Me llamo Richard, Richard Alexander Rogers. Tengo veintitrés años y soy escritor. Todavía no he publicado nada interesante, un par de novelas, no muy buenas, estoy empezando. Acabo de dejarlo con la que hasta entonces había sido mi novia de la universidad, Kyra. Una mujer increíble, pero que no cree en el matrimonio y que ha desaparecido sin dejar rastro y dejándome el corazón roto. Y ahora, mientras que miro mi ordenador, con el documento Word completamente en blanco, pienso en mi loca, absurda y maravillosa idea. Necesito un poco de inspiración, mi próxima novela es algo nuevo. Quiero un personaje nuevo, un detective listo y decidido, pero que tenga su historia. Quiero saberlo todo sobre ese nuevo personaje, su infancia, su adolescencia, su primer beso. Será un personaje real. Y, quiero saber y que la gente sepa cómo fue su año de Academia, al fin y al cabo es ahí dónde empieza la vida de todo policía. Y aquí estoy, con la maleta hecha, esperando ansioso. Mañana ingreso en la Academia de Policía de Nueva York. Será un año largo, duro, pero productivo, al menos eso espero.
Primer día
-Katie, no tienes por qué hacer esto… por favor, vuelve a Stanford, es lo que tú siempre has querido.
-Ya no papá, ahora quiero esto. Por favor, necesito que confíes en mí.
-Está bien. Sólo, llámame todos los días antes de acostarte por favor.
-Lo haré. –Me despedí de mi padre con un beso y una sonrisa, transmitiéndole mi confianza. Luego me bajé del coche, sacando mi maleta. Tenía miedo, para qué voy a mentir, pero quería hacer esto, de alguna manera lo necesitaba. Vi el coche alejarse y subí las escaleras. El edificio era blanco, con el suelo de madera oscura. Tenía que encontrar la secretaría, vi a varios chicos vestidos con ropa de calle, igual que yo, iban al mismo camino, con sus maletas en la mano. Les seguí. Un joven de mi edad, rubio y con aspecto de tímido habló en nombre todos.
-¿Hola?... soy Kevin Ryan y soy nue…
-Las habitaciones de las chicas están en la segunda planta, pasillo izquierdo, chicos, pasillo derecho. Encontrarán sus nombres en las correspondientes puertas, dejen sus cosas allí y vayan rápidamente al aula 3.1 El capitán Montgomery los está esperando.
La secretaría no le dejó terminar la frase, soltó ese párrafo de un tirón y luego siguió ojeando su revista, con aspecto de estar muy aburrida. El chico nos miró a los demás se encogió de hombros y nos dirigimos a la escalera, separándonos en los pasillos. Caminé por el pasillo izquierdo, leyendo los nombres. A mi lado una chica más baja que yo, negra y de pelo moreno leía también. Los carteles no estaban colocados en orden alfabético, sino al azar o quizás por orden de matriculación. Seguí leyendo.
-Gina Cowell, Lanie Parish, Katherine Beckett. Por fin. –Exclamé. Mi habitación estaba al final del pasillo, en la última puerta. Miré a mi lado, solo quedábamos la chica negra y yo. Ella sonrió, aliviada.
-Ya pensaba que se habían olvidado de mí. Soy Lanie, un placer.
-Kate. –Sonreí. Entramos en la habitación y dejamos las cosas en el suelo, echando una ojeada a la habitación. Íbamos a salir cuando una chica rubia salió del baño. Nos miró. -¿Beckett y Parish? –Ambas asentimos. –Soy Gina. Espero que no os importe que haya elegido ya cama. –Miré las tres camas y me mordí el labio, pero mi compañera no.
-¿Tu cama?, no, no importa si nos aclaras cual es. –Las tres estaban llenas de cosas, entre las que podía distinguir un secador de pelo, maquillaje y un vestido de lentejuelas. Gina nos miró con desdén y cogió el secador y el vestido, dejando la litera libre. Se había quedado con la cama situada bajo la ventana, la única independiente. Nos miró con una sonrisa mordaz y pasó por nuestro lado, marchándose. Lanie se rió. –¿Crees que sabe dónde estamos?, alguien debería decirle que no hemos venido a un concurso de belleza. –Me reí con ella y luego salimos. Nos dirigimos presurosas al aula. Casi todas las sillas estaban ocupadas, salvo tres en la primera fila. Nos sentamos delante de dos chicos, uno de piel bronceada y el mismo que había hablado con la secretaría. Solo quedaba una silla vacía. En ese momento entró un hombre de unos cuarenta años y mirada amable, inspiraba confianza y a la vez respeto. Se colocó en medio del aula, mirándonos a todos. Unos segundos más tarde entró otro hombre, musculoso y con toda seguridad mal carácter. Ese me intimidó y también a mis compañeros que enseguida dejaron de hablar. El simpático habló.
-Bienvenidos, os doy mi más sincera bienvenida a este nuevo año. Va a ser un año duro, pero también increíble, para todos. Espero que entre todos hagamos un gran esfuerzo para conseguir que el año que viene podáis sentirse orgullosos y decir: lo he conseguido. Soy policía. –Todos sonreímos. –Para ello os quedan duros días de trabajo, esfuerzo y compenetración. Espero que sepáis aprovecharlos. Soy el capitán Montgomery y estaré a vuestra disposición siempre que me necesitéis, aunque espero no tener que veros mucho en mi despacho. No olvidéis que esto no es el instituto, si alguien, por cualquier motivo se ve forzado a ir al despacho del director, se verá con las maletas en la puerta. ¿Entendido? –Asentimos. El capitán volvió a sonreír. –Bien, os dejo con el teniente Sidney Perlmutter. Buena suerte a todos. –Se marchó tras hacernos un gesto con la cabeza. El hombre de aspecto temible ocupó su lugar y nos miró a todos, sin hacer el menor amago de sonrisa.
-Como ya habéis oído soy el teniente Perlmutter. Podéis ver en vuestras mesas una libreta y un bolígrafo. Voy a dictar las reglas de este curso, empezad a escribir y por vuestro bien, memorizarlas. –Cogí el bolígrafo y abrí mi libreta. A mi lado Lanie hizo lo mismo. Empecé a escribir.
-Regla número uno: sois unos Don Nadie. En este edificio no tenéis la menor importancia. Hasta Lola, la limpiadora, tiene más autoridad que vosotros. Si Lola os pide que freguéis el suelo lo hacéis, si Lola os da un trapo le preguntareis, ¿qué debo limpiar? –Nos miramos entre sí. Quiere meternos miedo, empezamos bien.
-Regla número dos: cómo Don Nadie que sois nos debéis respeto, por lo tanto llamareis a todos vuestros superiores: señor.
-Regla número tres: a las seis de la mañana todo el mundo arriba. Podéis hacer lo que os dé la gana, desayunad, charlar o echar un polvo, me importa una mierda, pero a las siete os quiero a todos en el campo entrenamiento, y ¡pobre del que llegue un minuto tarde!
-Regla número… -En ese momento llamaron a la puerta tímidamente y un joven, de unos veintitantos años asomó la cabeza. Me quedé mirándolo con atención. Era muy guapo, de pelo negro y ojos azules, además de una expresión divertida y tierna en el rostro. Sonreí sin darme cuenta. Lanie a mi lado sonrió también, mirándome.
–Perdone… ¿puedo pasar?
-Claro, hombre, pasa por favor, no te quedes ahí. –El joven se sentó a mi lado, la única silla libre. El teniente lo miró, con una amable y falsa sonrisa. -¿Cuál es tu nombre, hijo?
-Richard… Richard Rogers, señor.
-Rogers, ¿eh? Bien, Rogers, mañana tú y yo nos lo vamos a pasar bien en el campo de entrenamiento. –Se dirigió al resto. –Que quede claro, si cuando vayáis a alguna clase os encontráis la puerta cerrada os dais la vuelta y os largáis, ¿entendido?
-¡Sí!
-Sí, ¿qué?
-¡Sí, señor!
Yo no contesté, me limité a bajar la mirada, sintiendo algo dentro de mí. Algo que no había sentido desde las pasadas navidades. Algo que había despertado ese tal Richard Rogers.
-o-
-Bien, hasta aquí las reglas. Mañana elegiré a un idiota al azar y si falla en una sola, se irá a casa. –Nos miramos entre nosotros preocupados. Teníamos que aprendernos todas las reglas que el teniente nos había dictado tras la interrupción del chico de los ojazos azules. Sumando las que ya había dictado, eran cuarenta, casi todas relacionadas con la primera, somos unos Don Nadie. Lanie levantó la mano, un poco asustada. Perlmutter la miró y asintió.
-Verá… señor… yo no estoy aquí como policía… sino como ayudante en la enfermería… y bueno…
-Estás ahí sentada, ¿sí o no? –La interrumpió. Lanie asintió con la cabeza. –En ese caso todas las reglas son también para ti. Vendrás a las clases y al entrenamiento, ese es el trato para los que hacen aquí la residencia. Trabajarás en la enfermería por las tardes, de cuatro a ocho. –Asintió, con poco entusiasmo. Me pregunté por qué estaba haciendo aquí la residencia. Perlmutter volvió a llamar nuestra atención, llevaba en la mano una pistola, la miré fijamente.
-¿Sabéis que es esto? –Asentimos. –Esta chica va a ser vuestra amiga desde hoy en adelante, pero que quede claro, no es un juguete. Si la usáis bien, será vuestra fiel compañera, si la usáis como niños, será vuestra perdición. Tendréis clase de tiro los lunes, miércoles y viernes. Aprenderéis a usarla, como aprenderéis a moveros, a pensar como polis a interrogar y cachear. Hoy sois niños, pero por mis cojones que cuando salgáis de aquí seréis policías. Y ahora, ¿alguien se ofrece voluntario para dispararla?
Nadie se movió, pero todos mirábamos con atención el arma, era algo hipnótico. Sin darme cuenta me encontré levantando la mano. Lanie me miró asombrada, haciéndome un gesto para que la bajase. Perlmutter sonrió. –Bien, parece que tenemos una chica con ovarios. ¿Nombre?
-Kate, Kate Beckett.
-Bien, Kate Beckett, ven aquí y enséñame lo que sabes hacer. –Me acerqué al teniente despacio, sin dejar de mirar el arma, que me tendió en silencio. La tomé, temblorosa, pesaba, bastante. Encajaba perfectamente en mi mano, miré al hombre que tenía delante. –Pesa, ¿eh? –Comentó con sarcasmo. No contesté. –Bien, dispárame. –Lo miré segura de haber oído mal. Miré al resto de la clase. Lanie contenía la respiración, Ryan y el bronceado de al lado me miraban sonriendo, dándome ánimos. Mi otra compañera de cuarto me miraba con una sonrisa burlona, en esos momentos me imaginé que si le disparaba en un pecho la bala se quedaría atrapada entre tanta silicona. Por último fueron esos ojazos azules los que llamaron mi atención. Me miró por unos momentos y sonrió, expectante, hizo un leve gesto con la cabeza, adelante… Perlmutter me miró, desafiante. Subí la mano, envolviendo el arma con la otra, apunté al corazón. No lo pensé, simplemente apreté el gatillo. Me quedé estática durante varios segundos. Se podía cortar la tensión con un cuchillo.
El teniente sonrió. –Vaya…vaya… -Tenía una mano en el pecho, justo encima del corazón, no podía ser, ¿había acertado? -¿Habías disparado antes? -Negué con la cabeza. Me miró durante unos instantes e hizo un gesto para que me sentara.
–Muy bien, si estas balas no hubieran sido de fogueo os hubierais quedado sin teniente… no está mal Beckett, nada mal. –Lanie me sonrió, me senté aún sorprendida por lo que había pasado. –Bien, hasta aquí por hoy. Tenéis el resto de la tarde libre, podéis salir.
Algunos se levantaron y se fueron, antes de que el teniente cambiase de opinión. Al final solo quedamos en el aula mis compañeras de cuarto, el bronceado, Kevin Ryan y Richard Rogers. La rubia se acercó a mí.
–Has tenido suerte, no te emociones Beckett.
-Eso no ha sido suerte. He estado un año en el ejército, tienes talento. –Replicó el bronceado. -Javier Esposito. –Se presentó, tendiéndome la mano. Se la estreché y luego hizo lo mismo con Lanie, que sonrió. A Gina la ignoró. La rubia no pareció ofenderse, pasó por nuestro lado y fue hasta Richard, que estaba repasando algo en la libreta. Me volví a mirarlos.
-Hola, soy Gina, es un placer.
-Richard Rogers, lo mismo digo. –Le sonrió, aunque durante unos segundos juré que me miraba a mí. Aparté la vista.
-Kate, te has puesto roja, ¿estás bien? –Lanie me miró sorprendida. Sonreí y asentí, dándole la mano a Kevin.
-Un placer, pero llamadme Ryan por favor, odio mi nombre.
-Eso y a mí Esposito, es como más profesional. –Comentó Javier, sonriendo.
-Pues yo no voy a ser poli y me gusta mi nombre, así que llamadme Lanie.
-¿Y tú qué?, ¿Kate o Beckett? –Lo pensé unos segundos. –Beckett, así me acostumbro.
-Bueno, será mejor que nos movamos. Tenemos que aprendernos las absurdas reglas e ir a por los uniformes a la tintorería. –Salimos, dejando a Richard con Gina. Los chicos se despidieron de nosotros y fueron al dormitorio, que compartían, junto a otro al que no conocíamos. Lanie y yo fuimos a nuestro cuarto y dejamos la libreta en uno de los dos escritorios. -¿Cuál prefieres? –Le pregunté, señalando la litera.
-Si me dejas la de abajo, por favor. –Asentí y subí las escaleras de mi cama- Aún teníamos un rato para descansar antes de ir a por los uniformes. Ella cogió una silla y la puso cerca de la litera, me miró fijamente.
-¿Qué?
-¿Qué? –Me imitó divertida. La miré sin entender. –Venga, te he visto mirarlo, ¿por qué no te has acercado a presentarte?
-No sé de qué me hablas…
-Del moreno de ojos azules al que yo misma le echaría un buen polv…
-¡Vale!, te he entendido. –La interrumpí. Ambas nos reímos. Luego la miré. –Creía que te había gustado el cubano.
-¿Esposito? Sí, no está nada mal, pero ese Rogers tiene algo…
-Ya…
-En serio chica, date prisa, a miss Silicona le ha faltado tiempo. –Me reí de nuevo, aunque ahora me quedé callada. Rogers… era guapo y sus ojos… dios. Y lo más importante, había despertado algo dentro de mí, pero yo no quería esto, no después de lo que había pasado. No estaba dispuesta a volver a sentir algo así, no quería sufrir de nuevo, era demasiado cruel, dolía, dolía mucho.
-o-
-¿Qué tal el primer día, Sidney?, ¿ya les ha metido miedo?
-Ya ves Victoria, esos pobres están acojonados. –Se rieron.
-Eres demasiado cruel.
-Mira quién habla, a mí no me llaman la Dama de hierro.
-No, te llaman el Cabronazo, sin más. –Replicó, divertida. Montgomery se rio.
-Por cierto, hoy ha sido una presentación interesante. –Comentó el teniente. Lo miraron con curiosidad. -¿Y eso?
-Una de las chicas se presentó voluntaria para disparar.
-¿Y?
-Dio en el blanco. –Victoria Gates lo miró interesada. -¿Dónde apuntó?
-Al corazón. La tía fue increíble. Apuntó, disparó y acertó. Sin pestañear, sin dudar.
-Vaya… tengo que conocerla, ¿Quién es?
-Beckett, Kate creo.
-Bien. –Se levantó, despidiéndose del capitán y del teniente y fue a su despacho.
-o-
-¿Puedo preguntarte algo?
-Claro.
-¿Por qué haces la residencia aquí? –Me miró y suspiró. –Suspendí un maldito examen solo por una décima y cuando aprobé ya no podía hacer la residencia en ningún hospital. Me dijeron en el Infantil que había plaza en la enfermería de la Academia de Policía, como ayudante. Que probase suerte aquí y obtuviera una carta de recomendación, si la consigo me aceptarán en el hospital el año que viene. Pero para hacer la residencia aquí tengo que prepararme también como poli, es una condición.
-Lo siento…
-Bueno, no está tan mal, quien sabe, a lo mejor descubro aquí mi verdadera vocación. –Se levantó. –Ahora tengo que irme, quiero presentarme en la enfermería, ¿nos vemos para almorzar?
Asentí y se marchó. Me levanté y me puse a guardar mi ropa en mi zona del armario. Cuando terminé, cerré la habitación con llave y fui a la tintorería, a por el uniforme. La encargada me preguntó el nombre y me dio la ropa, recitando las mismas frases que les decía a todos los nuevos. –Tres camisas y dos pantalones oficiales, una gorra, una chaqueta, dos corbatas, dos pares de guantes y los zapatos reglamentarios. –Señaló la primera bolsa. –Dos sudaderas, tres camisetas, dos pantalones de chándal, unas deportivas para la actividad física. –Señaló la segunda bolsa. –Las mujeres debéis ir con el pelo recogido y sin pendientes largos para evitar accidentes. Del servicio de lavandería se ocupa la Academia todos los viernes, cuando os vayáis a casa a pasar el fin de semana dejad la ropa en la bolsa que encontráis en vuestro armario, escribir con claridad vuestro nombre. En caso de que queráis usar la lavandería cualquier otro día, las lavadoras funcionan con dos dólares. –Cogí las bolsas y me marché, apuntando lo escuchado en mi libreta, para evitar olvidos. Me senté en el escritorio y miré el horario, no estaba mal. Suspiré, inconscientemente llevé mi mano al anillo que colgaba del cuello y un par de lágrimas se escaparon de mis ojos para ir a parar a mis mejillas. En ese momento se abrió la puerta y Gina entró rápidamente, pero no lo hizo sola. Estaba abrazada a Richard Rogers, lo besaba con ímpetu. Me apresuré a limpiarme las lágrimas. Rogers tosió, incómodo, Gina paró y me miró, de mal humor.
-¿Te importaría ir a dar una vuelta?, iba a enseñarle a Rick las reglas que él no ha copiado. –La miré fijamente y contesté con frialdad. –Este cuarto no es solo tuyo, búscate otro sitio para echar un polvo.
-En realidad yo ya me iba… un placer Gina. –Ella le sonrió. Richard, "Rick" se dirigió a mí. –Siento si te hemos molestado, discúlpame. –Se marchó tras darme una amable sonrisa. Gina me miró con odio.
-¿Quién coño te has creído que…? –Pero no pudo terminar la frase, una voz empezó a sonar por megafonía, pronunciaba un nombre, el mío.
-Katherine Beckett acuda al despacho de la inspectora Victoria Gates, por favor.
Gina me miró alegremente. –Victoria Gates, ¿eh?, ¿por qué te llamará la Dama de Hierro? –La ignoré y salí del cuarto, yendo a su despacho, preocupada. Me encontré con Esposito y Ryan, me miraron preocupados también.
-¿Qué has hecho?
-¿Ya te quieren echar? –Me encogí de hombros, ¿qué diablos querría de mí la Dama de Hierro?
-o-
Llamé temblorosa a la puerta. Estaba asustada, Victoria Gates tenía fama de ser como Perlmutter pero en mujer. Un seco "pase" me hizo entrar. Di un par de pasos, con cautela, observando a la mujer que tenía delante. Afroamericana, de unos cuarenta años, mirada seria y fría. Vestía con un traje rojo, elegante y unos zapatos de tacón.
-Siéntese. –Lo hice de forma automática, esperando aterrorizada. Traté de pensar que había hecho para acabar en ese despacho, pero no llevaba en la Academia ni cuatro horas, no me había dado tiempo. -¿Sabe por qué la he mandado llamar?
-No, señora. –Me miró fríamente.
-Esta mañana el teniente Perlmutter os ha dictado las reglas, la número dos deja bien claro que llamareis a vuestros superiores señor, independientemente del sexo ¿entendido?
–Sí, señor. –Murmuré de la forma más seca posible.
-En tu tono de voz noto cierta incomodidad acerca de este asunto.
-No, señor.
-Ya. Escuche, cuando algún superior le llama al despacho y le hace algún comentario o pregunta quiere que conteste de la manera más sincera posible, aunque le parezca una grosería. –La miré y asentí. –Bien, se lo preguntaré de nuevo, ¿le incomoda llamarme señor?
-No me incomoda, señor. –Respondí con sinceridad.
-¿Entonces?
-¿Sinceramente? –Asintió. –Me parece una completa estupidez tener que llamarla así cuando es obvio que usted es una mujer, me parece una falta de respeto a las de nuestro género. ¿Acaso se avergüenza de tener ovarios que quiere que la traten como si no los tuviera? –Me atravesó con una mirada de hielo. Me arrepentí profundamente de mis palabras. ¡Enhorabuena Kate!, no llevas ni un día y ya te van a echar, genial. Luego cuando alcé la mirada de nuevo me sorprendí al verla sonreír.
-Tú y yo nos vamos a llevar bien. Tienes carácter, eso me gusta, aunque te aconsejo que vigiles tu lengua. –Asentí, esa mujer me desconcertaba. –Bien, basta de tonterías, el teniente Perlmutter me ha comentado lo que ha ocurrido en clase esta mañan…
-No fue culpa mía, él me dijo que le disparase.
-¡No me interrumpa! –Me callé. –No he venido a echarte la charla, sino a ofrecerte una oportunidad que no debes desaprovechar. –La miré sin entender. –En esta Academia soy la encargada de las clases de tiro, te ofrezco la oportunidad de recibir unas clases extra, por así decirlo, para que puedas examinarte antes que tus compañeros, siempre y cuando en esas clases demuestres servir para esto. ¿Te interesa? –No contesté. ¿Disparas a un profesor y te premian haciéndote un favor? ¿Qué clase de academia es esta?
-Estoy esperando una respuesta, Beckett. –Asentí con la cabeza, aún sorprendida. –Bien en ese caso mañana la espero a las seis de la mañana en el Campo de Tiro. –Me miró, quizás esperando alguna queja por mi parte por el madrugón que eso suponía, pero no se la di. –Las clases durarán cuarenta y cinco minutos, para que tengas tiempo a acudir al entrenamiento físico sin llegar tarde, ¿tienes alguna pregunta? –Negué. –Puede retirarse.
Me levanté y me dirigí a mi habitación, dónde Lanie me esperaba preocupada. Me miró.
-¿Y bien?
-Me han echado, dicen que una alumna que dispara a un teniente sin pensárselo tiene graves problemas mentales.
-¡¿Cómo?!
-Ya ves, incluso han llamado a un psicólogo, por lo visto soy peligrosa para cualquiera que esté a mi alrededor. –Lanie me miró asustada y se apartó un poco de mí, no pude aguantar más la risa. Me miró ofendida. –Ya, vale muy graciosa niña.
-Tendrías que haberte visto la cara. –Luego le conté lo ocurrido en el despacho, ella sonrió. –Entonces Javi tiene razón, tienes talento, por eso la Dama de Hierro te ha ofrecido esas clases.
-Puede ser…, espera ¿Javi?, ¿cuándo ha pasado a ser Javi? –Ella me miró sonriente y se encogió de hombros. –Me gusta, tiene veintidós años, como yo y es muy guapo. Y fuerte y listo y con un gran sentido del honor y la lealtad. –La miré sorprendida.
-¿Has aprendido todo eso en solo dos horas?, chica sí que te cunde la mañana.
-Ya ves, por cierto vamos a comer con él, con Ryan y con Tom, su compañero de cuarto.
-¿Tom?
-Sí, Tom Demming, está bastante bueno.
-Ya, dime una cosa, ¿hay algún tío al que no le hayas echado el radar?
-No, aunque tranquila, a Rogers te lo dejo todo para ti. –Me sonrió.
-Ya bueno… creo que Gina se me ha adelantado. –Le comenté el incidente ocurrido un rato antes, suspiró. –Bueno, míralo por el lado bueno, ya sabes que no merece la pena.
No contesté, me parecía un buen tío, pero después de ver cómo le había faltado tiempo para echarse a los brazos de la rubia… luego me dije a mí misma que no era asunto mío, yo ya me había decidido a no sufrir por nadie.
Pasamos el resto de la mañana hablando sobre el trabajo de Lanie en la enfermería y sobre nuestros compañeros, hasta que llegó la hora de comer. Fuimos al comedor y nos sentamos en una mesa redonda para ocho personas, dónde ya estaban Esposito, Ryan y el que debía ser Tom. Lanie se sentó al lado de Javi y yo al lado de ella. Esposito nos presentó. –Este es Tom, compañero de cuarto, ella es Kate. –Lanie sonrió, evidentemente había sido ella la que le había pedido a Esposito que me presentara por mi nombre y no mi apellido. Tom me sonrió y me tendió la mano. Era muy guapo y tenía una bonita sonrisa. En esos momentos vi a Gina junto a Richard y sin saber por qué le di un beso en la mejilla a Tom en vez de aceptar su mano. Lanie sonrió disimuladamente, Tom me devolvió el beso sorprendido y halagado, luego se sentó. La pareja se acercó a mi lado, él preguntó.
-¿Podemos sentarnos?
-Claro. –Ryan les hizo un gesto indicando las sillas libres. Richard se sentó a mi lado, Gina torció el gesto. Solo quedaba una silla libre, pero parece que nadie iba a ocuparla. Empezamos a comer en silencio, Lanie rompió el hielo.
-Bueno, vamos a pasar un año juntos así que... deberíamos conocernos un poco, ¿no? –Todos asentimos. –Venga empiezo yo, me llamo Lanie, tengo veintidós años, quiero ser médico y estoy aquí porque necesito una carta de recomendación de la enfermería para poder hacer la residencia. Ah, y no tengo novio. –Esposito sonrió, siendo el siguiente en hablar.
-Soy Javier Esposito y tengo también veintidós años, he estado un año en el ejército pero quiero trabajar como policía y por eso estoy aquí. Y tampoco tengo novia… por ahora. –Dijo mirando a mi amiga con toda intención.
-Pues yo soy Kevin, Ryan por favor, tengo veinte años recién cumplidos y estoy aquí porque quiero hacer algo importante. Y sí tengo novia, se llama Jenny y vive aquí en Nueva York, estudia para profesora de Jardín de Infancia. –Sacó una foto de la cartera y nos la enseñó. Sonreímos, era una chica rubia y bajita con una dulce sonrisa. A Ryan se le veía muy enamorado.
-Bueno, yo soy Tom, tengo veintiún años y sigo los pasos de mi padre. Y tampoco tengo pareja aunque quien sabe, las cosas pueden cambiar. –Me sonrió.
-Me llamo Gina, tengo veintidós y estoy aquí porque mi padre es teniente y quiere que haga algo productivo, pero espero que se le pase pronto y pueda salir rápido de este sitio. Y no tengo novio, prefiero los rollos de una noche.
-¿Por qué no me sorprende? –Murmuró Lanie, le sonreí.
-Aunque cambiaría de opinión por un tío que merezca la pena. –Dijo mirando a Richard, que apartó la mirada, incómodo, tras darle una corta sonrisa. No se me escapó ese gesto. Solo quedábamos él y yo. Me miró invitándome a hablar.
-Soy Kate Beckett, tengo diecinueve años y estudiaba Derecho en Stanford.
-¿En Stanford? ¿Y por qué lo has dejado? –Me interrumpió Tom, sorprendido.
-Digamos que he descubierto mi vocación. –Mentí. No iba a decir el verdadero motivo, no aún.
-Eres la más joven del grupo. –Comentó Gina, sonriendo burlona. –Dinos Katie, ¿tienes novio o papá no te deja?
-No, no tengo novio, al último lo dejé cuando una rubia tocapelotas con tetas de silicona se metió por medio. –Repliqué. Lanie sonrió, todos miramos a Richard.
-Bien, yo soy Richard Rogers, llamadme Rick por favor, tengo veintitrés años, lo que quiere decir que soy el viejo del grupo… -Todos sonreímos. -…y supongo que también he descubierto mi vocación. Y no tengo novia, estoy esperando a la adecuada. –Gina sonrió, pero él no la miraba a ella. Me sonrió unos segundos y luego siguió comiendo.
Tras la comida Lanie fue con Esposito a dar una vuelta, Ryan a llamar a su novia y Tom a por su uniforme. Gina iba a hablar, pero Rick se adelantó. -¿Te importaría llevarme al campo de entrenamiento?, no me han dado el plano y no quiero llegar mañana tarde y cabrear más a Perlmutter. –Le sonreí y asentí. Caminamos en silencio, no sé porque pero me sentía cómoda a su lado. Le llevé al campo de entrenamiento y me sonrió, señalando el césped situado a unos metros. Ahí los alumnos se relajaban cuando no había nada que hacer. -¿Te apetece sentarte un rato? –Asentí, mientras que caminábamos jugaba con mi pelo sin darme cuenta. Me senté a la sombra de un árbol y él hizo lo mismo a mi lado. Rompió el silencio.
-Entonces… ¿vocación? –Me miró fijamente, asentí.
-Es raro… -Lo miré sorprendida. Se explicó. –Las mujeres guapas y listas se hacen abogadas, estoy seguro de que si hubieras seguido en Stanford hubieras sido de las mejores o la mejor, pero estás aquí, no encaja. –Comentó pensativo. –La historia no encaja.
-¿La historia?, esto no es un libro, es mi vida.
-Sigue siendo una historia, la historia de tu vida. –Respondió.
-Ya, entonces, según ¿tú?, ¿por qué estoy aquí?
Me miró fijamente y sonrió. –Stanford es una gran opción, mucho mejor que esto, al menos para ti, pero has elegido esto. Eso me dice qué algo pasó. No a ti, estás herida, pero no tanto, fue alguien a quien querías, alguien a quien amabas, y podías haberlo superado, pero al culpable nunca lo cogieron y… por eso es por lo que estás aquí.
No dije nada, me levanté y me dirigí al edificio, conteniendo el llanto. Él se quedó detrás de mí, en silencio, sabiendo que se había pasado de la raya. Entré en la habitación, que por suerte estaba vacía, y me tumbé en la cama, llorando hasta que me quedé dormida.
-Kate, Kate cielo es hora de cenar. –Me incorporé confusa, Lanie me miraba preocupada, me puso la mano en la frente. -¿Te encuentras bien?, has dormido toda la tarde.
-S… sí… estaba cansada… ¿qué hora es?
-Las ocho. Vamos a bajar a cenar, ¿vienes?
-No… no tengo hambre. Baja tú. Yo iré a ducharme. –Ella asintió y se marchó. Me incorporé, quedándome sentada. Acaricié el anillo de mi madre, mientras que me preguntaba cómo era posible que un hombre al que no conocía de nada supiera tanto de mí en solo unas horas. Eso me incomodaba muchísimo, además me había dolido que hablase así de mi historia, como lo había llamado, sin parar a pensar en el daño que podía hacerme. Me levanté, cogí el neceser y el pijama y fui a ducharme. Cuando acabé, fui a tomar el aire, aún con el pelo mojado y llamé por teléfono a mi padre. Me tranquilizó oír su voz. Tras hablar con él y asegurarle que estaba bien fui a la habitación y saqué un libro. Flores para tu tumba, de Richard Castle. Lo acaricié con mis manos y empecé a leerlo por sexta vez. Adoraba a ese autor, aunque nadie lo conocía, era solo uno de esos escritores a quien nadie conoce. Solo había publicado dos obras y me sabía ambas de memoria. Había oído que tenía un nuevo proyecto en mente y esperaba que fuera verdad, deseaba leer algo de él. Sonreí, Richard Castle. Este Richard si merecía la pena, no como el otro Richard al que yo acababa de conocer.
Me he pasado con esa pobre chica. Le he hecho daño, ni siquiera ha podido aguantar el llanto. Tengo que empezar a tener más tacto, mañana le pediré perdón. Kate… Kate Beckett. Hasta su nombre es precioso. Sonriendo pienso que no he sentido algo así en mucho tiempo, no desde que dejé a Kyra y me entregué a pasiones y rollos de una noche, diciéndome a mí mismo que el amor no merece la pena. Pero Kate… tiene algo que llama la atención, no sólo el físico… también esa pasión, esa determinación. Parece decidida y fuerte, aunque también sensible, muy sensible. Quiero conocerla, conocerla bien, aunque parece un misterio, un misterio que nunca voy a descifrar. Quién sabe, quizás el detective de mi próximo libro sea una sexy y atrevida detective. Y puede que esa detective lleve el nombre de Richard Castle a lo más alto. Aunque me conformo solo con que me lleve al corazón de Kate.
