Hola! Pese a seguir escribiendo el fic largo ayer sentí el impulso de escribir un one-shot, aunque como siempre me pasa cuando me siento ante una hoja de Word en blanco, mis dedos divagan sobre el teclado y terminan creando algo que no era el objetivo principal. Ha terminado siendo un ¿Cómo se llamaría? ¿Three-Shots? xD… Una historia en tres escenas podría ser. Os pongo el primer capítulo mientras voy corrigiendo el segundo que, probablemente lo suba por la noche. Creo que como muy tarde mañana pondré el final que es el único que me falta por terminar.
Espero que os guste, es la primera vez que lo intento y aunque quise que fuera algo entretenido creo que más bien es profundo y quizás espeso, pero es lo que hay!
- Contiene Lemon -
Gracias y besos.
AJ
Disclamer: Nada de esto me pertenece, es de JK R, solo lo tomo prestado para dejar volar mi imaginación.
Hermione Jane Granger estaba enfadada. No, esa no era la palabra. En realidad estaba furiosa.
Aquella mañana había sido francamente buena. Pese al frío, amaneció un día soleado, nada de grises velando el cielo, nada de nubes, ni lluvia, ni niebla. Un enorme sol iluminaba los terrenos de Hogwarts… Hasta que Ronald Bilius Weasley llegó en forma de tornado, opacando aquel maravilloso día con su enorme cabezón.
Allí sentada, en el campo de Quiddich, retorció las puntas de su bufanda roja y dorada, hallando una enorme satisfacción al imaginar que era el cuello de su pelirrojo amigo lo que tenía entre las manos.
— ¡Hola Hermione!
Fred Weasley, o eso creía, apareció por detrás de ella y se sentó al lado derecho de la castaña que se sobresaltó por no haberle oído llegar.
— ¿Cómo está… — Añadió ¿George? Sentándose a su izquierda.
— … nuestra bruja favorita?
Ella sonrió de lado, soltando el agarre de la pobre bufanda.
— Hola chicos.
— ¿Qué haces aquí…— Siguió el que ella suponía era Fred.
— …tú sola? — Termino su hermano.
— En realidad estoy aquí, intentando decir cuál sería la forma más dolorosa de asesinar a vuestro hermano pequeño.
Ante aquella candorosa declaración, hecha con voz dulce y suave, los gemelos estallaron en divertidas carcajadas.
— Por algo nos gustas — dijeron a la vez.
— Pero asesinarlo no es una buena idea — dijo George.
— Mamá se entristecería — Continuó Fred.
— Y nos castigaría seguro por no impedírtelo — Agregó de nuevo George.
— ¿Qué tal una poción sarnosa? — Fred sonrió abiertamente sacando un frasco de su túnica y mostrándoselo como si fuera una valiosa joya de la Corona.
— ¿O una brotaforúnculos? — Esta vez fue George quien le mostró un pequeño paquetito.
Hermione negó con la cabeza y suspiró.
— Es un idiota.
Ambos hermanos asintieron.
— Lo sabemos.
La chica frunció el ceño y los miró.
— ¿Qué haceis vosotros aquí? Deberíais estar en Sortilegios Weasley.
— Negocios preciosa... Lo que nos recuerda... — Fred le guiñó un ojo y chasqueó los dedos.
George palmeó su espalda con suavidad y se levantó.
— Que tenemos que irnos — Dijo.
— Si necesitas algo... — Añadió el otro de vuelta.
— ¡Somos tus hombres! — Terminaron al unísono.
Hermione se abrazó y sonrió con tristeza al verlos marcharse. Sacó la escoba que había escondido bajo las gradas y la contempló con frustración.
Tenía miedo a volar.
Al menos podía admitírselo a sí misma. La bruja más inteligente de Hogwarts muerta de miedo porque creía que una escoba servía para barrer, no para ascender por el aire en precario equilibrio. ¿Acaso ella tenía alas? NO, claramente no debía volar, ¡si hubiera nacido para hacerlo sería una lechuza!
Suspiró.
Después de mucho pensarlo y de valorar una y otra vez los pros y los contras, había cogido aire y tomado una firme e inamovible decisión; Aprender a montar en escoba. Consiguió tragarse su orgullo y finalmente esa mañana le pidió a Ronald que le enseñara. Nadie sabría nunca cuanto le había costado acercarse al pelirrojo y pedirle que la ayudara a superar su miedo a las alturas.
Nunca, ni en sus más terribles pesadillas, se habría esperado la reacción de su amigo, que de tan gracioso que lo había encontrado aún debía estar en la Sala Común, revolcándose por el suelo.
Como el grandísimo cerdo que es, pensó ella venenosamente.
De pronto un movimiento en el campo llamó su atención y enfocó la vista.
Draco Malfoy
Le vio caminar por la hierba, enfundado en su túnica de Slytherin y poner en posición su escoba. Se encaramó a ella con aquella elegancia innata que acompañaba cada uno de sus movimientos y se elevó con suavidad, lentamente, ganando velocidad y altura como en un silencioso crescendo que solo él parecía escuchar mientras comenzaba a dar una vuelta al campo.
¿Qué te ocurre? Pensó la castaña ¿Por qué estás siempre tan triste?
Jamás diría aquello en alto, Harry y Ron la matarían si supieran qué clase de pensamientos tenía en aquel momento, pero daba igual, esto quedaría entre ella y su conciencia. No por nada era la bruja más lista de su generación, ella sabía que Malfoy vivía atormentado. Lo veía en sus gestos, en sus ojos, en su postura, igual de despótica que siempre, pero a la vez lúgubre, como si hubieran absorbido su felicidad, como si viviera en constante contacto con los terribles dementores… Estaba cada día más pálido y delgado, más ojeroso. No jugaba Quiddich, ni siquiera estaba en cada recodo tocando las narices de los demás chicos con sus estupideces de siempre, ahora era infeliz y destilaba esa infelicidad junto a cada mueca de desprecio y desdén. ¿Acaso nadie veía todo aquello?
Mortífago.
Esa palabra se filtró en su cabeza con la voz de Harry. Sí, estaba segura de que lo era, igual que estaba segura de que debía odiarle por ello, odiarle por todos aquellos años, por todas aquellas humillaciones, aquel odio desmedido y sin sentido, por los insultos, las amenazas… pero no podía.
Hermione no sabía odiar. Si supiera hacerlo Ronald Weasley no seguiría siendo su mejor amigo. Además, había algo en Malfoy que despertaba un extraño sentimiento en ella. Verle la hacía sentirse triste, desolada… Como si una insólita empatía la hiciera acercarse a él. Se veía tan solo que no podía ser decisión propia la situación en la que se encontraba. ¿Podía un mortífago verse así de melancólico? El juego había dejado de ser tal juego para convertirse en realidad y la diversión se transformó en miedo. Allí ya no había niños con discusiones de patio de colegio, allí no había maldiciones crece dientes o transmutaciones, no había insultos, no había puñetazos... Ahora empezaba una guerra y todo parecía que estaba a punto de derrumbarse convirtiendo aquello en muerte y destrucción. ¿Podría Malfoy ver la diferencia? ¿Se habría dado cuenta de que tan fácil podía sesgarse una vida sin sentido?
Sin ser apenas consciente de lo que hacía, Hermione se levanto y se acercó a la barandilla, apoyando la escoba en ella y aferró con fuerza la barra superior hasta que sintió que los dedos se le congelarían. No dejó de mirarle ni un solo instante mientras él ascendía en círculos cada vez más cerrados, más y más alto antes de dejarse caer en vertical, rápido, en una loca carrera suicida contra sí mismo. Ahogó un grito cuando pensó que se golpearía contra el suelo, pero giró y remontó el vuelo una vez más dirigiéndose hacía ella sin titubear hasta quedar suspendido sobre la escoba a la distancia de un brazo de Hermione.
— ¿Qué estás mirando estúpida sangre sucia?
Aquella mirada fría y acerada, aquella expresión de desagrado y asco en su cara, esa ceja arqueada e interrogante... Sí, no era nada nuevo, era la cara con la que llevaba años mirándola a ella. Sabía que no siempre tenía esa mueca en el rostro, que podía reir e incluso sonreir ladeando los labios de forma cálida y sensual. Pero no a ella. Jamás.
— A ti.
Nada más, dos palabras sinceras y claras, sin entonación alguna, solo la firme constatación de un hecho.
Draco frunció el ceño pensando por una fracción de segundo si era posible que a Granger se le hubiera ido la cabeza. Ni un gesto de enfado, ni una palabra desagradable... Nada. Casi tuvo que contener las ganas de preguntarle si estaba bien. Casi. Arqueó una ceja al ver como la chica agarraba el palo de una de las viejas escobas del colegio.
— ¿Vas a volar? — No pudo evitar el sarcasmo en la pregunta ya que era un secreto a voces que la perfecta Hermione Granger era una nulidad en vuelo.
Ella se tensó y por un ínfimo instante sus ojos se llenaron de dolor, pero tan rápido como el velo de tristeza se posó sobre sus orbes castaños, se fue, dejándole con la sensación de haberlo imaginado.
— Ambos sabemos que no.
Su voz apenas fue un quedo murmullo y soltó la madera, acariciándola casi con tristeza con las puntas de sus dedos. Draco se estremeció y se arrebujó más en su túnica, frunciendo el ceño. Debía estar quedándose frío. Más le valía largarse de allí, tenía trabajo que hacer y no podía dedicarse a perder el tiempo con una sangre sucia aburrida que ya ni siquiera mantenía una conversación lo suficientemente hiriente para entretenerle. Resopló y se dispuso a largarse de allí.
— ¡Espera!
Draco parpadeó y se quedó congelado en el sitio con lo que debía de ser cara de pasmo. No es solo que la mojigata aquella le hubiera gritado lo que claramente era una orden, no. Como a cámara lenta bajó la vista hacia su brazo, sintiendo la necesidad de verificar que realmente aquella loca le estaba tocando. Mierda. ¿Qué era aquella sensación que recorría su antebrazo marcado? ¿Por qué le hormigueaba la piel ante el contacto de aquella mano impura sobre la tela de su ropa? Apenas fueron unos segundos, o minutos, o una jodida eternidad, no sabría decir cuánto tiempo estuvo mirando aquellos finos dedos, de uñas cortas y arregladas que le tocaban como si tuviera algún derecho a hacerlo. Cuando por fin reaccionó dio un fuerte tirón para soltarse del agarre de la bruja.
Aquel fue su primer error.
Tan repentino fue el tirón que Hermione, que se había estirado sobre la baranda para llegar a él e impedirle alejarse, perdió el equilibrio y se desestabilizó, cayendo irremediablemente hacia el vacío mientras veía a cámara lenta, con fascinado horror como su varita caía de su bolsillo y se precipitaba ante sus ojos hacia el suelo. No pudo gritar, el pánico paralizo todo su cuerpo, empezando por sus cuerdas vocales. Sintió una terrible opresión en la boca del estómago debido a la caída libre, era como una muñeca de trapo que volaba mecida por el viento, sujeta a su voluntad, destinada a romperse al llegar al impactar contra el suelo que cada vez estaba más cerca. Bajó los párpados, no esperaba que nadie la salvara esta vez y cuando sus ojos estaban fuertemente cerrados fue la mirada de mercurio de Malfoy lo que vio por última vez.
Draco la contempló durante unos instantes, la sintió caer por la barandilla, su mano resbalando por su cuerpo hasta asir el aire y precipitarse a la nada. Fueron unos segundos los que se quedó paralizado.
Ella no gritó.
No hizo ningún sonido, solo lo miró brevemente antes de caer. Como si no esperase nada, como si supiera que él la dejaría a su suerte dando la espalda a lo que sin duda era una muerte segura.
Algo encogió su pecho y la parálisis desapareció dando paso al miedo. Se lanzó hacía ella en picado y estiró un brazo para atraerla hacia sí y pegarla su pecho cuando llegó a su altura. Estabilizó la escoba y cruzó a la castaña sobre el palo, justo encima de sus muslos.
Ella seguía inmóvil, con los ojos fuertemente cerrados y Draco no pudo más que observarla, esperando que la chica reaccionara de algún modo.
Nunca la había mirado de verdad. No desde tan cerca al menos.
Tenía unas espesas y largas pestañas, casi doradas, que acariciaban la piel de sus mejillas. Una piel lisa y perfecta, tan solo manchada por unas diminutas y casi invisibles pecas en la punta de su pequeña y respingona nariz. Sus labios eran carnosos, rosados y bien delineados, tuvo que cerrar los puños para evitar pasar las yemas de sus dedos por aquella boca que se veía suave y... ¿Era sangre? Abrió el puño y su dedo índice voló al labio inferior de la joven donde una gota de sangre se deslizaba hacia la comisura. La tocó y miró su dedo como en trance, pensando que en realidad no estaba sucia, no parecía haber diferencia alguna entre la sangre de Granger y la suya propia, húmeda, roja, brillante...
Los párpados de Hermione temblaron y sus ojos se abrieron, aquellos iris castaños, casi ambarinos con el brillo del sol sobre ellos, del color del whiskey de fuego, tormentosos, oscuros... se clavaron en los suyos taladrándole hasta el alma.
— ¿Draco?
Algo se rompió dentro del muchacho cuando ella pronunciando su nombre con aquella mezcla de asombro, emoción y alivio, se lanzó a su cuerpo y se abrazó a él, hundiendo el rostro en su pálido cuello, donde su respiración le erizó el vello haciéndole estremecer y, sorprendentemente, como si sus brazos tuvieran vida propia se alzaron para rodear el pequeño cuerpo de Hermione, pegándola hacia sí con brusquedad.
Ninguno de los dos hubiera podido decir el tiempo que pasaron de aquel modo. Unidos en un abrazo extraño, mecidos por el viento, en mitad del campo de Quiddinch del colegio, a la vista de cualquiera que hubiera pasado por alli. Pero nadie pasó, nadie fue testigo de aquel íntimo instante, de aquel abrazo secreto que conectó algo más que sus cuerpos aunque ninguno de ellos fuera consciente, aún.
— Gracias.
Hermione tardó mucho tiempo en reunir el coraje necesario para pronunciar aquella palabra, más todavía en tener el valor para separarse de él y enfrentar su mirada. Se sorprendió al no encontrar la máscara de Malfoy en su lugar habitual. No había desdén, ni furia, ni falsedad. Ni una mueca de desprecio, solo sorpresa. La miraba como si fuera un raro objeto que hubiera caído en sus manos, tratando de comprender como y por qué. Le entendía. Se sentía del mismo modo. Tocarlo había sido un error, abrazarlo una locura y preguntarse a sí misma como sería besarle y absorber toda aquella tristeza... Eso era definitivamente una insensatez, una demencia.
Pero él la había salvado.
A ella, una sangre sucia, una hija de muggles, amiga de Potter, miembro de la Orden del Fénix. Y la había abrazado, de forma desesperada, agresiva, posesiva.
Descendieron lentamente hasta posar los pies en el suelo. Se sentían incómodos y al mismo tiempo aterrados de perder el contacto de sus cuerpos.
— Tengo miedo a las alturas. Me da miedo volar.
Se lo dijo cuando recuperó la varita, dandole la espalda y mirando al frente. No sabía por qué había sentido el impulso de contarle aquello. Tal vez porque también tenía miedo de que de fuera sin más, de que se alejara de nuevo antes de tiempo. Él la había salvado ¿Y si ella pudiera salvarle? Casi deseó darse un derechazo ella misma por idiota. Era lo suficientemente lista para saber que aquel momento había sido una pequeña burbuja de jabón suspendida en el tiempo, efímera e insustancial.
— Puedo ayudarte
Oyó su voz cerca, tan cerca que su aliento mentolado acarició el lóbulo de su oreja. Hermione cerró los ojos al sentir el calor de su cuerpo a su espalda. No la tocaba pero ardía el milímetro que les separaba, haciendole casi un daño físico. Se mordió el labio, luchando contra la necesidad de apoyarse en él. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué justamente Draco Malfoy despertaba aquellas sensaciones desconocidas en su cuerpo? Una mano tentativa pero firme en su propósito se apoyó en su cintura, acariciandola con lentitud, dibujando arabescos sobre su túnica y abriéndose en su estómago. La empujó hacia atrás, hasta que su espalda se estampó contra su pecho y hundió la cara en su pelo, aspirando el olor a violetas que ella desprendía.
Draco inhaló aquel perfume y cerro con fuerza los ojos absolutamente consciente de la locura que estaba cometiendo.
Tenía miedo.
Miedo a fracasar su misión, miedo al Lord Oscuro, miedo a que nadie pudiera detenerle, a tener que vivir como su esclavo día tras día, como siervo de un mestizo con ansias de poder, con un monstruo que mantenía secuestrada a su familia, un enajenado mental que se creía grande y no era más que un asesino. Nunca debió ir ese verano a casa, no debió consentir que le pusieran la marca tenebrosa, no debió aceptar aquella misión... Pero no hacerlo hubiera supuesto una condena mortal para él y sus padres... Draco no era valiente, pero era un superviviente y luchaba por aquellos que le importaban, por poco heroico que fuera.
Haberla salvado iba en contra de todo lo que le habían enseñado. Era un mortífago, debía acabar con los sangre sucia él mismo, matarlos, no salvarles la vida. Maldecirlos, no abrazarlos y temblar bajo sus manos... Por Merlín ¿Que demonios hacía aferrado a Granger como si ella fuera su tabla de salvación en mitad de un océano?
— ¿Lo harías?
Aquella voz se derramó sobre él, como fuego sobre un helado iceberg, derritiendo a su paso toda heladez, haciendo hervir su sangre. La mano de ella se posó, cálida sobre la suya y en un momento de enajenación mental, no podía ser llamado de otro modo, él entrelazó sus dedos y apoyó la barbilla en su cabeza.
— Si.
Al cabo de un rato ella se giró, sin separarse de su cuerpo, quedando apretada contra su pecho llevó su mano a la suave mejilla de Draco que inconscientemente ladeó la cabeza para sentir su contacto.
— ¿Qué está pasando?
Que los planetas se han alineado en forma piramidal, el infierno se ha congelado, el mundo se ha dado la vuelta y la luna de ha convertido en un grande y redondo queso de bola, pensó Draco recordando todas las veces que había dicho que jamás tocaría a Hermione Granger hasta que el infierno se congelara, entre una de las muchas cosas de su repertorio.
— No lo sé — respondió — nada que deba suceder, me temo.
Ella asintió despacio y sus ojos vagaron hasta la boca del Slytherin, se humedeció sus propios labios y parpadeó confundida por las miles de sensaciones que se clavaban en ella.
— ¿El partido contra Hufflepuff es este fin de semana?
— No, es contra Ravenclaw
La voz de Ginny y Harry rompió el momento y Hermione se tensó cerrando los ojos y componiendo una mueca ante el inminente desastre.
— ¡Hola Hermione!
La alegre voz de la pelirroja la hizo abrir los ojos y mirar a su alrededor. Estaba sola en mitad del campo, Malfoy había desaparecido dejándola con la terrible sensación de que aquello no había sido más que un sueño del que acababa de despertar de forma brusca y despiadada.
