Aviso: Los personajes de Captain Tsubasa fueron creados por Yoichi Takahashi
El fanfic se sitúa poco después de cuando Tsubasa le pide a Sanae matrimonio…
Destruyendo a Sanae
Por
Y. Honey
Capítulo I
La confesión de Taro Misaki
=0=
La noche era perfecta, tan perfecta como suelen ser las noches en las calles de Nankatsu, es decir tranquilas y de cuando en cuando interrumpidas por algún escándalo protagonizado por los asalariados que regresan a deshoras a su casa luego de salir a emborracharse con el jefe o por los ruidos de los barcos provenientes del puerto que distingue a la ciudad, aunque nada de eso está sucediendo en este momento; aún no es tan tarde para ello ya que el reloj sólo marca las diez.
Entre las casas de clase media y los negocios, también hay escuelas y una de ellas es el colegio Nankatsu, que hace años obtuvo reputación por conseguir varios títulos de torneos de fútbol estudiantil de la mano de cierto niño que, todos estaban de acuerdo, había nacido para jugar ese deporte.
Ese jugador no era otro sino Tsubasa Ozora.
Y era él quien esperaba de pie frente a su vieja escuela, esperando con las manos en los bolsillos de su chamarra roja a que la persona que lo había llamado a este lugar decidiera aparecerse.
—¿En dónde está?— se preguntó, mirando a ambos lados mientras se recargaba en una farola.
Tusbasa tenía la impresión de que no debería estar allí; a fin de cuentas, ya era tarde y al día siguiente tendría un compromiso muy importante al qué atender: su boda con Sanae. Pero no podía dejar plantada a la persona que le pidió que lo encontrara frente a la escuela, aún si todo parecía indicar que el que sería plantado era él. Fue justo cuando estaba perdiendo esperanzas que lo vio acercarse, cargando un morral y vestido casi igual a él, pero con una chaqueta azul: Taro Misaki, a quien consideraba como uno de sus mejores, si no el mejor, de sus amigos.
—Pensé que no vendrías—, acusó Tusbasa mirando a Taro con fingida molestia, pues en realidad nunca había podido enfadarse con él.
—Lo siento, me retrasé porque no podía decidir si venir o no, al principio estaba seguro que no me harías caso y cuando aceptaste verme aquí, pensé que sólo estabas bromeando—. Explicó un nervioso Taro—, me da gusto ver que sí has venido.
—No podía dejar de hacerlo, y menos por ti. ¿Para qué me llamaste?
—Quería hablar contigo en persona, el teléfono no me parecía adecuado para… lo que quiero decirte—. Taro dirigió su mirada a la escuela y se acercó a la reja, por la que comenzó a trepar.
—¿Qué estás haciendo?— Preguntó Tsubasa, acercándose a su amigo para intentar hacerlo bajar.
—Cálmate, es mejor si entramos y hablamos en la cancha, al menos así no estaremos en la calle—, explicó Taro sin detenerse.
—¡Nos echarán a la policía encima cuando nos vean!— se quejó el capitán de la selección de fútbol Japonesa—. ¡Baja de una vez, Taro!
—Dudo que la policía quiera arrestar a dos de los futbolistas más famosos de Japón por algo tan simple—, discutió el joven Misaki, terminando de subir y dejándose caer del otro lado, dentro de la escuela—. ¿No vienes? Si no lo haces nunca sabrás para qué te llame.
Tsubasa suspiró y, luego de dudar un momento, escaló la reja y se dejó caer junto a su amigo—, si nos arrestan, diré que todo ha sido idea tuya.
—Por mi está bien—, dijo el joven Misaki—. Sígueme, hay algo que quiero hacer mientras hablamos.
Y Tsubasa siguió a Taro, quien caminó en silencio hasta la cancha de fútbol de la escuela, que estaba iluminada sólo por cuatro farolas en cada uno de sus extremos. Una vez allí, Taro abrió su mochila y sacó de ella un viejo balón.
—Cuesta un poco creer que hace más de diez años que nos hicimos amigos, Tsubasa—, dijo Taro mientras comenzaba a mover el balón con los pies—. No sé qué opinas tú, pero para mí fue en esta cancha, entrenando juntos a diario, planeando jugadas que pidiéramos hacer juntos que en realidad nos volvimos inseparables. ¿Qué dices, quieres practicar algunos pases, por los viejos tiempos?
—Vamos a terminar en una patrulla por esto—, sonrió Tsubasa—. Pero… está bien Taro, pásame el balón y juguemos un rato.
—Sabía que no podrías negarte—, respondió Taro, enviando el balón a Tsubasa con un tiro bajo—. ¿Aún recuerdas algunas jugadas que hacíamos cuando niños?
Tsubasa no respondió y en vez de eso le devolvió el balón a Taro con un tiro alto; luego de esto, los dos amigos pasaron casi una hora jugando, tratando de hacer una mejor jugada que el otro. Cuando tuvieron suficiente, ambos se quedaron de pie, en silencio, uno frente al otro en el centro del campo.
—Todavía no puedo creer mañana te casas con Sanae—, dijo Taro mientras bajaba la mirada pensativo.
—Tampoco yo—, respondió Tsubasa, que levantó la vista, concentrándose en la luna sobre ellos—. La verdad… me costó mucho reunir el valor para pedírselo a Sanae.
—¿Por qué dices eso?— preguntó el joven Misaki—. ¿No la quieres?
—Ah… sí... sí la quiero— dijo Tsubasa con un tono distraído.
—¿Estás seguro?— insistió Taro, evitando mirar directamente a su amigo y tratando de ocultar el dolor en su voz. La respuesta que le había dado Tsubasa no era lo que en realidad él quería escuchar.
—¿Para eso es para lo que me llamaste?
—No, pero antes de decirte para qué te llamé, por favor dime si amas a Sanae o no. ¡Es muy importante!— pidió Taro—, ¡por favor Tsubasa, dime lo que sientes por ella!
—¡Si la amo o no es lo menos importante!— respondió Tsubasa después de un largo rato de duda—. Sanae siempre me ha apoyado y su sueño siempre ha sido casarse conmigo… ¡No puedo romper sus sueños, Taro… no puedo!
—Entonces no estás seguro de lo que sientes por ella y aún así… ¿aún así le pediste matrimonio?
—No tengo opción, es lo que ella siempre ha querido.
—¿Qué hay de lo que tú quieres?— preguntó Taro—, ¿vas a sacrificarte por ella?
—Lo que yo quiero es ser uno de los mejores jugadores de fútbol de la historia Taro, estar casado no me impedirá lograr eso.
—No, supongo que no.
—¿No vas a decirme para qué me llamaste?— preguntó Tsubasa, que comenzaba a sentirse cada vez más y más intrigado por el extraño comportamiento de su amigo.
—Sí, pero no puedo decírtelo, Tsubasa—, dijo Taro a media voz—. Tendré que mostrártelo porque las palabras… las palabras no sirven para esto…
Sin aviso, Taro se acercó mucho, tomó a Tsubasa por los hombros y antes de que su amigo pudiera reaccionar, unió sus labios a los suyos de un modo gentil pero al mismo tiempo muy sugerente. Durante el primer instante en que hubo contacto Tsubasa, quien tenía los ojos abiertos como platos, estuvo a punto de empujar a Taro con todas sus fuerzas, pero poco a poco sucedió algo. Y es que el beso… el beso se sentía muy bien, de hecho se sentía fantástico. Era muchísimo mejor que las pocas veces que se había atrevido a besar a Sanae. Este maravilloso placer, era como Tsubasa siempre imaginó que un beso de verdad debería sentirse. Así, mientras el impulso de arrojar a Taro al suelo desaparecía, Tsubasa cerró los ojos y se encontró con sus brazos alrededor de la cintura de su amigo y correspondiendo a su beso con la misma intensidad, llegando incluso a probar la lengua de Taro por unos segundos. Pero al momento de sentir algo que se endurecía entre las piernas de Taro y sentir de inmediato la misma reacción en su propio cuerpo, Tsubasa se asustó y se separó de él bruscamente.
—¿Por qué?— preguntó Taro, su respiración agitada todavía.
—Esto está mal…— respondió Tsubasa, que también buscaba recuperar el aliento.
—¿Mal?— exclamó el joven Misaki—, ¡Tsubasa, te estaba gustando lo que hicimos, no lo puedes negar!
—¡Pero está mal!— insistió él—, ¡mañana me caso con Sanae, no puedo hacer esto!
—¿Y tú crees que esto es fácil para mí? ¡Maldita sea, si ni siquiera sé por qué siento esto por ti, Tsubasa!— se quejó Taro, sintiéndose de pronto muy molesto por el rechazo—, ¿acaso piensas que no intenté olvidar este sentimiento por años, que no intenté buscar una mujer que me ayudara a olvidarte?
Tsubasa miró a Taro sin saber qué decir. Su amigo se había inclinado un poco y se enredaba el cabello con los dedos, presa de la desesperación.
—¡Nada de eso funcionó, Tsubasa!— Murmuró angustiado Taro.
—Lo siento mucho… pero yo no te…
Taro se enderezó y miró a Tsubasa de frente—, no lo digas todavía. Por favor no lo digas todavía— le rogó.
—¿Qué quieres de mí, Taro?— Preguntó un asustado joven Ozora— ¡dímelo!
—¡Mírame Tsubasa!— exclamó Taro al momento que tomaba a su amigo fuertemente por los hombros—, ¡mírame de frente y dime que ese beso no despertó algo en ti que siempre había estado allí, algo que sólo esperaba esto para salir, anda dilo!
Al mirar al joven de cabello castaño que se mostraba totalmente vulnerable frente a él, Tsubasa no pudo evitar sentir una presión que nunca había sentido dentro de su pecho y el inmenso, incontrolable deseo de besar los labios de Taro otra vez. Era algo idiota, pero no podía evitar sentir ese deseo. Sólo que él no podía dejarse llevar, le había prometido a Sanae que se casarían y no podía romper esa promesa, a pesar de lo mucho que en ese momento deseara hacerlo.
—N-n-no puedo— admitió Tsubasa luego de un momento—, pero tampoco puedo cancelar la boda con Sane. ¿Puedes entender eso Taro?
—No. Lo que sí puedo asegurarte es que no estaré mañana en tu boda. Me dolería demasiado— respondió él—, espero me perdones por todo esto, pero no podía dejar que te casaras sin… sin demostrarte que… te amo. Te amo, Tsubasa, más de lo que puedes imaginar. Sé que soy un estúpido por tener estos sentimientos pero tenía que hacerlo hoy, no podría vivir conmigo mismo si no lo hacía.
—Espera Taro, yo…
Pero el joven Misaki ya no respondió, simplemente recogió su mochila y comenzó a alejarse—, te regalo el balón, Tsubasa. Te veré cuando la selección sea convocada otra vez y… perdóname. Perdóname por haberte molestado con algo tan idiota— luego de decir esto, Taro se alejó corriendo.
=0=
En otra parte, una joven mujer caminaba bastante feliz hacia el sitio donde se llevaría a cabo el evento más importante de su vida. Había insistido en salir y visitar ese lugar tan especial y de algún modo logró convencer a su padre, que ahora la esperaba en el auto en la esquina de la calle, de llevarla.
Esta mujer era Sanae Nakazawa, una brillante estudiante de medicina con especialidad en el deporte que, a pesar de sus buenas calificaciones, acababa de darse de baja en la Universidad para poder dedicarse de tiempo completo a su papel como esposa de uno de los mejores jugadores de fútbol del mundo.
Pero en ese momento lo único que le interesaba a Sanae era visitar el templo en donde se llevaría a cabo su boda al día siguiente, la joven ya no podía esperar por la ceremonia, por lo que había querido ver la iglesia otra vez simplemente para imaginarse los detalles y las cosas que sucederían en sólo cuestión de horas.
Fue por eso que cuando Sanae se encontró con que nada más y nada menos que Kojiro Hyuga estaba de pie frente a la Catedral casi se le escapa un pequeño grito. ¿Qué diablos estaba él, de entre todas las personas del mundo, haciendo allí?
—Hola Nakazawa— saludó Kojiro al notar que ella se acercaba—, ¿qué haces aquí a estas horas?
—Hola Hyuga— respondió ella, residuos del recelo que sintió por él durante la secundaria y la preparatoria aún presentes en su voz—, creo que yo tengo más derecho a preguntarte lo mismo.
—Es sólo curiosidad.
—¿Disculpa?— preguntó Sanae, que no esperaba esa respuesta.
—Me preguntaste porqué estoy aquí— continuó Kojiro—, tenía curiosidad de ver la iglesia que Ozora escogería para casarse. Pensé que elegiría algo más grande y vistoso, una de las muchas catedrales que hay en España, por ejemplo.
—Yo elegí este templo, y Tsubasa aceptó que nos casáramos aquí para poder estar con toda la gente que nos quiere en Japón—, le respondió Sanae quien de inmediato tomó la defensiva, como siempre hacía cuando alguien cuestionaba incluso ligeramente a Tsubasa.
—Tuve que faltar a mi entrenamiento de hoy con mi equipo— dijo el joven Hyuga sin mostrar ningún indicio que el tono de Sanae lo había molestado.
—¡Si lo único que te interesa es entrenar, no era necesario que vinieras!— le acusó ella—, tal vez debiste haberte quedado en tu querida Italia.
—Cierto. Pero entrenar no es lo único que me importa— respondió Kojiro, que una vez más ignoró el tono molesto y acusador de Sanae—. Quería aprovechar para ver a mi madre y a mis hermanos, además… siendo honesto, no quiero perderme la boda de Ozora contigo.
—¿D-de verdad quieres asistir?— Preguntó Sanae, su mal humor desapareciendo al darse cuenta de que Kojiro estaba calmado, tranquilo y sin deseos de discutir. Además de que le sorprendía mucho el hecho de que admitiera que quería asistir a la boda.
—Sí. Nunca he entrado a una iglesia.
—¿Nunca, y eso por qué?
—Mi familia es budista, Nakazawa— explicó Kojiro, que luego de un rato de incómodo silencio, agregó—, espero que el regalo que les envié les sea útil.
—Seguro que sí— respondió Sanae—, es un lavavajillas muy moderno, y parece muy caro. ¿Lo escogiste tú?
—No, lo eligió mi madre. ¿Pero cómo sabes qué es?— le preguntó él—, ¿no se supone que los novios deben abrir los regalos juntos?
Sanae no pudo evitar reír a causa de los nervios que le provocó el que descubrieran su travesura—, sí pero… en tu caso no pude evitarlo. Tenía mucha curiosidad por saber qué había en esa caja tan grande que el mayor rival de Tsubasa nos envió.
—No me sorprende— comentó él sonriendo muy discretamente—. En fin. Mi curiosidad está satisfecha así que yo ya me voy. Te veré mañana, Nakazawa.
—Sí, claro.
Kojiro avanzó unos pasos, pero entonces se detuvo y volvió al lado de la joven— Oye, ya es algo tarde. ¿No preferirías que te acompañe hasta tu casa?
—No es necesario, mi padre está esperando en la esquina— explicó ella, apuntando hacia el automóvil donde su progenitor la esperaba.
—Oh. Bien, en ese caso… hasta mañana.
—Hasta mañana— respondió ella pensativa. Honestamente a Sanae nunca le había agradado mucho Kojiro Hyuga ya que siempre estaba tratando de superar a Tsubasa, pero en los últimos años la rivalidad de ambos había terminado por volverse menos brusca, al grado que Tsubasa en una ocasión le comentó que ya lo consideraba un buen amigo. Quizás ya era hora de que ella hiciera lo mismo— Hyuga, espera un poco.
—¿Sucede algo?— dijo Kojiro, deteniéndose y girándose para mirar a Sanae pero sin retroceder sus pasos; por un momento, el futbolista pensó que ella le gritaría una larga cadena de insultos, como solía hacer en la secundaria antes o después de los partidos en los que la Academia Toho enfrentaba al Colegio Nankatsu.
—No… sólo… sólo quería pedirte perdón por haberte tratado de un modo tan… tan grosero muchas veces… eso es todo. En realidad me porté mal contigo. Lo siento.
—Disculpa aceptada— respondió él, un poco extrañado por lo que ella le había dicho. Quizás era cierto eso de que las bodas ponían de buen humor a las mujeres. Pero qué diablos, si ella se disculpaba, no le costaba mucho hacerlo a él también, a fin de cuentas nadie más se enteraría—. Yo por mi parte, también quiero pedirte perdón por haberte hecho pasar algunos malos ratos. Nunca pensé que también a ti te afectaría mi rivalidad con Tsubasa.
—Pues como dijiste tú, disculpa aceptada—, Sanae le dedicó entonces una última mirada a Kojiro y notó que él le sonreía. Fue en ese momento, por primera vez, que ella se dio cuenta que Kojiro Hyuga no se veía nada mal cuando sonreía. A la joven le dio gusto verle sonreír y, devolviendo el gesto, volvió sus pensamientos a la ceremonia del día siguiente—, te veré en la boda, Hyuga, no faltes.
—Te aseguro que estaré aquí, y Nakazawa, felicitaciones— le respondió Kojiro quien, luego de abrocharse la chamarra se despidió de ella con un movimiento de su mano.
=0=
Notas de la autora:
Hmmm…. Vaya, creo que me he excedido un poco con este fanfic, pero en realidad no me importa haberlo escrito, tenía ya mucho tiempo que esta idea me hacía cosquillas en la mente y comenzar a escribirla me ha calmado. Aunque el yaoi no es particularmente lo mío, creo que en esta historia no está tan mal utilizado. Ya veremos qué pasa en los próximos capítulos, si es que me decido a hacerlos.
