¡Hooooola, mis queridos y queridas! ¡Aleluya! Por fin os traigo el primer capítulo del James&Rose del que tanto he hablado. Antes de dejaros leer tranquilamente, tengo unas cuantas cosillas que aclarar. Pensaba hacerlo al final del capítulo pero creo que es mejor hacerlo ya desde el principio. Antes que nada, recordar que esta historia tiene de protagonistas a unos personajes de la tercera generación y que, por lo tanto, no hay un canon al que adaptarse. Cada cual tiene una idea acerca de estos personajes y yo voy a plasmar en esta historia la mía; quizá a veces coincidamos, otras no. Pero es un punto a tener en cuenta. No creo conveniente que haga una descripción de éstos ya que no hay mejor forma de hablar de un personaje que dejándole tomar la palabra. Y lo segundo es que, viene a colación de lo anterior, como hay ciertas cosas de esta generación desconocidas o no confirmadas, habrá ocasiones en las que me tome ciertas licencias, ¡pero ojo!, todo por el bien de la historia.

Por último, aprovechando que el foro de la Noble y Ancestral Casa de los Black, ha abierto un reto sobre long-fics, me ha parecido una buena idea inscribirme. Así que, digamos las palabras mágicas, este fic participa en el reto anual "Long Story" de la Noble y Ancestral Casa de los Black.

¡Y nada más que añadir! Solo que disfrutéis con la lectura *_*

Disclaimer: Todo lo que podáis reconocer, pertenece a J.K. Rowling.


Yo, mi, me... contigo


No trumpets sound when the important decisions of our life are made. Destiny is made known silently. — Agnes DeMille


Capítulo 1: El reglamento del aparentar

Los sábados antes de la vuelta a casa por Navidad, siempre había salida a Hogsmeade. Los terrenos colindantes al pequeño pueblo se cubrían por una capa de nieve blanca y espesa que te hundía los pies en ella durante todo el camino. Pero el ambiente, a pesar del frío, era tan cálido y envolvente, con decenas de árboles decorados por todas partes, coronas navideñas cantando villancicos cuando pasabas por su lado y todas aquellas luces de colores, que nadie se perdía nunca aquella salida.

La habitación de las chicas de sexto curso de la casa de Gryffindor estaba lleno de movimiento, con chicas entrando y saliendo del baño, pidiendo unos zapatos o unos pendientes prestados y comentando lo ocurrido durante la semana en un ambiente de alegría y camaradería que suelen dar los años de convivencia. Rose Weasley se estaba terminando de peinar algunos de sus rizos —una mezcla de colores entre rojizo, anaranjado y cobrizo— con sus dedos cuando su mejor amiga le dio un pequeño golpe en la cadera con la suya para llamar su atención.

—¿A qué hora has quedado con tu chico? —preguntó Penny poniéndose los pendientes.

—En cinco minutos —respondió Rose mientras se miraba al espejo por última vez de forma distraída.

—¿Qué regalos te faltan por comprar? Aparte del mío, claro —comentó Penny con una media sonrisa.

—Mmm, pues aparte del tuyo... ¿todos? —río Rose para después entornar los ojos— Nunca se me ocurre nada para regalar. Así que, no sé, supongo que recorreremos todo Hogsmeade y, cuando nos cansemos de dar vueltas, compraré lo que encuentre en la tienda.

—Eres un auténtico desastre, por si no lo sabías —le informó su amiga con tono solemne.

—Acabas de ganar una papeleta para quedarte con el peor regalo que pille.

Penny soltó una carcajada y negó con la cabeza mientras se recogía el pelo en una coleta alta con las dos manos.

—¿Y después de pulirte todos los cuartos, iréis a Madame Pudipié?

—No lo sé, sobre la marcha.

—Pues si no vas, esa pobre señora se llevará un buen chasco —le chinchó Penny entre risas terminando de peinarse.

Rose se encogió de hombros con una sonrisa, sin añadir nada más a la conversación, y se puso el abrigo que descansaba encima de su cama. Lo abotonó con calma, casi como si estuviese retrasando el momento de tener que bajar a la sala común, y se puso la bufanda roja y dorada alrededor del cuello. Ya estaba muy entrado diciembre como para no ir abrigado, así que completó el atuendo con un gorro de lana y unos guantes bien calentitos.

Si se había encogido de hombros en vez responder el comentario que había hecho su amiga había sido por una sencilla razón. No tenía ganas de mentir. No quería decirle que odiaba aquel estúpido salón de té y el ambiente que allí había cada vez que iban. No quería decirle que mientras estaba allí con su novio, lo único que ella quería en realidad era poder estar en cualquier otro lugar menos en ése. No quería decirle que se sentía una auténtica farsante cada vez que él le decía que la quería y ella no sentía nada en absoluto.

—Bueno, Penny, ¡nos vemos después! —se despidió con la mano Rose antes de abrir la puerta de la habitación.

—¡Adiós! ¡Pasadlo bien! ¡Y no te olvides de mi regalo! ¡Un novio guapo, listo, divertido y millonario! —enumeró la chica en un tono claro de broma.

—Sí, y ya, si es humano, sería la bomba —se río Rose antes de girarse y salir de la habitación— Venga, hasta luego.

Tras cerrar la puerta del dormitorio, Rose bajó las escaleras de la torre en dirección a la sala común donde, cuando llegó, su novio ya la estaba esperando. Mark McLaggen, el buscador del equipo de quidditch de Gryffindor, se encontraba de pie al final de la escalera. Estaba tan guapo como siempre, con su pelo rubio lleno de vetas castañas y sus ojos verdes, apoyado de forma casual contra la pared de piedra.

—Hola, preciosa —le saludó Mark con una gran sonrisa. Al verla llegar al último escalón, el chico le extendió su mano a Rose, aprovechando el momento en el cual ella la tomó para pegarla a su pecho.

—Buenos días —sonrió Rose al tiempo que sentía los brazos de Mark rodearla. La boca del chico no tardó en ir al encuentro de los carnosos labios de la pelirroja, besándolos de forma cariñosa. Cuando le respondió el beso, ella puso todo su empeño en sentir algo. Lo que fuese. Por favor.

—Estás muy guapa hoy, ¿lo sabías?

—Gracias —contestó Rose, obligándose a sonrojarse ante el piropo de su novio, sin ningún tipo de resultado; sus mejillas seguían estando tan níveas como siempre.

—¿Estás lista? ¿Nos vamos ya? —preguntó Mark sin perder la sonrisa. Cuando escuchó la afirmación de Rose, le dio otro pequeño beso, apenas un roce de labios, y cogió su mano. Al llegar al retrato de la Dama Gorda, Mark la soltó un momento para dejar que ella pasase primero. En cuanto él hubo salido de la torre, antes de poder escuchar la puerta cerrarse detrás de él, volvió a tomar la mano de Rose con la suya, entrelazando sus dedos de forma cariñosa.

El trayecto hasta Hogsmeade fue un paseo agradable. El frío les cortaba la cara y no dejaron de hablar sobre las tiendas que visitarían para esos regalos que aun les quedaban por comprar. Aunque Rose iría con su familia de compras al callejón Diagón cuando volviese el fin de semana siguiente, antes del día de Navidad, esperaba comprar parte de sus regalos durante la mañana. De camino a la primera tienda, hicieron una parada en Honeydukes a petición de Rose, para comprar unas cuantas chucherías antes de ponerse manos a la obra.

Dos horas, cinco bolsas y bastante paciencia y suela de los zapatos gastada después, Mark y Rose dieron por terminadas las compras navideñas.

—¿Vamos a tomar algo? ¿O quieres volver al castillo? —preguntó Mark.

—Tomar algo —respondió Rose—. Necesito recuperar fuerzas, estoy muerta.

—¿Madame Pudipié? —dio por hecho el chico, casi echando a andar hacia el lugar.

—¿Por qué...? ¿Por qué no vamos a las Tres Escobas? —dijo la pelirroja ante la extraña mirada de su novio— Por cambiar un poco, ¿te parece bien?

Y, como siempre pasaba cuando Rose pedía algo, Mark accedió; era incapaz de negarle nada.

Así que, con las manos llenas de bolsas y los pies cansados, Rose y el buscador de Gryffindor se dirigieron a las Tres Escobas. El local estaba bastante lleno pero, por suerte, y porque aun no era tan tarde y mucha gente seguía inmersa en las compras navideñas, aun quedaban un par de mesas libres. Ellos dos se dirigieron a la que estaba al fondo, junto a la ventana. El lugar parecía menos claustrofóbico cuando podía ver a la luz de la calle.

La mano de Mark se posó en la parte baja de la espalda y la empujó suavemente entre la gente hasta que los dos llegaron hasta la mesa. Rose tenía toda la intención de sentarse lo más rápido posible pero Mark apartó la silla antes de que pudiese aunque fuese parpadear. Aquel chico era realmente rápido y, aunque lo que ella quería hacer en ese momento era espetarle que no hacía falta que le retirase la silla como si fuese una princesa, optó por callar, sonreír y sentarse sin rechistar.

—¿Qué quieres tomar? ¿Una cerveza de mantequilla? —preguntó Mark con una sonrisa.

Cuando hacía esas cosas, cosas como abrirle la puerta, retirarle la silla o ir a pedir, debería considerarle adorable, y caballeroso, y encantador, como todas sus amigas, porque lo era, de verdad lo era, pero no podía. Rose lo único que sentía era culpabilidad al ver el brillo de los ojos de su novio, una culpabilidad que la dejaba deshecha al ver que él era perfecto para ella y que, aun así, no estaba enamorada de él.

Rose podía sentir su aliento, cálido y familiar, contra su oreja y se giró levemente antes de asentir y verle marchar hacia la barra.

Mientras le veía alejarse, Rose se sintió miserable. Más de lo que se sentía habitualmente. Debía ser la peor persona del mundo por utilizar a Mark de ese modo. Porque, sí, le estaba utilizando. Lo único que quería cuando había empezado a salir con él había sido olvidarse de otro chico, el otro chico. Accedió porque sabía que a Mark le gustaba —ya le había pedido salir un par de veces cuando estaba con ese otro chico e, incluso, antes de eso— y que, si existía una posibilidad, por mínima que fuera, de enamorarse de nuevo, sería de él.

Pero no estaba funcionando.

Rose lo intentaba. Merlín bien sabía que lo intentaba con tanto empeño y tanta fuerza que al final del día acababa exhausta. Si había algo en lo que se esforzase de verdad era en intentar enamorarse de Mark. Pero no funcionaba. No daba resultado. Por mucho que quisiese sonrojarse por las cosas bonitas que le decía, no había ninguna clase de reacción en sus mejillas. Por mucho que quisiese sentir mariposas bailando en su estómago cuando la tocaba, nada se movía en sus entrañas. Por mucho que quisiese ansiar un beso suyo, la verdad es que los evitaba todo lo que podía sin que llegase a ser sospechoso. Por mucho que quisiese que su pecho explotase cada vez que le decía que la quería, nada. Después de un tiempo se dio cuenta de que a veces no basta con querer algo; que eso, en realidad, no cambiaba nada.

Y no cambiaba nada porque Mark no era él. Daba igual lo maravilloso, y fantástico, y perfecto que fuera Mark. Seguía teniendo en contra lo más importante: no era él. Y eso bastaba. Porque Rose recordaba que, cuando él estaba cerca, sentía sus rodillas doblarse, literalmente. Que cuando él la tocaba sentía cosquillas hasta en las orejas, y que cuando él la besaba parecía que el sol corría por sus venas. Porque cuando estaba con él, no necesitaba nada más.

El único problema era que él no la necesitaba a ella. No la quería, no la quiso. Por eso ella estaba ahora como estaba. Por eso estaba utilizando a Mark, necesitaba un parche. Podía parecer muy egoísta, y probablemente lo era, pero no había otra solución. La relación que había tenido con él había sido absolutamente secreta. No había podido hablar de ella con nadie, ni antes, ni durante, ni después. Ni siquiera con su mejor amiga, con Penny, o con Roxanne o Lucy. No había podido contarles cómo había sido su primer beso o su primera noche juntos, no había podido compartir con ellas su enfado cuando habían tenido alguna de esas peleas que tenían y que siempre acababa con ellos comiéndose a besos, ni tampoco, por supuesto, había podido pedir consuelo cuando la dejó. Todo eso que nunca le había contado a nadie, por si fuera poco el dolor que ya sentía, estaba actuando en ella como una gangrena que la estaba carcomiendo por dentro. Y era posible que incluso esa explicación no justificase lo que le estaba haciendo a Mark, cuando él estaba tan enamorado de ella, pero ella necesitaba a alguien, alguien que remendase sus heridas y aliviase ese dolor tan rabioso que le hacía difícil respirar.

—Y una cerveza de mantequilla para la chica más bonita del bar.

Rose había estado tan ensimismada en sus propios pensamientos que ni siquiera se había dado cuenta de que Mark se dirigía hacia ella con una cerveza de mantequilla en cada mano. Al escuchar su voz y ver de repente una mano dejar una jarra delante de ella, no pudo evitar sobresaltarse, por lo que se llevó una mano al pecho mientras fingía una sonrisa.

—Me has asustado —dijo Rose mientras le veía sentarse frente a ella.

El chico soltó una pequeña carcajada. Sin dejar de mirarla, llevó la cerveza a sus labios y dio un sorbo. Y Rose, más que nunca, se sintió la peor persona del planeta, y deseó poder quererle, deseó poder enamorarse de él. Pero entonces esa dichosa voz, esa estúpida voz, volvió a repetirle lo mismo que le decía siempre cada vez que ella pedía ese deseo, que no se podía dar algo que ya no se tenía.

—¿Crees que tenemos alguna posibilidad contra Ravenclaw en el partido de la semana que viene? Se dice, se comenta, que se les ha ocurrido una nueva estrategia brillante. Aunque Penny sigue convencida de que solo lo dicen porque quieren meternos miedo —dijo Rose sacando un tema de conversación en el que ambos podían participar, aunque no pudo evitar que, al mismo tiempo, le trajese recuerdos de tiempos mejores, tiempos con él. Aunque a esas alturas no había nada que no le recordase a él.

—Opino igual que Penny. Puede que ellos sean los inteligentes pero nosotros tenemos el mejor capitán, y no lo digo solo porque sea tu primo, sabes que es verdad, es un fenómeno. Y, además, te tenemos a ti.

—¿A mí? Pero si no soy nada del otro mundo —rió Rose sintiendo un pinchazo de dolor en el costado—. Además, ellos tienen a Roxanne.

—Vamos, ¿pero qué dices, Rose? Ella no es ni la mitad de buena que tú. Y ella no es mala, que va, pero tú eres un crack. A ver, ¿cuántos tantos hiciste solo en el último partido?

—Creo que veinticuatro —dijo Rose llena de orgullo.

—¿Ves lo que te decía? A este paso vas a batir algún tipo de record o algo así.

—Tampoco te pases —volvió a reír Rose llevando la cerveza de mantequilla a sus labios.

Adoraba el quidditch. Aunque eso a nadie podía sorprenderle sabiendo que su padre le había comprado su primera escoba antes de que aprendiese a andar. Por lo que le habían contado, eso había ocasionado una pelea entre él y su madre, argumentando ésta que ella era aun demasiado pequeña como para volar. La pelea la ganó su madre —lo normal— pero no por mucho tiempo y, dos años después, su padre empezó con sus clases de vuelo. Las primeras veces que voló lo hizo en la misma escoba que su padre. La subía a ella primero y luego él se sentaba detrás, sujetándola bien con uno de sus brazos para mayor seguridad. Más adelante, empezó a dejar que volase ella sola, aunque siempre con él volando detrás de ella. Se pasaban las horas muertas volando y jugando al quidditch.

Rose estaba especialmente unida a su padre. Quería muchísimo a su madre, eso estaba fuera de toda cuestión. Pero la relación que tenía con su padre era especial. Era auténtica adoración lo que sentía por él. Se llevaban a las mil maravillas y les encantaba estar juntos. Su madre solía decir que hasta tenían los mismos gestos, cosa de la cual ellos ni siquiera eran conscientes. Rose era la niña de los ojos de Ron y él su persona favorita en el mundo para la chica.

Lo primero que hizo Rose cuando le dijeron que había sido admitida en el equipo de quidditch de Gryffindor fue correr a su cuarto a escribirle una carta a su padre para darle la buena noticia. Había estado muy nerviosa cuando le hicieron la prueba con miedo de que no la cogieran pero tenía un talento natural, cosa de familia decían. La carta de respuesta de Ron no se hizo esperar y pudo leer entre lineas lo inmensamente orgulloso que estaba de ella cuando decía que había salido a él.

—Sabes que es verdad, no seas modesta —le guiñó un ojo Mark.

Estaba abriendo la boca para protestar por el comentario de Mark cuando sintió que el aire dejaba de llegar a sus pulmones. Y el agua de su cuerpo se convirtió en hielo, haciendo que su cuerpo pesase mucho de pronto. La puerta de las Tres Escobas se acababa de abrir dejando entrar a un grupo de chicos de lo más ruidoso. Entre ellos estaba él, aquél que se había quedado con ese algo que ya no podía dar a nadie más. Y, al verle, algo muy dentro de ella se tensó, rasgándose, rasgándola.

—¿Qué pasa? —preguntó Mark preocupado, girándose rápidamente— ¡Pero si es tu primo! ¡James!

James. James Sirius Potter, su primo, era él. Un dolor lacerante le atravesó el pecho, de lado a lado, y apretó los labios con fuerza para evitar ponerse a gritar en mitad del bar. Le costaba respirar. No podía respirar. Se estaba acercando. El grito de Mark había llamado su atención y venía derecho hacia ellos. Quería chillar, quería salir corriendo, quería desaparecerse al confín de la tierra. Pero no hizo ninguna de esas tres cosas. Simplemente se quedó quieta, con la espalda muy recta y los ojos clavados en su cerveza de mantequilla.

Después de que James rompiese con ella, Rose creyó que las cosas cambiarían entre ellos. Por un segundo, fue tan tonta como para creer que se comportarían como cualquier pareja después de una ruptura. Pero no fue así. En absoluto. Porque nadie podía notar que algo había cambiado entre ellos. Nadie podía notar nada cuando estuvieron juntos, nadie podía notar nada ahora que habían roto. Debían seguir tratándose como si no fuesen más que primos, como si no hubiese habido ningún corazón roto en el camino.

Pero resulta que, para bien o para mal, las personas no son máquinas e, inexorablemente, una brecha se abrió entre ellos. No fue nada grande o llamativo. Nada fuera de lo corriente. Era algo más sutil, algo que la mayoría de la gente no podía notar a menos que se fijase muchísimo, lo cual, gracias a Merlin, nunca hicieron. Pero Rose si lo notaba, y ese cambio en su interior era todo un mundo. A partir del día siguiente, quiso construir un muro, bien alto y bien fuerte para que cada uno de ellos estuviese a cada uno de los lados, donde no pudiesen verse ni pasar al otro lado. Pero era difícil construir muros cuando tenía que fingir que no había pasado nada, y tenía que saludarle, y reírle una broma, y pasarle el pan como si no la hubiese destrozado. Y, más aun, cuando James entraba en el Gran Comedor por la mañana con su habitual buen humor y la trataba como siempre, dejando ver de él solo la parte divertida y bromista. Eso era lo que más le dolía. Puede que hubiese podido soportar que la hubiese ignorado o, incluso, que la hubiese tratado mal. Pero verle actuando como siempre mientras ella ni siquiera sabía como había sido capaz de levantarse de la cama había resultado devastador. ¿Cómo podía hacer eso? ¿Cómo podía saltar de una cosa a otra sin sentir nada en absoluto? ¿Acaso no había significado lo más mínimo para él? Así que lo único que podía hacer era evitarle todo lo posible y esperar que nadie notase que se estaba alejando de él.

—¡McLaggen! ¡Rosie! ¿Pero qué hacéis vosotros dos por aquí? Creía que los tortolitos solo iban al salón de té de Madame Pudipié. Vaya, vaya, vaya —comentó James risueño, chocando su mano con la de Mark a modo de saludo y acariciando el pelo de Rose en un gesto totalmente fraternal.

Rose sintió ganas de vomitar. Aquel comportamiento, revolverle el pelo, llamarla Rosie. Él sabía lo mucho que odiaba que la llamasen Rosie. De hecho, él, antes de que todo empezase entre ellos, solo la llamaba así cuando quería tomarle el pelo y molestarla, cosa que solía funcionar. Luego nunca más volvió a llamarla así. Hasta que la dejó. Como si ese simple apodo pudiese volver el tiempo atrás, como si pudiese cambiar algo. Pero no cambiaba nada. Al menos no para ella.

—¿Quieres sentarte? —le invitó Mark sin darse cuenta del relámpago de dolor que acababa de surcar el rostro de su novia.

—He venido con Lorcan, Steve y Robert. No puedo dejarles solos —rió James.

—Ellos también pueden sentarse con nosotros. Si queréis, claro —apuntó Mark de buen humor—. ¿Verdad, Rose?

—Claro que si. Aunque igual se aburren con nosotros. Quizá tenían pensado ir a romper algún corazón por ahí —dijo Rose bromeando aunque dirigiendo a James una mirada que hacía que sobrasen las palabras.

—No, si nos invitáis preferimos venir a pasar un rato con vosotros. Claro, si no te importa, primita. Igual estamos interrumpiendo algún momento romántico o algo así.

—No estáis interrumpiendo nada. Sentaos con nosotros entonces —sonrió Rose sintiendo que algo se tensaba y rompía dentro de ella tras aquella batalla verbal encubierta que acababa de tener con James.

—Estupendo. ¡Chicos, venid! —dijo James con una sonrisa antes de girarse para hacer señas a sus amigos para que fuesen a sentarse con ellos.

Los amigos de James llegaron hasta la mesa con unas cuantas cervezas de mantequilla en las manos. Mientras, tanto James como Mark, habían cogido más sillas para que así todos tuvieran un sitio donde sentarse. Cuando todos hubieron ocupado sus asientos, empezaron a hablar animadamente. James estaba de lo más dicharachero y charlatán y el buen ambiente era más que palpable por las continuas risas de todos, incluidas las de Rose. Si no se hubiese reído alguien hubiese notado que algo no iba bien. Tenía que fingir, al fin y al cabo no había hecho otra cosa desde hacía semanas.

—Lorcan, amigo, reconócelo, os pegamos una paliza —exclamó James a su amigo, jugador del equipo de Slytherin.

—Ni aunque me hechicéis —rió Lorcan bebiendo un trago más de cerveza.

—Rose te metió, ¿cuántos tantos? ¿Cuántos fueron, primita? —preguntó James en un tono casual y cariñoso, cariñoso fraternal, por supuesto.

—Veinticuatro —sonrió Rose sintiendo que se le revolvía el estómago.

La charla siguió versando sobre quidditch, una afición que todos compartían y adoraban, durante un buen rato.

—Voy al baño. Ahora vuelvo —se disculpó Rose con una sonrisa.

Todos los chicos la miraron sonrientes antes de volver a su conversación. Por un momento creyó sentir aquellos ojos que tanto conocía clavados en su nuca pero se lo debía de estar imaginando. No podían ser sus ojos. Con toda la fuerza de voluntad que aun le quedaba, mantuvo la vista al frente, por mucho que quisiese girarse. En cuanto cerró la puerta del cuarto de baño, comprobó agradecida que no había nadie más allí. Aun así, por precaución, decidió meterse en uno de los pequeños lavabos individuales y cerrar con cerrojo.

Se apoyó contra la fría pared de piedra y tomó una bocanada de aire. Profunda, muy profunda. Y lenta. Debía calmarse. Tenía que hacerlo. Los ojos le escocían tanto que parecía que alguien le había echado una chorretada de limón y la garganta le ardía igual que si se hubiese tragado una cerilla encendida. Dios... ¿por qué cuando la gente hablaba sobre rupturas solo mencionaban los corazones rotos? Rose sentía rotos todos y cada uno de los huesos de su cuerpo.

Dobló su espalda hacia delante, flexionó ligeramente las rodillas y se llevó la mano a la boca para contener el sollozo que amenazaba con escapar de sus labios. Lo intentaba, estaba esforzándose. Pasaba horas diciéndose a mí misma que todo estaba bien, que las cosas iban a mejorar, seguro, que el que su relación con James hubiese acabado había sido lo mejor para todos, para ella. Pero no creía ni una sola palabra. Porque si todo estuviese tan bien, no se sentiría tan miserable.

Así que, decidiendo dejar de luchar consigo misma, se sentó en la taza del váter y se echó a llorar. Lloró en silencio durante cinco minutos. Después volvió a la mesa como si nada hubiese pasado. Nadie lo supo nunca.


¡Tadaaaaaaaá! Y hasta aquí llega el primer capítulo de "Yo, mi, me... contigo". Decidme, ¿qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? ¿Creéis que merece la pena que la siga? Por favor, es importante que me hagáis saber vuestra opinión, de ella depende la continuación de la historia. Además, recordad que hay que pagar a las musas, y ya sabéis lo exigentes que son.

El capítulo ha sido, básicamente, introductorio. Hemos visto que Rose, nuestra querida protagonista, tiene un novio que, oh, oh, no es James. Poco a poco vamos leyendo la opinión que tiene Rose de este chico (buenísima) pero que, aun así, no está enamorada de él. ¿Por qué? Porque lo está de James. Lo poco que sabemos de su historia es que él terminó con ella de malas formas y que, aun así, ella sigue enamorada de él, y que le duele. ¡Ah, y que Rose es un fenómeno jugando al quidditch! Siempre me he imaginado que Rose era la niña de los ojos de Ron y eso tenía que notarse :)

No sé exactamente la extensión del fic pero va a tener sus capítulos, eso seguro. La historia la tengo más o menos planificada pero no quiero dar ninguna cifra porque ya me pasó con el Dramione y de cinco pasé a diez, porque al final me acabo enrollando como una persiana (¿enrollarme? ¿yo? ¡qué cosas digo!).

Ya me despido, así que, solo me queda decir que no os olvidéis rellenar ese pequeño recuadro que tenéis ahí, ¿lo veis? Justo aquí debajo. Dejadme un review para saber qué os ha parecido el capítulo y pronto tendréis noticias mías.

Un beso y un achuchón,

Basileya.