Nació después de oír hace poco una música con el mismo nombre. La trama de la canción, y el contenido del mismo vídeo, habla sobre la homofobia, teniendo como principal atacante los religiosos. Es de los pocos vídeos, y músicas, que me ha llegado tanto. Después de escucharla esta idea vino a mi, y espero que la disfruten.

Aclaración: La primera parte del fanfic cuenta como la historia posterior al relato actual, no irá en orden, para que poco a poco descubran el porqué.


Take me to Church

Enterró los prohibidos arrebatos en la clavícula opuesta, sepultando en ella los restringidos impulsos abandonados por la garganta. Anhelante de permitirse oír; temeroso de permitirlo. La visión obstruida por lamentos rodando sobre sus mejillas.

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Knows everybody's disapproval

Su mente demuestra una reacción tardía, procesa lentamente las palabras. Resulta tan irreal. La aflicción recuerda a su incoherente raciocinio que no se trata de una fantasía. Es dolorosamente tangible, real.

– No te acerques. – ella retrocede, se aleja. – Asqueroso homosexual.

Y con ella se alejan los demás, los rumores son veloces, también hirientes.

Su mundo ha abandonado el curso regular desde entonces. El cuerpo sigue a la mente, dejando de cooperar paulatinamente. Las noches en su dormitorio, acostado, son más comunes. Constantes sollozos, lamentos, tristeza. Todo forma parte de una rutina diaria; un espiral que continúa solo con el propósito de girar a su alrededor.

No recuerda la última ocasión donde sus pies han tocado el suelo, su mente no consigue conectar satisfactoriamente. Los únicos sonidos en sus inmediaciones son las últimas palabras de ella. Siguen lastimándolo tanto como el mes pasado, y el pasado a aquel.

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Otro día en la soledad, apartado en los muros que ha construido a base del miedo que predomina su entorno. Sin fuerzas, se incorpora, desconoce la fecha y el momento en el cual se ha alimentado por última vez. Abandona, no sin cierto pánico, la habitación que lo ha confinado.

Avanza pausadamente a través de los pasillos, oyendo el suelo crujir bajo sus pies. Guardando silencio baja las escaleras, no pretende la atención de algún familiar, espera que el comedor esté abandonado, y allí cocinará algo simple. Después de tanto tiempo sin comer su estómago se lo exige.

– Ya no puedo con esto. – su madre. – No puedo continuar con él aquí, está arruinando nuestras vidas.

Detiene su andar, apoya su peso en la pared más cercana, aquella que pueda cubrir su presencia. No quiere oírlo, no debe, e igualmente se mantiene ahí.

– Los mensajes en el buzón son más ofensivos. – espeta ella, escandalizada. – Incluso han escrito eso de él en las paredes de nuestra casa.

– Tendremos que deshacernos de él. – su padre. – Es la única manera de parar el acoso.

En ese punto no reconoce cual presión es más sofocante. Siente tanto dolor, y en tantas zonas que asfixiante. Y no recuerda de donde ha sacado la determinación para abandonar su ubicación, subiendo nuevamente las escaleras.

Coincide con el argumento de su progenitor, es necesario deshacerse de él, de todo. Sus pasos lo llevan hasta el sanitario familiar. Echa el pestillo, y luego admira su reflejo en el espejo.

El rostro demacrado, pálido. Ojeras, orbes carentes de brillo. Labios resecos, cabellos dañados. Él mismo se produce asco, y se dice, con cierto deje de ironía, que probablemente así debe sentirse ser su madre, o sus amigos.

Coge del lavamanos una navaja. La ha visto en múltiples ocasiones siendo usada por su padre, siendo afilada por él. Agradece ácido a su progenitor por mantenerla así. Se sitúa a un lado del lavamanos, sentado, mientras admira el brillo del instrumento, reflejando sus pupilas carentes de vida.

– Eijun. – esa voz pertenece a su madre, detrás de la puerta. – Eijun, cariño, ¿estás ahí? – uno, dos, forcejeos de la puerta. – Amor, necesitamos hablar, ¿puedes salir un momento? – cuestiona. – Solo será un momento.

Siente el frío metal contra su piel provocándole escalofríos.

– Eijun, no es divertido. – espeta ella en un tono urgente, alarmado. – Contesta, Eijun.

Observa en silencio como el profundo carmesí mancha la textura de la navaja, y con ella su piel, y pronto el suelo donde permanece sentado.

– ¡Cariño!

"Solo deberías morirte, asqueroso homosexual".

– ¡Cariño! ¡Eijun no responde! ¡Cariño!

"Abandona el equipo, no necesitamos a los de tu tipo, homo"

¿Por qué es que dolían más las palabras que una herida?

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– Afortunadamente hemos logrado atenderlo a tiempo. – habla el doctor seriamente. – Es un alivio, unos minutos más y probablemente estaría…

– Lo entiendo. – corta la madre, no deseaba oírlo. – ¿Cuándo podrá volver a casa?

– Lamentablemente, no lo hará. – informa él. – Su hijo tiene fuertes tendencias suicidas, incluso se niega a comer. – suspira cansado. Como padre de familia la idea de ver a un joven de quince años atentando contra su vida no le es grato. – Intentamos alimentarlo por intravenosa, se negó hasta que nos vimos obligados a sostenerlo, ahora se encuentra anestesiado y esposado en la habitación. – explica.

– ¿Lo mantendrán aquí entonces?

– No, este es un hospital, no damos servicios psicológicos. – respondió. – No obstante contamos con una subdivisión en Tokyo dedicada enteramente a la psicología, su hijo podrá recibir ahí el tratamiento que necesita.

– No podemos costearlo. – niega el padre. – Mucho menos mudarnos a estas alturas, tenemos una vida establecida aquí.

El doctor se incorpora y retira de uno de los estantes ubicados detrás de su escritorio un panfleto, el que después pasó a dejar en las manos de ambos padres.

– El seguro lo cubre, como expliqué es una subdivisión del hospital. – aclaró mientras ocupaba nuevamente su lugar. – Y no tendrán que preocuparse por una mudanza, el centro cuenta con dormitorios, Eijun-kun podrá ir sin inconvenientes.

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Mueve la mano, oyendo el ruido provocado por metal de las esposas y los barrotes, colisionando entre sí. Une lentamente las memorias, en su cabeza todo se encuentra confuso. La sangre, los gritos, las imágenes borrosas, de lo que supone, son sus progenitores y abuelo, y luego nada. Un hospital, doctores examinándolo, pidiéndole favores como comer que no se encuentra con ánimos de cumplir. Forcejeos, oscuridad, y finalmente la actualidad.

– Eijun. – reconoce ese tono como el de su mamá. Carente de emociones la observa, odiándola en silencio. – Necesito que prestes atención, cariño.

Hipócrita, esa palabra resuena constantemente en su mente. No se atreve exteriorizarlo, teme perder la única conexión emocional restante.

– Mañana vendrán a llevarte. – suelta ella conteniendo las lágrimas. Se ve tan falsa que produce en su interior un sentimiento de asco. – Irás a Tokyo para tratarte, cariño, no estás bien.

– ¿La homosexualidad es tratable, mamá?

La ve unos instantes más antes de rendirse a los efectos de la droga administrada. Una sonrisa irónica surge en sus labios, y es la primera ocasión donde sonríe después de meses, aunque se trate de una sonrisa forzada y cargada de un sentimiento de amargura.