CAPITULO I: HABICHUELAS
Se acercaba la hora, así que se dirigió hacia el pequeño espejo que colgaba en un rincón de uno de los armarios de su despacho. Sin mucho ánimo, se ajustó la capa negra y se repasó el pelo con aire descuidado. Se quedó mirando a si mismo durante unos instantes. Y volvió a sentir ese movimiento en el estómago, esa sensación de malestar que le llevaba persiguiendo la última semana. Si los cálculos eran acertados… claro que lo eran, como si no llevase años temiendo que ese día llegara y a la vez esperándolo como quien sabe que algo inevitable se acerca. Como si se hubiese hablado de otra cosa.
Cogió sus cosas, cerró la puerta del armario con un golpe seco y dejo que algo cayese dentro. Le daba igual lo que hubiese caído, así tendría algo con lo que desahogarse cuando volviese horas más tarde, probablemente con el estómago medio vacío y la cabeza demasiado llena.
El roce de la ropa con el antebrazo izquierdo le molesto. No en vano, se había pasado media hora frotándose con rabia y ahora pagaba las consecuencias. Podría haberlo solucionado rápido, pero dejo que esa especie de picor se quedase ahí como una especie de castigo por su pasado y por su estupidez. Por su estúpido pasado.
-Buenas tardes.
Respondió con un leve movimiento de cabeza. Buenas tardes serian para ella, no le cabía duda alguna. Todos estaban muy emocionados ese día, todos menos él, que estaba bastante hosco. Aunque, teniendo en cuenta que estaba hosco casi siempre, tampoco era una gran diferencia de la que nadie se pudiese percatar. Bueno, él sí. Pero él partía con ventaja, no era que se percatase de las cosas. Era simplemente que las sabía.
Según avanzaba por los pasillos, veía la frenética actividad que tenía lugar en las horas previas a la cena. Las mesas se habían apartado para permitir un último fregado rápido y los movimientos se sucedían de un lado a otro por arte de magia. En el comedor, algunos de sus compañeros ya se empezaban a encargar de algunos detalles. Pues muy bien, que se encargasen. Él no tenía pensado perder el tiempo socializando con ellos para que le volviesen a repetir una y otra vez el tema de los últimos días.
Pensó en volver a su despacho para apurar hasta la última hora cuando vio una sombra que le resulto familiar en la pared de la escalera. Si se cruzaba con ella estaba perdida, seguro que no se iba a dejar despachar tan fácilmente como su otra amiga. En un movimiento más hábil de lo que el mismo hubiese esperado de su cuerpo si hubiese estado mínimamente atento a por donde le llevaban sus pies, cambio su dirección y se dedicó a deambular sin un destino concreto. Al fin y al cabo, no estaba yendo hacia ningún lado determinado, sus pasos únicamente tenían como objetivo alejarle de toda interacción humana, o no humana, que pudiese estar interesada en encontrar en él una respuesta.
Antes de lo que hubiese pensado, se encontró dentro del invernadero observando como un puñado fresco de abono se desparramaba sobre una de las mesas, cayendo lentamente de una maceta sobrecargada que había en medio de la sala. Se acercó distraídamente hacia una de las jardineras, esperando encontrar algo que le despertase su interés, algo que tal vez pudiese utilizar más adelante en alguna invención propia. "Habichuelas". El cartel rompió su instante de ensimismamiento y le devolvió una vez a la realidad. Y al día que era.
-Supongo que las habichuelas, por muy interesantes que sean en su proceso de crecimiento, no te distraerán de tus deberes esta noche.
Se dio la vuelta lo más lentamente que pudo. Como no. Siempre lo tenía que saber todo. Sostuvo durante unos segundos la mirada que le llegaba desde detrás de los cristales.
-Pensaba que estaría con los demás, preparando y engalanándolo todo para la recepción real de esta tarde.
Su interlocutor no se molestó en ocultar la sonrisa que le habían provocado sus palabras. Eso le hizo sentir un poco más de rabia.
-Vamos, vamos –dijo haciendo un gesto con la mano como quien quitaba importancia a lo que le acababa de decir- hay quien está un poco más emocionado de lo normal, pero tampoco le podemos culpar por ello. Al fin y al cabo, llevamos mucho tiempo esperando que llegue este día. Incluso tú.
No respondió, simplemente lanzo un gruñido que pretendía dejar la conversación en el aire mientras volvía a centrar su atención en las tremendamente vulgares habichuelas que aun ni siquiera habían llegado a sobrepasar el nivel de la tierra. Se sentía estúpido y esperaba que dejase de mirarle para poder irse de allí.
-Aún no me has respondido -le inquirió. Estaba claro que se resistía a irse, parecía haber decidio justo en ese día mostrarse tan dialogante.
-Me dijo que suponía algo, no creía que fuese una pregunta sino más bien una afirmación.
-¿Ahora vas a emplear la retórica y la dialéctica? -hizo una pausa. -Nunca hubiera pensado que fuese a ser ese tu estilo algún día.
-Ya, supongo que no es el primero al que sorprendo durante mi vida con mis estilos.
Se dio la vuelta a tiempo de ver como una sombre de pena enturbiaban los ojos azules que seguían fijos en él, como si no necesitasen parpadear. ¿O tal vez había sido compasión? Igualmente, le enfurecía aún más.
-Sí, voy a estar presente, como cada año. Como cualquier otro año, porque no es más que eso - añadió, con un toque desafiante.
-Está bien, tómatelo como quieras. Me basta con que estés allí -dijo mientras se daba la vuelta y se iba de vuelta la entrada principal.
Por fin, se había quedado sólo. Él y las malditas habichuelas. De pronto, se sentía conpletamente asqueado del lugar, del olor a estiércol y de la simple idea de una semilla de habichuela, así que se apresuró a darse la vuelta y dirigirse sin rumbo fijo hacia los jardines.
Se paseó por los lindes del bosque, aunque por evitar recuerdos dolorosos sus pies, como si gozasen de voluntad y mentalidad propia, evitaron ciertos lugares.
Se detuvo ante un matorral, en medio de las ramas y arbustos, varias flores y plantas crecían entremezclándose como si no existiese una sola regla natural que se hubiesen decidido a conservar. Rosas se mezclaban con unos claveles rojos inusitadamente grandes, mientras que un poco de acónito crecía junto a unas pequeñas flores blancas cuyo nombre ni siquiera conocía. Se quedó ahí, parado, sin percatarse del paso del tiempo, hasta que en un momento, sin saber por qué, se dio cuenta que estaba anocheciendo. A lo mejor había sido su estómago, que cansado de estar revuelto, había decidido asentarse justo en ese momento y recordarle que no había probado bocado en casi todo el día.
Refunfuñando, y odiando el sol y su incapacidad para haber estado más tiempo en lo alto, comenzó el camino de vuelta hacia los corredores que se iban a convertir en un tormento más durante los siguientes años. No se detuvo hasta llegar a las puertas de roble, donde un fugaz vistazo atrás le permitió divisar algunas reflejos nacarados sobre las aguas negras.
Sin hablar ni mirar con nadie, anduvo a través de grupos de gente, mesas y demás para llegar hasta su sitio. Al sentarse, pudo notar como unos ojos azules se le volvían a clavar, pero decidió no darle el gusto de devolverle la mirada.
La multitud comenzo a tomar asiento. Instantes después, las puertas de la sala se abrieron y una fila comenzó a adentrarse entre murmullos. Él no quería estar ahí, pero no podía levantarse e irse, así que no tuvo más remedio que abstraerse. Relajó su mente y se encerró en sus propios pensamientos. Había hecho eso mismo durante mucho tiempo con grandes resultados, así que nadie se percataría si volvia a hacerlo.
Escuchó rumor de las cosas que pasaban a su alrededor, pero no le podían distraer de las escenas que veía en su mente, hermosas y dolorosas a la vez y en la misma proporción. Tuvieron que tocarle un brazo para sacarle de ese estado.
-¿Me oyes?
-Sí, claro. Bueno, no. ¿Decías?
Siempre había sido un poco raro, lo reconocía, así que no le extrañó que no le tuvieran en cuenta que no estuviese escuchando.
-Te decía que si me puedes pasar la jarra.
Miró ante sí, no se había dado cuenta de que la cena ya estaba ante ellos. El pollo asado desprendía humo de lo caliente que aún estaba, al igual que las patatas y otros cinco platos distintos. El último que vio, le pareció hasta irónico. Unas habichuelas parecían sonreírle burlonas desde una fuente.
Se giró, y sin responder a nadie, le acercó la jarra. No pudo evitar hacer un barrido general de la sala, y al hacerlo lo vio, directamente, mirándole a él y cuchicheando con los que tenía al lado.
-Oh, mierda, ésta ya está vacía.
Le devolvieron la jarra y el que se lo había pasado se giró para pedir la que estaba al otro lado de la mesa. El chico, al que no le podía quitar los ojos de encima, se llevó de inmediato la mano a la frente. No se le escapó el detalle, ni el escalofrío que le recorrió al pensar si podía tener algún significado. Sin embargo todo dio igual, y no lo recordaría hasta mucho después, porque en ese momento el chico se quitó la mano de la cara y lo vio. Y estuvo a punto de dejar caer los cubiertos cuando vio que todos los rumores tenían razón.
Desde el otro extremo de la sala, en el rostro de su hijo, le devolvieron la mirada los ojos de Lily Evans.
