Fullmetal Alchemist the Movie: Conqueror of Shamballa y sus personajes no me pertenecen.

Desempolvando viejos archivos encontré esto y me pregunté por qué nunca lo subí. So, aquí está. Espero que les guste.


Migajas


Se ha vuelto algo cotidiano, para Edward, fingir que le tiene junto a él.

Se hunde en la calidez del cuerpo debajo del suyo, cierra los ojos e imagina azul medianoche y negro azabache enmarcando un rostro de fina porcelana, maduro pero no por eso menos atractivo. Toma un puñado de cabellos marrones y finge que son muchísimo más cortos, tanto que la melena esparcida sobre las sábanas deja de existir. Siente, clavada en su rostro, la mirada castaña que ve más allá de su físico y su mente la transforma en flamante zafiro, sus manos recorriendo un pecho desnudo que tiene más curvas y elevaciones que el de sus más eróticos sueños.

Si utiliza todo el potencial de su imaginación, es capaz de transmutar los desesperados gemidos en jadeos, gruñidos, ese «Edward» que de vez en cuando se le escapa. Las delgadas manos que recorren su espalda son suaves, mas con un poco de esfuerzo él convierte esa suavidad en la aspereza de blancos guantes, o en la quemazón producida por la tela de ignición, o en el escalofrío que pasea por su espina dorsal cada que sus manos fuertes y poderosas y con dedos poblados de callos le prenden fuego la piel.

Una vez comienza a hurgar en sus recuerdos y reproduce el incitante «Acero» que su voz aterciopelada repitió una y otra vez la primera vez que juntos tocaron el cielo con las manos, a Edward se le hace imposible no olerle. El conjunto de tinta, humo, tiza y algo puramente Roy invade sus fosas nasales y le llevan al delirio, sus movimientos casi rayando en la violencia, tan fieros que los rechinos de los resortes del colchón y el incesante golpeteo de la cama contra la pared ahogan los estridentes gritos que resuenan en la habitación.

Nunca le mira cuando lo hacen, y en el momento del orgasmo, el nombre que llueve de sus labios cual lava ardiente es el de otra persona. Luego del éxtasis, sale de su interior y le da la espalda, y en el quebrar de los albores, lo primero que ella ve al despertar es su figura saliendo por la puerta, el rostro manchado de inconmensurable culpabilidad y nostalgia.

Duele saber que nunca podrá ser lo que él desea, pero la agonía no calma su adicción.

En el desayuno, Alfons les mira en silencio, un brillo sagaz en sus pupilas, y tras el ir y venir de siempre («¿Cómo has dormido, Noah?» «Bien.» «¿Y tú, Edward?» «Mm.») se excusa y se va al trabajo. Entonces Edward se atreve a posar su ambarina mirada sobre su rostro, sus labios presionados en una tensa línea, y Noah deja caer sus párpados, alzando por un momento las comisuras de su boca enmugrecida por las migajas de un amor unilateral.

Nunca dice nada.

No es como si decir algo fuera a cambiar las cosas, de todos modos.