Juana de Arco
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Silencio.
Eterno, infinito silencio.
A su alrededor no existía nada más que un vacío, un abismo carente de vida. Ni siquiera la suave brisa que movía su cabello emitía sonido alguno.
Sus ojos fijos en el suelo, en la tierra tenida de rojo, mientras su cerebro rogaba ya sin fuerzas a sus piernas por un paso más. Estas se movieron, pero algo bajo sus pies detuvo el movimiento. De pronto, su rostro se encontraba pegado a la tierra, su garganta evitaba que un grito de dolor escapara de sus labios, y sus manos descansaban sobre algo tieso y frío.
Su mirada permaneció fija en el suelo, con la respiración entrecortada, mientras una sensación helada comenzaba a recorrer su cuerpo. Lentamente, sus orbes verdes se posaron sobre aquello en donde reposaban sus manos. Durante algunos segundos su mirada quedó fija en aquel punto, para luego, despacio, recorrer el paisaje del que era parte.
Sus labios se entreabrieron en un suspiro inexistente.
Su corazón latía rápido… demasiado rápido.
Intentó levantarse nuevamente, hundiendo primero sus rodillas en el barro ensangrentado, y luego alzándose por completo.
Uno, dos, tres…
Al cuarto paso, su cuerpo cedió.
Ésta vez no hubo contención para el grito que escapó de su boca. En su retina, miles de flashes aparecieron de golpe, luces frente a sus ojos mientras un dolor que jamás pudo haber imaginado, se abría paso dentro de su cuerpo, de sus huesos, de sus músculos.
Estaba otra vez en el suelo, en el barro escarlata.
Ésta vez sabía que ya no quedaba fuerza alguna en ella para levantarse.
No podía controlar los espasmos de su cuerpo, ni el temblor de su mano cuando ésta se acercó a su vientre. Su rostro ladeado hacia un costado, sus ojos fijos en las almas silenciosas que descansaban junto a ella, pero podía sentir lo que quedaba de la tela de su uniforme totalmente destrozado. Podía sentir el tibio líquido acumulándose en ella.
Podía sentirlo recorrer su piel, abandonándola.
Apoyó su mano sobre una de las tantas mutilaciones en su vientre, sus dedos acariciando suavemente lo poco que quedaba en ella, camuflándose en el líquido espeso que escapaba de su cuerpo.
El brillo incandescente de un anillo de oro en uno de sus dedos, resplandeció en el paisaje, antes de ser consumido por su propia sangre.
Sin embargo, sus ojos continuaron fijos en aquellos a su alrededor, aquellos que habían cedido poco tiempo antes.
Y en el silencio, solo ella faltaba.
Posó la mirada en otra ya apagada. Ojos marrones, abiertos y cubiertos por una fina capa de extinción, la observaban desde su lugar en la tierra.
Durante un instante, no despegó la mirada de esos ojos. La falta de humanidad en ellos hipnotizaba su interior.
De repente, lo sintió, y, sin poder evitarlo, comenzó a toser su propia sangre, el gusto metálico acoplándose a su lengua, a sus dientes, a sus labios.
Todo en su interior dolía, sentía que estaba incinerándose. Y entre todo ese sufrimiento, entre el frío que comenzó a entrar en su cuerpo, entre la sangre que continuaba escapando, el cansancio comenzó a tomar el dominio de su destino.
Y una a una, las luces de su interior comenzaron a apagarse.
Sus ojos no se cerraron. Su mirada quedó estancada en algún punto invisible, en algún cadáver, en algún árbol más allá del bosque.
Y de repente, cuando el silencio finalmente comenzaba a ser reconfortante, un simple grito lo quebró.
Pero ella estaba demasiado cansada para realmente entender lo que sucedía. Estaba demasiado fuera de la realidad para diferenciar los gritos de distintas voces.
Estaba demasiado cerca de aquel otro lado para comprender que lo que gritaban con desesperación aquellas voces era su nombre.
Estaba a punto de dejar de existir cuando una figura oscura apareció frente a ella.
Dejó de respirar cuando un grito final se adentró en su inconsciencia.
¡Sakura!
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Disclaimer: Naruto ni los personajes me pertenecen.
