Ades y Perséfone.
¿Qué harías tú si te tocase tener una vida «no una vida, una maldición» donde estas rodeado de nada excepto muerte? El placer de mirar y matar sólo depende de tu control, para ser inmortal.
No hay ningún elixir, ni arma y absolutamente ningún hilo de vida que puedas cortar por ti mismo. Si alguna vez tratas de quitarte la vida o escapar de este sitio, realmente desearás morir. Confía en mí, lo he intentado.
Guardián de las almas perdidas. Obligado a permanecer en la oscuridad.
Si alguna vez pensás que tus hermanos te odian, tratan de hacerte la vida imposible y son los peores hermanos del mundo... Reconsideralo. Mis hermanos me confinaron al fin del mundo «literal».
Soy un Dios. Me llamo Ades. Pero prefiero autodenominarme Ades El Condenado.
I
Eones y eones pasaron hasta que me encontré perdido en este Infierno «literal». Todavía recuerdo cuando con mis hermanos reíamos y bebíamos, cuando todos los días parecían que estábamos de fiesta. El perfume a flores jóvenes que traía consigo la primavera. Esos calurosos días de verano en los cuales Poseidón invocaba a las olas más frías para poder refrescarnos. Todavía recuerdo lo que era ser parte de algo que no involucrara muerte.
Pero todos esos días parecieron haberse esfumado para siempre, sin dejar rastro.
Ahora... En vez de música, risas y coros; estoy rodeado de las plegarias, el dolor y los gritos de los inocentes. En vez de la luz del sol y los verdes pastos; las nubes grises parecen rodear todo mi mundo llenándolo de nieve gris como ceniza y los árboles están tan muertos como los muertos que habitan aquí Ni una sola criatura viva quisiera poner un pie en este sitio «y no los culpo». Con solo el menor contacto, el hombre más saludable de todo el mundo puede morir en tan solo medio segundo. Eso amigo mío... Te convierte en un Dios.
Seguro te preguntarás: ¿Cómo se puede vivir con el poder de la muerte? Y la respuesta es simple... No lo haces.
Pero todo esto cambió cuando la vi a ella...
Su nombre es Perséfone: Hija de Deméter y simplemente la mujer más hermosa de toda la existencia. «Incluso si le preguntas a Afrodita, no lo puede negar.»
»Pasando por el Lago de las Almas y a travesando el Bosque de los Caídos se encontraba el lugar más encantador en todo el Infierno. Con sólo verlo, mi muerto corazón parecía palpitar. Era un valle verde con colores que parecían bailar al son del viento, luego me di cuenta que no eran colores, sino flores. En el medio del valle se ubicaba una pequeña laguna de aguas cristalinas rodeada de flores de todos los colores que te puedas imaginar, había violetas, rosas, naranjas, púrpuras, celestes y blancas. Sentí por primera vez que mi sangre volvía a fluir.
Mientras seguía avanzando estupefacto por tan asombroso espectáculo no me percaté de que había un cristal separándonos. Fue el peor golpe que me pude dar, fue el golpe que me dio la realidad.
Estaba desesperado quería llegar a ese lugar, quería volver a sentirme como me sentí hace 5 minutos. Hasta que la vi... Estaba haciendo crecer a las pequeñas y hermosas flores de colores, su pelo lacio y largo bailaban al compás de las ramas de los árboles que el viento movía. Tenía el pelo del color del fuego, un rojo que si lo mirabas fijo corrías peligro de ceguera, su piel era blanca como la nieve y sus ojos eran verdes como esmeraldas.
Corría, bailaba y reía entre las flores mientras el viento le hacía caricias. Debo admitirlo, me enamoré de Perséfone.
Los años pasaron, y todos los días apenas terminaba de condenar a los infieles, me iba corriendo a verla. Me quedaba quieto como una gárgola entre unas rocas que había para que no me viera, preguntándome si incluso la mismísima muerte podría tener una chance en el amor.
Ella siempre tenía la misma rutina: Se levantaba muy temprano, plantaba árboles de todas las frutas que te puedas imaginar. Bailaba con los animales que vivían en los árboles y junto a las flores que hacía crecer. Les cantaba y les hablaba, y reía también. Siempre cantaba una hermosa y dulce canción que me hacía estremecer.
Después de mirarla varios años, un día fue el que más me llamó la atención. Una suave voz la llamó advirtiéndole que eran las últimas semanas de verano. Ella se entristeció y rodó por su mejilla una brillante y delicada lágrima, así que me di cuenta que era tiempo de hacer algo para poder estar con ella. En ese momento me di cuenta que haría cualquier cosa para nunca verla triste.
Cuando llegué a mi castillo en el Valle de la Desolación comencé a idear planes para poder romper ese cristal que mantenía separados a estos corazones.
Primero comencé a tirarle rocas al cristal para ver si se rompía, pero fue inútil, las más grandes eran aún tan inútiles como las más pequeñas, ni una magulladura logré sacarle a ese bendito cristal.
Después pensé en golpearlo con cualquier cosa que un señor de la oscuridad tenía a su alcance, ya saben cosas cotidianas como, las espinas del árbol Triste—son del tamaño de un humano—, ácido proveniente del Río de los Lamentos y por último llamé a mi leal perro Cerbero para que con su tamaño pueda romper el cristal, lo único que logré fue que se doblara la pata delantera.
Hasta que me cansé y tres días después, en el valle ya no había más colores. ¿Y las flores? ¿Dónde estaban? Hasta que me acordé que era la última semana de verano. Perséfone cerraba las flores para que pudiesen soportar el feroz otoño.
»Al otro día me levanté triste ya que sabía que nunca la volvería a ver hasta que se haga primavera de vuelta, por esa estúpida ley que dice que la muerte no puede tocar ni acercarse a la vida. Hasta que de pronto vi flores en el sendero que llevaba a la pared de cristal, miro otra vez y… ¡No había pared de cristal! Ella se desvió de su camino para sembrar en mi oscuro y frío jardín hermosas flores que me hacían sonreír. Ella plantó vida en una tierra de muerte. Por lo tanto ya no es más tierra de muerte, es vida. El Olimpo ya no tiene control en esta tierra como para separar a la vida de la muerte ya que no hay tal. Para poder seguir así, sin que el Olimpo cree esa horrible y marginal pared, tenía que cuidar de esas semillas como si fuesen mi vida.
Al otro día fui a buscar agua para poder regar esas semillas, pero me di cuenta que no tenía agua. En mis ríos surcan ácidos y la nieve es como ceniza. Esas futuras flores iban a morir y con ellas mis esperanzas para estar junto con Perséfone.
A lo lejos vi una flor hermosa entre todo lo oscuro y lo muerto del lugar. Cuando me acerco para poderla apreciar más de cerca. Se cerró. Y ahí entendí por qué Perséfone le habla a las flores, para que no sean tímidas y dejen mostrar su belleza. Entonces comencé a hablarle y a contarle anécdotas del inframundo. Y comenzó a soltarse. Como vi que funcionaba seguí con el repertorio hasta que finalmente se abrió completa. Era de una belleza única, no las podías comparar con ninguna otra, al verla se me escapó un susurro y la llamé: —Perséfone—. Cuando la quise agarrar se convirtió en cenizas. Se me había olvidado que todo lo que toco muere. Me limpié los restos de ceniza que quedaron en mi mano y de repente una sombra que estaba agachada se para y dice: — ¿Sí? —.
Me quede tan asombrado era ella, Perséfone, después de verla todos estos años jamás me imaginé teniendo una conversación con ella. Estábamos a siete pasos de distancia, pero la sentía como si estuviese al lado mío.
Con una voz dulce y armónica me dice: — ¿Te conozco? —.
A lo que respondí: —No lo sé, tú dime —.
Me acordé que un par de veces intercambiamos miradas cuando yo la miraba como una gárgola detrás de las piedras. Tal vez de eso me reconocerá…
—Ven —. La persuadí. —Así puedes verme mejor, tal vez me reconozcas —. Si tan solo daba un paso hacia adelante, ella iba a ser mía para siempre. Tenía que venir hacía el lado oscuro. Hacía la muerte.
—¿Quién sos? —. Preguntó dando un paso hacia atrás y agarrándose el pecho con su mano.
—Porqué no lo averiguás —respondí con una mirada pícara. —Tomá mi mano —. Y le estreché mi mano, pero la bajé, ya que no hizo ademán de querer agarrarla. —¿En serio vas a dejar que tus flores mueran en este lugar tan sombrío y oscuro? —la miré clavándole mi mirada—Ellas necesitan a su mamá que las mantenga caliente durante este frío invernal —.
Me miró dispersamente y comenzó a morderse las uñas, debatiéndose si ir o no con aquel extraño que la presionaba tanto.
Para hacer que se decidiera rápido mire detrás de mí y había un jazmín. Cuando me acerco a él, se cierra precipitadamente.
—Ten cuidado —. Gritó Perséfone—Es muy delicado —agregó, dando un paso al frente.
Ahora ya sólo quedaba una delgada línea para que cruce hacía la eterna oscuridad.
A lo que me limité a decir —Lo siento —. A propósito toqué al jazmín y este se desvaneció con el viento.
—¡Noooooooooo! —.Gritó Perséfone con todas sus fuerzas, y una lágrima calló por su mejilla.
Angustiado por tal escena le dije con la voz más tierna que me salió: —Perséfone, no —susurré—No llorés —.
—¿Cómo…? —. Preguntó llevándose de vuelta la mano en el pecho.
—Ella te necesitan Perséfone —la interrumpí—No las puedes dejar aquí solas, te necesitan —.
Pero a mí no me importaban esas malditas flores, es más que se mueran «y eso yo lo podía hacer fácilmente», yo sólo quería a Perséfone…
—Primero decime quién sos —. Dijo. Interrumpiendo mi pensamiento y mirándome fijo con esos ojos verdes que parecían desafiarme.
Se hizo un silencio.
—Tú sabés quién soy yo, pero yo no sé quién eres—agregó—Si no me decís quién sos, voy a estar en desventaja —.
Esbocé una sonrisa y dije: —Soy el hombre que se ha enamorado de ti. Los nombres que me han sido otorgados no hacen a quien soy, pero el hombre me hizo ser quien soy ahora—. La miré fijo a esos ojos verdes que me hacían olvidar de cómo respirar y añadí: —Un compañero citó una vez 'Una rosa con cualquier otro nombre seguirá oliendo así de dulce'. Así que no veo la razón por la cual preocuparse por nombres —.
Perséfone no estaba enojada, ni siquiera se inmutó cuando admití mi amor hacía ella. Pienso que ella ya habrá escuchado esto de un montón de extraños, pero yo se lo dije estando en el Infierno. Eso me da más chances comparado a los otros.
Volví a extenderle mi mano y le dije: —Por favor, te pido que tomes mi mano y me acompañes en este camino —.
Ella tragó saliva mientras que su mano se extendía hacia la mía. Lentamente pero segura ella siguió caminando. Hasta que finalmente se alejó y gritó, llevándose la mano a la boca.
—¿Perséfone? —. Pregunté confundido y dolido. Por primera vez el mismísimo demonio sentía dolor.
Pero ella no me respondió. Le temblaban las rodillas y tenía las dos manos en su cara.
—¿Perséfone cuál es el problema? —Pregunté dando un paso hacia adelante.
Ella volvió a gritar y corrió hacia el árbol más cercano que tenía. En su voz se notaba el miedo.
—Q-quedate donde estas —. Tartamudeó entre lágrimas sin mirarme.
Me quedé quieto, e hice lo que había hecho todos estos años: observarla, anhelarla y estudiarla.
—¿Qué es lo que querés de mí Ades? —. Preguntó mirándome a los ojos. La rabia y el odio manaban de sus ojos en forma de lágrimas.
Tragué saliva nerviosamente, me quise mover pero no pude. Estaba inmóvil.
—¡Respondeme Ades! —. Gritó.
—Yo nada más quería el placer de tu compañía. Te lo juro —. Dije nerviosamente.
—Un juramento del demonio —. Se burló pestañeando furiosamente.
—No sabías quién era hasta que pasaste tu mano a través del cristal. No me rechazaste cuando te dije que estaba enamorado de ti—. Dije en tono de reproche y añadí—Me rechazas por mi nombre, no por lo que soy—.
—¡Cómo lo haría cualquier persona sana, Ades! —. Gritó diciendo con repulsión la última palabra.
Esa frase me dejó pensando. Me puse en su lugar por un segundo y la entendía. Yo era la muerte. Ninguna persona cuerda tomaría la mano de la muerte.
—Te entiendo… —Contesté, ella se rehusó a mirarme a los ojos—Te gustaría estar de este lado del cristal conmigo ¿No es cierto? —.
—No —. Gimió.
Sonreí ante su confianza en aquella objeción. —¿Estas segura princesa? —.
—Sí —.
Me reí y me llevé la mano hacía la boca para esconder mi sonrisa.
—¡No te rías de mí Ades! —. Me regañó.
—Sólo me rio porque no me rechazas por quién soy, sino por mi título—.
—¡Es la misma cosa Ades! —.
—No querida mía. Esos términos son tan iguales como el día y la noche. Uno es el hombre y el otro es el nombre. Un hombre no puede ser un nombre, ya que un nombre no es algo que vive y respira—.
—Pero el hombre que posee el nombre, es dueño de la responsabilidad del mismo, Ades —. Replicó.
Asentí ligeramente con la cabeza y respondí: —Eso es verdad. Pero tú también tienes el nombre de Perséfone—.
—Sí, ¿Y eso qué te dice? —. En frente de ella comenzó a hacer crecer un árbol con rosas rojas como la sangre y con las ramas retorcidas que llegaban hasta el cielo.
—Que ella destruye la luz. ¿Estoy en lo correcto? —Sonreí con picardía —Eso significa que sos tan oscura como… ¿Yo? —.
—No soy nada comparada a ti, Ades—. Cada vez hacía más énfasis en mi nombre, como si lo dijera con asco.
Asentí —¿Y quién habrá empezado a hablar mal de mí, diciendo que yo soy el demonio? ¿Alguna vez te preguntaste si es posible que esta vida no la escogí yo pero me fue dada porque nadie quería tomar esta responsabilidad? —.
—Yo…—. Trató de responder—Bueno pero… —. De nuevo no pudo terminar la oración.
Le sonreí gentilmente y tomé una gran bocanada de aire y abandoné mi mundo, así podía estar con ella. Calmarla.
Me acerqué lo más que pude para no espantarla. Ella lloraba y dio vuelta los ojos junto con su cabeza para darme la espalda. Me acerqué más pero el árbol con las rosas rojas comenzó a tener espinas. Usó su árbol como mecanismo de defensa, me dije.
Le susurré, desviando mi mirada hacía mis botas de cuero.—Soy Ades, Dios del Inframundo y Príncipe de la Oscuridad… —. Me miró a los ojos y sorbió de su nariz. Se limpió las lágrimas que le quedaban en sus mejillas. Y la miré con mis fríos ojos azules y le dije: —Pero quien soy es sólo un hombre solitario e injustamente castigado quien se enamoró de la Diosa que tiene enfrente —. No me dijo nada y se dio la vuelta.—Te entendería si no confías en mí por mi atrevimiento o quizás por mi confianza cuando hablo, pero realmente no lo entendería si me rechazas por un nombre que yo no elegí y por un título que fue elegido por mis hermanos y tu tío—.
—¡Pero tú eres el demonio Ades! No sos el Dios de la guerra ni el Dios del dolor. Sos el Dios del Inframundo. ¿Esperas qué pase por alto eso? —.
Me encogí de hombros y respondí: —Y tú eres la Diosa de la Cosecha. Es sólo un nombre, corazón. A pesar de que tengas la capacidad de hacer lo que tu nombre dice, es sólo un nombre—.
—No es la misma cosa que tu nombre y lo sabés Ades.
—¿Es esa la razón por la que la dama me sigue diciendo por mi nombre?
—Es para recordarme de con quién estoy hablando —gritó.
—Entonces… Necesitás recordarte todo el tiempo que estás hablando con el Dios del Inframundo —. Dije bruscamente mientras le sonreía con confianza. De repente las espinas del árbol desaparecieron ante mí.—Interesante… —. Dije.
—No, no es porque… —. Paró de hablar y se agarró la frente fingiendo que tenía un dolor de cabeza. —Mirá Ades es el último día del verano y tengo mucho trabajo que hacer antes de que se acerque el otoño. Por favor dejá de molestarme—. Resopló y se marchó.
Mientras se iba a zancadas de mi lado. Me apresuré a decir: —¡El anocher! —. Grité.
Se frenó y dio media vuelta.
—¿Perdón?
—Antes de irte y de cerrar el cristal hacé que anochezca —sonreí delicadamente. —Una vez que el sol se halla puesto y el cristal se cierre no me volverás a ver jamás. Pero que tú no me veas no va a significar que no te vaya a seguir viéndote —.
Me miró desconcertada. No entendía de qué se trataba.
—Si es tan importante para ti que yo cruce este cristal, entonces por qué no me arrastrás hasta tu mundo en vez de dejarme elegir—. Me miró aireada.
—Porque soy el Dios de la muerte y por lo tanto no tengo control sobre las criaturas vivas, a menos que quieras morir, no puedo tenerte. No soy nada más que un hombre que pide tu mano—.
Ella se burló y se fue de mi lado corriendo.
Cuando desapareció totalmente de mi vista. Agarré una rosa, de ese hermoso árbol que ella hizo crecer, y se hizo ceniza entre mis dedos. Me di media vuelta y regresé de nuevo hacia mi oscuridad.
