Costumbres.
Las canciones improvisadas e infantiles que Rin solía cantar eran cosa de cada día, así mismo lo eran las tontas preguntas que realizaba a su lacayo y que éste le contestara groseramente para después obtener como recompensa una piedra en la cabeza o una mirada de esas que te entierran a mil metros bajo tierra de parte del gran demonio blanco. Lo que salía totalmente de lo normal, era que la muchacha de ya quince años permaneciera en silencio durante más de una hora, que no cuestionara cosas sin sentido y que no retara a cualquier idiotez a Jaken, pero lo más extraño de todo era la ausencia de su sonrisa siendo reemplazada por una mueca de aflicción.
Sesshoumaru sabía a qué se debía, sucedía cada mes, aunque usualmente la muchacha podía actuar con normalidad e ir corriendo como si nada por ahí, en vez de estar prácticamente tirada sobre Ah-Un.
Aún sabiendo la causa de su aflicción, sabía que no podía hacer mucho en las cosas que incumben sólo a mujeres, como lo era aquello del "periodo" y los cólicos por los que la joven atravesaba actualmente.
La tarde comenzaba a caer lenta y sin apuro, dando paso a una brisa fría que sólo conseguía aumentar el dolor en el vientre de Rin que únicamente vestía un lujoso kimono que su Amo le había regalado hace poco. La joven de largos cabellos negros descansaba de espalda sobre el lomo del dragón de dos cabezas, con ambas manos sobre su vientre en un intento de enviar calor a aquella zona; con la mirada en el cielo y la mente en el dolor no se percató de las cosas que decía Jaken para molestarla, ni tampoco de cuando su lord le había enviado al fin del mundo a buscar sabrá Dios qué cosa para tener la tarde y si tenía suerte, la noche con ella, a solas.
Pasó tiempo antes de que Sesshoumaru tomase la iniciativa de hablar, tiempo en el que había dirigido al dragón hacia el lugar donde pasarían la noche.
—Rin, llegamos.
Declaró el demonio perro, extendiendo su mano a la muchacha para que bajara del animal. Rin tardó unos instantes en tomarla y unos segundos más en bajar, había dudado en hacerlo porque caminar aumentaba el dolor y tocar el ya frío césped con sus pies desnudos era peor, por suerte el peli plata se dio cuenta de su preocupación y deslizó ambas manos tras su cuerpo, una por su espalda y otra tras sus rodillas.
—¡S-sesshoumaru-sama…!
Exclamó a la avergonzada joven tan poco acostumbraba a ese tipo de tacto, pero por demás encantada con el mismo, al punto que su rostro un tanto pálido cambiara rápidamente a una tonalidad rojiza que se concentraba mayormente en sus mejillas, eso hasta que una nueva punzada de dolor le hiciese recuperar aquella mueca que tanto molestaba ver al demonio.
—¿Qué necesitas?
Inquirió en el tono monótono que le caracterizaba mientras caminaba con lentitud hacia un gran árbol que haría de cama para él en aquella noche. La niña, volvió a sonrojarse ante la cuestión, más bien ante la respuesta que aunque sincera, podía prestarse para malos entendidos.
—Calor…
Había dicho ella, apartando inmediatamente la mirada de su Amo, lo que menos deseaba era que pensara que estaba insinuándole cosas con un segundo doble sentido, pero el demonio ni si quiera se detuvo a meditar en los distintos significados que podía tener aquella palabra, la seguridad y salud de su protegida estaban primero, y si calor era lo que necesitaba, iba a dárselo al instante.
El silencio que se prolongó durante la corta caminata hasta el árbol sólo puso más nerviosa a Rin de lo que ya estaba, provocando además que se arrepintiera de haber respondido con tanta franqueza a la pregunta de Sesshoumaru. Sin embargo, era demasiado tarde para arrepentimientos o realizar algún intento de reparar lo que dijo, pues de pronto se vio sentada en el regazo del demonio y sin posibilidades de huir de ahí. Al ser pequeña (a pesar de haber crecido unos centímetros seguía siendo condenadamente más baja que Sesshoumaru) tenía la ventaja de quedar completamente sobre el cuerpo de la masculina figura, apoyando su costado cómodamente en el torso ajeno. Fue entonces cuando recién se percató de la ausencia del demonio verde que siempre los acompañaba, sino, ya habría alegado que Rin no era para nada digna de estar sobre el regazo de su Amo bonito u otras idioteces que nadie se tomaba el tiempo de escuchar. El peli plata cubrió completamente con su estola a la muchacha y además posó una de sus manos sobre su vientre, buscando transmitirle calor.
Debido a aquella última acción un efímero pensamiento que acarreaba muchas cosas cruzó por su mente: cachorros. Herederos. Hijos. Con Rin. Su protegida, que no seguía siéndolo sólo por la caridad casi inexistente de Sesshoumaru, quien ya poseía la edad suficiente para darle un crío, o dos.
Tan rápido como llegó procuró eliminar aquel pensamiento de su mente. Sabía perfectamente que si proponía aquello a Rin, ella no dudaría en decir que sí, pero lo que menos deseaba era que luego lamentara haberse involucrado a tal punto con alguien como él y fuese infeliz por el resto de su vida. Sí, en pocas palabras Sesshoumaru era capaz de dejar ir a Rin con un humano si eso significaba su felicidad, pero también era capaz de descuartizar de la forma más cruel posible al maldito si se atrevía a hacerle derramar una sola lágrima. De sólo imaginarlo a Sesshoumaru le hervía la sangre. Sin duda alguna no dejaría que Rin se marchara tan fácil de su lado.
—Sesshoumaru-sama. — Llamó, sin levantar la cabeza del lugar que ocupaba en su pecho.
—¿Qué?
—¿Puedo quedarme hasta que muera con usted y Jaken-sama?
La niña, como si hubiese adivinado los pensamientos que asaltaban la mente del gran demonio o más bien como si los compartiera, quiso obtener una aprobación para poder pasar el resto de su vida como humana junto a su amo, a quien tanto admiraba y debía por lo acontecido hace años atrás.
Si Rin no hubiese tenido los ojos cerrados y el rostro apoyado en el pecho del demonio perro, se hubiese dado cuenta de que su rostro siempre serio había cambiado de expresión durante un corto segundo, de que sus labios habían adoptado una que reflejaba cierta emoción mínima y reducida en respuesta a la pregunta de su protegida, pero Rin tendría muchas otras oportunidades para ver aquel gesto tan similar a una sonrisa.
—Puedes quedarte conmigo. —Respondió, cerrando los ojos al adoptar una posición más cómoda y relajada.—Ya veremos si Jaken merece quedarse también.
Como si el inocente pensamiento de Sesshoumaru hubiese invocado a Jaken, el susodicho apareció de entre los arbustos con una planta que el gran demonio le había enviado a buscar. No esperaba que lo consiguiera tan rápido.
—¡Sesshoumaru-sama! ¡Aquí está, aunque me llevó mucho trabajo conseguirla, pude obtener la planta que dese…—
De pronto, por alguna razón completamente ajena a él, Jaken se calló, dejó de hablar y cayó al suelo, inconsciente. Abrió un ojo para ver qué había sucedido con su lacayo y a unos metros de él vio una piedra de un tamaño considerable, luego dirigió su mirada a Rin.
—Jaken-sama a veces es como una patada en el estómago.
La niña ya no era una cría inocente y al parecer compartía el deseo de Sesshoumaru de pasar un tiempo a solas, además acababa de adquirir una de las costumbres del peli plata.
—Hn.
Fue todo lo que acotó el demonio antes rodear con su otra mano su cintura.
