las clases particulares.
Y te ríes aun más fuerte.
El silencio ha sido vuestra mayor baza durante vuestra relación, los tímidos gestos, las indiscretas miradas y los roces voluntarios.
Resulta mágico poder tener tanta confianza. La confianza de depositar un beso sobre tu hombro, una caricia en tu muslo… Tu piel arde con su contacto, se eriza ante su respiración en tu cuello.
El tirante de tu camiseta se baja sin poder evitar que su mano se cuele dentro.
Definitivamente, tocar el piano nunca había sido tan excitante para Kate Beckett.
PD: adoro las cursiladas, y sé que esto es demasiado azucarado ;)
