Sé que es cruel, pero después de esto, me alegro de no ser pobre y verme obligada a vivir en la Veta. No tengo nada en contra de ellos, de hecho, gran parte de mi vida está vinculada a ese sitio marginal y lleno de dolor. El presidente Snow todavía está en el escenario, saludando al estúpido público del capitolio, por supuesto. Está claro que no iba a estar saludando a los pobres mineros de este distrito ni a la gente del quemador. Maldito arrogante, no entiendo como no le han matado aún, no tiene sentido. Por muy ricos e idiotas que puedan ser, es imposible que toda esa gente con ropa extraña y pelo de colores chillones esté a favor de los juegos, por dios, ¡Son doce niños matándose para poder vivir! Bueno, antes eran doce. Esta vez serán veinticuatro.
- ¿Maysilee? ¿Maysilee estás ahí? - La musical voz de Mayleen me saca de un empujón de las profundidades de mi mente. - Es horrible... Pero al menos nuestro nombre solo está tres veces en la urna. - Su rostro trata de tranquilizarme, pero es imposible. Más aún cuando ella misma está muerta de miedo. Es normal, ¿Quien no lo estaría cuando en apenas unos días, escogerán a veinticuatro de nosotros para ir a la arena? - Ya verás que todo va a salir bien, seguiremos como siempre. En tan solo tres años lo habremos logrado, salvarnos de los juegos. Además, casi siempre cogen a gente de la Veta... Ellos tienen que comprar un montón de Teselas, sus nombres deben estar treinta o cuarenta veces en la urna. - Pasa su mano por mi pelo. No lo entiendo, somos gemelas por lo que tenemos la misma edad, tan solo quince años. La misma casa, la misma vida, pero siempre parece que se ocupa de mí. Se comporta como una hermana mayor. Parece que su único objetivo y preocupación en la vida es mantenerme a salvo de cualquier peligro. A veces esto me enfada, me hace perder los nervios, no necesito que se encarguen de mí. No lo necesito, y menos cuando solo faltan un par de días para la cosecha.
- Tranquila, estoy bien. Sé que no sacarán nuestros nombres, estoy segura. Le tocará a algún pobre de la Veta. Quizá ganen y así tengan algo que llevarse a la boca después. - Trato de sonar despectiva porque mis padres están todavía en la sala, sin quitarle ojo a Caesar Flickerman.
Mi padre repudia a los habitantes de la Veta y a los traficantes del quemador. Para él no son más que escoria. No entiendo cómo puede haberme pasado esto, como puedo haber acabado así teniendo a estos dos individuos como padres. Si supieran eso... Si se enterasen de que le he besado, de todo lo que he vivido... No. Aparto los recuerdos de mi cabeza y me pongo de pie. - Voy a dar un paseo con Alana, no volveré tarde.
Instintivamente, mi madre se da la vuelta y me observa inquisidoramente. Solo rompe su silencio para sentenciar:
- No te acerques ni a la Veta ni al quemador, Maysilee. Y no vuelvas tarde, tenemos que ver que ropa llevarás pasado mañana en la cosecha. - Su rostro no deja entrever ni un ápice de sus emociones. Es una roca, una fría y dura roca que vive en el barrio de los comerciantes. Siento asco al oírla hablar, siento asco cuando la tengo que escuchar y siento asco mientras contesto.
- Tranquila, no se me ocurriría pasar por allí.
Su mirada no varía, sus ojos me siguen, clavándose en mi espalda mientras me pongo la chaqueta y abandono la casa. Lo sabe. Está claro que lo sabe, pero me da igual. Dentro de tres años me largaré y jamás pisare este barrio de nuevo. Bueno, para ver a Mayleen, pero solo por ella. Mientras camino, la ceniza se va adhiriendo a la suela de mis zapatos y el olor a carbón inunda mis pulmones. Puedo ver que los mineros vuelven al interior de la tierra, uno a uno. Se dirigen en una deprimente procesión hacia lo más profundo de la mina. A veces pienso que tendríamos más suerte si hubiéramos acabado como el trece. El espectáculo de la plaza debe haber terminado ya, si no los agentes de la paz estarían arrestándoles y llevándoles a alguno de los postes para azotar que hay por todo el distrito, está prohibido para aquellos que no tienen televisión en sus casas perderse las retransmisiones del capitolio, estas son retransmitidas en unas grandes pantallas colocadas en la plaza. Dios, me entran ganas de trepar por la verja que nos separa de la libertad y desaparecer entre los bosques. Pensar en la cantidad de bestias y mutos que habrá todavía entre los árboles me asusta un poco, pero, ¿Acaso no asustan más los monstruos que el capitolio manda aquí a someternos? El aire me acaricia las mejillas, no es cálido, pero está a una temperatura agradable. "Soportable" diría yo. Cuando me quiero dar cuenta, ya estoy en el sitio. El punto en el que he quedado con Alana. ¿Dónde está? No sé por qué dudo, está claro. Debe estar con ese minero de la Veta. Una sonrisa se me escapa al imaginarlos, es conmovedor. La hija del boticario con un minero. "solo tres años" Pienso. Solo tres años para que los cuatro nos vayamos a la Veta. Puede que no sea el mejor lugar del mundo, pero al menos allí las dos seremos felices.
Unas frías manos tapan mis ojos. Sonrío.
- ¡Haymitch! - Grito mientras me doy la vuelta. No le esperaba aquí, de hecho, ni siquiera le avisé de que pasaría por esta zona hoy. A veces me sorprende y me asusta. ¿Me espiará? La idea me resulta divertida. Rodeo su cuello con fuerza, aferrándome. Oh, su olor. Bueno, tampoco es que sea un olor comparable a los perfumes del capitolio, tan fuertes que los días de cosecha inundan por completo la plaza. El suyo es aroma a distrito doce. Carbón, sudor, pocas duchas y hollín. No sé por qué me resulta tan atractivo en él, pero me encanta.
- Bueno, cuéntame ¿Que se le ha perdido a una chica como tú en un sitio como este? Podría secuestrarte y pedir un par de conejos de rescate... - Me dedica una de esas sonrisas patentadas de Haymitch Abernathy. Me derrito.
- Bueno, yo aprovecharía y pediría un poco de colonia, no te vendría nada mal. - Le ataco, mientras le doy un par de suaves palmadas en la cara.
- Por ti hasta me baño si hace falta. - Me susurra mientras detiene mi mano.
- Bueno, si tenemos en cuenta que faltan treinta y seis horas para la cosecha... Igual te vendría bien lavarte un poquito. - Sonrío maliciosa.
- Bueno, con la cantidad de veces que está mi nombre en la urna, igual si que me pongo guapo. Aunque a pesar de estar lleno de suciedad y oler fatal... ¿Has visto esta cara? Me sobrarían los patrocinadores.
Le beso instintivamente, como si fuera la última vez, incluso él se sorprende. Tras unos segundos, la realidad me da una bofetada tan suerte que creo que deben haberla escuchado en el palacio del presidente Snow.
Mierda. ¡Puede ser la última vez que le bese! Haymitch, las teselas, cuatro tributos del distrito 12... ¡NO! Las probabilidades juegan en nuestra contra. No, no, no. Por favor, él no. Separo violentamente mis labios de los suyos y las lágrimas comienzan a caer cruzando rápidamente mis mejillas, cayendo por mi barbilla para morir en la ceniza que cubre el suelo. Me siento paralizada, incapaz de decir nada. Siento que mi mundo se ha puesto del revés. Siempre me habían asustado los juegos, por Mayleen y por mí... Pero esto, esto es mucho peor.
Le miro a los ojos y él lo entiende.
- No lo pienses. Olvídalo, olvídalo estos dos días. No debí haber dicho eso, perdóname. En la Veta estamos tan acostumbrados a jugarnos la vida en cada cosecha, en bromeamos con ello a veces... De verás, olvida todo lo que he dicho. Ni siquiera sabemos si seré yo, May. Puede ser cualquiera. - Sonríe de una forma abrasadora y me clava sus profundos ojos grises. Me coloca una mano en la mejilla y con la otra me coloca el pelo detrás de la oreja. Maldito pelo, siempre está fuera de su sitio... - Ya verás. Todo saldrá bien, nuestros nombres no serán elegidos. No seremos tributos, ni este año, ni ninguno, y dentro de tres años nos iremos, muy lejos. - Ahora es él quien me besa. Oh, dios mio... Mi tierno futuro minero de la Veta... Donde nos hemos metido. Estamos jugando con fuego, y como nos enseñan en "Teoría del carbón"... El fuego quema...
- Por cierto. Alana me ha dicho que no va a venir hoy. Me la encontré cuando salí de la Veta... - Su pícara sonrisa me lo dice todo. Está con él, con el misterioso minero al que su padre curó el verano pasado. Imaginarme a mi amiga siendo feliz con su minero hace que el capitolio se esconda dentro de mi mente, aunque no creo que por mucho tiempo. Bueno, ahora que me paro a pensarlo, me siento mal en cierto modo, ya ha pasado un año desde que se han conocido y todavía no me lo ha presentado. Se supone que es mi mejor amiga, diablos, ¡Soy yo quien engaña al hijo del panadero para que ella pueda huir a las minas! Bueno, supongo que es normal... Si sus padres se enterasen le prohibirían salir de casa hasta que se case con el tarugo del panadero. Aunque hace unos bollos...
- ¿Que vamos a hacer hoy? - Me dice. Por la forma en la que me observa, debo llevar un buen rato ausente.
- Cualquier cosa, lejos de los comerciantes. - Sonrío. Me da igual, solo quiero aprovechar cada segundo con él. Quien sabe qué suerte nos deparará la cosecha...
- Bueno, tengo que ir a por una tesela... - Su voz es temblorosa. ¿Tesela? ¿Otra vez? ¡Su nombre en la urna otra vez! Justo cuando abro la boca para quejarme, recuerdo a Tara. La pobre y pequeña Tara... ¿Qué haría ella sin su increíble hermano? No sé qué decir, quiero suplicarle que no lo haga pero sería injusto. No puedo hacerle escoger entre que su hermana tenga mañana un plato de comida y yo.
- Vamos. Pero ya sabes que...- Antes de que acabe la frase su voz me interrumpe.
- Que nadie puede verte, que tus padres no quieren que vayas allí, que no quieres tener problemas, que ni siquiera Mayleen sabe lo nuestro... bla, bla, bla. - Su imitación es digna de elogio, suena igual que yo, pero no se lo voy a decir, se le subiría a la cabeza.
- Muévete, minero. - Digo mientras le abrazo. - Vamos a por la comida de Tara, pero después de eso, eres todo mío..
- No tan rápido, señorita pelo rubio y mucho dinero. Técnicamente, me faltan dos años para ser minero. Así que prefiero que me llames, encantador y apuesto joven de la Veta.
- ¿Encantador? Espera, ¿Estamos hablando de la misma persona?
- Bueno, de ti seguro que no estamos hablando.
- Te odio, Abernathy.
- Yo te amo, Maysilee Donner. - Me besa.
...
Cuando ya hemos dejado el grano en casa de Haymitch y jugado con Tara, él me coge de la mano y se detiene en el camino.
- Vamos donde siempre, quiero enseñarte una cosa. - Parece un tanto nervioso. ¿Qué sucede? No lo entiendo.
- Vale - Respondo, todavía desconcertada.
Emprendemos el camino hacia la valla que nos separa de la libertad. Nuestro pequeño sitio, la parte más alejada del distrito. El único sitio en el que podemos estar totalmente solos, alejados de miradas indiscretas. Donde podemos ser nosotros mismos, sin miedos. Es peligroso porque siempre está encendida, pero tratamos de mantenernos a una distancia prudencial. Es un sitio precioso, un par de flores han logrado crecer a pesar del hollín que se acumula en todo el distrito. Algunas veces, cuando hace buen tiempo, se escucha cantar a los sinsajos, aunque no logro identificar la melodía. El aire es cada vez más frío, ya ha pasado casi todo el día y el sol debe estar a punto de ponerse. Treinta y seis horas. Eso es lo que queda antes de que cuatro de todos nosotros partan hacia el capitolio, hacia una muerte segura. Sin darme cuenta, aprieto con ansiedad la mano de Haymitch, el tira de mí, choco contra él y me abraza. Su mano descansa contra mi cintura, su cabeza se apoya contra la mía. Su estatura es perfecta, encajamos a la perfección. Debe medir veinte centímetros más que yo, más o menos. Su mano es fría pero firme. Mientras caminamos en silencio le espío, su cuerpo alto y musculado, su piel oscura de la veta. Su ancha espalda, su cabello cayendo rebelde sobre su frente, dándole un adorable aspecto varonil, parece mayor de lo que es. Si no le conoces, no creerías que tiene tan solo dieciséis años. Sus preciosos ojos grises, intensos y brillantes. Es hermoso, perfecto. Mi pulso se acelera y un extraño rubor invade mis mejillas. Dios mío, estoy totalmente enamorada de Haymitch Abernathy.
- Ya estamos aquí. - Se deja caer sobre el suelo, manchándose de ceniza. Tira de mi chaqueta, haciendo que caiga sobre él.
Quedamos uno sobre otro, una de mis piernas ha quedado torpemente colocada entre las suyas, mi cara contra su pecho y mis brazos en la misma postura con la que impactaron contra el suelo. Desde aquí puedo escuchar su corazón. Pum...Pum...Pum..Pum,Pum,Pum. Su pulso se está acelerando, supongo que el mío también. Noto que su mano recorre mi cuello, ya no está fría, desprende un intenso calor. Yo permanezco quieta, en silencio. No puedo pensar, no con claridad. Mi rostro sigue contra su pecho y su corazón martillea rápidamente. Su mano se mueve, sus dedos rozan mis labios. Su corazón va todavía más rápido. Dios mío, mi minero, mi pobre de la Veta. El hombre cuyo nombre se repite cientos de veces en esa maldita urna. Haymitch, mi Haymitch... Los nervios me invaden, un nudo se forma en mi garganta. Tengo miedo, estoy asustada. Su otra mano se planta en mi cintura, baja rápidamente con la otra desde mis labios hasta mi cadera y nos da a ambos la vuelta, quedando sobre mí. Sostiene su peso con un brazo, mientras, con el otro, acaricia mi cara. Intento evitar el contacto visual. No quiero mirarle a los ojos.
- Estás aún más bonita cuando te ruborizas. - Sonríe. - Eres como una princesa. Tan distinta de las chicas de la Veta. - Me acaricia con ternura. - Tu pelo dorado, tu piel clara, tus ojos azules... - Vuelve a jugar con el maldito mechón rebelde que se mueve por voluntad propia. -Creo que estoy locamente enamorado de ti, princesa del doce.
Sin esperarlo, desciende hasta mi y me besa. Sus cuarteados y secos labios contra los míos, invadiendome, acariciándome, diciéndome "Te amo". Flexiona su brazo y cae contra mi pecho. Sujeta mi cara con fuerza, como si no quisiera dejarme escapar. No lo aguanto más. Al cuerno. Al diablo los juegos, la cosecha, mis padres, la veta, las minas. Al diablo con todo. Sujeto su cuello con tanta fuerza que sonríe contra mis labios. Correspondo a su beso con ardor.
- Yo también te amo, Haymitch. Por encima de todo, y no pienso permitir que nada nos separe. Ni el puto capitolio va a alejarte de mí.
- Vaya... - Dice con tono burlón. - Así que "ni el puto capitolio"... Es usted una caja de sorpresas, señorita Donner. - Sonríe mientras me mira fijamente. - Menos mal que estoy contigo, así el capitolio no se atreverá a tocarme. - Comienza a besar cada centímetro de mi cara.
- Estúpido. Claro que no se atreverán, ¿Por quién me has tomado? Hasta los agentes de la paz me tienen miedo. - Me muevo ágilmente, giro sobre nosotros, quedando tumbada sobre él y le muerdo el labio inferior. Al cabo de un rato, me separo un poco y nos observamos en silencio.
- Eres preciosa. ¿Te lo he dicho alguna vez? Preciosa. - Sonríe de una manera tan adorable que me entran ganas de comérmelo.
- Si, pero me encanta que me lo repitas una y otra vez.
- Preciosa. - Me susurra al oído.
Me acaricia la nariz con el dorso de la mano izquierda. Baja hasta mis labios, recorre lentamente cada una de mis mejillas. Ojalá pudiera detener el tiempo, vivir el resto de mi vida entre sus brazos. Le necesito, le necesito para ser feliz, para mantenerme cuerda. Le necesito para olvidar el país en el que vivimos, para olvidar que tan solo somos unos pobres infelices del distrito doce, que nunca podremos salir de aquí, que él morirá en las minas y que mi alma morirá con él. Oh dios, por qué es todo tan complicado.
- Quiero cuidarte el resto de mi vida, señorita Abernathy.
- Para que sea la señora Abernathy tendrás que regalarme un gran, caro y brillante anillo.
- Bueno, eso deberías habérmelo dicho antes de que comprase este.
Todo pasa muy deprisa, Haymitch me aparta con cuidado, yo estoy sentada en el suelo, envuelta en ceniza. Él se sienta frente a mí y mete la mano en uno de los bolsillos deshilachados de su pantalón. Mi corazón palpita tan deprisa que casi no me deja escuchar el ruido que hace la valla mientras la electricidad la recorre. Abre la mano y saca un sucio anillo de un metal que no reconozco, amarillo con manchas de un extraño color amarronado. Toma mi mano derecha con delicadeza y comienza a hablar.
- Señorita Donner, yo, Haymitch Abernathy, apuesto futuro minero del distrito doce, quiero pedir su mano en matrimonio ¿Me concedería el honor de ser mi esposa?
Su mirada brilla cautelosa, esperando una respuesta o gesto que le dé una pista de que sucederá a continuación, pero estoy demasiado conmocionada para contestar. Haymitch, el chico más apuesto y fuerte de la Veta... Aquel por el que todas las chicas del colegio suspiran cada día. Y las comprendo, las comprendo perfectamente. No solo es increíblemente guapo, si no que sabe cómo hacer que nada más tenga sentido. Nada que no seamos él y yo. ¿Qué haces Maysilee? ¡Contesta! Pero no lo hago. No contesto. Mi cuerpo se mueve por voluntad propia. Salto sobre él y le abrazo. Cuando mi mejilla roza su cuello me doy cuenta de que estoy empapada. ¿Cuándo he empezado a llorar? No me había dado cuenta. Me aferro con toda la fuerza que puedo. No quiero que se escape, no quiero que se vaya jamás.
- Maysilee... - Está clara la preocupación en su voz.
- ¡SI! ¡SI HAYMITCH! ¡POR SUPUESTO QUE SI! - Me aparto un poco para poder mirarle a los ojos. - ¡TE AMO!
En su rostro se dibuja la sonrisa más sincera y hermosa que jamás he visto.
- Te quiero, te quiero, dios mío... ¡Te quiero! ¡Te quiero Maysilee!
Los dos estamos llorando y sonriendo al mismo tiempo. Es confuso, muy confuso. No será facil, todavía tenemos que hacer el ritual del tueste, pero para eso necesitamos una casa, y no se nos da una casa hasta que cumplimos los dieciocho años... Entonces, ahoraque lo pienso, no estamos realmente casados... Y no lo estaremos hasta dentro de tres años... Bueno... No se trata de casarnos, si no de lo que representa este anillo. Levanto la mano para observarlo atentamente. Encaja en mi dedo a la perfección... ¿Habrá tomado la medida de mi dedo sin que yo me diese cuenta? Es precioso, es perfecto. Es mi anillo.
- Estoy tan emocionado como tú, créeme. Pero... Ya es de noche. - Dice observando el cielo.
- ¡Oh no! ¡Le dije a mi madre que no llegaría tarde! Madre mía, me va a matar, quería revisar los vestidos de la cosecha...
Su mirada se apaga durante una milésima de segundo apenas perceptible. Pero para mí, que conozco el color de sus ojos como la palma de mi mano, es más que suficiente. La cosecha, la maldita cosecha, siempre encogiéndonos el corazón. Odio esta sensación, este miedo irracional que nos consume cada segundo de nuestra corta vida. Lo que más me duele es que sea él quien sufra por mí, cuando de salir escogidos uno de los dos, está más que claro que será él.
Me despido besándola la boca y dándole un último abrazo por hoy, el me corresponde me acaricia la mano.
- Me gustaría acompañarte. - Dice algo entristecido.
- Ya... Pero no pueden saber esto. Si alguien nos viera... Ya sabes, Haymitch, ni siquiera Mayleen sabe lo que está pasando... - Ocultarle algo tan importante a Mayleen, algo tan importante para mí es algo que no puedo soportar. Siento que la traiciono, que estoy rompiendo nuestra amistad. Mi hermana,mi gemela, y no le puedo contar esto, lo que más feliz me hace ahora mismo. Me vuelve a besar.
- Tranquila, te veré mañana.
- Mañana tengo todo el día ocupado. Tengo que ir a comprar comida con Mayleen, visitar a Alana y probarme los vestidos de la cosecha. - Su mirada suplicante termina convenciendome.
- Vale, vale. Al acabar me pasaré por aquí, aunque no será fácil engañar a mi madre...
- Perfecto, mañana entonces. - Sonríe. - Me voy ya, tengo que prepararle algo a Tara para cenar, aunque aún no sé qué. Cada vez es más difícil conseguir comida en el quemador...
- Toma. - Meto la mano derecho en uno de los bolsillos de mi chaqueta e intento sacarla mientras sujeto algo, pero su mano me detiene.
- No. Te dije que no lo quiero, y no lo voy a aceptar. Al menos no mientras haya otra solución.
- ¡Eres un maldito orgulloso, no lo hagas por ti, hazlo por Tara! - Siento como una ira desmedida sube desde la planta de mis pies hasta mi sien. - ¿Vas a dejarla sin comer por tus malditas tonterías? ¿Acaso quieres que se muera?
- No se trata de eso.
- ¿Entonces qué? ¿Qué es lo que significa entonces? ¿Por qué? ¿Por qué diablos no quieres aceptar mi dinero?
- Maysilee. - Dice sin ápice de emociones.
- ¡Estoy harta de tu orgullo! - Las lágrimas caen por mi rostro sin mi permiso. ¿Por qué estoy llorando? ¿Es por Haymitch? ¿Por Tara? ¿Por la comida? No. Es por los juegos. No logro quitarmelos de la cabeza. La cosecha, los tributos. Estoy harta. Todo el dolor y el sufrimiento se acaba de acumular en mis manos y explota entre mis dedos en forma de una cólera arrolladora.
No controlo mis palabras, empiezo a soltar cosas una y otra vez, sin pausa.
- Siempre estás con lo mismo. "Voy a ser minero, no quiero tu dinero, odio a los agentes de la paz, sus normas, a los comerciantes..." ¡Odias todo maldito presuntuoso arrogante! ¡No tienes nada Haymitch, nada! ¡Solo me tienes a mí!
Se mantiene en silencio, no responde, no reacciona. Ese es el Haymitch que el resto del distrito conoce, el que no le contesta a las demás chicas cuando le hablan, el que quiere parecer duro y desagradable. Haymitch, el chico de la Veta. Pero no, conmigo no es así, jamás lo ha sido y me duele que estemos en este punto, hoy, cuando apenas falta nada para la cosecha. Aunque, probablemente me lo he ganado a pulso. Mantenemos un mutismo absoluto. Repaso cada cosa que he dicho, oh no, me he pasado.
- Haymitch...
- No lo cojo, es cierto. - Me examina cauteloso. - Porque no quiero que pienses que el único motivo por el que estoy contigo es aprovecharme de ti. Por eso no quiero tu dinero ni tu comida.
- Oh...Haymitch... - No puedo pensar, solo siento. La presión de todo el día se agolpa sobre mis hombros. - Tu... Tu eres... - Me interrumpe con un beso y prosigue:
- Maravilloso, lo sé. Pero es tarde y debes irte. Corre, no quiero que te castiguen mañana, no podría verte. - Sonríe y coloca ese estúpido mechón detrás de mi oreja.
- Te quiero. - Digo, me doy la vuelta y echo a correr.
Las calles están totalmente vacías, ni siquiera los agentes de la paz patrullan las calles. No hay hollín en el aire, no hay ceniza, toda está acumulada en el suelo. Los mineros deben estar en sus casas, con sus familias, abrazando y besando a sus hijos. Sus hijos... Alguno de esos pobres niños estarán la próxima semana clavándose cuchillos unos a llego a casa, abro la puerta con mucho cuidado. Todo está a oscuras, aunque es normal, en el doce casi nunca tenemos electricidad, tan solo durante las emisiones del capitolio. Casi toda la energía es consumida por la valla que nos retiene. Llego hasta una de las sillas del comedor y me quito los zapatos para no hacer ruido. Me adentro sigilosamente en dirección al cuarto que comparto con Mayleen. Por desgracia, mi madre frustra mis intenciones apareciendo tras de mí como una gran bestia cazando un pequeño roedor. Nunca entenderé como es capaz de pasearse por esta vieja casa sin hacer crujir ni un solo tablón de madera.
- Se dónde has estado jovencita.
- Mamá yo...
- No hace falta, hija. No necesito que me expliques nada. - Sus ojos han perdido la dureza que los caracteriza. ¿Qué sucede?
- Pero...
- Yo también amé a un chico de la veta, Maysilee. Con todo mi corazón... - Me abraza y me da un beso en la frente. - Solo trataba de protegerte. Es muy dificil que podais estar juntos, pequeña. Tu padre jamás lo aprobaría, igual que los míos no me lo permitieron. Solo quería... - Sus ojos se empañan. - Protegerte. Solo quería evitar que sufrieras. Nada más... - Suena conmovida. - Nosotros... Nosotros somos gente con suerte hija. No somos ricos, pero teniendo en cuenta las condiciones en las que vive la gente en este distrito, debemos dar gracias a dios por lo que tenemos.
- No creo que haya un dios mamá. Al menos uno que se preocupe por nosotros. Si lo hubiera, no tendrías que ver cada maldito verano como niños de doce y trece años son brutalmente asesinados en la televisión.
- Maysilee... - Su tono me rompe el corazón. - Habiendo nacido aquí, quiero creer que hay algo más. Algo por encima del capitolio. Al menos me da esperanza, no hay mucho de eso por aquí.
- Cuéntame más mamá... - Trato de evitar la dolorosa conversación sobre nuestro precario nivel de vida. - Cuéntame más sobre él. Cuéntamelo todo.
.
- No hay mucho que contar… - Su rostro me deja entrever que el recuerdo es demasiado doloroso. El sufrimiento emana de sus ojos azules, haciéndoles perder su brillo habitual. - El distrito doce tiene un funcionamiento muy simple. Si naces en la Veta, acabas en las minas y te mueres de hambre. En cambio, si por suerte tus padres son comerciantes, te quedas aquí, en este barrio el resto de tu vida. Y eso es bueno ¿Por qué? Sencillo, porque aquí tienes que comer. Nadie es tan… - Se le toma la voz durante apenas un instante. - Nadie es tan estúpido para marcharse a un lugar donde pasará hambre. - Su mirada es una maraña de sentimientos, enredados unos con otros, es como si no la dejaran respirar. - Me pidió que me fuera con él. - Las lágrimas comienzan a brotar a borbotones, cayendo por sus mejillas y empapándole la cara. - Yo… Yo… Quería ir, Maysilee… Es decir, Tu hermana y tu sois lo mejor que tengo, sois lo más importante de mi vida, pero… Yo quería ir con él, quería vivir en la Veta, ser felices y tener hijos. Le amaba, le amaba con todas mis fuerzas… Pero…
- El abuelo. - Las palabras escapan de mi interior sin que pueda detenerlas.
- Si - Responde ella entrecortadamente por el llanto. - El día en que me iba a escapar… - Hace una breve pausa. - No quería irme sin decírselo a mis padres, al fin y al cabo… Nadie nos quiere más que nuestros quienes nos dan la vida. Yo creí que lo entenderían, que compartirían mi ilusión y que incluso tal vez nos permitirían vivir aquí, con ellos. Pero estaba equivocada, totalmente equivocada. Mi padre… Es decir, el abuelo escuchó hasta la última palabra. Me dejó soltar el precioso discurso que con tanto cuidado había preparado. Cuando dejé escapar desde lo más profundo de mi corazón la última frase, me golpeó en cara con tantísima fuerza, que estoy segura de que a la abuela se le paró el corazón. Mientras yacía en el suelo, desconcertada y asustada, con la mano sosteniendo la mejilla enrojecida y palpitante, se arrodilló ante mí y me dijo "¿Sientes ese dolor? Pues la idea de que vivas allí, sin comida, sin medicinas, muerta de frío, lejos de nosotros, me duele mil veces más. Sé que te quemará por dentro tener que vivir sin él, abandonarle, decirle que no y llevar una vida que no deseas, pero esa sensación desaparecerá. El tiempo curará esa herida, créeme. Ódiame si es lo que necesitas, hazlo, no me importa. Pero no voy a permitir que la cosa más importante que tengo en el mundo se deje morir sin tratar de evitarlo"
Se me encoje el corazón, siento que la sangre se hiela dentro de mí. El amor de un padre contra el de dos adolescentes. Ahora me arrepiento por todas las cosas horribles que he pensado y dicho sobre mamá. Tan solo quería protegerme, evitarme ese oscuro futuro ennegrecido por el hollín. Ella baja la mirada, enterrándola en el raído suelo de nuestro salón. Las dos nos quedamos totalmente absortas en lo más profundo de nuestros pensamientos durante lo que parece un siglo. Al fin ella rompe el silencio. Expira profundamente y clava su mirada en mis ojos, sus ojos, cargada de… ¿Arrepentimiento? ¿Ira? ¿Tristeza? No lo sé, aún ahora que se abre a mí, sigue siendo una mujer muy difícil de leer.
- En ese momento lo comprendí. Mi padre me amaba, igual que yo os amo a vosotras. Solo quería protegerme, evitar que aquellas cosas que no podemos controlar me destruyeran. Pero no significó que tuviera razón. Ese dolor nunca desapareció, ha vivido dentro de mí todos estos años.
Un ruido me alerta, busco su origen y mi mirada se cruza con la de Mayleen, que nos observa desde el umbral de la puerta. Oh pajarillo, tan grácil y tan ruidosa a la vez. Mi madre también ha advertido su presencia, pero no dice nada. Supongo que, aunque no esté en mi situación, también merece conocer a mamá un poco más.
- Espero que no creas que no quiero a tu padre. - Su voz hace que deje de prestarle atención a mi hermana, que nos escucha con atención. - Le quiero, le quiero muchísimo, Maysilee. Pero si pudiese volver atrás, me habría ido a la Veta. Me habría fugado, no habría hablado con mis padres, me habría marchado sin mediar palabra con ellos. Porque merecía más la pena esa vida, esa vida de penurias y dolor, porque serían sus ojos lo primero que vería al despertarme cada mañana. Solo por eso…
- Mamá… Yo… - Me interrumpe.
- Lo sé. Y también sé quién es y desde hace cuánto estáis juntos. No soy tonta, Maysilee. No es tan sencillo engañar a una madre. - Sonríe. -
Su afirmación no me sorprende. En el fondo yo siempre fui consciente de que lo sabía, no podía ser casualidad que de repente me controlase tanto, que me impidiese ir a la Veta, volver tarde y que comenzara a tratar de una forma tan despectiva a la gente que vive allí.
- No sentía realmente nada de lo que te dije. Me dolía profundamente cada vez que me veía obligada a decirte esas cosas. Supongo que al principio te veía de la misma manera en la que el abuelo me veía a mí. Como mi pequeña niña inocente, a la que debía proteger y separar de todos los peligros que hay ahí fuera. Pero cuando te fuiste hoy, vi en tus ojos la mirada que tenía yo justo el día en que me iba a marchar. Cuando cerraste la puerta, temí no volver a verte más…
- Yo…
- No hace falta que digas nada. Solo quiero que sepas que, decidas lo que decidas, te apoyaré hasta el final. Al menos una de mis hijas ya está bien relacionada, no pasará nada porque la otra se vaya a la Veta. - Me guiña un ojo y sonríe. - Porque, no sé si lo sabes, pero parece que dentro de poco tú hermana será la señora Undersee.
El chillido que da Mayleen podría haber despertado a todos los agentes de la paz del distrito. Menuda voz. A veces creo que debe ser un sinsajo reencarnado. Su voz, su gracilidad al caminar, su movimientos tan delicados que parece que puede flotar…
Irrumpe en la habitación con paso firme, se detiene frente a mi madre y espeta:
- ¡Solo somos amigos, mamá! - El rubor de su cara es visible aunque sea de noche. Le resta mucha credibilidad, pobre pajarillo. Aunque, bueno, al menos sé que ella vivirá bien, eso me tranquiliza mucho. De todas maneras era de esperar, siempre ha sido la más responsable y madura de las dos. Supongo que nunca se plantearía un futuro como el que yo estoy construyendo, con un sucio y rompecorazones chico de la Veta.
- Tranquila, me parece un chico encantador, además, sus padres y yo somos amigos desde el colegio. - Mamá le sonríe con cariño. - Además, se muere por ti. ¿A qué esperas?
Creo que la habitación se está iluminando de un rojo intenso, parece que Mayleen está a punto de explotar. ¿Por qué le dará tanta vergüenza que yo me enteré de eso? El chico es guapo, agradable y tiene dinero. Si a ella le gusta, yo no soy nadie para meterme en su relación, o lo que sea que tengan. Comienzo a darle vueltas mientras mamá y ellas discuten sobre su "no novio" ¿Por qué? ¿Por qué ocultármelo? Siempre nos hemos contado todo, no ha habido secretos entre nosotras… La idea de que mi hermana se esté alejando de mí se me clava en el pecho, como una flecha lanzada directamente a mi corazón. Quizá… Quizá… Oh, no. ¡Por supuesto! Vaya, ¿Cómo se me había pasado? ¿Cómo he podido ser tan rematadamente estúpida? Mis pensamientos se convierten rápidamente en una frase que la golpea con fuerza.
- ¡Tú lo sabías! - Espeto, como si hubiera descubierto el sentido de la vida. Cuando la acuso, el rubor abandona su piel poco a poco. Me observa en silencio, como si estuviera midiendo las palabras que está a punto de usar. Mi madre pasa sus ojos de una a otra, creo que esto si se le ha escapado, sus dotes de madre omnipotente no están a plena potencia.
- ¿A qué te refieres? - Su tono es seco, sin sentimientos ni emociones. Ahora mismo, es como si mi hermana se hubiese convertido en un robot. - ¿Me preguntas si ya sabía que estabas con Abernathy? - No hay picos en su voz, no hay brillo en sus ojos. El precioso sinsajo de larga melena rubia me condena con la mirada. Me observa, expectante, esperando por mi respuesta. Mi madre todavía no tiene muy claro lo que está pasando. Vaya, mamá, no eres tan buena en eso de los cotilleos como creías. Mis ojos se clavan en el hermoso pajarillo de mi salón, mientras él espera por mi respuesta.
- Así que lo sabías.
- Sí. Me lo dijo él.
