Hola! Bienvenidos a un nuevo fanfic hecho por mí.
Sí leyeron "Ricordi d'amore e di speranza" y les gusto... ¡Esta también lo hará!
Es un fanfic muy cortito, pero quise compartirlo con ustedes.

¡Espero les guste!

/seertime out


…Sin aire

Su cuerpo se quedaba sin aire...

Una sensación de asfixia hizo que Italia despertara de una manera abrupta. Al abrir sus ojos, lo primero que vio fue un escenario azul oscuro. Que se hacía más y más oscuro conforme descendía. ¿Descendía? Pero… ¿Dónde estaba precisamente?

"Esta sensación…" volvió a cerrar sus ojos "Es agua…"

Así es. Feliciano se encontraba sumergido en lo que al parecer era un inmenso océano. Sus cabellos castaños se mecían onduladamente al son del agua. Y su cuerpo se encontraba a la merced de esta. Podía sentir como bajaba más y más hacia sus profundidades. Convirtiéndose en la víctima de una oscuridad que lo devoraba. Ahí fue cuando se percibió que algo no era correcto.

Se estaba ahogando en el mar.

Como reacción inmediata, el italiano trato de levantar sus brazos y mover sus pies para poder nadar, pero fue inútil. Por alguna razón tanto sus piernas como sus brazos, parecían atados a pesas. Pesas que ocasionaban su hundimiento más rápido.

"¡No! ¡No puedo permitir esto!" decía en su mente. Dando todo su esfuerzo, Italia decidió sacudir su cuerpo para liberarse de aquello que le oprimía. ¡Debía de haber una manera de salir de ahí! No tenía más tiempo que perder. La luz de la superficie ya casi no era visible.

"¡Muévanse, muévanse, MUÉVANSE!", suplicó a su cuerpo a que respondiera sus peticiones… más no funciono. Por ser descuidado y moverse abruptamente, Italia dejo escapar un poco del aire que retenía en sus pulmones. Dando nacimiento a varias traviesas burbujas de aire. Intentó detenerlas y devolverlas a su cuerpo. Pero estas, graciosamente evadieron sus dedos que querían capturarlas. Era demasiado tarde. Ahora se encontraban lejos de él.

Con cierto miedo de que se escapara más de aquel elemento vital, el castaño apretó sus labios y tapó su boca con sus manos. ¿Pero qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué se encontraba en ese lugar? Trató de hacer memoria.

No recordaba haber ido al mar. Ni mucho menos estarse ahogando.

Era una Italia. Un país abrazado por el Mar Adriático y por el Mar Tirreno. Debido a esa naturaleza, entre sus dotes naturales era el nado. Un requisito muy esencial para su ser. Ha eso hay que agregarle su ciudad principal: Venecia. La ciudad fundada en un lago. Debía de ser un error, ¡No debería de ocurrir esto!

Trató nuevamente de mover sus piernas, pero no tuvo ningún éxito. ¿Era realmente su final? Sí es así, nunca espero que fuese de esta manera. Rindiéndose, y demostrándole su derrota a aquel inmenso monstro azul, dejo escapar su última bocanada de aire. Un grupo de burbujas juguetonas, queriendo saber quién sería la primera en llegar a la superficie, salieron disparadas de su nariz y boca.

"Qué envidia…" dijo para sus adentros mientras las veía alejarse "Sí tan solo pudiera elevarme como ellas lo hacen…" De repente, la sensación de asfixia se hizo presente con más fuerza. Sus ojos ambarinos se abrieron de par en par como muestra del miedo; y su cuerpo, resentía el ataque de pánico ante la idea de morir. Necesitaba aire. ¡Aire! Queriendo desaparecer esa sensación de ahogo, colocó ambas manos en su cuello. Encajando sus uñas hasta el fondo hasta hacerse sangrar.

"¡Sálvenme! ¡Sálvenme, por favor!" imploró a cualquiera y sus lágrimas que brotaron se fusionaron con el mar "¡P-por favor no quiero morir!" Desesperado logró hacer que su cuerpo se sacudiera con fuerza "¡POR FAVOR ALGUIEN AYU-…!"

-¡WOAH!- el sonido estruendoso de una caída se escuchó por todo el lugar. Tendido en el suelo, adolorido y con ojos bien abiertos; Feliciano se encontraba frente a frente al piso. Dio un trago de saliva. ¿Qué fue lo que paso? Desorientado, observó a su alrededor. Se ubicaba en una habitación de paredes blancas y llenas de cuadros. En medio de ese lugar, yacía una ventana larga y bastante ancha. Que permitía la entrada completa de la luz. Talló sus ojos. Estaba en su cuarto. Al observar bien en donde cayó, comprendió todo en un instante. Acababa de tomar una siesta y tuvo un sueño. Pero un mal sueño.

La sensación de aquel evento aún se sentía bastante vívida en su cuerpo. Tratando de calmarse, cerró sus ojos por un momento. Inhalaba y exhalaba. Inhalaba y exhalaba. Necesitaba sentir como el aire que hace un momento no tenía, entraba a su cuerpo. Se encontraba asombrado. Aquella sensación de asfixia realmente se sintió muy real. Fue tan así la sensación, que su cuerpo lo demostraba con muchos temblores. Su cuerpo estaba temblando. –Cálmate Feliciano…- murmuró mientras llevaba una mano a su pecho para sentir su corazón –Es tan solo un sueño…-

Decidió tenderse en el suelo, dejando que la sensación fría de su suelo de mármol lo tratara de calmar. Era un frío muy agradable. Aplacaba sus temores y le recordaba que todo fue un sueño. Volvió a cerrar sus ojos, pero en vez de tener una expresión de alivio, puso una expresión de molestia. –Otra vez ese mismo sueño…-

¿Cuántas veces había tenido ya ese sueño? No importaba la cuenta, seguramente eran muchas. La sensación de asfixia, las burbujas de aire, el cuerpo inmóvil… esas sensaciones ya eran conocidas. Pero, ¿Por qué? ¿Por qué continuaba teniendo ese sueño tan horrible que no le dejaba descansar? Sin tener la respuesta en su mano, el italiano decidió levantarse del suelo. Estiró su cuerpo por completo, escuchando como sus huesos tronaban y sus músculos se tensaban. Miro al suelo. La sabana de color café que lo cubría se había caído también junto a él. Pidiéndole una sincera disculpa, la tomó con cuidado y la depositó en su cama.

Feliciano se encontraba un poco más relajado. La calma retornó hacia él rápidamente. Sin embargo, no duró mucho en cuanto se dio cuenta de la hora que era. El reloj que portaba su taburete marcaba las 2 de la tarde. Inmediatamente, su paz se transformó en preocupación.

-Ya es tarde… Ludwig me va a matar- murmuró recordando que tenía un asunto pendiente que atender con el alemán.


La campana de la Catedral Frankfurt replicó una vez.

Una segunda más y una última vez…

Anunciando de esa manera que las tres de la tarde ya habían arribado.

Haciendo un cuenco con sus dos manos, una persona sopló su aliento dentro de ellas para calentarlas. Su cálido aliento tibió un poco sus manos, que se encontraban ante la merced del frío. Suspiró un poco. En ese momento, él deseaba más que nada estar en un lugar tibio y acogedor. Ya que en esos instantes, aquel país que representaba, Alemania; se encontraba sumergido en el gélido invierno del mes de Febrero. Cerró sus ojos y volvió a soplar con fuerza a través de los guantes negros que portaba.

El frío lo estaba matando. Por más que tratará habituarse a aquellas condiciones ásperas del invierno, nunca llegaría a acostumbrarse. Divagó un poco. Sí, definitivamente el frío no era lo suyo. Con tan solo recordar lo que tuvo que pasar durante "cierta guerra" para poder enfrentarse a Rusia; sin duda el frío le traía malas memorias así como sufrimientos.

Con frustración, el alemán suspiró con fuerza y abrazó su cuerpo para hacerse un pequeño ovillo. La gabardina larga negra, así como su bufanda roja y botas; no le estaban haciendo ningún favor contra el frío. Frunció su ceño al recordar la razón del por qué estaba ahí en esa helada tarde al pie de la Iglesia.

Los pensamientos del país fueron los siguientes: "¿Cómo era posible que una persona fuese tan irresponsable?" No importaba si esa persona era el descendiente del Imperio Romano, la formalidad es la formalidad, y por ende; se debe tener un cierto grado de responsabilidad en las obligaciones que se te encomiendan. Pero lo peor de todo, es que esta vez no era una orden suya. Si no era de la mismísima Italia del Norte. "Vaya sorpresa", se dijo así mismo mientras se acomodaba la bufanda roja para tapar su boca.

Miró alrededor. La escena que lo rodeaba era completamente blanca. El piso, los árboles, los arbustos, edificios… todo, todo se encontraba cubierto por aquella sábana blanca. Aquellos orbes azules, miraban con detenimiento a las personas que concurrían por el lugar. A pesar de que eran pocas -ya que la mayoría preferían estar cercas de la hoguera de su casa- lograban crear una escena viva. La gente caminaba por aquella suave nieve, haciendo pequeños senderos que mostraban su trayectoria. Parejas jóvenes, que caminaban seguramente con rumbo a un café local. Y por supuesto, no podían faltar los feligreses que caminaban hacia la iglesia, y se tomaban la molestia de decir "Guten Tag" a su persona.

Respondiéndoles, con una sonrisa y con el mismo saludo. Sin embargo, ninguna de esas personas era la que él estaba esperando.

¿Cuántas horas llevaba esperándolo en ese lugar? Dirigió su vista hacia lo más alto de la Iglesia donde se encontraba el reloj: eran las 3:15 de la tarde. Gruñó fuertemente. Ya había transcurrido alrededor de 7 horas.

-"¡Lud, Lud"- arremedo la voz del italiano -"¡Te veo a las ocho de la mañana en la lCatedral de Frankfurt! ¡Te estaré esperando, así que llega puntual!"- rodó los ojos –Como si realmente eso llegase a suceder. Además, ¿Cómo te atreves a decirme "llega puntual" si yo soy el que siempre llega temprano a las reuniones?- suspiró.

Fue entonces ahí cuando lo escucho.

-¡Ludwig, Ludwig!- A lo lejos, la figura de un joven de cabello castaño y corto, se aproximaba rápidamente al encuentro suyo. A pesar de que usaba una gabardina café oscura bastante gruesa así como sus pantalones blancos, su ropa no impidió que avanzase con grandes pasos por la nieve. Ludwig quedó asombrado. "Si tan solo pudiera hacer eso en los entrenamientos", pensó para sí mismo. Agitado, subiendo los pocos peldaños de la entrada de la Iglesia, una Italia reposa sus manos sobre sus piernas, curvándose, para poder retomar el aire que perdió en su corrida.

-¡L-Ludwig!- jadeó -¡Lo siento mucho por llegar tarde! ¡P-pero…!-

-¿Tarde?- le interrumpió -¡Dirás tardísimo!- exclamó con molestia -¿Sabes desde que horas te estoy esperando? ¡Desde las ocho de la mañana!-

-Lud…, cálmate un poco- murmuró discretamente la Italia quien se incorporó –La gente está volteando a vernos y aparte estamos en la entrada de una Iglesia…-

-¡No me importa! Espero que así tengas vergüenza- contestó en seco –Tal vez esto te sirva de lección para que la próxima vez que decidas hacer una cita, llegues temprano- y sin decir más y como el digno carácter que posee; Ludwig comenzó a caminar en dirección hacia su carro sin dirigirle una palabra más al italiano. No pensaba soportar más el frío de ese lugar y mucho menos, aguantar la excusa que el italiano seguramente le tenía preparado.

Veneciano hizo una expresión de preocupación. Sabía muy bien que eso iba a pasar. Pero decido a que su amigo lo perdonara, decidió seguirle el paso. -¡Espera Ludwig!- gimoteó -¡No me dejes aquí solo!- y sin perder más tiempo, se puso en marcha a seguir al germánico quien ya había caminado una distancia bastante larga. Y sin tardar mucho, llegó a su lado en un cerrar de ojos.

Pero aún que lo haya alcanzado, el alemán se tomó la molestia de no hacerle caso a pesar de lo mucho que le suplicará perdón. Así que siguió caminando, viendo hacia al frente sin mirar al italiano. El nieto de Roma, acomodó su bufanda color hoja verde y miró con ojos de súplica al alemán. Realmente estaba enojado con él por haberle hecho esperar.

-¡Lo lamento!- exclamó con mucha sinceridad, logrando llamar un poco la atención del fornido –No fue mi intensión dejarte tanto tiempo en este lugar, Lud- suspiró -¿Me disculparías?- le miró de reojo con cierta pena. Beilschmitd, sucumbiendo a la orden de no verle, lo miró por el rabillo del ojo. ¿Realmente iba a ceder y perdonarle? Quiero decir, no es la primera vez que lo hace. Pero normalmente no se enojaría, si no fuera porque le dejó plantado en un lugar donde hacía un frío de los mil demonios. Pudo haberlo citado en algún lugar cálido como un café, un restaurant o lo que sea. Pero fue en un lugar exterior… cubierto de nieve.

-Pudiste avisarme- dirigió sus palabras nuevamente al italiano –Sabes que no me molesto si me llegas avisar con tiempo alguna demora que tengas, Vargas-

Al escuchar que lo llamó por su apellido, su cara hizo una mueca. Cuando le llamaba de esa manera, era porque realmente no quería hablarle –Losé, no tienes por qué repetírmelo…- jugó un poco con sus manos.

-¿Y bien? ¿Cuál fue el motivo por el cual me dejaste esperándote 7 horas?

-…-

-¿Italia?- arqueó una ceja –Te estoy esperando-

-Si lo digo…- habló bajamente –Te vas a molestar más y no quiero que te enfades conmigo…-

-Me enfadaré más si no me dices- inquirió en tono serio

"¿No queda de otra, cierto?", pensó el italiano.

-Me… Me quede dormido… ehehehehehe…-

Eso fue todo. Alemania cayó bajamente en la decepción. A decir verdad, tenía la mínima esperanza que la razón de su tardanza fuese un buen motivo. ¿Pero llegar tarde por quedarse dormido? No sabía si eso era demasiada falta de irresponsabilidad por parte de una persona… o simplemente era otra característica del fiel italiano. Cualquiera que haya sido, sin duda dejaba una marca de frustración y desespero hacia el joven. Aquel rubio ciertamente no sabía que pensar. Entre el frío que lo estaba torturando y una mirada triste que lo observaba detenidamente, le hacía difícil analizar la situación.

Resignado, aligeró su frustración con fuerte suspiro.

-Sinceramente… no sé por qué no me sorprende- hizo un mohín –Desearía poder gritarte, pero este frío logra que me contenga. Así que siéntate tranquilo… por el momento-

Al escuchar aquellas palabras, el italiano soltó una risilla para luego aferrarse fuertemente al brazo izquierdo de Alemania.

-¿No será por qué lo hago muy seguido?- mencionó en modo burlón –Y que lo digas…-y discretamente, virando ligeramente su cara hacia el lado contrario de Feliciano, sus labios formaron una leve sonrisa. Aquel país podría sacarle canas verdes, pero sin duda no era una mala persona. Ah, así era su espíritu italiano. Espíritu italiano que a veces no llegaba comprender, pero que en ocasiones le traía gratos momentos.

–Mira, ahí deje mi carro- señaló un Mercedes Benz S color negro, que estaba parqueado cercas de la entrada del área donde se encontraba la catedral. Despojándose del abrazo que retenía su brazo izquierdo, escudriño el bolsillo de su gabardina en busca de las llaves. El frío tacto del metal hizo fácil la búsqueda, así que, apresurando su paso sin perder un minuto más; se dirigió hacía el asiento del piloto.

-Vaya, Ludwig realmente tiene carros bastantes buenos- río el italiano quien ya tenía su mano en la manija, para poder abrir cuando Alemania quitara el seguro. Al escuchar eso, el teutón sonrió ligeramente. –Danke- simplemente respondió.

Una vez la llave adentro de la cerradura, era cuestión de girarla y el sistema quitaría el seguro inmediatamente. El sonido de los seguros al bajarse, fue la señal que hizo que el alemán se sintiera en cierto modo más relajado. Al fin, un lugar donde pudiera calentar su alma así como su cuerpo. Con cuidado –a causa del que carro era un tanto corto para el- entró a su automóvil, así como el italiano. Quien se encontraba frotando sus manos fuertemente a causa del frío.

Alemania rotó sus ojos. Si ya tenía frío por tan solo estar expuesto unos minutos en la nieve, ya quisiera verlo durante las siete horas que él SI estuvo en la intemperie. Sacudió su cabeza queriendo sacar ese pensamiento. Lo hecho está hecho. Ahora tenía otros asuntos importantes que atender. Sin perder más tiempo, prendió el carro así como la calefacción.

-¿Y bien?- colocó una mano sobre el volante -¿Qué es lo que quieres hacer primero?-

-¿Huh?- le miró intrigado -¿A qué te refieres?-

-¿Cómo que a que me refiero?- bufó -¿Qué acaso no te acuerdo a que ve…?-

-¿Vee?- cuestionó Vargas.

-Feliciano, espera un segundo…-

-¿Qué sucede, Ludwig?-

Feliciano inclino su cabeza a un lado. ¿Qué era lo que le estaba pasando ahora a Alemania? Podía sentir como aquellos ojos azules, se clavaban intensamente en su rostro. Era como si quisiera ver su alma atreves de su cara. Sintiéndose un poco incomodó ante esa mirada tan acusadora, agachó su rostro para que dejara de verlo.

-¿L-Lud?- se ruborizo un poco -¿Q- Qué es lo que sucede? ¿Tengo acaso algo en el rostro?- cubrió con ambas manos su cara.

-Feliciano, ¿Cuándo fue la última vez que dormiste?-

-¿¡Eh!?- reacciono con asombro, incorporándose nuevamente.

¿Cómo supo Alemania que no había dormido bien ese día?

Acaso… ¿Acaso leyó su pensamiento? No, es imposible. Él sabía muy bien que era capaz de hacer cualquier cosa. Pero seguramente, leer mentes no estaba dentro de aquella capacidad... ¿O sí? ¿Espionaje, tal vez? Sacudió su cabeza. No, también eso es imposible. ¿Qué ganaría él el estar espiándolo? Sería realmente una pérdida de tiempo andar espiando a un italiano como él.

Bueno, más bien a cualquier italiano.

-¿Y bien? ¿Has dormido últimamente?- volvió a repetir su pregunta el alemán. Sacando al italiano de sus pensamientos. Sin saber que decir, Italia esquivó la mirada del alemán.

-No…- afirmó bajamente -¡P-pero!-

-¿Hmmm?- inclinó un poco la cabeza Alemania, intrigado por lo que iba a decir el italiano -¿Cómo fue posible que Lud supiera que no he dormido últimamente, sin haberte dicho nada antes?-

Alemania lo miro con asombro. ¿A qué se refería de que "supiera"?

-¡Vamos, dime por favor!- se abalanzó sobre él aferrándose a su bufanda roja-¿Acaso Ludwig sabe leer mentes o acaso me estas espiando?- chilló

-¿Pero qué cosas estas diciendo?- exclamó con cierta molestia, mientras se lo retiraba de encima– ¡Ninguna de esas cosas he estado haciendo! Aparte,- extendió su brazo para bajar la visera de Feliciano -¿Has visto bien tu rostro?- señaló el espejo que tenía por dentro la visera –Si la miras con atención te darás cuenta del por qué la pregunta y así mismo tendrás la respuesta-

Y así, siguiendo las órdenes del alemán –como siempre- Feliciano observó su reflejo en aquel pequeño espejo rectangular.

-¿P-pero que…?- con la yema de sus dedos, acariciaba el área inferior de sus ojos. Una leve mancha color violeta se encontraba decorando dicha área del rostro. Un grito de asombro se escuchó en el interior del carro de Alemania.

Italia portaba debajo de sus ojos, unas ojeras de gran tamaño. Que ni siquiera él se había dado cuenta que poseía.