Ilyena estaba fastidiada, cada día su marido empeoraba, la maltrataba, decía que su Dios no existía, que era una mujer estúpida y una guarra igual que su hija. Faustin pensaba en cómo lidiar con el bastardo de su esposo, pasaba días y noches pensando en cómo calmar a esa bestia que alguna vez amó. Ella se dio cuenta que nada iba a cambiar, entre drogas, infidelidades e ira vivía la madre rusa.

Un día un hombre europeo llegó a la vida de los Faustin, Niko Bellic se hacía llamar. Él le contaba aspectos de su vida pasada en su país entrado en guerra, de cómo no tenía alma al dejar que inocentes murieran, de ser el causante del fallecimiento de gente cuyo pecado no residía en ellos. Ilyena le dijo que Dios era piadoso con aquellos que cometieron el peor de los actos, que él no dejaría que sus hijos sufrieran. Bellic asintió tratando de no entrometer una conversación de creencias.

Una noche, de aquellas en las que Faustin no llegaba debido a su trabajo, Ilyena tuvo un sueño, se veía así misma junto a su hija siendo golpeadas por Mikhail, en cierto punto del enojo del ruso él sacó una pistola y apuntó a Anna, cuando él jaló el gatillo la pobre esposa despertó llorando. Ella pensó que Dios le dio esa visión, le ponía a prueba para que dicho suceso no se llevara a cabo.

No podía dejar que esos años de abuso continuaran, debía matarlo, eso era lo que Dios quería, un sacrificio para poder salvar la vida de otros, en este caso de su preciosa hija.

Bajó las escaleras de esa pintoresca casa y se sentó en una silla, contemplando un jarrón en el que luego servía té. Mikhail llegó enojado, gritaba la presencia de su mujer en ese instante, él de la nada comenzó a golpearla, Anna, quien estaba atrás apartó a su padre empezando por golpearlo con un bolso de mano. Él como respuesta la tomó del cabello y la arrastró hasta la cocina, dándole golpes a puño cerrado en la cara.

Ilyena adolorida se levantó con lágrimas en los ojos, escuchando a su hija pedir ayuda a la nada. Cojeando caminó hasta el jarrón y, antes de que su esposo sacara una pistola y le disparara a la cabeza a Anna, la madre rompió esa artesanía en la cabeza de Faustin, dejando grandes pedazos en el suelo del vidrio.

Ahora Mikhail se abalanzó contra su esposa, Anna tomó un trozo de vidrio y apuñaló al que llamó padre por la espalda repetidas veces hasta que soltara a su madre, Ilyena hizo lo mismo tomando un trozo del vidrio verde y lo enterró en el cuello de ese demonio. Anna e Ilyena apuñalaban con odio y sin parar a Mikhail, ambas con ira picaban esa carne podrida, ambas manchaban su vestimenta con sangre contaminada.

La madre al volver en sí, luego de esa subida de adrenalina empezó a llorar, refugiándose en el pecho de su hija. Se tapaba la boca saboreando sin querer el líquido escarlata de su esposo.

Ella llamó a Niko, el serbio minutos después llegó sorprendido al ver a ambas mujeres a un lado del cuerpo del ruso. Como favor pidió que llevara el cuerpo y lo desapareciera, que le daría una buena cantidad de dinero por el trabajo. Bellic rechazó esos dólares e hizo cenizas el cadáver luego de incinerarlo.

Como agradecimiento aún si él no quería el dinero le dio unos miles de dólares. Más tarde ella junto con Anna volvieron a su patria luego de tomar un dinero que el fallecido Faustin había guardado, cargando con el hecho de que ambas fueron parte de una sádica jugada donde salieron victoriosas.