.
INSEGURIDADES
Disclaimer: la mayoría de los personajes son reciclados de Digimon Adventure 1 y 2
Dedicado a los que se esconden bajo la cama
Capítulo 1
La caja de los recuerdos
Era la primera vez en su vida que se ataviaba con un uniforme, y a pesar que siempre había despotricado contra ellos, tuvo que reconocer que le gustó la forma en que se adaptaba aquella falda de tablones a su delgada figura. Su reflejo en el espejo le devolvió una sonrisa de satisfacción y Mimí levantó los pulgares a su mamá en señal de conformidad.
Volver a Odaiba a terminar sus estudios no era algo que le generase alegría, pero tendría que disimularlo. Si bien extrañaba a sus digiamigos, como solía llamarles a sus viejos compañeros de aventura de la infancia, reconocía que tras percatar que había perdido el contacto con ellos, hace ya un par de años, no intentó recuperarlo: de a poco, la comunicación se había hecho menos frecuente, hasta volverse innecesaria, los mails dejaron de llegar. Dejó de buscar consejo en Sora cada vez que pasaba por una crisis amorosa, o a Miyako si necesitaba lanzar insultos contra alguna de sus tantas archienemigas.
Por otra parte, sus amigas gringas la incorporaron rápidamente al devenir neoyorkino, y la joven mimada no tardó en acostumbrarse al estilo de vida ruidoso, entregado al consumo y la moda que ofrecía la ciudad que nunca duerme. Olvidar fue sencillo, pero recordar era una tarea más difícil.
Se habría quedado allí para siempre, en su burbuja neoyorquina de glamour color rosado chillón, pero lo que tiene la vida es que siempre sale con sorpresas que no se pueden anticipar. Y frente a las adversidades, las resoluciones de Mimí solían ser de lo más espontáneas.
―Estás preocupada ―observó su mamá.
Habían pasado a un café después de las diligencias de la tarde. Luego de horas de ir entre aquí y allá, con la lluvia molestando a todo instante, se dieron cuenta que estaban hambrientas y cansadas.
A toda respuesta, Mimí se encogió de hombros y llevó su chocolate caliente a los labios.
―Hija, no era necesario que vinieras ―continuó la mujer con los ojos llenos de culpabilidad.
No se refería a las compras, Mimí lo entendió bien.
―Sabes que no vengo obligada ―respondió la hija con sequedad pero se arrepintió enseguida, lo que menos pretendía era hacer sentir culpable a su mamá, así que añadió cambiando rápidamente de humor: –y después de todo el lío que nos causó encontrar matrícula en una secundaria superior que tuviese un uniforme decente, no me voy a devolver a New York.
―¿Y le avisaste a tus amigos que volvías?
Mimí negó con la cabeza y desvió la mirada de esos ojos inquisidores. Estaba claro que su madre se empeñaba en que Mimí se sincerara con ella, pero la joven no iba a darle en el gusto.
―¿Y por qué no? ―insistió la madre.
―¡Dios mamá, no lo sé! No he tenido tiempo con el asunto de la mudanza… tú ya viste mi habitación, aún me quedan varias cajas por desempacar.
―Ellos merecen saber que has vuelto.
―Y lo sabrán, pero cuando tenga todas mis cosas en orden ―Y cuando decía cosas realmente quería decir pensamientos.
La madre decidió no seguir con aquel tema, iniciando una trivial charla sobre la última película de Russell Crowe, su amor platónico. Mimí se lo agradeció y pronto se halló parloteando con la soltura y chispa que le es característica.
Hasta que dejó de llover, cayó la noche y se encendieron las luces navideñas sin que se percatasen. La madre, alarmada por las horas que habían pasado fuera de casa, sacó la billetera, tiró un par de billetes a la mesa y se abalanzó contra la puerta del café.
―¡Mamá aguarda, se te quedan la mitad de las bolsas!... Tampoco dejaste dinero suficien… olvídalo, adelántate que yo prefiero irme caminando.
―¡¿Cómo te vas a ir caminando sola si está tan oscuro?!
―Mamá, ándate ya ¿quieres?
La madre sonrió en señal de disculpa. Mimí resopló, su madre nunca iba a madurar, pero podía entenderla: habían dejado a la abuela sola en casa por mucho tiempo, y eso no era bueno. Con resignación tomó las bolsas que quedaban, pagó lo que correspondía a la cajera, sacó de su cartera un cigarro de los light y se fue rumbo a casa.
Caminar por Tokio en navidad siempre ha sido agradable. La cantidad de luces utilizadas para despertar en sus habitantes el espíritu navideño era tan excesiva que recordaba haber pasado en Japón sus mejores fiestas navideñas. A sus amigos ecologistas les habría dado un infarto presenciar aquel derroche de energía, pero a Mimí le gustaban las luces y las cosas relucientes. De hecho el contorno de sus orejas estaba adornado por múltiples piercing de brillantes, aunque normalmente usaba no más de dos o tres para no verse tan sobrecargada.
Solía caminar cuando quería pensar. Su casa por ahora no era un buen lugar para poner sus ideas en orden, sobre todo ahora con el tema de la mudanza. No quería parecer una mala hija, sólo que estaba cansada ya de todo.
Pero aquella noche caminar sólo le devolvió la nostalgia.
"Si sólo Palmon estuviera aquí… ella sabría qué hacer" pensó la joven. Tokio había cambiado, y supuso que sus amigos también lo habían hecho. Ella misma había cambiado mucho, y temía que al reencontrarse con sus viejos amigos estos no la reconocieran… o peor aún, se negasen a reconocerla.
Parecía más sensato alejarse de ellos y evitar el encuentro. Tal vez sensato era un eufemismo para cobarde, pero no tenía intensión en afrontar ningún conflicto más de los que ya traía acuesta. En sus recuerdos todos seguían siendo amigos, mejor dejarlos así. No sería fácil evadirlos, Odaiba no era tan grande después de todo, y si bien resultaba fácil perderse entre la multitud, todos se terminan encontrando tarde o temprano. Ya pensaría una estrategia.
Dio una última calada al cigarrillo y el humo y el vaho se mezclaron y arremolinaron hasta diluirse en el aire.
A Mimí le habría encantado diluirse con ellos.
―Estoy en casa ―gritó Mimí y sin esperar respuesta, dejó sus zapatos en la entrada, colgó su abrigo y bolsas en el perchero y se fue a su habitación.
Era un cuarto relativamente grande para el estándar japonés, lo que reflejaba la buena situación económica de la familia Tachikawa. Las paredes estaba recubiertas por un papel mural rosado y las molduras las habían pintado de marfil. Había un tocador estilo Laura Ashley contra el ventanal y una cama amplia con un edredón crema y rebosante en cojines mullidos de varios colores añejos. Las repisas aún no estaban instaladas y la mesita de noche todavía no llegaba, pero aun así el exceso de cajas vacías apiladas en los rincones impedía que la habitación se viese más amplia de lo que realmente era.
Aún quedaban cuatro cajas por abrir. Las estuvo evitando por mucho tiempo porque eran las más grandes de todas.
Qué podía decir, era una perezosa.
Afortunadamente Beyoncé siempre le infundía ánimos y energía, así que se ató un paño en la cabeza (como había visto en las películas), y al ritmo de Crazy in love se dispuso a ponerle fin de una vez por todas a la tarea del desembalaje.
Ropa y más ropa salían de las cajas. Vestidos, bufandas, pantalones… no recordaba aquel abrigo ulster de Burberry, ni esa bonita falda de encajes de Valentino, tal vez mañana sería un buen día para estrenar aquellas prendas.
Y entre organizar su ropa por colores en el armario, dejar vistas algunas combinaciones innovadoras para ocasiones importantes y colgar un par de bolsas aromáticas, se dio cuenta que sólo faltaba la temida gran caja de los zapatos.
¿Por qué esa obsesión por el calzado?
Le subió el volumen a la música para darse más ánimos. Funcionó, terminó en menos tiempo del planificado. Al final sólo quedaba en el fondo un objeto rectangular, pesado y de gran tamaño. Era otra caja más, pero no una de zapatos, no… esta era el viejo cofre que la había acompañado toda su vida.
Hace mucho tiempo que no veía su caja de los recuerdos, pero le alegró que estuviese allí inmiscuida entre sus cosas. Dudó un segundo en si abrirla o dejarla directamente bajo la cama, pero la curiosidad fue más fuerte.
Viejos envoltorios de sus golosinas favoritas, Sora las compraba porque a ella le daba asco ensuciarse las manos con las monedas. Todavía tenía problemas con eso.
Boletos de cine cuando eran de cartón. A su padre siempre le había obsesionado el cine, iban todos los fines de semana a ver una película. De estar en Estados Unidos seguirían haciéndolo.
Servilletas en forma de hadas de los cumpleaños de su amiga Polly.
Un diario espantosamente rosado, incluso para su gusto. No tardó mucho en encontrar la llave que lo abría, pero vio con decepción que tenía sólo dos páginas escritas con una letra grande y llena de fluoritas. Decía así:
Querido y muy, muy, muy estimado diario mío:
Mi mamá me dio esta cosa en navidad cuando sabe que odio escribir. Pero ayer vi una película muy entretenida de princesas y unicornios, y la protagonista tenía un diario, y yo quiero ser igual de hermosa que ella, quiero tener un unicornio y quiero casarme con un príncipe, así que decidí empezar a escribir y hacer todas las cosas que ella hace.
No te ofendas, diario mío, no sé qué se supone que la gente común escribe en sus diarios. No quiero comenzar a escribir de cosas románticas muy pronto, para que no pienses que soy una enamoradiza, así que sólo te diré que mañana empieza el campamento de verano. Vamos todos los de la primaria, pero a mi no me agrada la idea de ir al campo con los bichos y el lodo. Sólo voy porque todas mis amigas lo harán y el superior Joe también.
El superior es muy bueno con todos nosotros. Dicen que toda su familia es de médicos, así que eso significa que es inteligente, pero a mí me gustan los príncipes, y el superior no parece ser de la realeza. Es flacucho y demasiado pálido para mi gusto, pero si fuera un príncipe, estaría bien para mí. Si pudiera pedir un deseo, me gustaría que Joe fuera un príncipe y yo su princesa.
Pero dije que no iba a hablar de cosas románticas, así que haré un dibujo.
A continuación había un dibujo de un paisaje con montañas, un arcoíris y una especie de mamífero que por el largo cuerno daba la impresión de ser un unicornio.
Rió con nostalgia. Además de haber escrito muchas veces la palabra "quiero", se avergonzaba de su mentalidad de niña pequeña. Ni siquiera se acordaba de haber escrito eso, y se ruborizó al notar que estuvo encaprichada con el superior Joe.
De seguro que Joe ahora estaba en la universidad estudiando lo que siempre quiso. Hay gente que puede darse ese lujo. Eso fue lo que pensó Mimí y una sensación desconocido se apoderó de ella. Era similar a la tristeza, pero acompañada de un amargor agobiante que se extendía desde la punta de la lengua y le envolvía la cabeza, retorciendo sus pensamientos. Ese Joe sabía qué era lo que quería en este mundo y eso le causaba envidia.
Se asustó y cerró el diario de golpe. Nunca en su vida había envidiado a alguien. En su apuro por esconder aquella vieja caja debajo de la cama, sólo consiguió que resbalara de sus manos y se volteara todo su contenido.
No quería seguir viendo nada más. ¡Por qué siempre que se proponía algo le pasaba todo lo contrario! Ya estaba cansada, quería sacarse ese estúpido cintillo de la cabeza, bañarse e irse a la cama y soñar con Jonny Deep. Se apresuró a recoger todo lo esparcido por el suelo, sin cuidar el estado en que quedaban servilletas, boletos de cine y fotografías.
Y entre las fotos apareció la última que se tomó en Japón. En esa ocasión traía el pelo color chocolate, y llevaba una cadena que portaba una gran estrella de oro. Era un obsequio que Michael le dio poco antes de convertirse en novios. A pesar que Mimí no era consiente que Kari la estaba fotografiando, no podía negar que salía muy bien en aquella impresión, y si es que tenía alguna gracia es que Mimí jamás salía mal en las fotos: era una fotogénica innata.
En esa ocasión estaba apilando libros sobre la cabeza de un Izzy que dormía profundamente echado sobre una mesa. El muchacho sólo se despertó cuando se derrumbaron los libros haciendo un gran estrépito. Mimí sonrió ante aquella foto con nostalgia. Sabía que Izzy se había enfadado ese día pero jamás lo demostró, a pesar que le dejó un chichón enorme y poco estético en la frente. Él siempre fue muy amable, aunque suponía que no era una actitud que reservara sólo para ella.
Siguió guardando las cosas de su caja, pero ya con más calma. La caja de los recuerdos la ocultó debajo de la cama, pero la fotografía de ella con Izzy la pegó en el espejo del tocador. Era una foto divertida y eso era justamente lo que le faltaba, diversión. De seguir en Estados Unidos de seguro ahora estaría en una fiesta de Vicky o en el Pub de los bohemios que solía frecuentar con Simmons y Ross cuando querían blanquear el cerebro.
Dejar la mente en blanco. No se puede dejar la mente en blanco con tantos problemas.
Le volvió a echar un vistazo a la fotografía.
Tal vez Izzy no tenía tantos problemas. Y pensar que alguna vez ellos fueron los mejores amigos. Apostaba lo que fuera a que él seguía obsesionado con las computadores, y que ahora era una especie de nerd máximo, de esos que usan gafas con mucho aumento, la cara infestada de granos y algunos kilos de más producto del sedentarismo. Lo que tiene esto de crecer y desarrollarse, es que muchas veces acentúa los defectos en vez de ayudar a superarlos.
Si no bastaba con revisar su caso… o mejor aún, su reflejo en el espejo: tenía todas las pintas de una rebelde, aunque no estuviese ni cerca de serlo. Porque Mimí en el fondo era una construcción de lo que quería mostrar, hace tiempo que dejó de tener esa pureza que alguna vez la distinguió del resto.
Y sin darse cuenta, se encontró llorando en silencio.
–¡Ya basta, Mimí! –Se reprendió en voz alta luego de abofetearse el rostro un par de veces y limpiarse los ojos con los puños –tienes que ser fuerte por todos. Mañana irás a la peluquería a una renovación de look y ya verás cómo cambiarán las cosas.
Porque siempre que tenía problemas su cabello había cambiado de color, y las tradiciones están para seguirlas… además, ya era hora que el color rubio ceniza tuviese su oportunidad de brillar en su cabellera, tal como lo hicieron en su momento el rosado, naranjo, caoba, chocolate y miel.
Pero la tintura no iba a arreglar sus problemas esta vez. Tenía esta tendencia a creer que era la única con dificultades que no se daba cuenta que todos los adolescentes pasan por un periodo de conflictos en algún momento de sus vidas. Y a no muchos kilómetros de distancia también Sora, Kari y Yolei se refugiaban en sus respectivos cuartos e intentaban reprimir sus impulsos depresivos y los fantasmas personales que las agobiaban.
Tal vez Yolei, quien era la más transparente de todas, no logró ocultar su sufrimiento por mucho tiempo y terminó llorando a lágrima viva delante de todos sus hermanos, hasta que la angustia fue tanta que tomó su abrigo y salió de su casa sin un rumbo definido. Echar maldiciones nunca le había resultado para apaciguar su malhumor, sólo correr con la idea de perderse era lo más cercano que tenía a un consuelo.
Kari, quien nunca se iba a permitir ser una carga para los demás, actuaba con naturalidad, pero ya algunos habían notado que estaba más taciturna de lo acostumbrado y Gatomon empezaba a preocuparse. Pero si había algo que la sumergía más en las sombras, era que TK, el que siempre ha estado a su lado, el que sabe leerla y predecirla, se negase a comprender que algo estaba mal con ella.
Y Sora, quien siempre se había creido la protectora de los demás, aún no sabía cuál era la decisión correcta. No quería hacer sufrir a nadie y menos a Tai. Izzy y Kari seguían todos sus movimientos, apremiándola en silencio, pero es sólo conseguía debilitar su carácter.
Sólo eran problemas de inseguridades, pero el regreso de Mimí le devolvería al antiguo grupo el equilibrio que se merecían después de ellos haber hecho lo mismo por el digimundo ya varios años atrás.
Pero la calma sólo viene después de una tormenta, y esta apenas comenzaba a gestarse.
*.*
NOTAS DE LA AUTORA
Hola a todos ! Si llegaste hasta aquí, te doy las gracias por leer la historia. Si te gustó o si la odiaste, si te enamora o te destroza, sea lo que sea que esta historia te haya producido (incluso si no tuviste reacción), déjame un review, es importante para mí conocer tu opinión. Porque es mi primera publicación, estoy un poco verde, y no saben lo que me ha costado reunir el valor para publicarlo.
Los primeros capítulos son un poco introductorios, pero luego se irá revelando de qué va esta historia.
Espero que nos estemos leyendo pronto. Adieu !
