Arya Stark es la clase de persona que te enseñaría a nadar empujándote al agua. Probablemente, ella aprovecharía cada pequeño instante de su vida para ser tan simple y sencilla como se le permitiera. Sin ataduras ni restricciones, Arya vive su día a día con una sonrisa marcada en el rostro. A veces gruñona y salvaje, otras insegura y alegre, pero siempre manteniendo esa chispa vivaz que solo ella sabe cómo mantener con vida. Por ello, cuando se escapa por decimotercera vez en el mes de sus trabajos como reina del Norte, nadie se sorprende.

La benevolente reina Sansa posiblemente le reprenderá. Bran, el rey sabio, le dedicará unas palabras de reproche forzado y una tímida sonrisa al final. El rey Jon simplemente negara con la cabeza y le revolverá el cabello, mientras el pequeño soberano Rickon pasará del asunto. Aun así, la salvaje reina Arya jamás hará caso a las palabras de sus hermanos y seguirá escapándose del castillo hacia el taller del joven herrero, donde con manos gentiles él le acariciará el rostro, dedicándole palabras de amor eterno y profesará sus promesas para ella.