Descargo de responsabilidad: D. Gray Man no me pertenece desgraciadamente. Este fic es hecho de fans para fans sin fines de lucro. Solo para cumplir una vieja promesa y como una meta personal.
Advertencias: Universo alternativo (AU). Female!Allen/Kumoi. Male!Lenalee.
Emparejamiento: Male!Lenalee/Fem!Allen. Lo lamento Yullen fans. De todas maneras prometo hacer un Yullen en algún momento, después de todo yo también amo el Yaoi.
D. Red Woman
Preludio:
The same path
[…]
Era navidad, aunque no para ella.
Se escuchaban en un murmullo los villancicos navideños, las narices enrojecidas eran tan brillantes como cualquier otra clase de luz y las risas se dispersaban como la neblina. Junto al cementerio (ubicado al Este de la ciudad en dirección a Londres y entrada principal a esta pequeña ciudad) pasaban coches y carruajes con invitados de último momento, visitas sorpresas o familias que retornaban a la seguridad de sus hogares para pasar la noche buena bajo su propio techo.
La ciudad se mantenía en un constante movimiento a pesar de que el mundo de Lacie Walker se había truncado o, mejor dicho, giraba únicamente en torno a la lápida que estaba a sus pies.
"Mana Walker" decía y cuando en su mente hacía eco el nombre, lloraba.
Era una imagen ciertamente triste pero ¿Desgarradora? No. Ella mantenía su boca sellada, no importa que por sus mejillas cayesen mares u océanos enteros. Se negaba a derrumbarse sobre la nieve y la piedra tallada; solo podía compararse su postura erguida, con el cabello castaño rojizo largo, el vestido negro y guantes a juego, en conjunto con su piel congelada y pálida, sin olvidar sus ojos de plata, con la dignidad de una muñeca rota.
Una muñeca que el Conde disfrutaría de poseer.
Solo tuvo que dar un par de pasos para dejarse ver fuera de las sombras. Había parado de nevar hacía rato y Lero, el siempre fiel paraguas con cabeza de calabaza, se mantenía ansioso esperando el comienzo del show y no era el único.
Aún envuelto en oscuridad, el General Cross observaba el despliegue de la actuación del Conde al acercarse a la niña.
―¿Qué tenemos aquí? ―la voz burlona llegó a los oídos de Lacie― Pero si es una niña triste, muy triste ¿No es así Lero?
Si hubiese alzado la mirada habría notado la sonrisa ensanchada y maliciosa del paraguas.
―Dime pequeña ¿No quisieras traer de vuelta a Mana Walker?
El hombre, gordo y muy redondo como apreció Lacie al observarlo, tenía curvado los labios en una mueca mucho más oscura de lo que eran sus grandes dientes blancos y relucientes.
Frunció ella el ceño, aquel personaje de cuerpo gracioso y ropa estrafalaria había hecho una pregunta que perturbó su duelo. ¿Traer de vuelta a Mana? Lacie tuvo que cerrar los ojos y respirar profundamente ¿Lo más extraño de la situación? Sabía que no estaba mintiendo. Le creía y la posibilidad le aceleró el pulso.
―Peligro.
La palabra retumbó en su cabeza. No necesitaba que se lo dijera, pensó mientras sus ojos se abrían y volvían a posarse sobre el hombre que estaba a la expectativa de la respuesta.
―Vete ―Lacie casi escupió la palabra.
En honor a la verdad, nadie se esperaba esa contestación.
―¿Oh? ―ladeó la cabeza hacia la derecha el Conde― ¿Entonces eso es un no?
Ella gruñó, sus manos se cerraron en puños que quisiera lanzarle al intruso.
―Vete ―repitió―, y deja de molestarme.
Entonces, de una forma y con una velocidad que habría fracturado el cuello de cualquier otra persona, el Conde ladeó la cabeza hacia la izquierda.
―¿Tienes miedo? ¿Él no te amaba en realidad? O ¿Tú no lo amas tanto como creías?
Se estaba enfureciendo, la sangre le hervía ahora y le calentaba las extremidades entumecidas por el frío ¿Qué hacía este estúpido gordinflón cuestionándole sobre el miedo y el amor? Lacie había sentido miedo (¿Qué haría ella ahora sin Mana?), amor (¡Lo extrañaba tanto!) y ahora, simplemente la ira (¿De dónde carajos salió ese extraño con sombrero de copa?).
―Tú no sabes nada ―espetó y devolvió su vista a la lápida―, déjame en paz. Hay más chiquillos que si quieren revivir a sus padres.
―Ajá, tienes razón ―asintió con la cabeza alegremente―, sin embargo ¿Por qué no lo quieres tú?
Ella se encogió de hombros, su corazón también haciéndose pequeño.
―Los muertos deberían permanecer muertos.
El Conde tuvo que enderezar su cabeza para contemplar mejor a la niña triste y a sus palabras. Aprovechó el General Cross la oportuna distracción para deslizarse en su anonimato y verse más cerca de de ellos.
Faltaba poco para hacer su entrada a escena.
―Teoría interesante, niña triste ―tarareó el Conde, como saboreando el pensamiento―. Dime ¿Cuál es tu nombre?
Mientras se decidía entre contestarle la pregunta o mandarlo al diablo ―quizás ambas― en su campo de visión apareció bailando con la brisa invernal largo cabello carmesí sobre el abrigo negro de otro hombre extraño y este tenía una máscara que cubría su ojo derecho.
―Creo que es suficiente por esta noche, Conde ―el General Cross le apuntó con Juicio―. Ahora largo antes de que te convierta en queso.
De manera exagerada y obviamente falsa, el Conde se echó a temblar como si su cuerpo fuese gelatina.
―¡Ay Lero! ¡El General nos ha amenazado! ―lloriqueó―. Por ahora acepto la retirada ¡Lástima que dejé mi banderita blanca para estas ocasiones!
―Pero Conde… ―Lero le vio dudoso.
―No te preocupes ―la sonrisa astuta fue oculta por su espalda al alejarse―, tengo el presentimiento de que pronto nos encontraremos de nuevo con la niña triste.
En realidad, el Conde del Milenio solo se había dado la media vuelta y abrió a Lero, el cual se lo llevó flotando bajo la luz de la luna y Lacie los perdió de vista bajo el cielo negro sin estrellas.
―¿Pero qué rayos…? ―no pudo evitar balbucear atontada y sorprendida.
El General Cross chasqueó la lengua, como odiaba a ese tipo.
―Supongo que tendrás preguntas ―dijo al volverse a Lacie.
Ella resopló ―Un infierno sangriento de preguntas, querrás decir.
―Lenguaje mocosa ―entrecerró su único ojo visible―, pensé que Mana te había educado mejor.
Lacie abrió los ojos, sus labios temblaron al igual que su voz al hablar.
―¿Cómo… cómo conoces a Mana?
―Somos viejos amigos ―dijo simplemente y comenzó a caminar para salir de allí.
Ella observó entonces con más detalles el abrigo que llevaba puesto. Tenía una ornamenta de plata sobre sus hombros, detalles intrínsecos en ellas que no lograba distinguir.
Por otra parte, al sentir la ausencia de sus pasos detrás de sí, el General Cross se detuvo y le gritó desde la entrada del cementerio.
―¡¿Qué esperas?! ¡No tenemos toda la noche!
―¡¿Eh?! ―se levantó con ayuda de ambos brazos y tal era el entumecimiento de su cuerpo que tuvo que apoyarse en sus rodillas para no caer― ¡¿De qué carajos hablas?!
Cross fijó sus ojos en su brazo izquierdo, en donde el guante de la mano se había deslizado dejando ver piel rojiza y escamosa.
―¿No se suponía que no podías mover ese brazo?
Lacie se congeló.
―No eres normal niña.
La nieve volvía a caer.
―¿Por qué nací con ese brazo?
Ella respingó, al reconocer en la voz de él aquella pregunta.
―¿A qué se refería ese hombre con traer de vuelta a Mana?
¿No se las había hecho en el fondo de su mente?
―¿Quién era ese hombre?
¿Por qué él…?
―¿Qué soy yo?
¿Cómo era posible que él las repitiese? ¿Qué la mirase como si tuviese las respuestas?
Y él simplemente le señala la cruz de plata sobre su pecho, al igual que si eso explicase todo.
―Yo soy el General Cross Marian y aquel era el Conde del Milenio. Somos enemigos, lados opuestos en la guerra.
―¿Guerra?
―Peligro ―volvió a resonar en su conciencia.
¿Era este peligro al que se refería? ¿A una guerra? A la guerra se iba por defender algo y perderlo todo y… ¿Qué tenía que ver ella en eso cuando ya había perdido lo que le quedaba? Y eso era verdaderamente triste, desesperante. Esto la confundió ¿Qué más le podían arrebatar? ¿No podía… no podía simplemente estar en paz? ¿Acaso era mucho pedir?
―No entiendo ―en su voz trémula escapó toda su frustración.
Ya había sido quebrada. Estaba cansada y, sin embargo, se sentía arder, iracunda, y el fuego estalló en su garganta.
―¡No entiendo! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué yo?! ¡¿Por qué siempre estoy rodeada de muerte?! ¡De desgracia! ¡No entiendo, maldita sea!
―Entonces conviértete en una exorcista, Lacie Walker.
Afortunadamente, Cross estaba acostumbrado a tratar con juguetes rotos.
―¿E-Exorcista?
―Ven conmigo y conviértete. La guerra es el camino que te puede llevar a lo que buscas.
Camino, sí, eso era mucho más esclarecedor para ella. Eso es lo que necesitaba y―
«Peligro.»
Pero…
«Nunca dejes de caminar, siempre sigue hacia adelante.»
Eso fue lo que le dijo Mana y ahora…
«Entonces, conviértete en una exorcista, Lacie Walker.»
Sacudió la cabeza ―la repentina incertidumbre, la ira rabiosa, la advertencia― y el General Cross sonrió satisfecho.
«¿Lo harás? ¿Me lo prometes?»
«Te lo juro Mana.»
Esta vez, detrás de él, se escuchaban los pasos de Lacie Walker.
[…]
Próximo capítulo:
―¿D-De verdad debemos ir allí?
―Los ciudadanos han estado enviado constante demandas, sobre personas que desaparecen y cosas así.
(…)
―Está maldita esa iglesia. Las cosas malas incluso acechan al padre Mark.
―Todos están asustados ―rió felizmente el Conde―. Mi precioso Akuma, mata más y más y evoluciona más~
(…)
―Es sólo una palabra o una cosa imaginaria que no existe. Yo no creo en maldiciones o Akumas, los odio.
―Pero, oficial, si el Akuma del que hablo yo no es el mismo al que usted se refiere.
―¿Exorcista? ¿Qué diablos es eso?
«Opening»
Notas de Autora: Para empezar, si cariño y amores míos soy Lizane Rameco (para quienes me recuerdan). Tuve un cambio de imagen de usuario, es más fresco creo xD
En fin, estos ¿Dos años no? He estado reescribiendo el fic, mi primer bebé y me dije ¡Hoy es el día! Así que, aquí lo tienen. Por cierto, tenganme paciencia, estoy de vacaciones pero estoy siendo tan meticulosa que me tardo en terminar los capítulos así que, cada quince días más o menos esperen una actualización. Si me tardo es porque no tengo internet ToT.
Sin más que decir, hasta la próxima y ya saben, dejen un comentario y para los nuevos lectores ¿Qué esperan para esta historia? ¡Nos leeremos pronto!
