Prefacio
Los disparos atronaban los oídos. La pólvora iluminaba el palacio en completa oscuridad.
La abracé contra mi cuerpo. No dejaría que la pasase nada. Lo había jurado, era mi obligación. Tomé su cintura y con mi otra mano su mano mientras corríamos alejándonos de las habitaciones.
Quería volver pero yo no deseaba que le sucediese algo por lo que la aferraba con más fuerza.
Su vestido emitía un continuo ruido por la carrera. Era molesto trotar con semejante peso que tenían sus faldas pero debíamos apremiarnos a todo lo que hasta ahora habíamos conseguido de nada serviría.
Llegué hasta la puerta de madera que jamás se había abierto en el instante que cientos de pasos entraban en el palacio entre gritos.
