Disclaimer: Nada de ésto me pertenece, todo es propiedad de J.K. Rowling.


Garabatos

Era desesperante, insufrible, insoportable, interminable, tedioso, era, en definitiva, inhumano.

La clase estaba sumida en un adormecedor sopor, la monótona voz del profesor Binns hablaba de lo que parecía ser las revoluciones de los Gobblins en el siglo diecisiete, pero nadie tenía la más mínima intención de escucharle, al menos no aquella mañana, ni si quiera Hermione.

Había desistido apenas cinco minutos atrás, cuando de estar escribiendo sobre Ug el Informal, que había vendido oro de leprechauns, pasó a escribir There's nothing you can do that can't be done, Nothing you can sing that can't be sung, Nothing you can say but you can learn how to play the game, It's easy de la estúpida canción que no dejaba de resonar una y otra y otra vez en su cabeza sin dejarla pensar con claridad. Tan sólo escuchaba la letra de aquella canción una vez tras otra sin siquiera saber dónde la había escuchado... ¡Ni si quiera le gustaba aquella canción!

Hermione suspiró profundamente, sería mucho más productivo estar tomando apuntes de Historia de la Magia en vez de estar tarareando por lo bajo, pero aquel día las cosas parecía que no iban a salir como ella quería.

Con pesadez se agachó hasta su mochila, ya que no iba a ser capaz de tomar apuntes, quizás podría aprovechar el tiempo empezando la redacción que Flitwick les había mandado en la clase anterior.

Sacó su libro de encantamientos y lo abrió por una página cualquiera pasando distraídamente las páginas, hasta que un pequeño garabato en la esquina superior de la 237 la llamó la atención.

Ahí, en la esquina superior izquierda, con letra pulcra, claramente suya, pero ligeramente amontonada, estaba escrita la palabra Ron. Un sentimiento de vértigo la invadió, notando como su corazón se aceleraba hasta límites insospechados ¿Cuándo demonios había escrito eso? ¡Ella jamás garabateaba sus libros! Era, era... ¡No podía haber hecho eso! Y menos para haber puesto aquello.

Hermione volvió ligeramente la cabeza y le vio, sentado tres filas más atrás y dos asientos hacia la derecha, junto a Harry, con la cabeza apoyada en la mesa y la boca semi abierta, y en aquel momento hubiese podido jurar que si se tan sólo estuviese un poco más cerca de él, incluso podría escuchar sus tan ya conocidos ronquidos.

Inconscientemente sonrió mientras su corazón se aceleraba aún más.

Y aquella tarde, cuando en la Sala Común de Gryffindor, Ron le pidió el libro de encantamientos para hacer su redacción, Hermione no se acordó de su pequeño garabato en la esquina superior de la página 237, y jamás supo que el pelirrojo había visto su propio nombre, con letra pulcra y clara, a manos de ella.


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