―Creo que ya es hora de acabar con lo nuestro, ―sólo el interminable goteo de la grifería del baño había roto el silencio hasta ahora.
Al menos, había vuelto a escucharle dictar sentencia.
El roce de la piel desnuda contra las sábanas al deslizarse estas por su cuerpo cuando se incorporó, le provocó un escalofrío. Habían sido innumerables las veces que habían pasado por aquella situación, por aquellas palabras. Siempre había lágrimas por una parte, descanso por la otra. A los pocos días, vuelta al ruedo, como si nada hubiese pasado. Como si la botella siguiese llena y no se hubiese vaciado de golpe por un capricho de la vida.
O mejor dicho, por su capricho.
Esta vez no sería igual. Estaba cansado de tener que pasar las noches en vela, reprimiendo las lágrimas, preguntándose si volverá a llamar, si lo volverá a besar, si podrá volverle a ver. Sabía que no podía seguir en esa situación por mucho más tiempo o acabaría en una urna de porcelana en el salón de su casa.
Retiró la sábana que lo cubría y posó ambos pies en el frío suelo de madera. Con una rápida mirada localizó su ropa, extendida a lo ancho y largo de la habitación, mezclada con la de su, ahora ex novio. A pesar de tener todo el tiempo del mundo, siempre le quitaba la ropa con desesperación y anhelo por ver su cuerpo desnudo a su merced.
―Me has quitado las palabras de la boca, ―mientras se levantaba notó aquella mirada recorrer su espalda hasta perderse entre sus piernas.
Lo ponía enfermo su repentino cambio de actitud, actitud que sabía sólo significaba una cosa. Era objeto de deseo, su mascota particular, para servirle cuando gustase y sin poder dar su opinión al respecto. Por eso mismo no volvería jamás a su lado. Le haría ver que podía vivir sin él, aunque no le importaba lo más mínimo si sufría más al hacerlo.
―Ya nos veremos por ahí, ―sabía que lo siguiente que diría sería que no olvidase cerrar la puerta al salir y a partir de ahí dejaría de escucharle, por lo que decidió actuar antes de que eso sucediese.
―Lo pongo en duda, ―se abrochó el botón del pantalón para acto seguido cerrar la cremallera. Sólo tenía que ponerse la camiseta y recoger la chaqueta para poder irse por última vez.
― ¿Cómo es eso? ―Ni siquiera se había levantado de la cama, ni se había incorporado. Tan sólo una pregunta carente de interés y preocupación.
Eso afirmaba sus sospechas de que no le importaba lo más mínimo.
―Me voy mañana a Osaka, ―exactamente a Kansai. Al menos había gente allí que sí se preocupaba por él o al menos lo demostraban mejor.
―Nos veremos cuando vuelvas, ―algo en su tono de voz le hizo sonreír con burla, todavía sin girarse hacia su cuerpo tendido en la cama.
¿Volver? Quizá algún día.
―No volveré, ―sentenció tras haberse tragado las lágrimas que pujaban por salir. No le daría ese gusto, tenía orgullo y dignidad.
Listo para irse, salió de la habitación sin dirigirle una última mirada. No se lo merecía y, por otro lado, sería mucho más duro irse si se quedaba enganchado de sus ojos depredadores.
― ¿Qué? ―No lo escuchó levantarse pero su tono de voz ya no era el de siempre. ¿Dónde se había quedado el pasotismo?
A lo mejor sólo era su imaginación que le jugaba una mala pasada. Por un momento llegó a plantearse que le habían preocupado sus palabras. ¿Cómo podía ser eso posible? Jamás había mostrado más preocupación por él que por la de despeinarse en un día de lluvia.
Todavía no podía entender cómo había tardado tanto en liberarse del sufrimiento continuo de estar al lado de una persona como él, que estaba claro que sólo necesitaba saciar su sed de sexo con un cuerpo, el suyo hasta la fecha.
Con el pomo de la puerta bajo su mano derecha, finalmente escuchó unos pasos descalzos a pocos metros tras él. ¿Se había levantado? Todo un milagro. Quizá no quería perderse su despedida, quizá sí se había dado cuenta de que esta vez iba en serio. Que esta vez no volvería a caer en su trampa una vez más. Que aquella, había sido la última vez que habían hecho el amor, si es que se le podía llamar así al acto que perpetuaban en esa cama de frías sábanas blancas. Que ese beso que le había dado tras derramar su esencia en su interior, con el aire todavía escaseando en sus pulmones, no volvería a repetirse.
―Kawamura.
Cuando decidió dejarle, pensó que no haría nada por detenerle pero, allí estaba, tras él, observándole fijamente con intriga aunque no pudiese verlo; llamándole para que le diera, supuso, una explicación a todo aquello. Sin embargo, no iba a cambiar de parecer. No se dejaría manipular ni un solo minuto más.
Si esto iba a ser un adiós, no sería uno triste ni por despecho.
Al tiempo que abría la puerta, giró su cabeza para mostrarle una sonrisa suave. Tenía los ojos cerrados pues seguía con la firme intención de no querer verle.
―Hasta nunca.
Cerró la puerta, dejando tras de sí la angustia de si volverá a llamarle, a besarle o a verle. De si sus manos recorrerán su cuerpo una vez más, de si su lengua se enredará en la suya con lujuria mientras lo penetra con gentileza antes de empezar un vaivén más rudo y pasional. De si volvería a hacerle reír cuando el envoltorio del preservativo se le resistía y era incapaz de abrirlo antes de dejar que él lo intentase.
Sobre él, un cielo azul que observó todavía con una sonrisa, sonrisa que tembló levemente al parpadear antes de echarse a correr hacia su casa. Tenía que recoger el billete del tren de encima de su cómoda y su maleta perfectamente organizada para meter alguna cosa de última hora que se le hubiese olvidado. Su familia le estaría esperando para despedirse en el restaurante, sus amigos lo harían en la estación.
Ahora mismo sólo tenía angustia de vivir.
Y por eso estaba llorando.
Los próximos capítulos serán considerablemente más largos y, debido a su extensión, probablemente seguiré un ritmo de un capítulo cada tres o cuatro semanas. Pido comprensión por la posible tardanza.
