Hola a todas. Esto no es nuevo, por lo menos para las lectoras que siguen el blog Ficgueando (link en mi perfil). Hace un año que lo publiqué en ese lugar, que comparto con otras autoras. Es un short fic de tres capítulos y un epílogo cortito. Mi lugar favorito de publicación sigue siendo Ficgueando, sin hipócritas censuras, pero sé que muchas ni lo conocéis, y por aquí tengo buenas lectoras, así que, un año después, ahí va.

Gracias a las lectoras que me leyeron y comentaron en el blog, y sobre todo gracias a mis amigas Vero y Nury Misú (a ti dobles gracias por preleerme, te ailoviu) por inspirarme esta historia, a mis "templarias" por regalarme esas conversaciones (95% reales) de WhatsApp, y a mi querida beta Ebrume por su desinteresada ayuda. Y, como siempre, a Meyer por prestarnos sus personajes.

El fic es para mayores de 18 como todos los míos y por las razones de siempre: erotismo y palabrotas. Cero drama. Disfrutad.

.


.

Capítulo 1

.

Lunes

Aquella mañana el WhatsApp echaba humo. Aquel grupo de cotorras no paraba de hablar ni mi móvil de vibrar. Lo puse en vibración porque el jefe ya había entrado en el almacén un par de veces y me estaba empezando a mirar con malos ojos.

Que se joda. Me gustaba saber que ese grupo de locas estaba ahí fuera. Me hacía sentir más acompañada que el grupito de machos de quienes me hacía cargo cada jornada laboral. Aunque algunos eran tíos legales, y otros guapos, pero ninguno tenía la maravillosa combinación de ambas cosas. Probablemente antes encontraría un unicornio en mi balcón que algo así.

Tenía varios grupos de WhatsApp, pero el de la Quedada Virtual era mi favorito. En él estaban amigas que había conocido gracias a un foro sobre una saga de vampiros que a todas nos encantaba… Bueno, la saga y el buenórrimo protagonista, Robert Patterson, cariñosamente llamado Rob. Empezamos comentando en los fanfics que leíamos sobre dicha saga, y habíamos terminado con un grupo de Facebook, uno de WhatsApp, y viéndonos una vez al año en Las Vegas, aunque por desgracia no todas podíamos volar hasta allá.

Yo trabajaba en un almacén de frutas y verduras de cultivo biológico que se dedicaba a servir pedidos a domicilio. Me encargaba de la logística, y supervisaba que todo estuviera correcto. Y mi jefe… bueno, me supervisaba a mí, y para eso le pagaban. El negocio iba en auge, y no podía quejarme. Los lunes solía ser un día malo, así como los viernes, pero era miércoles y pude tomarme el descanso a la hora que me tocaba. Me dirigí al office a tomar un estupendo café. Al menos el jefe se había estirado en eso. Teníamos una máquina de café de esas con cápsula, y no el agua de fregar suelos que salía de la antigua.

Me senté y aproveché para abrir mi móvil y leer todos los mensajes acumulados.

—¡Joodeer! —exclamé. Menos mal que estaba sola, mi jefe ya me había echado algún sermón sobre los tacos en el trabajo—. ¿Un grupo nuevo? ¡Y lleva ya doscientos mensajes! ¿Pero qué habéis comido hoy?

El grupo nuevo se titulaba "regalo de Mary". Entré y me puse a curiosear los mensajes. Lo había fundado Norah y estaban llamadas a la conversación, además de mí, Jessica, Victoria, Angela, Charlotte, Rose y Alice.

Mary, una de las amigas del grupo, iba a ser operada de un mioma que tenía en el útero. Lógicamente estaba un poco preocupada. Norah, que es un ángel, había decidido animarla con algo que no se nos había ocurrido a ninguna, no me preguntéis por qué. Falta de costumbre, quizá. Había pensado mandarle un ramo de flores y una caja de bombones a la habitación del hospital para que cuando volviera de la operación tuviera una alegría, y nos había invitado a todas a participar, la que quisiera, sin compromiso.

Me pareció una buenísima idea y solo me supo mal no haberla tenido yo antes. Así que, tras leer los doscientos mensajes de mis queridas cotorras, dije que yo también me apuntaba. Norah, Angela y yo vivíamos en la misma ciudad, y me ofrecí a ayudarla, pero nuestros turnos de trabajo no coincidían esa semana y al final decidimos que ella se encargaba de comprar las flores y los bombones.

—¿Qué? ¿Cotilleando por el Whats? —James, uno de mis compañeros guapos pero gilipollas, asomó por encima de mi hombro y rápidamente escondí el móvil. El tío se movía tan silencioso como una serpiente.

—Que te den —dije levantándome de la silla. Mi descanso había terminado.

James era de esos guaperas creídos que por su físico creían que no tenían que hacer el más mínimo esfuerzo para conquistar a una mujer, y quizá con algunas le funcionaba, pero conmigo no.

—Ya te gustaría a ti —sonrió engreído mientras se dirigía a la máquina del café.

Puse los ojos en blanco y no me digné contestarle. Hacía tiempo que había aprendido que las energías hay que reservarlas para lo que merecía la pena, y que a él le molestaba más que lo ignorara que que le insultara.

Igual le iba el rollo duro.

Martes

La operación de Mary había sido un éxito. Todas habíamos pasado el día nerviosas porque su entrada en quirófano se había retrasado y también había salido de este bastante tarde. Eso sí, animada y sin mucho dolor, que era lo importante. Y las flores y los bombones la habían hecho muy feliz, así que ¡misión cumplida!

Me despatarré en mi sofá y acaricié la cabeza alternativamente a Luke y a Han, mis dos perros, mientras abría el WhatsApp para ver los mensajes. No pude evitar sonreír por las tonterías que se decían. Todas queríamos pagarle a Norah nuestra parte del regalo, pero esta no sabía su número de cuenta. Decía que estaba currando y que nos lo pondría cuando volviera de su turno. Trabajaba de paramédico en una de las mayores empresas de ambulancias de la ciudad y, aunque le encantaba su trabajo, iba de puto culo. Aquellos turnos de doce horas la iban a volver loca.

Cuando terminé de ponerme al día me levanté, me dirigí a la terraza y me encendí un cigarrillo, dispuesta a disfrutar de mi vicio prohibido. Solo fumaba uno al día y, aunque tenía que reconocer que el mejor era el de después de follar, como eso no lo tenía pues me conformaba con el segundo mejor: el de después de cenar.

Inhalé como si estuviera besando a mi cigarrillo. Era un vicio feo, pero tenía que reconocer que también era algo sensual. Sentí el chute de nicotina en mi cerebro y exhalé, relajándome. Mmmm… no era como el sexo, pero no tenía otra cosa. Pensando en follar, no pude evitar que la imagen del nuevo empleado del banco me viniera a la cabeza. Iba poco a la oficina porque casi todos mis trámites los hacía on line, pero la semana anterior había ido a recoger una tarjeta nueva y había tenido ocasión de disfrutar de una visión de lo más apetecible. Solo de recordar esos ojos verdes me ponía a cien. Y ese pelo que no se sabía si era rubio, cobrizo o qué, pero me daba igual, porque me imaginaba agarrándolo con fuerza mientras me follaba…

Vale, si seguía así el cigarrito que estaba fumando sí que iba a ser el de después del coito. Frena, Bella, frena.

Me había dado cuenta de que aquel chico se parecía a mi actor de cine favorito, y aquello hacía que me muriera por volver a verlo y comprobar que no me lo había imaginado. Desde aquella vez había intentado volver al banco para poder echarle otro vistazo, pero justo esos días nos había fallado personal por temas de salud y el jefe nos había pedido hacer horas extras. Qué cojones, las pagaban bien, así que le dije que sí. La pasta extra me iba a servir para poder darme algún caprichito.

Apagué el cigarrillo y me estiré. Mañana por la mañana lo primero que haría sería ir a ingresar los diez dólares que le debía a Norah.

Y regalarme la vista bien temprano.

Miércoles

Aquella mañana decidí arreglarme un poco. No sé, sería el aire primaveral, que ya quedaba menos para el sábado… o qué se yo.

Mentira, sí lo sabía. Iba a ver al banquero buenorro. Aunque no sé si se le podía llamar banquero, ¿sería más bien cajero? Tanto daba.

Era pronto por la mañana y solo tenía a dos personas delante en la cola, así que pude recrearme la vista todo lo que quise y más. El chico vestía una camisa azul de manga larga con corbata a juego y me imaginé tirando de ella para besarle aquella boca viciosa. Cuando estaba poco menos que comiéndomelo con los ojos levantó la vista de la pantalla y su mirada se cruzó durante unos segundos con la mía. No podía apartar los ojos —que habría sido lo lógico porque me estaba sonrojando por momentos— como si él tuviera algún extraño poder que me retuviera. Tragué saliva y respiré aliviada cuando volvió a fijar aquellos ojazos en la pantalla de su ordenador.

Para disimular mi trastorno me dediqué a wasapear con mis amigas, que a aquella hora ya estaban dándole al dedo. O al teclado. La noticia del día era que a Mary le iban a dar ya de alta, y estábamos todas de buen humor.

Bella —Estoy en la cola de la caja. No os podéis imaginar cómo está el del mostrador.

Victoria —¿Cómo? Yo tengo mucha imaginación.

Jessica —Y yo.

Bella —Pues digamos que es clavadito a Rob. Pelo alborotado como de recién follado, ojos verdes y felinos, una boca carnosa que cuando sonríe se transforma en un arma de destrucción braguil, mandíbula cuadrada, pómulos… joder, creo que es la primera vez que me fijo en los pómulos de un tío. A este se los lamería y… (varias lenguas y babas).

Norah —¡Madre mía! ¡Casi he tenido que sacar el desfibrilador, el corazón se me ha parado mientras te leía! Mierda, si no tuviera los turnos que tengo me pasaría ¡pero ya! por esa oficina.

Se sucedieron líneas y líneas de emoticonos con corazones, más lenguas y babas, caritas sonrojadas… Sonreí sin darme cuenta de que ya no tenía a nadie delante en la cola. Levanté la cara y —¡la madre que lo parió, qué bien lo hizo!— allí estaba el protagonista de nuestra charla mirándome de una forma que no sabría calificar… ¿estaría cabreado? Qué decepción, iba a ser del grupo de los tíos guapos pero bordes. Suspiré. Era una lástima, pero no tendría que sorprenderme.

—Que-quería hacer un ingreso. —¡Tonta Bella! ¡Tú nunca tartamudeas! Y menos por un tío.

—¿Tiene el número de cuenta? —seguía mirándome de aquella forma y no sé por qué me sonrojé de nuevo. Como si me hubiera pillado otra vez in braganti. ¿O se dice in fraganti? Bueno, algo de lo otro había.

—Sí, un momento —le sonreí, esperando que me correspondiera aunque solo fuera por cortesía.

Nada. Cero respuesta, cero cortesía. Me desanimé pero, dispuesta a terminar con lo que había ido a hacer allí, me puse seria. Yo también puedo aparentar que he comido algo en mal estado, señor… —me fijé en la plaquita con su nombre sobre el mostrador— E. Cullen.

Mirando el móvil, abrí el chat del WhatsApp donde Norah había anotado su cuenta, y se la dicté número por número.

También me pidió mi documentación. Mientras hacía sus comprobaciones lo observé a placer. Cuanto más lo miraba más me gustaba, y era una pena porque aún no le había visto sonreírme. Sabía que su sonrisa era preciosa porque sí la había visto, aunque dirigida a los clientes que había atendido antes que a mí.

A lo mejor tenían más pasta en el banco que yo.

—Señorita, esta cuenta está cancelada.

Abrí los ojos y la boca en una mueca nada favorecedora, pero debió parecerle divertida porque un amago de sonrisa curvó sus pecaminosos labios.

—¿Cancelada? —Vale, ahora le hacía eco. Definitivamente, no le vas a impresionar, Swan—. Mire bien que no puede ser.

—Sí, está cancelada —dijo con apenas una breve mirada a la pantalla de su ordenador—. Vamos, que el propietario de la cuenta la anuló. Desaparecida. No existe.

¿Me ha tomado por tonta?

—Ya sé qué significa cancelada —espeté mosqueada—. Averiguaré el número correcto y volveré mañana.

El doble de Rob pero en capullo, porque yo me negaba a pensar que mi amor platónico fuera así de antipático, asintió, su amago de sonrisa ya desaparecido, cancelado como la cuenta de Norah, y me largué sin decirle ni adiós.

Una vez en la calle tecleé un mensaje en el grupo.

Bella —Norah, nena, mira bien porque el tío del banco dice que esa cuenta está cancelada. ¿Nos has dado un número incorrecto?

Norah —(llantos y gritos) ¡Oh, lo siento! ¡Hace poco cancelé una de las cuentas y os he dicho la que no era!

Bella —Menudo despiste gastas, guapa. En cuanto puedas nos pasas el bueno.

Rose —Gracias, guapa, menos mal que has avisado, estaba a punto de hacer la "transfe" on line.

Alice —Y yo.

Angela —Pensaba hacerlo esta noche.

Norah —Chicas, perdonad pero es que voy de culo últimamente y no sé dónde vivo. Esta noche cuando llegue a casa os doy la cuenta nueva.

(Muchos pulgares hacia arriba).

Victoria —Yo esperaré a que Bella haga el ingreso, por más seguridad, jajaja.

(Más pulgares).

Norah —Siento teneros un día más esperando.

Alice —¡Que no, si es por ti, tonti!

Angela —Si al final terminaré antes dándotelo en mano.

Norah —Eso seguro.

Rose —Además, mira el lado bueno, Bella, así vuelves a ver al guaperas.

(Aplausos por parte de todas).

La tarde había sido pesadísima, y solo miré el móvil en el rato del descanso.

Charlotte —Gracias, te hago la "transfe" en un pispás, nena.

Norah —Nooo, Char! Que el número está mal.

Charlotte —Yaaaa. Estoy leyéndoos. Eso me pasa por tener chorrocientos mensajes.

Sonreí, porque era cierto. El grupo se había hecho para el regalo de nuestra amiga, pero al poco de estar abierto ya estaba salpicado de anécdotas, bromas, y comentarios sobre la salud de los hijos, ya que Rose, Alice y Victoria eran madres recientes.

En aquel momento no me hacía mucha gracia volver al banco, la verdad, después de descubrir que aquel chico tan guapo no ganaba en las distancias cortas, sino al contrario. Podía hacerlo on line como todas y dejarme de complicaciones, pero ya me habían liado, y además con el despiste que se gastaba Norah era mejor que alguien en persona me dijera si el número de cuenta era el suyo.

Le di un último trago a mi café y me levanté, guardando el móvil en mi bolsillo. Tenía prisa por continuar con el trabajo. No quería retrasos en mi hora de salida, estaba agotada. Al abrir la puerta para salir choqué frontalmente con James, que entraba mirando su propio móvil. Solté un grito más por el susto que otra cosa.

—Ten cuidado, Swan, un día vas a tropezar con tu propia sombra —dijo sujetándome por los hombros para estabilizarme.

No me digné contestarle, simplemente me zafé de su indeseado agarre y le levanté el dedo corazón antes de salir.

—¿Eso significa que no saldrás conmigo este fin de semana, Swan? ¿O que me enseñas el dedo donde crees que tengo que poner el anillo? Porque te informo de que no es exactamente ese —sonrió, divertido por su propia broma.

Imbécil. Y pensar que cuando empecé a currar en la empresa me pareció guapo y estuve a punto de salir con él. Negué con la cabeza. Ahora no se me ocurriría salir con alguien del trabajo. Tengo muy claro eso de que "donde tienes la olla no metas la… ", aunque en mi caso no metería eso pero se perdería la rima. Y desde luego, si quisiera cometer ese error, no lo haría con ese creído.

Los guapos estaban solo para mirarlos. Cada vez lo tenía más claro. Como a Cullen.

Jueves

Alice —¡Ese número de cuentaaa!

Norah —(Llorando) ¡No lo encuentro! Tengo que ir al banco porque no tengo libreta.

Alice —¿Y un extracto?

Norah —No encuentro. Creo que ahora me lo hacen todo por Internet…

Jessica —¿Y no puedes mirarlo por Internet?

Norah —(Triste) No me aclaro demasiado. Mejor os lo digo cuando esté segura, no la vuelva a liar. Pasaré por una oficina y que me lo digan.

Jessica —Como quieras.

Sonreí mirando la pantalla. La verdad era que se me había pasado el mosqueo del otro día y tenía ganas de volver al banco, aunque solo fuera por alegrarme la vista. Solo, solo por eso.

Viernes

Norah —¡Ya lo tengo, chicas! Creo que lo he encontrado. Es este.

Anoté el larguísimo número en un papel para asegurarme de tenerlo a mano cuando volviera a ver al "simpático" de Cullen, y me lo metí en el bolsillo.

Bella —Gracias, nena. Voy ahora mismo al banco.

Era tan pronto que no había nadie en la sucursal, así que en cuanto entré me dirigí al mostrador donde Cullen estaba atendiendo a lo que fuera que tenía en su ordenador.

Me situé delante de él y al cabo de un instante carraspeé, molesta.

Vale que no era muy alta y él está parapetado tras el ordenador, pero no soy invisible, coño. Deja de mirar Facebook o lo que sea que haces en horas de trabajo en vez de atender a tus clientes.

Ah, eso me había dado una idea.

—Buenos días —sonrió, esta vez un poco más agradablemente. Ahora no parecía que le estuvieran tirando con un hilo tenso de cada comisura bucal.

Inesperadamente, me entraron unos calores que para qué. Lo prefería borde. Amable me desarmaba. No, guapo y simpático no. Eso no existe. Sería peligroso.

—Señor… E… Cullen —pronuncié perdiéndome en aquellos iris verdes.

Lo hice a propósito. Quería conocer su nombre completo para cotillear su Facebook y mandarles su foto a las chicas. Iban a alucinar. Pero el muy cabrón acentuó más aún su sonrisa y ahí tuve que parpadear. El muy jodío deslumbraba más que unos faros antiniebla.

Me quedé pensando en lo que le tenía que decir, pero no se me ocurría. ¿Qué hacía yo ahí?

—¿Viene a ingresar? —me habló lentamente como si dudase de si le comprendería. El muy capullo conocía el efecto que causaba en las mujeres.

Ah, sí, eso. Ingresar.

—Sí, quería ingresar diez dólares en esta cuenta. —Metí la mano en el bolsillo posterior de mi pantalón y saqué el papel, procediendo a dictarle los números.

Asintió y afortunadamente desvió la mirada a la pantalla de su ordenador. Me estaba poniendo nerviosa y no me gustaba sentirme así. No estaba acostumbrada.

—La cuenta está a nombre del señor John Ryan. ¿Es correcto?

—¿Está seguro? —exclamé contrariada.

Apretó los labios formando una fina línea. Pareció molesto porque dudase de su profesionalidad.

—Sí, señorita… —miró mi documentación un momento— Swan, son solo unos cuantos números seguidos. No es tan complicado.

Esta vez casi me sonrojé. Casi. A mí me iba a avergonzar otra vez el capullo este.

—Voy a hablar con mi amiga, y ya volveré.

Él asintió serio, y volvió a ignorarme mirando la pantalla del ordenador.

Estúpido. Estúpido Cullen, de ahí la E, fijo. Estúpido, engreído, energúmeno. Ediota.

Me dirigí a unas sillas con pinta de cómodas que había en la oficina del banco y me senté allá para wasapear y ver si podía aclarar de una vez qué misterio era ese del número de cuenta de Norah. Esperaba que Cullen no estuviera toreándome.

Bella —Norah, nena, mírate el número. Dicen que está a nombre de John Ryan. ¿Hay algo que nos ocultas? Lo bueno de todo esto es que me estoy recreando la vista con el del banco.

Jessica —¿Otra vez? Y yo que creía que era yo la de los problemas de memoria.

Alice —A mí también me faltan megas de RAM.

Victoria —¡Foto, foto!

Norah —(Agobio) Ni puta idea de lo que me estás hablando, pero en cuanto pueda me voy al banco y pregunto el puto número de mi cuenta.

Charlotte —Menudo pollo hay aquí montado.

Bella —Muy fácil, Norah, que esa cuenta está a nombre de un tío.

Norah —Dios. No ingreséis nada, por favor. Siento las molestias. Y estoy cabreada por no saber mi número de cuenta. En cuanto pueda os pongo el correcto.

Bella —No te preocupes, cielo.

Victoria —¿Y no puedes llamar y preguntar?

Norah —¿Llamar a dónde, si no sé mi número de cuenta voy a saber el teléfono? (Llorando).

Bella —Tranquila, mañana está abierto. Y para mí es un lujo venir, el tío está para tomar pan y mojar.

Norah —(Risas)

Alice — No te des mal rato.

Bella —El sujeto se llama E Cullen. La próxima vez le pregunto el nombre y si puedo le hago una foto.

Alice —Me parto con Bella. Encima te haces amiguita suya. Cuando te vea se va a descojonar pensando, a ver qué excusa tendrá pa venir a verme (risas).

Levanté la vista y miré a Energúmeno Cullen, que estaba concentrado atendiendo a los clientes. Joder, no sabía si me ponía más cuando sonreía o cuando estaba serio. Suspiré. Era evidente que de momento no tendría más información.

La perspectiva de volver, por otra parte, me atraía. ¿Y qué, si era un tontolaba? No me iba a casar con él. Solo alegrarme la vista.

Tras la jornada laboral, que se me hizo eterna porque había muchos encargos y tuve que ayudar con la parte física del trabajo en vez de dedicarme a la organización, no tuve apenas tiempo de mirar el móvil. En cuanto llegué a casa me duché y me acosté sin siquiera cenar. Estaba agotada.

Sábado

¡San sábado! El mejor día de la semana. Y, además, iba a mejorar aún más con mi nuevo viajecito a la oficina del banco, donde Estoytonto Cullen me iba a atender con esa cara tan seriota que me ponía a cien en el buen y mal sentido. En el bueno porque me daban ganas de tirármelo allí mismo y en el malo porque también me entraban un poquito de deseos de estrangularle.

Aunque lo que daría yo por una de sus sonrisas…

Pero lo primero era saber si estaba por fin el jodido número de cuenta. Miré el WhatsApp de mi móvil. Había una conversación de ayer por la noche.

Norah —Vale. ¡Ahora sí que sí! Tengo en la mano el extracto del banco, con el número bueno y todo (sonrisa).

Rose —A ver si es verdad.

Angela —Yo voy a esperar a que pruebe Bella, que no me fío (risas).

Norah —(Risas)

Rose —Y de paso la foto.

Me reí. Estas locas siempre pensando en lo mismo. Bueno, y yo. Luego había una serie de saludos de buenos días. Me metí en la conversación.

Bella —Buenos días. Hoy entro en plan: hola, guapo, otra vez aquí para verte.

Alice —Tú con confianza, como si no llevaras días intentando ingresar diez dólares en cuentas inexistentes (risas).

Bella —(Risas).

Norah —¡Me meo de la risa!

Bella —No, si lo bueno es que existen, pero son de otros (risas).

Rose —Al final creerá que te lo quieres ligar.

Bella —Pues que lo crea, Rose. De todas formas intentaré saber su nombre completo, y a ver si lo encuentro por Facebook..

Angela —(Risas)

Victoria —(Risas)

Jessica —Estáis fatal. Me parto con vosotras. Yo en cuanto Bella confirme la cuenta te hago el ingreso, Norah.

Charlotte —Se os va la olla. Norah, ahora que ya tenemos el numerito en cuanto llegue a la "ofi" te hago el ingreso.

Norah —Sin problemas, aunque esperad a que Bells visite a su amor, y así que nos confirme que es correcto, porque ya me da miedo y todo.

Victoria, Jessica, Charlotte —(Risas)

(Media hora más tarde)

Victoria —Me gusta vivir al límite, así que acabo de hacer la transferencia sin esperar.

Es una oficina de Queens, ¿no?

Angela —(Risas)

Norah —Sí, claro.

Angela —¡Qué valiente eres, Vic!

Me sonreí mientras leía aquellos mensajes. Yo ya estaba en la pequeña cola que había formada a aquella hora en la oficina. Era una sucursal pequeña y había observado que por la mañana temprano solo atendía Cullen. Quizá su problema era que le hubiera gustado más currar en Manhattan, en una oficina frente a Central Park, e ir allá a revolcarse por la hierba durante el almuerzo con su novia, si es que la tenía. Repentinamente sentí una molesta sensación. No me gustaba imaginarme a Cullen con una novia, aunque seguro que la tenía, porque no se podía estar tan bueno y estar libre. O quizá era de los de un sabor diferente cada noche…

Me centré en olvidar esos pensamientos y, en un momento en que él estaba sonriendo a una anciana que se dedicaba a explicarle su vida ignorando a las personas que había detrás de ella, le hice una foto con el móvil.

Bella —Este es. ¿Tiene su aquel o no?

Norah —Bells, nena, estás fatal (risas).

Rose —(Risas).

Bella —¿No queríais foto?

Alice —¡Bravo por esa Bells!

Bella —Pues ahí la tenéis.

Norah —Me descojono.

Victoria —Tú eres una cachonda (risas).

Bella —Ya te digo. Y sin flash, para no delatarme.

La verdad es que la foto no era de mucha calidad pero dejaba entrever la sonrisa de Cullen. No pude evitar agradecer mentalmente que a mí no me sonriera de aquella forma, porque si lo llegase a hacer podría derretirme hasta formar un charquito humeante allí en el suelo, frente a su mostrador.

Detrás de mí había un par de ancianas que me miraban con los ojos muy abiertos, como si yo estuviera haciendo cosas raras. Envidiosas. Seguro que llevaban tiempo queriendo hacer lo mismo que yo y no se atrevían.

Bella —Las abuelas están flipando.

Alice —¡Qué fuerte contigo, Bella! (Risas)

Rose —Le estoy dando la teta a María y me estoy descojonando. Me mira como diciendo, ¿qué le pasa a mi mamá? Oye, te lo cambio por el de mi oficina. ¡Está muy bueno!

Jessica —¡Es clavado a Rob! ¡Cacho perra!

Bella —Síiiiiiiii.

Alice —¡Cabrona!

Norah —¡Yo quiero!

Rose —Ahora saldrás en el vídeo de la cámara de seguridad del banco haciendo fotos al personal.

Pues no lo había pensado. Pero la verdad es que me importaba un pito. O dos.

Alice —Y cuando las revisen y vean que has estado allí varios días seguidos para ingresar diez dólares van a pensar que acosas al cajero.

¿Acosar? ¿Acosadora yo? Hombre, no había que negar que el chaval era cien por cien acosable, pero yo solo… pues eso, ¡solo quería ingresar el dinero para el regalo de mi amiga, joder!

Jessica, Victoria, Alice, Rose —(Risas)

Bella —Que piensen lo que quieran.

Victoria —Mis compañeras de oficina están esperando que les enseñe el chiste. Lo llevan claro.

Bella —Enseña la foto, para que vean cómo está el mozo.

Jessica —Os tengo que enseñar la foto de perfil de Facebook de mi jefe, para que veáis que tampoco está nada mal.

Rose —Síiii, ¡contrabando de fotos de buenorros!

Victoria —No sé yo, pero creo que esto no es muy legal, jajjaa.

En aquel momento la cola se desintegró como por arte de magia enfrente de mí. Y allí tenía ni más ni menos que a E. Cullen mirándome con una cara muy rara. ¿Me habría visto? ¿Tendrían razón mis amigas y tendría problemas por hacerle una foto?

Pero en aquel momento, con la plaquita de E. Cullen sobre el mostrador, no pude pensar en otra cosa que en aquellos ojos verdes perforándome y en que sin un nombre era muy difícil pillarlo en Internet para mostrar a mis amigas más fotos de mi banquero preferido.

¿Sería verdad que tenía espíritu de acosadora?

—Vengo a ingresar —fue la ingeniosa frase que se me ocurrió cuando sus ojos descongelaron partes de mí que llevaban tiempo bajo cero.

—Lo sé —contestó secamente.

—Esta vez tengo el número correcto —repuse sin inmutarme. Todo lo guapísimo que era lo tenía de idiota.

Alzó las perfectas cejas como si se sorprendiera —gilipollas— y ladeó su perfecta cara, tan perfecta que una vez más no sabía si abofetearle o comerme sus morros, y fue anotando en su ordenador el número que le di.

Me fijé en sus dedos. Eran largos y flexibles, y su vista me provocó un agradable escalofrío que no quise analizar.

—¿Es una oficina de Queens? —preguntó sin levantar la vista de la pantalla.

—Sí —repuse.

—¿La propietaria de la cuenta es la señora Norah Spencer?

—Sí, ella es.

Se me quedó mirando fijamente y pensé: aquí hay tomate, Swan. Esta vez te mira con interés.

Pasados unos segundos, tanta fijeza me empezaba a resultar incómoda.

—¿Sí?

—¿Cómo se llama usted?

Oh, vaya, el interés aumentaba.

—Isabella… Bella Swan.

—Está bien, Bella Swan, me falta el dinero que quiere transferir.

—Ah… diez dólares —dije, orgullosa de no tartamudear ni sonrojarme.

Su cara se torció levemente en un gesto extraño y tomó el dinero de mi mano. Imprimió un formulario, me lo pasó y lo firmé.

Fin de la historia.

Pero esto no sería una historia si tuviera este final, ¿no es así?

—Hasta el lunes —escuché que me decía con voz burlona cuando le di la espalda.

Ahí me entró un arrebato de los míos. Volví sobre mis pasos y, ignorando la mala cara con la que me miraba el siguiente cliente de la cola, me apoyé de nuevo sobre el mostrador y lo fulminé con la mirada.

—No voy a volver —le dije, pronunciando con cuidado las palabras, como si hablara con alguien no muy espabilado, tal como él me había hablado otras veces—. Prefiero hacer mis trámites por Internet. Mi ordenador es más simpático que usted, E Punto Cullen.

Su expresión era inescrutable, pero abrió la boca para decir algo. No quise escucharle y me di la vuelta. Ya había perdido bastante tiempo en aquella oficina.

.

.

Había quedado con Angela y Norah para salir aquella noche. Me arreglaba pocas veces, pero cuando lo hacía, lo hacía a conciencia.

Estábamos en el mes de junio y el tiempo era agradablemente cálido, así que decidí estrenar mi top negro de tirantes, que se fruncía justo bajo el pecho marcándolo y después caía sobre las caderas. Debajo me pondría mis vaqueros de cintura baja, que no es por presumir pero me quedan de puta madre, y unas sandalias. Llevaría el pelo suelto. Entre semana lo llevaba casi siempre recogido por comodidad, pero el fin de semana tenía más tiempo y me gustaba lucir mis ondas castañas ahora que me llegaban hasta media espalda.

Habían abierto un nuevo local no lejos de mi barrio, el Uptown, un sitio fantástico donde según Amy, una vecina muy juerguista y de la que me fiaba más que de la guía del ocio de mi ciudad, preparaban unos daiquiris para morirse de gusto. Era una coctelería que también tenía una pista de baile. Llevaría a las chicas allí, beberíamos, charlaríamos en persona —que es mejor que por el móvil—, si había suerte alguna ligaría y luego para casa.

Probablemente esa una no sería yo. Con los años me iba volviendo cada vez más arisca y ahora, cerca de la treintena, llevaba mucho sin llevarme un tío a casa. Y más aún sin ir a casa de uno. Mi amigo a pilas me tenía bastante satisfecha pero a pesar de eso todavía ansiaba tener a un tío entre mis piernas. Empezaba a estar un poco necesitada, la verdad. Solo eso explicaba cómo se me podía llegar a reblandecer el cerebro, y lo que no era el cerebro, frente a un tío como Cullen. No había podido apartar su cara de mi cabeza a pesar de lo estúpido que había sido conmigo desde el primer día.

Negué con la cabeza echándome internamente la bronca mientras me metía en la ducha. Estirado Cullen. No iba a gastar más energía pensando en él: ni en sus bonitos ojos, ni en su boca pecadora, ni en sus dedos extra-largos que debían hacer maravillas en…

¡Basta! Joder, cómo me estaba poniendo no pensar en él. Quizá la alcachofa de la ducha podría relajarme un poco.

.

.

—¿Otro? —miré a Norah arqueando una ceja acusadora. Ella me ignoró y se llevó la copa a los labios con la impaciencia de un amante insatisfecho.

Aquella noche mi amiga estaba libando el líquido rojo como un vampiro sediento recién despertado de un sueño de siglos. Yo llevaba un par de daiquiris, me estaba terminando el segundo, y no iba a beber más. Aquel maldito cóctel estaba delicioso pero, si me pasaba, al día siguiente mi cráneo tendría un enorme vacío con el cerebro de vacaciones en Cuba.

—Este esss mi primer día libre después de diez días seguidosh currando doce horas. Me la shuda si me intoxico unas cuantas neuronas y no las vuelvo a re…recuperar —repuso Norah en cuanto sus labios dejaron de besar la copa, repantigándose todo lo que pudo en el cómodo sillón del local. Me miró con los ojos entrecerrados, como desafiándome a que le dijera cualquier cosa.

Madre mía, menudo pedo estaba cogiendo mi amiga. Pero había que decir que tenía razón.

—Creo que necesitabas este descanso —comentó Angela, que también se estaba moderando y solo iba por la segunda copa—. Estás estresada. Si no, no se entiende lo de estos días con tu número de cuenta. Menudo cachondeo.

—¿Y lo bien que osh lo habéis pasado graciasss a mí, qué? ¿Y Bella, visitando al bomboncito del banco? —me guiñó el ojo.

Resoplé. Había tocado el tema. ¿Por qué no me podía quitar a Elemento Cullen de la cabeza? Apuré la copa de una sola vez y de pronto decidí que quería más. Me levanté de un salto y comprobé que mi equilibrio estaba en perfectas condiciones.

—¿Otra ronda? —pregunté a mis amigas.

Las dos me miraron con extrañeza. Como no me contestaron me encogí de hombros y me encaminé hacia la barra en la penumbra del local. No podía explicarles qué mosca me había picado si no lo sabía ni yo. Y bueno, sí, sí que lo sabía, la mosca Cullen. La E de su nombre debía ser de enganchoso, porque hay que ver cómo se adhería a mis pensamientos, como la miel a los dedos. Y las ganas que tenía yo de chupar esos dedos.

—Un daiquiri de fresa, por favor.

—Tanto azúcar es malo, ¿lo sabías?

Claro que lo sabía. Malo, malísimo. Tan malo que hasta oía su voz, y lo peor era que en mi imaginación sonaba a puro sexo. No parecía que tuviese una chincheta clavada en el culo como cuando me atendía en la oficina.

Aun así me giré. Si tenía esas maravillosas alucinaciones auditivas a lo mejor mi cerebro intoxicado se portaba bien y quizá, solo quizá, me lo presentaba en persona.

Y sí, allí estaba él, a mi lado en toda su gloriosa presencia, solo que esta vez era mucho peor que las otras. Porque esta vez estaba de pie, apoyado en la barra de forma informal, y podía apreciar lo alto que era. Estaba tan cerca que también podía apreciar lo bien que olía. Inspiré de forma automática, llenándome de su aroma como si fuera una adicta al tabaco en fase de abstinencia cayendo en la tentación de su nuevo primer cigarrillo.

Suspiré, situándome de nuevo en el aquí y ahora. Mi mente no tenía tanta creatividad como para recrear algo así. Estaba claro que lo que tenía al lado era un Cullen cien por cien auténtico. Llevaba una camiseta verde oscura y su brazo desnudo prácticamente se rozaba con el mío. Mis dedos tiraban de mí para acercarse a tocarlo como si tuvieran voluntad propia. Solo eran unos pocos centímetros.

Brazo. Desnudo. Aquellas palabras resonaron en mi mente como si estuviera hueca. ¿Cómo podía alterarme tanto en décimas de segundo? Seguro que la culpa era del puto combinado.

Qué coño, no podía ser tan débil. Ese cabrón me había tratado fatal. A las abuelas que iban a cobrar la pensión no les negaba su devastadora sonrisa radiactiva pero a mí me había tratado más bien mal.

Vamos, Bella. Preparando respuesta ingeniosa en tres, dos, uno…

—Y a ti qué te importa. —La verdad, no se me ocurrió nada más original.

Me quedé mirando hipnotizada su antebrazo. Estaba un poco moreno y los músculos se dibujaban tensos bajo su piel. Estaba claro que hacía algo de ejercicio, unos brazos así no se conseguían tan solo dándole al teclado y al ratón.

¿Pero por qué no se largaba? Parecía que no entendía bien mi idioma. El barman tardaba mucho con mi bebida y me molestaba tenerlo a mi lado.

Sí, me molestaba. Más o… menos.

—Isabella, ¿quieres robar el banco?

—Qué… ¿Qué coño dices? ¿Se te ha ido la olla?—me encaré a él olvidando su antebrazo, mi bebida y la tardanza del barman. Si volvía a llamarme Isabella le partía la cara, con la mano o a besos.

No es que me disgustara que me llamaran por mi nombre completo pero al hacerlo él había sonado más íntimo que si me hubiera llamado Bella. Quizá porque por costumbre ya nadie me llamaba de la otra forma.

—Muy bien. Se me habrá ido la olla. —Entonces se encaró él a mí, y fui realmente consciente de su altura. Me pasaba una cabeza. Vi como levantaba una mano hasta colocarla ante mi cara y empezaba a enumerar con los dedos, esos dedos largos generadores de visiones lascivas—. Vienes al banco el miércoles, el jueves, el viernes y hoy, para ingresar ¡diez! putos dólares, cada día con excusas patéticas y por si fuera poco hoy me haces una foto, que has mandado por WhatsApp vete a saber a quién. Tengo un vídeo de la cámara de seguridad del banco que lo demuestra. A ver, o te gusto, o es que estás inspeccionando el terreno para robar. —Para terminar, arqueó una ceja y me miró de forma burlona.

Otra vez.

—Eres un puto creído —le espeté—. Tengo una amiga muy despistada y me ha dado el número mal varias veces. Si te lo crees o no es tu problema. Y además, ¡no fui el jueves! —Me giré para recoger y pagar mi daiquiri, y habría quedado muy digna si en aquel momento no hubiera aparecido Norah.

Mi amiga iba con alguna copa de más y mucha vergüenza de menos. Lo peor es que, a pesar de las brumas de su cerebro, reconoció a Cullen.

—La hoshtia —soltó—. ¿Es él? ¡Es él! ¡El tío del banco! Capullia, no nosssh habías dicho que habíass quedado —soltó ignorando los caretos que yo le mostraba destinados a que cerrara su bocaza.

Pero los daiquiris habían roto la presa y aquello iba a desbordarse.

—Hola, creo que no nos han presentado, me llamo Edward Cullen —dijo él tendiéndole la mano a Norah y emitiendo su sonrisa radiactiva.

¡Edward! ¡E de Edward!

Norah se quedó allá plantificada, y tardó como una eternidad en reaccionar.

—La madre que te paaarió —se puso con los brazos en jarras y lo miró chasqueando la lengua al tiempo que negaba con la cabeza—. Essho que haces es ile… ilegal y lo sabes. Niñio malo.

Edward bajó la mano al ver que Norah no parecía corresponder a su gesto. Pero ella reaccionó con una rapidez sorprendente para alguien en su estado y se la agarró antes de que la retirara.

—Me lliamo Norah —dijo sacudiéndole la mano con fuerza—. Chico, eres muy fotooo…chénico, pero lo cierto eshh que en la realidad mejoras —comentó con la lengua un poco torpe mientras se lo comía con los ojos—. Vente pacá, las presentaciones se hacen bien.

Sin pensárselo dos veces se puso de puntillas y, sin mucho esfuerzo porque es una chica muy alta, le plantó un beso en los labios.

—¡Norah! —exclamé, indignada porque se atreviera a tocar la mercancía. Que yo la hubiera rechazado no le daba permiso para besarle, ni siquiera borracha.

Un momento, ¿de verdad había rechazado la mercancía? ¿Estaba Cullen… Edward Cullen intentando ligar o solo me tomaba el pelo, para variar?

—Me alegro de que te gustara la foto. ¿Me la dejas ver? —dijo él, los ojos brillando de diversión.

—Claaaro —repuso Norah, rebuscando en su bolso para sacar el móvil. La detuve antes de que completara la acción.

—¡Norah! ¡No! —exclamé. Ella me miró con cara de sorpresa. De pronto me di cuenta de que Angela se había acercado a nosotras, probablemente porque estaba siendo testigo del lío en el que se estaba convirtiendo todo aquello.

Le echó una elocuente mirada a Edward, luego nos miró a mí y a Norah y, sin decir ni mú, tomó a nuestra amiga de la cintura y se la llevó hacia la mesa donde estábamos sentadas, murmurándole vete a saber qué en la oreja.

Cuando comprobé que ambas llegaban sanas y salvas a su destino, le eché un rápido vistazo a Edward, solo para comprobar que estaba apretando aquellos lujuriosos labios, y que tenía el gesto inconfundible de "me estoy aguantando la risa pero voy a estallar de un momento a otro".

Yo ya estaba hasta los cojones, los míos y los de él, de aguantar a aquel idiota. Tomé mi daiquiri, cuyas fresas casi estaban a punto de germinar para dar nuevos frutos, y me dirigí hacia nuestra mesa.

Cuando apenas había dado dos pasos, una mano aferró mi brazo y me hizo detenerme de forma tan brusca que parte del cóctel se derramó en mi mano.


.

El próximo, en una semana. Besos a todas y gracias por leer.