Los personajes de la serie Sherlock de BBC no me pertenecen, ni los de la empresa MARVEL. Son propiedad de sus respectivos autores.
Solo los utilizo para este fic y no gano nada con ello.

Memorias de un Hokan

Charles no había nacido para convertirse en hokan. A diferencia de muchos otros que compartían su destino, él no era el hijo de un hokan, nieto de uno o siquiera había crecido en una okiya.
Con el paso de los años, se acostumbró a que las personas lo asumieran, por eso cuando se encontraba en una reunión, acompañando a los caballeros, si el tema salía a colación, él simplemente esbozaba una extraña sonrisa melancolía y hacía una ligera reverencia. No era una mentira del todo, pero dejándolos asumirlo les permitía ignorar las partes más oscuras de su pasado.

En Genosha, 26 años atrás, Charles Xavier nació dentro de una familia acaudalada. Rodeado de lujos y sirvientes que lo complacieran todo el tiempo, el pequeño Charles podía admitir que su vida era un paraíso de comodidad y diversiones que en varios ocasiones llegaron a entristecerlo por la ausencia de sus padres, que debía pagar en compensación.
Un trágico día de su noveno invierno, las cosas cambiaron radicalmente para él. Su padre murió en una de sus excursiones fuera del reino y su madre contrajo nupcias de nuevo para salvar lo poco que las deudas de su progenitor no le arrancaron. Para empeorar su destino, él no se encontraba dentro de los planes futuros que su madre tenía en mente. Tan solo en dos semanas, aquel lujo, aquel mundo de comodidades, de brillo y reverencias por doquier, desapareció con una cruel estela de abandono. Charles fue vendido por su propia madre a una okiya, el sitio donde los hokan vivían, sin siquiera contemplar el llevarlo a su nueva existencia, borrándolo así de cualquier futuro en la familia Xavier.

Aquella tarde, 17 años atrás, Charles llegó a la okiya Adler con tan solo un kimono de algodón grisáceo y un obi sencillo. Sus zapatos de madera, las getas, estaban gastados y habían sido una especie de regalo necesario que el hombre que lo apartó de su madre después de entregarle algo de dinero, le había dado.
Tan pronto como lo dejaron solo en la entrada, antes que la ayudante de la okiya llegara hasta él, Charles intentó contener las lágrimas que se escapaban por sus ojos. No comprendía porqué, ¿una madre era capaz de arrojar a su único hijo a la intemperie?, ¿no sería acaso un castigo por algo que hizo y que aún no podía recordar?, ¿volvería pronto por él, revelándole que todo había sido un juego y que podía regresar a casa con ella?
No, no era demasiado idiota como para creerlo.
Aquella mujer que en rara ocasión le mostró afecto, aun cuando su padre vivía, no se mostraba de una forma que antes no habría previsto.
Simplemente… nunca lo amó.

Una mujer morena de cuerpo fino y alargado salió a su encuentro. Sus ojos eran celestes, pero no tan claros como aquellos pequeños cielos dentro de sus cuencos y la mujer lo notó tan rápido como salió del lugar.

— Así que este es el niño nuevo… no parece un campesino. — La mujer tenía una silueta que a Charles le recordaba esas maravillosas muñecas que su madre aun guardaba desde su infancia. Siempre estaban sobre un pequeño mueble de madera conformado por 8 cajoneras que las mantenían lejos de su alcance travieso.

— No es un hijo de granjeros… lo conseguí por un alto precio, se trata del hijo de un funcionario que cayó en desgracia el año pasado… es de la familia Xavier…

La rubia observó a su compañero y después volvió a examinar al pequeño castaño frente a ella.
Charles mantenía su mirada en el precioso kimono que la dama vestía. Azul celeste con detalles dorados, un pequeño campo verde bordado en la parte inferior y un obi majestuoso color naranja en su cintura diminuta.

— No esperes que pague demasiado por él… los últimos tres que trajiste apenas y duraron una semana… acércate para que pueda ver tu rostro.

La orden pareció no ser entendible para Charles, pues había estado viviendo en un mundo donde acatar las reglas era opcional, siempre que no se tratara de sus padres.
La morena observó la mirada desafiante del menor y tan rápido como la brisa de primavera, encestó una bofetada tremenda sobre su mejilla, haciendo a Charles impresionarse como nunca antes. Jamás nadie le había levantado la mano.

— Ahí… — Comenzó la morena, como hablando consigo misma. — Agua en sus ojos.

Aunque podría estarse refiriendo al llanto que se aglomeró de nuevo en ellos, lo que la mujer intentaba señalar a nadie era el color celeste tan profundo y bello en la mirada del pequeño Xavier.

— Eso es bueno… no deberá temer porque un incendio en la okiya destruya sus preciosos kimonos… — Sugirió el hombre. Ella suspiró cansada y dejó de sujetar con firmeza el rostro del menor, a lo que este respondió con una mirada de susto. — ¿Señora Irene?, ¿va a conservar al niño?

Charles entornó la mirada de un adulto al otro. Por primera ocasión desde que había llegado, notó al hombre que se movía presurosamente a través de una habitación a otra, haciendo crujir aquel suelo de madera con unos zapatos de madera que, a parecer del pequeño Charles, sonaban estrepitosos.
Pepper hizo un ademán con la muñeca, como si intentara ahuyentar al hombre, este sonrió e hizo un movimiento con las manos que a Charles le recordó cuando el invierno golpeaba su casa y todos intentaban acariciar sus propias manos para mitigar el frío.
Entonces el hombre, hasta entonces lejano, aquel a quien Charles observó caminando de un lado al otro de la habitación, salió hasta la entrada, donde ellos se encontraban.

Charles jamás olvidaría la primera impresión que aquel hombre le creó.
Alto, no solo por sus zapatos de madera, sino por naturaleza propia, con un porte elegante y una soltura al andar, como si apenas y los llevara, caminando a una velocidad constante bajo aquel kimono. ¡Y vaya kimono!, aun mejor que aquellos que su madre llevó alguna vez a una cena con amigos importantes para el fallecido señor Xavier. El paisaje en la prenda era una montaña florecida, con tonos celestes, azul marino, verde acuoso, pino, grisáceo y anaranjado. Podía ver perfectamente el fío corriendo bajo la montaña y sus preciosas flores, algunas mariposas tan delicadas que apenas parecían bordados y un hermoso tono blanco envolviendo la parte baja, haciendo que al caminar, el hombre pareciera atravesar espumosas olas marinas.
Su piel era blanca, completamente lisa y de rostro alargado, con una mirada cerúlea muy fría y el cabello negro azulado perfectamente arreglado con un flequillo hacia la derecha.

El hombre pasó al lado de Irene, esta lo observó divertida de arriba hacia abajo y lo dejó seguir su camino. Ni siquiera se inmutó en mirar a Charles. El pequeño lo siguió con la mirada, aun en aquel transe que había dejado la impresión para él.

— No sabía que tenías una cita tan temprano. — Soltó la mujer, bastante inquisitiva a juzgar por el tono. El hombre se detuvo en seco frente a la entrada y se giró solo lo suficiente para que ella mirara su expresión de muy pocos amigos.

— Si te molesta, habla con Moriarty entonces…

Y sin decir nada más, el hombre salió de ahí, ignorando todo alrededor suyo. Incluyendo a Charles.

Una jovencita, de unos 15 años a lo mucho, salió corriendo del interior de la casa con un abanico en la mano derecha. Por su expresión, Charles pudo intuir que estaba muy preocupada.

— ¡Señor Sherlock, señor!

— Se ha ido, Molly… déjalo… — La mujer dejó a los dos jóvenes en la entrada y regresó hacia la habitación más cercana. Tan solo un minuto después, la chica reparó en Charles, que seguía de pie justo en medio del jardín.

— ¿Tú quién eres?

La indignación no desaparecía del interior de Xavier. La vida no era más que un juego de ruleta que devolvía las cosas a su estado natural, sin embargo, él estaba ahí, ignorado por personas que antes se habrían inclinado ante su persona y en un sitio que parecía más una prisión que las cárceles mismas. Lejos de su familia, con un padre muerto y sin ninguna persona que se preocupara por él.

— Es el nuevo cachorro de Sherlock… enséñale como hacemos las cosas aquí, Molly… y si vuelve a llorar, azótalo para que tenga un verdadero motivo. — Eso último hizo sobresaltarse al castaño. Ocultó las lágrimas entre sus pequeñas mangas y respiró con dificultad, intentando ahogar todo gemido con ello.

— Tranquilízate, ven… — La joven, delgada y sin figura alguna, con cintura recta y diminuta, le recordaba a Charles todas las sirvientas menores que había tenido en el palacio de su padre. Sin ninguna gracia y casi siempre torpes. Irónicamente, ahora él era aún inferior a eso.
La chica lo apartó de la entrada y guió hasta la parte trasera de la casa, donde no pudieran oírlos el resto. — ¿Cuál es tu nombre, niño?

— Charles Xavier…

— Ahora solo serás Charles… te han vendido a esta okiya, ¿sabes lo que es una okiya, Charles? — El castaño movió la cabeza negativamente y la chica suspiró. — Es una casa de geishas y hokan, aunque esta, particularmente, solo mantiene hokanes… uno… ese es el señor Sherlock Holmes, el hombre a quien viste salir hace unos momentos. El señor Holmes pertenece a esta okiya, así que todo lo que gana va directamente a la señora Irene, la mujer que te recibió. Tienes que agradarles a la señora Irene y al señor Sherlock si quieres permanecer aquí, has todo lo que te digan siempre y así ellos te permitirán permanecer en este sitio, la okiya Adler. La señora Irene puede ser bastante amable si la obedeces enteramente y la cuestión con el señor Sherlock es evitar meterse en su camino o entorpecer sus actividades. Si te han adoptado debe ser porque esperan que te conviertas también en un hokan…

— ¿Qué es un hokan? — Charles miró en dirección de la casa, una especie de vivienda larga y de habitaciones que se conectaban solo por los jardines.

— Es lo que el señor Sherlock es. Las geishas son mujeres que entretienen a los hombres y aprenden muchas cosas de la escuela especial de geishas… un hokan es algo similar, pero para los hombres. Todos dicen que ambos, tanto geishas como hokanes son artistas, pero el señor Sherlock dice que no hay nada artístico en mantener una conversación con una persona inferior, solo se trata de usar las palabras adecuadas…

Charles comprendió muy poco de lo que ambos platicaron aquella tarde, pero lo que si le quedó claro era que su mundo, por entero construido en las bases de la refinación y la burguesía, había desaparecido para siempre.

—O—O—O—

Un mes había pasado desde su llegada hasta la okiya Adler y Charles ya había asimilado en mayor parte, no aceptado cabe aclarar, su posición de plebeyo.
La señora Irene, como le había advertido la joven Molly, la señora Irene podía ser muy amable siempre que no se le diera problemas y él, absorto en comprender los medios de la lectura y el recién descubierto arte de la fotografía, solo se esforzaba por cumplir con su trabajo a tiempo para tener escasos segundos para poder desarrollarlos.
En cuanto al señor Sherlock, tan raro como jamás creyó, fueron pocas las ocasiones en que se toparon y en cuanto este lo miraba, Charles apartaba la mirada con miedo. No buscaba otra de las bofetadas que la señora Irene era capaz de darle a segundos de conocerlo, ahora en aquel hombre alto y de semblante serio.
Pero aquella tarde, había sido simplemente inevitable.

— ¿Qué haces registrando mis cosas? — La voz profunda y masculina del señor Sherlock hizo a Charles saltar por la impresión, soltando así el periódico que sostenía entre sus manos. No había entrado ahí a registrar nada, pero en cuanto encontró aquel documento que tan escasamente pasaba por sus manos curiosas, no pudo evitar detenerse a leerlo.

Sin responder nada, Charles se inclinó sobre el suelo he hizo una reverencia tan profunda como las había visto hacer a Molly para evitar que Irene la azotara con su fusta por olvidar cerrar la puerta, haciendo que los perros entraran en la propiedad durante la noche. Para la chica no funcionó tan bien, pero para Charles aquello no fue siquiera necesario.

— ¿Aun no hay noticias sobre tu hermana? — El hombre se inclinó doblando sus piernas sobre la superficie y sentándose justo frente a Charles, pero ignorándolo visualmente y enfocando su vista en lo limpia que estaba su habitación. Empujó un pequeño montón de libros y sacó un artefacto que Charles había observado antes en el despacho de su padre. Una lupa pequeña.

Entonces el pequeño reaccionó ante las palabras del hombre. ¿Cómo lo…?

— ¿Señor?

— Tu hermana… menor, uno o dos años. Vendida después, quizá, que tú… buscas el nombre de tu madre en los periódicos para conocer a su nueva familia y saber si la conservó, pero hace semanas que no sabes nada de ellos.

— ¿Usted también…? — Charles abrió la boca, pero de inmediato se reprimió mentalmente, agachó su mirada e hizo de nuevo la reverencia.

— No te queda… levanta los hombros, las manos juntas, alza la espalda y muestra un poco más le rostro. — Charles observó extrañado al hombre, pero siguió cada una de sus órdenes. De pronto se observó a sí mismo en una posición similar a la de las damas de las altas cortes a las que su padre alguna vez lo llevó. — Discúlpate ahora.

— Lamento haber entrado a su habitación… pero la señora Irene me pidió que la limpiara antes de barrer la entrada… tiene razón, solo miraba el periódico por…

— Claro que la tengo, siempre la tengo… ¿no ibas a preguntar si yo también era un telépata?

La sangre se le congeló al menor. La mutación era un crimen que le costaba la vida a todos los que la padecieran, sus padres habían ocultado durante mucho tiempo su condición y por fortuna esta no era visible, como la de muchos otros desgraciados como él. Que aquel hombre lo hubiera descubierto, sumado al hecho de conocer sobre su hermana, a la que nunca mencionó a nadie, significaba que quizá el también él lo era.

— No soy un telepata, solo veo todo lo que el resto tiene frente a sus narices pero que son tan ignorantes que prefieren pasar por alto. Ahora vete de mi cuarto.

Sin pensarlo dos veces, Charles recogió los instrumentos de limpieza y salió disparado de aquella habitación, no sin antes pensar que todos los periódicos en la habitación eran de distintas fechas y lugares, pero siempre contenían en menor o mayor cantidad información de un hombre en común. El hombre que aparecía también muy regularmente en los pensamientos del señor Sherlock.

—O—O—O—

Aquella tarde, Sherlock había salido temprano, pues su verdadero trabajo comenzaba a las 6 de la tarde, pero en aquel momento eran las 4 y ya se sabía que él no regresaría temprano.

— ¡Molly!, ve a casa de Laufeyson, tiene un encargo para mí. Lleva a Charles contigo, puede que sea pesado. ¡Pronto y cuidado con quedarse más tiempo del necesario que aquí aún hay mucho por hacer!

La chica salió despavorida del comedor y buscó al menor, casi arrastrándolo en dirección de la calle. Charles no había salido de ahí desde que había llegado, así que eso era lo más cercano a un paseo que había tenido en meses.

— ¿A dónde vamos, Molly? — El castaño había descubierto en la joven un aprecio similar al de una hermana mayor. Ella se preocupaba por cuidar a Sherlock, así que él solo debía atender el resto de las tareas que Irene le diera, eso lo volvía todo más fácil.

— Vamos a casa del señor Loki…

— ¿"Loki"? — Repitió Charles, más para sí mismo que para la chica. Rapidamente buscó en la cabeza de la chica y de algunos de quienes lo rodeaban entre aquellas calles y sorprendentemente encontró mucho sobre aquel nombre. Todos los que se encontraban en el distrito sabían algo de él.

— El señor Loki es un hokan, el mejor hokan de todos… tiene a un danna (protector) rico y todos en el distrito lo conocen. Es casi una leyenda. Se podría decir que es el rival de nuestra okiya, pero la verdad es que la señora Irene y él parecen ser amigos desde hace años…

— ¿Por qué serían rivales entonces? — Charles procuraba leer las mentes ajenas lo menos posible, más por cortesía que por falta real de interés. Entablar conversaciones en las que el desconociera información de su interlocutor le recordaba que aún era un humano. Y aun a sus 9 años, eso era importante para él.

Molly suspiró y detuvo su camino en seco, mirando en distintas direcciones. Charles intentó comprender que buscaba la chica, cuando de pronto lo vieron. Allá, pegado sobre una pared de la calle principal, un enorme letrero conformado por unas palabras breves y un retrato encantador. El hombre de la imagen parecía un atractivo indescriptible de labios rosados y piel lechosa, ojos celestes y el cabello oscuro que tantas veces admiró Charles. Era un retrato de Sherlock Holmes.

— Ahí, es un anuncio de la próxima presentación que habrá en el teatro del distrito. El tema de este año son los 1200 poemas de Genosha en la tercera época del Imperio. Los artistas con geishas y hokanes, pero solo los más famosos pueden participar como solistas… uno de ellos es el señor Sherlock.

— ¿El señor Sherlock es famoso, Molly?

Charles pudo ver como el rostro de la pequeña se iluminó y una sonrisa enternecedora adornó sus labios.

— Es el mejor hokan de todo el distrito, Charles… o al menos es lo que muchos creemos.

— ¿Y qué creen los otros?

— Piensan en el señor Loki. — Respondió con simpleza antes de proseguir con aquel rápido y temeroso andar que casi hace que Charles la pierda de vista.

—O—O—O—

— Mi padre me pidió entregarles esto. — El pequeño que abrió la puerta no lucía mayor a Charles. En realidad lucía varios años más joven, de quiz años, pero su postura y la manera en la que observaba a la chica y al propio Charles, parecía la de todo un caballero. Era rubio, con piel blanca y ojos de un azul ligeramente oscuro. — Es un kimono muy frágil, cárguenlo con cuidado.

Charles se impresionó ante el paquete. Jamás había visto que los envolvieran en cajas tan grandes, realmente debía estar ante una reliquia.

Entonces, una voz profunda, aunque mucho más despreocupada que la de Sherlock, alcanzó el oído de los tres jóvenes frente a la entrada de la okiya Laufeyson.

— No creía que vendrían tan pronto… Irene debe estar realmente desesperada por este kimono, ¿cierto?

Molly dejó todo el peso en manos de Charles, quien se tambaleó ligeramente, pero pudo conservar el equilibrio a pesar del peso que caía sobre sus pequeños brazos. Frente a él, la primera impresión sobre Sherlock Holmes, multiplicada en números mucho más altos.

Un hombre alto, no más que Holmes, pero mucho más que el resto de los hombres que él conocía. De cuerpo fino, no como el de una mujer, pero lo bastante como para hacerlo lucir esbelto, elegante y de rasgos bien marcados. Su cabello era negro, pero a diferencia del de Sherlock, que brillaba azulado contra el sol, ese hombre poseía la oscuridad nocturna como un precioso manto que caía sobre sus hombros. Brillante y muy suave tan solo a la vista. Con una piel como el hermoso material del cual hacían las muñecas que su madre había coleccionado, algo similar al marfil y aún más puro. Con labios rojizos y finos, cual pequeña curvatura roja dibujada en su rostro, con una mirada verde claro, hermoso tono del césped de primavera en los campos del lejano palacio en el que alguna vez vivió. Sus cejas parecían dibujadas perfectamente para encajar con el resto del rostro y sus mejillas mostraban un leve, casi imperceptible tono carmesí.
Un sueño hecho humano. Una deidad. Un deleite a la vista.
El hombre observó la ensoñación del pequeño castaño y sonrió burlón, gesto que le sentaba de maravilla.

— Oh… ¿Qué tenemos aquí?, ningún caballero me observaba de esa forma tan… hambrienta desde hace mucho tiempo… ¿Quién es tu pequeño hermano, Molly?

Charles escuchaba esa pregunta a menudo, casi todos se referían a Charles como el hermano menor de Molly, pues esta cuidaba siempre de él y lo llevaba en todas direcciones.

— Se llama Charles, señor. Es el nuevo estudiante del señor Sherlock.

— ¿De Sherlock?, dime niño, ¿Qué tal es vivir con ese aburrido sin corazón? — Sin necesidad de leer la mente de la chica, Charles intuyó con tan solo sus movimientos y lo tensa que lucía, cuanto había molestado a Molly aquel comentario. — ¿Nunca te ha mordido?

Molly se tornó realmente sombría al escuchar eso, lo que fuera que significase, pero Charles no encontró cómo reaccionar adecuadamente a ese comentario. Solo supo que sintió algo parecido a la ira. Su lengua fue aún más ágil que su cabeza.

— No es la mordida de la serpiente lo que me asusta, sino lo venenosa que puede ser…

Y dejando a Loki, el señor de la okiya Laufeyson, perplejo ante tal respuesta, el pequeño castaño siguió su camino de vuelta a la okiya Adle, con la caja que llevaba el kimono y una preocupada Molly siguiéndolo bastante retirada de él. El pánico se dibujaba en su rostro.

—O—O—O—

— ¡Y esto te servirá para no volver a ofender la okiya!

Finalmente un último golpe del carrizo pudo doblegar al castaño, dejándolo semiinconsciente sobre el suelo mojado de la entrada.
Por supuesto que Loki informó a Irene de la conducta ofensiva que Charles tuvo en su presencia, o al menos eso había creído entonces, y esto lo llevó a recibir tantos golpes en la espalda que apenas y tuvo tiempo de lamentarlo. El que lo mojaran con un balde de agua fría antes no hizo la tarea menos dolorosa. Apenas y podía respirar y el dolor lo había dejado lo suficientemente cansado como para alzarse en poco tiempo.
Ahí, en medio del enorme jardín de la okiya, con el cuerpo adolorido como jamás creyó posible, Charles lloraba amargamente… no por los golpes sobre su espalda, ni por el castigo al que sería sometido más adelante. Lloraba de impotencia, de rencor hacia sus padres, a su padre por morir y a su madre por abandonarlo en aquel infierno. Se sentía humillado, rebajado al nivel de un sirviente… a ser "eso".
De pronto, el sonido de papel golpeando la superficie rocosa de la entrada hizo que el pequeño alzara su cuerpo con gran pesadumbre y mirara en dirección del hombre que había dejado caer el objeto.
Se trataba del señor Sherlock.

— Era eso lo que esperabas… — Agregó sin demasiada cortesía, ignorando por completo las heridas en el menor y dejándolo tan pronto como había llegado hasta ahí.
Con suficiente esfuerzo, Charles se arrastró a si mismo hasta el periódico que yacía a pocos metros de él, empapándose por las gotas de llovizna que comenzaron a caer en aquella nublada tarde.

Entre las páginas, recorriendo una tras otra, de pronto se encontró con una imagen desalentadora y cruel, perfecto encaje para el cuadro que pintaba su vida.
Un importante embajador o algo similar era festejado por el aniversario de alguna fecha importante para su familia… y junto a él, su esposa, quien, según el periódico, esperaba el primer bebé de ambos.
Su madre estaba en esa fotografía, pero su hermana ni siquiera se mencionaba.

— Raven… — Murmuró con el llanto aún más de lo que ya había derramado.

Sin ningún otro motivo para seguir, se tiró ahí, sobre los charcos y las rocas lisas, solo para hundirse en su propia desesperación.

—O—O—O—

Como era la costumbre en las okiyas, el o la más joven de la casa de entre todos los empleados o aprendices tenía la obligación de permanecer despierto al lado de la entrada, esperando a que el último hokan o geisha de la casa llegara para abrirle la puerta y darle de cenar si era necesario.
Aunque esto requería un gran esfuerzo para muchas de las okiyas que había en el distrito, en la okiya Adler eso no era especialmente difícil para Charles. Sherlock era el único hokan de la casa y su protector solo lo llamaba 3 días a la quincena y el resto de sus citas nocturnas terminaban antes de medianoche. Tendría muchas más propuestas, pues era muy apreciado en todo el distrito, pero Sherlock siempre se las ingeniaba para escapar de sus obligaciones y seguir consiguiendo clientes.

Aquella noche, después de las 12, Sherlock aún no llegaba, pues se había encontrado atrapado en una reunión que se alargó demasiado después de su horario. Eso significaba más dinero para la okiya, pero también que Sherlock estaría de mal humor el día siguiente. Además, Charles no podía ir a descansar hasta que él volviera y aun cuando daba tumbos con su pequeña cabecita, simplemente no podía evitar dormitar de vez en cuando, como si el sueño fuera a hacerlo desmayarse. Justo entonces, cuando por fin cayó dormido tan solo unos minutos, el sonido de unos zapatos entrando por la puerta lo sacaron de su maravilloso descanso.

— ¡Señor, no estaba durmiendo! — Pero no se trataba de Sherlock en lo absoluto.

Aquel hombre era, casi, una cabeza más bajito que el hokan. Tenía ojos celestes, aunque no tan claros como los suyos, cabello rubio ceniza y la piel ligeramente más rosada que la del señor de la casa. Charles contempló su ropa, un saco y unos pantalones al estilo occidental, diferentes a los kimonos de Genosha, con zapatos negros de cuero y una sombrilla negra entre sus manos. Su edad parecía andar cerca de los 25, no mucho mayor a Sherlock.

— Tal parece que ya no más, ¿cierto?... — Su voz, además, era mucho más amable que la de Sherlock. — Que jovencito tan lindo… ¿no estará tu hermano mayor de casualidad?

Charles tardó un poco en comprender que se trataba de Sherlock a quien buscaba.

— ¡Señor Watson! — Entonces Molly apareció en la entrada, vestida con su kimono para dormir y caminando tal como los gatos lo hacen sobre los tejados más angostos de los que hay en las okiyas. Inmediatamente Charles supo que, quien fuera que ese hombre fuese, Irene no debía saber que se encontraba ahí. — Permítame un momento por favor…

En tan solo segundos, Molly consiguió entrar en la habitación donde se encontraba la mujer que contestaba el teléfono durante todo el día y la noche. Ella administraba las citas de Sherlock y se las hacía llegar a Irene. Ambas chicas discutieron por minutos, mientras el hombre esperaba de pie junto a Charles. El pequeño no podía dejar de inspeccionar su ropa, tan parecida a la de los embajadores que alguna vez visitaron el palacio de su padre. Extrañamente, aun no se topaba con ninguno que hubiera conocido a su familia… y que pudiera decirle algo sobre su hermana.

— ¿Esperas aquí despierto hasta que tu hermano mayor llega a casa?

— Sí, señor. — Con verdadero autocontrol y disciplina, Charles se había aprendido las maneras de dirigirse a otros, aun cuando su verdadera naturaleza lo había acostumbrado en sus 9 años a ser llamado "señor" y jamás al contrario.

— Debe ser difícil, Sherlock puede ser muy complicado… y le gusta dormir poco. — Charles no supo que contestar a eso, si es que en realidad había algo que decir. — Pero se nota que tú eres muy fuerte y buen chico… cuida de él por mí, ¿de acuerdo?

El castaño parpadeó confundido y mientras el mayor le sonreía amablemente, Molly llegó hasta ellos e hizo una gran reverencia, acto seguido, se llevó a Charles casi arrastrando en dirección del jardín trasero.

— ¿Qué te dijo el señor Watson?

— Nada importante… — Contestó con sinceridad. La chica temblaba con nerviosismo. Dentro de su cabeza, Charles pudo ver como pedía a la telefonista que comunicara a Sherlock sobre la visita del actor Andrey Torrence, un nombre ficticio, por supuesto. Parecía algo asi como una clave.

— De acuerdo, ¡escucha con atención, Charles! Por ningún motivo la señora Irene debe saber de la visita del señor Watson, ¡es más, olvida que escuchaste el nombre!... recuerda lo que te dije tu primer dia aquí, Charles… complace a la señora y al señor Sherlock sin cuestionarlos. Ahora, vuelve a tu habitación, yo me encargo de la entrada.

Aún más confundido que antes, Charles caminó en dirección de su alcoba, pero entonces recordó que nadie había cerrado la puerta al dejar entrar al hombre del misterio.
Caminó en dirección de la entrada, pero esta vez rodeando toda la okiya para impedir que lo escucharan, tardando más en el proceso. Tal como sospechó, Molly no regresó para cerrar y ya nadie estaba ahí. Hizo lo que debía y emprendió el camino de regreso a su habitación, cuando un sonido extraño lo detuvo justo frente al almacén de kimonos. No había velas alumbrando el lugar, pero los jadeos y gemidos que salían de ahí fueron suficientemente altos como para que el joven Charles olvidara cualquier tarea u orden por seguir y caminara muy sigilosamente hacia el lugar. Sin dar demasiados rodeos a la idea, usó su telepatía para saber porque se oían esos extraños y húmedos sonidos saliendo de ahí. Tan rápido como su mente recorrió el lugar, se encontró con una imagen que lo llenaba de más dudas que respuestas.
Aquel hombre, el señor Watson, se encontraba recostado sobre la superficie del oscuro almacen, con ambas piernas extendidas hacia los lados y los brazos casi atados por si solos tras la nuca de Sherlock, quien al parecer había regresado en cuanto lo llamaron a la sala de té que visitaba. El hokan se encontraba descubierto del pecho a la cadera, aun cuando el otro hombre yacía desnudo por completo, y se erguía justo entre sus piernas con la mirada nublada de un sentimiento que Charles desconocía y con sus manos apoyadas sobre las caderas del señor Watson. Ambos jadeaban el nombre del otro bastante quedito, esperando a no ser descubiertos.

Charles cortó su propia visión de los hechos y corrió asustado hacia su habitación.
No sabía que era lo que había visto en aquel almacén… pero tenía la vaga idea de porque la señora Irene no debía saberlo.

—O—O—O—

Días después de aquella extraña visita nocturna, las cosas parecieron volverse rutinarias para Charles en cuanto a las aventuras nocturnas de Sherlock con ese hombre, a quien ya conocía bien, el señor John Watson.
Charles se encontraba acomodando la habitación del hokan, creyéndolo en una de sus citas vespertinas, cuando la puerta se abrió de golpe y el hombre de mirada cerúlea lo observó con una frialdad que parecía suavizada en niveles extraordinarios. Sus ojos lucían distintos después de ver a John y Charles creía saber por qué. Probablemente Sherlock estaba enamorado.

— ¿Estás registrando mis cosas?

— No, señor… solo limpio, como la señora me lo ordenó.

Sherlock no mencionó nada más y se sentó frente al espejo, justo al lado de una mesita que contenía todo lo que un hokan necesitaba para arreglarse para una cita.

— Irene piensa que estás listo para comenzar tu entrenamiento de hokan. — Charles apenas y sabía lo que eso significaba, solo lo veía como un escalón más dentro de aquel nivel de plebeyo que ahora tenía. — ¿Alguna vez Molly te ha explicado lo que eso significa?

— No… — Y ciertamente, Molly jamás le había dicho a Charles lo que hacían los señores como Loki o Sherlock exactamente.

Sherlock suspiró, casi como si se cansara de todo eso, pero se hizo a un lado, lo suficiente para permitir que Charles mirara su reflejo dentro de aquel espejo enorme que tenía frente a él. Se inclinó para tomar algo de la mesita y de nuevo enfocó su mirada en sí mismo a través de la imagen.

— Estos son mis pinceles… — Mostró los pequeños objetos al niño tras él. Algunos eran más grandes que otros, con menos o más cerdas y de distintos tonos desde el rojizo cobre hasta el amarillo chillante. — Este es un polvo que uso para cubrir mi rostro de blanco, con eso pareciera que soy más pálido y mis ojos se ven aún más claros. — Mostró un pequeño estuche de madera repleto de una especie de polvo compacto de color blanco que lo llenaba todo. Charles lo olfateó ligeramente y regresó el recipiente a manos de su dueño. Sherlock comenzó a cubrirse del maquillaje con una brocha regordeta y peluda, haciendo tal cual dijo a Charles, que su rostro luciera mucho más pálido, pero no desagradable. — Aquel kimono que está colgado en la percha del fondo — Señaló a la pieza que adornaba un extremo de la habitación, de tonos azules, como Charles había llegado a aprender a Sherlock le gustaban los tonos negros y azules, con un fantástico paisaje decorado con flores de primavera y aves de 100 colores distintos. — Es un obsequio de mi danna… ¿sabes lo que es un danna, Charles?

— ¿Es su protector? — Contestó el pequeño con timidez. Justo entonces alzó su mirada y pudo ver el reflejo del rostro más melancólico y triste que había visto en el hokan desde que había llegado ah. Sherlock se veía tan deprimido en ese momento que su rostro, siempre frio, pero bastante atractivo, se volvió ligeramente más sombrío.

— Si… el maldito, eso es… — Charles no comprendió esas palabras, solo recordó todo cuanto sabía del danna de Sherlock, el hombre rico que mantenía a la okiya Adler con generosas cantidades de dinero. Como ya había mencionado, tomaba a Sherlock durante 3 días cada quincena y lo llevaba hasta su propiedad, de la cual volvía el hokan aún más deprimido de lo que abandonaba la okiya. En los 6 meses que Charles llevaba viviendo en la okiya Adler, muy pocas ocasiones recibieron la visita del danna de Sherlock. Dos o tres, a lo mucho. Generalmente, el moreno iba a su encuentro en algún lugar lejano del que él apenas y escuchaba entre las conversaciones de Irene con Molly. La chica le había dicho alguna ocasión que el danna de Sherlock era un hombre a quienes todos en el distrito respetaban, poderoso e influyente, pero no solo por verdadera admiración, sino por un miedo en general. — Mi danna me ha obsequiado ese y muchos otros kimonos… — Continuó la narración, deteniéndose solo para aclararse la garganta. Si Charles no conociera a Sherlock desde hacía ya un semestre, habría creído que lloraría en cualquier momento. — Los kimonos son importantes porque son nuestra carta de presentación cuando acudes a una cita. Somos hokanes, Charles… nuestra única función es similar a la de las muñecas que ves en los aparadores de aquellas tiendas que observas tan embobado cada vez que visitas el distrito — El castaño de perturbó al saberse descubierto. — Solo sonreír, asentir con la cabeza, fingir que escuchas algo interesante y repetirl veces en una noche. Es todo lo que hacemos. Es todo lo que merecemos ser. Somos adornos de hombres ricos y entretenimiento de idiotas con poder.
No tienes derecho a esperar más.

Nada pudo deprimir más a Charles en ese momento. Mientras observaba al hombre arreglando el resto de sus cosas y preparándose para salir a su primera cita de la tarde, Charles lo miraba con la misma miradita triste de los niños cuando descubren el secreto para un gran truco de magia. Ahí, tras la cortina de humo que era la belleza maravillosa de Sherlock Holmes, el significado de su vida, su valor mismo, no era mayor al de esos kimonos tan lujosos que portaba. Preciosas obras de arte, piezas de alguna famosa colección… pero pedazos de tela al final… si tan solo lo rompías, perdía su valor y se transformaba en basura, un objeto despreciable.
¿Ese era acaso el verdadero significado de ser hokan?, ¿tan poco valía aquel hombre tan atractivo e inteligente?, ¿era eso lo que esperaban de él para un futuro?
Si antes pensaba que su vida tenía el mínimo significado, después de aquella conversación, sintió que todo él se encontraba compuesto de algo insignificante.

Justo cuando la vestidora llegó a la habitación para ayudar a Sherlock con su kimono, el moreno le indicó que se cambiaría en la habitación contigua y la despachó fuera de ahí.
Antes de salir tras ella con el kimono, observó una última vez a Charles a los ojos y le habló con la misma frialdad que había empleado todos esos meses.

— Vete, Charles Xavier… y si tienes la oportunidad, jamás vuelvas.

—O—O—O—

Habían pasado 8 meses desde que Charles había llegado a la okiya Adler. Se había deshecho por completo de la esperanza de volver con su madre y sus estudios como hokan habían comenzado aquella tarde, dos meses atrás, cuando Sherlock le advirtió que nada prometedor le deparaba el futuro. Solo él y su vida sin sentido.
Terminando de hacer una compra menor para la okiya, Charles caminaba entristecido por las orillas de un río angosto que atravesaba el distrito entero. Su vida estaba vacía y la necesidad de saber cómo se encontraba su hermana, comenzaba a afectarlo de tal forma que hasta podía verla en el reflejo de sus aguas frescas. Entonces notó que no era solamente su deseo… el… ¡realmente la estaba viendo ahí!

— ¡RAVEN! — Corrió en dirección de la rubia, una niña de al menos 8 años, con hermosos ojos claros y el rostro palido, bastante esbelto para su edad. Muy distinta a como la había dejado en el palacio.

— ¡Charles!

Ambos niños se abrazaron con fuerza y comenzaron a llorar. Charles olvidó por completo la tristeza que lo había llenado los últimos 2 meses y se arropó tanto como pudo en el contacto con su pequeña hermana menor. Aun cuando no compartían sangre, Raven se había criado con el cuándo su padre la adoptó, además que ambos eran mutantes, así que se agradaron casi al instante. Raven abrazaba con la misma fuerza al joven mutante y ocultaba en su hombro todo el llanto que corría por sus mejillas.

— ¡Vámonos, Raven, huyamos juntos!

— ¡Charles, tengo miedo, mucho!, ¡ayúdame, por favor!, no quiero volver a ese lugar, es horrible y me obligan a hacer cosas asquerosas y dolorosas, ¡tienes que ayudarme!

Charles asintió frente a la chica. No necesitaba leer su mente, solo veía su rostro y el pánico en sus ojos, para comprender la gravedad de su condición. Y aunque él vivía bastante bien, en comparación, no deseaba, en lo absoluto, el mismo destino que Sherlock Holmes.

— Salgamos de este lugar y viajemos para buscar algún amigo de mi padre… alguien debe saber que pasó con su fortuna y porque mi madre nos apartó del palacio… estoy seguro que mi padre no me dejó en la calle… a ninguno de los dos.

Raven asintió con miedo y giró su mirada en todas direcciones. Charles hizo lo mismo, pero, para su miedo, observó a Molly caminando por entre las callejuelas, no muy lejos de ellos.

— ¡Corre, Raven, por aquí!

Tomó a su hermana fuertemente del brazo y la arrastró por entre los callejones, pero su grito dio aviso a la chica de la okiya Adler, quien comenzó a correr atemorizada por los azotes que recibiría si Charles se escapaba haciendo un mandado que a ella le correspondía.
Las calles eran de roca lisa y las paredes de una especie de madera y papel. Charles y Raven corrían asustados, con el pecho lleno de adrenalina y sus pies tan veloces como jamás creyeron.
Cerca del lugar donde el distrito cambia completamente, apartado de las salas de té donde los hokanes y las geishas entretenían a los caballeros, Raven y Charles se detuvieron a respirar, justo en un callejón sin salida. Al parecer, habían perdido a Molly por completo.
Fue imposible para Charles no sentir culpa y pena por la muchacha, quien había sido casi como una hermana, una buena amiga para él en todos esos meses… pero aquella era su oportunidad.

— ¿Qué estás haciendo? — Y la única voz que no deseaba escuchar en ese momento, le hizo dar un salto del puro susto. Raven se giró para contemplar al hombre que los acorraló en la única salida posible para el callejón. Charles empalideció por completo al ver a Sherlock Holmes observándolo cauteloso.

Solo le tomó segundos comprender todo y Charles pudo leer en su mente como deducía con una velocidad y, para su asombro, con una verdadera maestría, por qué se encontraba ahí, escondido, tomado de la mano con aquella chica y con su pequeño cuerpo temblando todo.

— Se-s-eñor Sher… Sherlock… — Jadeó su nombre tanto como pudo.

— ¿Estabas intentando huir?

— ¡Señor Sherlock! — Peor aún, Molly estaba cerca de alcanzarlos. — ¡Señor, deténgalos, Charles intenta huir!, ¡la señora Irene…!

Charles miró en dirección de Molly, después de Raven y finalmente del hombre.
Debía usar su telepatía, solo así podría huir… pero… en muchas partes del distrito una especie de campo de energía protegía los espacios abiertos y las mutaciones desaparecían por completo. Ese punto en específico requería de gran energía mental para poder usar su poder.
El castaño temblaba de miedo ante la reacción del más grande, mientras Raven lo abrazaba con fuerza que ni ella sabía que tenía. Justo cuando el hokan alzó su mano, Charles cerró los ojos con fuerza, casi sintiendo la futura bofetada que le encestaría, cuando de pronto la vocecilla de Raven lo obligó a alzar la mirada de nuevo.

— Ch…Charles… — El telepata se quedó mudo de la impresión.

Sherlock había sacado un pequeño fajo de billetes de su obi. Era dinero, dinero real.
¿Qué intentaba hacer?

— Recuerda lo que te dije, Charles. — El mayor puso el dinero en sus manos y se encaminó al encuentro con Molly.

Aun con la impresión tatuada en su rostro, Charles apretó los billetes con verdadera desesperación, tomó a Raven una vez más de la mano y juntos reanudaron la carrera en dirección del final del distrito.
Alejándose tanto como podía de aquel sitio, de la prisión y del futuro más espantoso que podría esperar.

Y corrieron durante casi 20 minutos, pausando cuando sus pies son podían dar un solo paso más, cuando una voz femenina los llamó tras ambos.

— ¡Raven!, ¿Qué haces?

La rubia detuvo su paso en seco y se giró para ver a quien la llamaba. Una morena de casi su misma edad, ojos cafés oscuros y cabello negro. Sus labios eran más grandes que los de la rubia y su cuerpo lucía mucho más menudito. Charles jadeaba cansado, pero no dejaba la mano de su hermana libre, preocupado por lo que esa pequeña pudiera hacer por retrasarlos.

— Angel… yo… este es mi hermano… voy a huir, Angel, no puedo soportarlo más…

— ¡Por favor!, no lo hagas… si lo haces, mamá me azotará a mi…

— No puedo quedarme más, Angel, mi hermano y yo tenemos el dinero y la oportunidad… esto no…

— ¡Esperen solo un poco más, por favor!... Alex también vendrá, el su hermano… Raven… no puedes dejarnos… por favor… — La voz suplicante hizo mella en los hermanos. Era más de lo que podían soportar.
Lejos del distrito, ya entrados en el campo, Charles podía usar su poder de telepatía y descubrir cuál era el mejor lugar para llevar a cabo el plan.

— Charles… por favor… — Raven soltó ligeramente el agarre de su hermano, asustándolo en el acto.

— No… ¡Raven, no!

— ¡Espérame a media noche junto al puente rojo del río central!... estaremos ahí y huiremos juntos…

— ¡NO, es ahora!, ¡Raven…!

— ¡Por favor, Charles…! ¿No te gustaría acaso que alguien me ayudara de la misma forma?

El castaño guardó silencio, más preocupado por su hermana, pero consiente de su propia respuesta. Si, aquello era lo más justo que podría hacer, además, con el dinero que Sherlock que le había dado era más que suficiente para sobrevivir algunas semanas hasta regresar a su casa.

— No en el puente, no es seguro… mejor en la entrada del teatro, la que casi nadie visita… a la media noche.

— Promételo, Charles… te esperaré, pero… si no podemos esperar demasiado…

—Lo sé… estaré ahí.

— Y Charles…

— ¿Si?

— Feliz cumpleaños, hermano…

—O—O—O—

Escondido entre los arbustos cercanos a la salida del distrito, Charles intentaba pasar desapercibido de entre los plebeyos que pasaban por los caminos cercanos, pero tal fue su suerte que uno de ellos, un hombre mayor con carroza, a quien antes había visto dejar verduras en un mercado cercano a la okiya, lo reconoció de inmediato como el pequeño aprendiz del señor Holmes.
Con su condición de plebeyo, no podía negar que estaba en un mandado, pues sabrían de inmediato que estaba escapando y de aceptarlo, quizá tendría que resolver más preguntas. No podía usar su telepatía, estaba demasiado agotado y hambriento. Solo había una respuesta segura.
Así que el hombre se ofreció a llevar a la okiya.
Gran, gran decepcion…
Pero algo de esperanza había en todo ello.
La okiya no quedaba demasiado lejos del teatro donde se reuniría con Raven. Si regresaba y se escabullía solo hasta que anocheciera, bien podía escapar justo para encontrarse a tiempo con su hermana y el resto.
Sin dudas ese era su plan. Lamentablemente, aquella tarde la lluvia llegó como por deseo divino y la oscuridad sobrecogió el distrito entero antes incluso del anochecer. La carroza del hombre de atascó justo frente a la okiya Adler y esto le dio muy poco tiempo a Charles para escabullirse dentro del lugar sin ser visto. Solo deseaba que Molly aún no hubiera comentado su escape por temor y asi nadie notara su ausencia o presencia en el lugar. Pero… justo al cruzar la entrada con suficiente cautela y sintiéndose en parte bendecido por encontrar todo vacío, Charles observó el almacén de kimonos, el lugar donde Sherlock se veía durante las noches con el señor Watson, y la idea lo sobrecogió casi como una iluminación. Sin detenerse a examinar nada, Charles corrió en dirección del almacen y abrió la puerta de golpe, encontrando así en plena acción a Sherlock Holmes y John Watson. Sherlock se encontraba encima de John, con las mejillas carmesí y su cabello empapado en sudor, mientras que John estaba en cuatro, con las rodillas sobre la superficie y los brazos contra el suelo, son su miembro en la mano de Sherlock y la otra mano empujándolo en su propia dirección, como si lo hubiera ayudado a embestirlo con más fuerza.

Los tres se espantaron por lo que acababa de ocurrir y al instante Charles cubrió su boca para evitar soltar un grito de sorpresa. Sherlock se acomodó el kimono lo mejor que pudo y salió de la pequeña casita que servía de almacén, visiblemente enojado.

— ¿¡Que rayos haces aquí!?, ¡debiste huir con tu hermana!

— ¡Señor, yo! — AL dar un paso hacia atrás, Charles golpeó un balde que sostenía dos escobas grandes y viejas que por el puro peso del palo hicieron que el sonido retumbara en todo el jardín de la okiya.

Ambos entornaron los ojos con terror en dirección del interior de la casa.

— ¡¿QUIÉN ANDA AHÍ?! — La voz iracunda de Irene. La habían despertado.

Justo entonces John salió vestido tan bien como había podido arreglarse, miró la salida y comenzó a caminar rápidamente. Sherlock lo alcanzó y poca atención le prestó a Charles, solo podía pensar en aquel hombre.

— ¡Espera, John!, por favor, cálmate… lo lamento, no sé qué ha pasado esta noche, vuelve mañana…

— ¡No, Sherlock! No puedo seguir viéndote más… no así, como si fuéramos polisones… ladrones dentro de este… lugar… — El hombre quien siempre había parecido amable ante los ojos de Charles, lucia muy enfadado y ofendido por las palabras del hokan.

— ¡No me gusta esperar para verte!, nos reuniremos donde tú digas, pero, por favor…

— No, Sherlock… esto se acabó, no puedo seguir haciéndole esto a Mary… yo… simplemente…

Entonces las puertas más cercanas al jardín hicieron un estruendo similar al de una cortina abriéndose, así que Sherlock besó velozmente al hombre y lo dejó salir de ahí casi corriendo.
Charles había seguido la escena con temor, pero fue pánico lo que llegó a el una vez que se encontró con Irene y Molly observándolo de frente.

— ¡Pero que descaro!, ¡mira nada más lo que ven mis ojos!, ¿Qué has dicho que escapó esta tarde? —La mujer, quien siempre cargaba con su fusta, miró en dirección de Molly y después de Charles. La lluvia comenzó a caer con mayor fuerza y Sherlock simplemente permanecia ahí, como perdido en una inmensidad dolorosa e inteminable.

— Así fue, señora… — Susurró Molly, llena de temor.

La morena alzó la mirada con verdadera ira, movió la fusta de una forma que emitió un sonido que atemorizó más a Charles y en cosa de segundos comenzó a golpearlo con fuerza sobre el rostro y los hombros, haciendo que el pequeño soltara alaridos de dolor y gritos de desesperación.

Molly se cubrió el rostro con dolor ajeno y Sherlock permaneció ahí, mirando en dirección de la salida. Entonces algo llegó hasta sus pies, por debajo del kimono de Charles y frente a la mirada perpleja de Irene. Era el fajo de billetes que le había dado para escapar.

— ¡ASI QUE HAS VUELTO UNICAMENTE A ROBAR! — La mujer siguió golpeando, ahora con mayor fuerza, al pobre Charles, quien gritaba "Señor Sherlock", en busca de la confesión del mayor. Que el admitiera que le había dado ese dinero era su única escapatoria al sufrimiento… pero no iba asuceder. — ¡Esto te va a enseñar, sucio ladrón!

— ¡No lo robé!, ¡no he venido a robarle nada!, ¡Señor Sherlock, dígale lo que pasó! — Suplicó una última vez. Irene alzó la fusta de una forma amenazadora, Molly comenzó a sollozar por el miedo y Sherlock comenzó a caminar en dirección de su habitación, ignorando ese último ruego. Eso llenó de ira al menor. Y toda amabilidad fue olvidada por el momento. — ¡No he sido yo quien la ha despertado, fueron ellos!, ¡él señor Sherlock se ve a escondidas aquí con un hombre llamado John Watson!, ¡yo los vi! ¡y este dinero es suyo, él me lo dio!

Entonces… un silencio sepulcral… tan solo el sonido de la lluvia golpeando el suelo se podía apreciar. Sherlock detuvo su andar en ese preciso intante. Se giró para ver los ojos de Charles, con una expresión que el menor no podía identificar que significaba.
Aun creyendo que no lo tomaría en cuenta, Irene se detuvo de su tortura y se giró en dirección de Sherlock. Su mejor ayudante, una mujer castaña de rasgos atractivos, apareció desde el interior justo para escuchar la orden de la mujer.

— ¡Sujetalo!

La chica agarró a Sherlock por los brazos y lo sujetó por atrás, mientras que Irene le abría el kimono a la altura de los muslos. Le separó las piernas y lo tocó como Charles jamás creyó que una dama debería tocar a un hombre. Justo del mismo sitio que él había tocado en el señor Watson momentos atrás.
Cuando sacó la mano, tenía húmeda toda la palma. Se frotó con los mismos dedos de esa mano y los olisqueó. Tras lo cual le dio una bofetada espantosa, dejando marcada su mano sobre el perfil pálido del hombre.

— ¡Cierren las puertas con candado! — Ordenó Irene, dejándonos a todos tal cual estábamos. — Nadie más saldrá de esta okiya hoy.

La lluvia continuó su camino y todo se volvió silencio en el lugar.
Nunca podría ir a ver a su hermana… y había traicionado a un hombre que le había brindado una oportunidad para cambiar su destino. Al intentar escapar, toda posibilidad de convertirse en hokan y ahora se encontraba condenado de por vida a ser un esclavo más, algo aún más bajo de lo que ya era, en aquella okiya. Para siempre.

De no ser por la lluvia, a Charles no le cabría la menor duda que Sherlock había dejado escapar un par de lágrimas. Aunque entre tanas gotas cayendo, apenas y se percibían diferentes al resto.
Creía que el hombre se vengaría en ese momento, que lo golpearía quizá un poco más o que lo expulsaría a la calle a palos. Pero Sherlock no hizo más que permanecer ahí, de pie, perdido dentro de aquel jardín.

—No debiste volver. Ahora, te has arruinado.

O—O—O

Pues es el primer crossover que escribo de estos universos.
Como podrán ver por la participación de Loki, es un UniversoMARVEL/SherlockBBC

Van a haber más personajes de la serie y de MARVEL. Es, principalmente, THORKI, CHERIK y JOHNLOCK. Habrá, quiero, otras parejas, pero hasta ahora de aquí va mi idea.
Tiene ligeras ideas de "Memorias de una Geisha", el libro, no la película. Pero también de mí propia imaginación y la palabra "hokan" no es inventada, eran los hombres que hacían lo mismo que las geishas en una época anterior a ellas. Una okiya es el lugar donde viven, kimono es una especie de ropa, obi el cinto que lo ata. El resto de las palabras japonesas que emplee, regularmente voy a explicarlas dentro del mismo fic, pero para cualquier duda, pueden preguntar y se los responderé con gusto.
El resto de los capítulos no será tan largo, es solo que esta es la introducción y quería que entendieran la idea.