Notas:
Bueno segundo intento de subir esto. Esta es mi primera publicación ante todo. Siempre me ha gustado escribir como hobby pero he decidido compartir algunas de las historias locas que se me pasan por la cabeza. Soy muy propensa a Imaginar historias paralelas de todo cuanto veo, leo o escucho. Sé que tengo mucho que aprender y corregir asique toda crítica constructiva es bienvenida.
Como ejemplo esta es una historia inspirada en Rapunzel de la película de Disney, pero en un mundo mucho más duro y realista. Aquí no existen los cuentos solo la supervivencia. En este primer capítulo notareis la presencia de un Narrador, era una idea para hacerlo más cercano a un cuento, no obstante el resto serán los personajes los que relaten su historia.
Estaba sola.
Una torre se alzaba entre los riscos que ocultaban un claro del inmenso y oscuro bosque. Alta e imponente vigilaba la entrada de la cueva por la que solo era posible acceder a la pradera y al arroyo que la cruza, abasteciendo la construcción. Blanca, gris y cubierta de verde hiedra.
Alguien una vez construyó la torre de fuerte roca y resistente madera, alguien una vez tapió su única entrada en la base con el fin de que nadie jamás llegara a su cima. Alguien una vez encerró allí a una niña de cabello dorado.
Al tercer día del Décimo mes de la luna cayo una terrible tormenta. El viento en su inmensa sabiduría advirtió a todo aquel que quiso escuchar de la abrumadora fuerza de los medios que se avecinaban, el tiempo suficiente como para ser sensatos y pensar en abastecer las despensas y proteger cada rendija. Así como para que los peregrinos o mercaderes decidieran no aventurarse a través de los caminos o los campesinos cobijaran a sus animales en los establos.
Rapunzel sintió esa fuerza y supo leer las señales que el viento atrajo hacia su torre sin puertas. Tres días calculó, dos días para que la tormenta alcanzara su bosque. Ese día empezaría por revisar y proteger la torre. Se amarró una cuerda y escaló por su perímetro. Solo encontró unas cuantas tejas rotas y una ventana débil. La escalada era un ejercicio necesario si quería sobrevivir y que tuvo que aprender a la fuerza, no obstante era relajante, podía sentirse ligera. En las noches de verano que no podía dormir le gustaba subir hasta la cumbre y mirar las estrellas mientras el viento fresco le acariciaba la piel desnuda. La trampilla del tragaluz también necesitaría que la reforzara.
Una vez revisado todo volvió a la estancia principal a través del ventanal más grande.
—Tardé menos de lo que esperaba, todavía son las 8, suspiró. Cruzó la torre hacía un armario de la parte este, allí encontraría todo el material que necesitaba: maderas, clavos, arcilla natural que hacía ella misma para recubrir grietas y algunas herramientas. Arrastró todo hasta la ventana y salió al exterior de un salto. El vértigo le parecía un miedo absurdo, sobre todo después de vivir toda su vida descolgada por todas partes.
—¡Si termino antes de que el sol toque ese pico de la montaña me haré un desayuno digno! —Pensó. Competir contra ella misma era la única emoción que podría encontrarle al trabajo. Reforzó, aseguró y tapió. No hubo ningún problema a excepción de un pequeño susto, al apoyar la planta del pie descalzo sobre el alfeizar, una fuerte racha de aire la hizo balancearse hacia el abismo. Esa tormenta iba a ser peligrosa, no había duda.
Después del esfuerzo un buen desayuno no sonaba nada mal, cogió unos troncos para reavivar el fuego y calentó agua, un poco de té caliente, pan tostado, queso con mermeladas, crema de almendras recolectadas en el bosque (su favorita) y un gran trozo de pastel de manzana. Debería coger fuerzas, todavía tenía un día emocionante y agotador por delante.
El día se iba tornando gris según pasaban las horas, cogió el último trozo de pan con mantequilla y se lo llevó al gran ventanal. Se recostó sobre el marco de madera maciza y contempló el paisaje.
—Algún día saldré de aquí, huiría muy lejos hasta donde la vista alcance y mis pies me lo permitan. —Algún día me atreveré a salir.
El amargo recuerdo de la familia que nunca conoció le arañó el corazón. Si no hubiese sido por ese sentimiento y el miedo a lo desconocido se hubiera marchado hace ya mucho tiempo. El bosque y los alrededores de la torre eran seguros, podía abastecerse de la naturaleza y lo que no podía conseguir por sus propios medios podía conseguirlo a través de trueques con los comerciantes que seguían el camino real por las lindes del bosque. Cambiaba velas, los frutos más grandes que la gente no alcanzaba a coger de las copas más altas de los árboles además de una cuerda irrompible hecha con hilos dorados que la gente no sabía reconocer…
Más allá no conocía nada.
Dejó esos oscuros sentimientos apartados, había que poner todo apunto. Debía recoger y limpiar, tender la colada y salir al bosque antes de que oscureciera.
Los dos días siguientes transcurrieron tranquilos, la calma que precede a la tormenta. Pudo recoger todo aquello que necesitaba, hierbas medicinales, un par de liebres e incluso alcanzó un convoy de carros que viajaba en dirección a la aldea más cercana. Por fin volvía a tener leche fresca o huevos, hasta pudo permitirse algún capricho a cambio de los ungüentos medicinales y una de las liebres. La sonrisa no le cabía en la boca, jabón de lavanda, pintura y lo mejor de todo; chocolate bueno. Esa gente era demasiado amable, esperaba que no les alcanzase la tormenta.
Llegó al claro de la torre canturreando de felicidad, tendría que volver al bosque a cazar algo de carne pero no le importaba en absoluto.
Despertó de repente por el crujido de la madera y el aullido del viento, ya había llegado el temporal y era más aterrador de lo que habría imaginado. Miro por una pequeña ventana lateral que quedaba al lado del cabecero de la cama. Parecía que no había amanecido de lo oscuro que estaba el cielo. Rapunzel se arrulló la manta alrededor y decidió dormir un poco más, estaría encerrada unos cuantos días, con suerte, si no se tornaban en semanas. Lo seguro era que no había cabida para la prisa. Al fin se levantó, encendió el fuego de la chimenea y se preparo un tentempié, la mejor forma para entretenerse sería tumbarse en la alfombra y leer al calor de la lumbre. Las historias de amor le aburrían, los príncipes maravillosos no existían, solo eran unos pobres charlatanes ricos que ni siquiera se interesaban por explorar los territorios que conformaban sus reinos.
Prefería las historias de aventura, de dragones o de expediciones hacia tierras lejanas.
—Un príncipe nunca acabaría en un sitio como este. Ni siquiera un pirata... —Pensó.
Las horas pasaban y el viento no dejaba de soplar, la lluvia repiqueteaba sobre el tejado y la torre crujía inmóvil como un centinela en su puesto de vigilancia. Volvió a ceder en pos del sueño y el calor. Soñó que alguien gritaba, la tormenta sacudía todo a su paso y los golpes que se escuchaban eran cada vez más fuertes e insistentes. Despertó y los escuchó. Era imposible, nadie podría aventurarse tan profundo en el bosque como para encontrar su escondrijo. Se puso a dar vueltas nerviosa y pensar. Los gritos se oían más y más cerca. ¿Qué debería hacer? ¿Quién podría ser? Pensó en nómadas cazadores, tal vez viajeros extraviados o malhechores. No habría forma de averiguarlo.
Recordó a las familias del carromato de un par de días atrás, tan amables, y se apiadó. Tal vez sea gente buena que necesite ayuda. Para asegurarse abrió poco a poco el ventanal, no sin esfuerzo pues el viento le echaba un pulso constante. Solo podía ver dos figuras grandes, dos hombres tal vez, llevaban capucha y un farol. Uno de ellos cojeaba y se apoyaba en el otro.
— Dios mío—. No presagiaba nada bueno.
