NA: ¿Les he dicho que soy una masoquista de mierda? Pues lo soy, sepan que me gusta apretujarme los ovarios escribiendo dos historias al mismo tiempo (hasta pareciera que me sobra el maldito tiempo para escribir)

En fin, sigo sin superar mi último fail con el Cardverse así que les traigo una historia enfocada a lo que mejor se me da: LOS MALDITOS SENTIMIENTOS jajajaja, bueno, en realidad más a las personalidades. Un día solo me dio por juguetear con un personaje muy querido por el fandom y su versión alterna; nada de complots, guerras y ambientes tensos, solo un enfoque a un personaje que puede variar dependiendo del escenario en donde se le ubica.

Advierto de antemano que este fic no será largo, a lo mucho tendrá 4 capítulos y para mi mala suerte no actualizaré esta historia semanalmente como suelo hacer (cuestiones de tiempo y otro fic en publicación) aun con ello deseo con todo mi corazón le den una oportunidad a este humilde fic corto pero escrito con todo el amor de mi retorcido corazón. Sin mas que decirles espero les guste.

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EN TU ZAPATOS

Capítulo 1

Estados Unidos de América recorrió su mirada azul por su temido desván; soltó un larguísimo suspiro al ver los cerros enteros de cosas empolvadas, cajas de cartón, baúles, libros, ropa, muebles, cuadros e incluso juguetes.

Con un poco de miedo tanteó la pared encontrando el interruptor para encender la triste bombilla que apenas iluminó una parte del desván pero que bastó para que América temblara al ver que no solo eran cerros de cosas los que se alzaban en la habitación, sino también montañas enteras y una colección completa de comics descontinuados (la mayoría devorados por polillas y ratas).

-Ah… creo que hoy no es un buen día para limpiar- dijo riendo estruendosamente apagando rápidamente la luz saliendo de ahí y cerrando de un portazo; al hacer esto su sonrisa se borró de inmediato al escuchar varias cosas caer (al parecer) aparatosamente.

América cerró fuerte sus ojos al escuchar al menos por medio minuto mas el caer de algunas cosas y cuando todo quedó por fin en silencio la nación soltó un grito de frustración.

-¡Ah, no pueden obligarme a hacer esto!- se quejó el rubio haciendo pucheros de manera infantil –A eso ya no se le puede llamar desván, ya es un universo paralelo, seguramente hay formas de vida jamás vistas o algo así- seguía diciéndose echándole miradas de reojo a su tan temida puerta para luego forzarse a sonreír de nuevo.

-Ya lo haré después de pasar ese nivel de Gears of War- y se echó a reír alejándose un par de pasos de su desván dispuesto a jugar un buen rato, pero como si alguien estuviera vigilándolo en ese preciso instante, sintió el vibrar de su celular desde la bolsa de los pantalones.

Al instante rebuscó en sus bolsillos en donde se escuchaba la melodía de La Marcha Imperial; abrió el mensaje sin poder evitar rodar los ojos al mismo tiempo que soltaba un resoplido.

No olvides que hoy ese desván debe quedar limpio

Su jefe se había tomado la molestia de mandarle ese recado seguramente haciéndose la idea de que para esas horas su querido país estaría escapando de sus responsabilidades pues le había mandado expresamente a limpiar ese lugar temiendo que hubiera algún tesoro nacional entre las cintas de Star Wars y Batman.

Asustado América volteó a todos lados y cada esquina del pasillo.

-¡Mas te vale que no me estés espiando a mí también!- grito el rubio a nadie en particular entrecerrando sus ojos regresando lentamente sobre sus pasos.

-Espiándome a mi… ¿Quién se cree que es? Ya bastantes problemas me trajeron sus jueguitos de James Bond- mascullaba Estados Unidos enfrentándose por segunda vez a su cuarto de cacharros.

Respiró profundo llevándose las manos a las caderas mirando con decisión la puerta.

-Muy bien América, es hora de hacer esto, eres un héroe- volvió a decirse con decisión abriendo la puerta, prendiendo la luz y siendo recibido por esas colinas de recuerdos. Una vez más sintió esas irrefrenables ganas de huir pero esta ocasión se obligó a quedarse.

-Ya ahora… ¿Por dónde empezaré?...- se preguntó dando saltitos entre sus Playboy de 1952, los discos de vinilo de los 70´s, películas en VHS y otra sarta de cosas que bien podrían estar en un museo.

América respiro profundo y segundo después sufriendo un absceso de tos por las nubes de polvo que se alzaban provocados por cada paso que daba.

-Creo que comenzaré por la ropa, ya debe estar mohosa- y dicho esto fue hasta ese montón de prendas que iban desde trajes sastre de inicio del siglo pasado, conjuntos casuales y uniformes militares.

-¡Esto es tan viejo!- exclamó extendiendo y sacudiendo su uniforme de la Primera Guerra Mundial, aún tenía algunas medallas puestas pues para América estos simbolismos le parecían un tanto frívolos; sabía que muchos de sus soldados las portaban orgullosos, pero él sentía que no tenía nada de que enorgullecerse ni veía estas como un premio a algo que básicamente tenía que hacer sin opción, que era proteger su casa… además… no estaba orgulloso de tener que derramar sangre en el proceso.

-Esto no lo puedo tirar, es una reliquia- se dijo a sí mismo en un intento de doblarlo como se debía pero terminó por hacerlo bolita y botarlo en otro lado encontrándose esta vez con el uniforme que usó en la Segunda Guerra, igualmente retacado de medallas, se sonrió con melancolía al encontrar también su viejísima chaqueta de aviador con un número cincuenta bordado en la espalda, la bandera en una de las mangas y un parche en forma de avión junto con esa estrella en el pecho.

La piel de borrego ya estaba casi carcomida pero el forro y el cuero se mantenían aun en buen estado así que probó ponérsela notando que le quedaba un poco más ajustada que hace más de medio siglo.

-Todavía se me ve increíble- se dijo recordando cuando solía llevarla todo el tiempo a todas horas, le gustaba ir uniformado como sus hombres y de vez en cuando pilotear los aviones de guerra. Un golpe de nostalgia le atacó el pecho cuando recordó que muchos de esos viejos compañeros de vuelo, inconscientes acerca de quién era realmente él, volaban juntos… algunos murieron en el deber, otros fallecieron por la edad al final solo se había quedado América con su rostro de eterno adolescente.

Se quitó la chaqueta sintiendo como si esta fuera un activador de esos molestos sentimientos de tristeza y también la dejó junto con el resto de la ropa, cada una con una historia.

-Mejor tiro otras cosas- se dijo con una sonrisita forzada escarbando entre viejos libros de ilustraciones que también merecían estar tras el vidrio de una vitrina pero para mala suerte de varios museos, algunas hojas ya estaban arrancadas o rayadas; era un desastre cuando era apenas un niño.

-¿Por qué Iggy me compraba libros tan difíciles?- se preguntaba viendo los gruesos tomos y títulos que Inglaterra pretendió que leyera cuando niño pero este se rehusaba pues prefería salir de casa a jugar con los búfalos o corretear conejos por los campos de trigo, nunca fue tranquilo y pasivo como Canadá, él era un niño de aventuras y aun a sus más de cien años, lo seguía siendo.

Sacando las montañitas de varios clásicos británicos un cuaderno cayó captando la atención del americano. Era un diario encuadernado en cuero de hojas amarillentas.

-¿Qué es esto?- se preguntó al ver el Diary escrito en letras doradas y el ojiazul se sonrió al recordar que fue el primer y último intento de Inglaterra por controlar su espíritu rebelde y libre.

La Gran Bretaña le había regalado ese diario para que contuviera su hiperactiva imaginación a base de la escritura y no saliendo a perderse a los campos para enfrentar peligros, le dijo que podría escribir todas y cada una de las aventuras en lugar de escaparse de casa para vivirlas. Estados Unidos lo había intentado pero escribir no era su fuerte así que la mayor parte de las páginas estaban llenas de dibujos de los paisajes que veía cuando se iba a hurtadillas a explorar su casa.

-Era todo un libertino- se dijo entre risas viendo sus burdos dibujos de animales en su mayoría y campos abiertos de todo tipo hasta que en una página encontró un sencillo dibujo de una flor color lila y un nombre escrito en una caligrafía bastante mala, a Inglaterra le hubiera dado pena ajena ver esas letras que rezaban Davie.

Otro golpe de melancolía azotó a Alfred cuando pasó la página comenzando a leer sus propias memorias.

Hoy conocí a Davie. Davie es un muchacho que jugó conmigo toda la tarde, me mostró un libro en donde estaba dibujada esta flor. Le prometí encontrarla y llevársela mañana.

Las páginas continuaban con varios dibujos, al parecer América era bastante inconsistente con eso de llevar por escrito sus memorias aun con ello parecía no haberse olvidado de esa promesa e incluso entre sus dibujos había ilustraciones de diferentes flores pero ninguna era como la de al principio.

¡Volví a ver a Davie!... está un poco cambiado y creo que estaba ocupado como Inglaterra, apenas me hizo caso ¿Estará enojado por no haberle llevado la flor? Le pregunté a Inglaterra y me dijo que en su casa podía encontrarla, le pedí que me trajera un ramo grande. Espero le gusten.

Con el pasar de las hojas la caligrafía iba mejorando y los dibujos ya no eran solo rayones, mas aventuras en los campos y más largos lapsos sin escribir nada al respecto, era una suerte que ese diario no hubiera terminado en la basura al notar que escribía cada vez que se acordaba.

¿Recuerdas a Davie? Hoy fui a verlo a su casa. Las personas del pueblo y las que no son como Inglaterra y como yo son extrañas, se hacen como las uvas viejas, con el pasar del tiempo se arruga su piel ¿Por qué es así? ¿Por qué Inglaterra no cambia como lo hace Davie?

Él estaba con otros niños que lo llamaban abuelo; recuerdo la vez que conocí a esos niños Italia, también me contaron de alguien a quien llamaban abuelo, me pregunto que hace diferente a un abuelo de un papá y una mamá. Sigo sin entender.

Las hojas seguían, poco a pocos los dibujos se iban acabando y llego a una que parecía se había mojado además de tener unas letras muy mal hechas.

¡Tonto tonto tonto Inglaterra! Tardó demasiado en traer las flores ¡Tonto! Hoy fui de nuevo a casa de Davie, quería mostrarle que soy un hombre y cumplo con mis promesas, uno de esos niños que lo llamaban abuelo me recibió y pensé que era Davie como cuando lo conocí pero no era así. Fuimos juntos a su casa… pero Davie estaba dormido, yo no sabía por qué todos lloraban y el niño le puso las flores en esa caja donde dormía.

Cuando llegué a casa le pregunté a Inglaterra porque Davie estaba durmiendo en un lugar tan incómodo; me dijo que Davie había muerto… eso quiere decir que no va a despertar nunca aunque le llevé las flores que tanto quería mostrarle no va a despertar para que las vea. ¿Por qué los humanos mueren tan rápido o soy yo quien crece muy lento?

Me da miedo pensar que un día iré a dormir y jamás despertaré pero Inglaterra me dijo que eso no pasará porque yo no soy como los humanos, yo viviré mucho mucho mucho tiempo pero es algo triste ¿No crees?... porque veré a mucha gente irse a dormir y jamás levantarse así como Davie… no entiendo porque si somos iguales ellos viven de manera diferente, Inglaterra me dice que lo entenderé cuando sea más grande ¿Pero si crezco tan lento entonces cuando lo entenderé?... no es justo diario, no es justo que si Dios nos hizo a todos a su imagen y semejanza como dice el pastor de la parroquia yo sea tan diferente a él y al resto. No le he dicho a Inglaterra pero a veces odio ser lo que soy.

América cerró rápidamente el diario al leer esa última línea que con su pensamiento infantil fue a escribir. Recordaba la incertidumbre que en ese momento le provocaba la muerte, el sencillo concepto de que alguien deja de existir solo porque su cuerpo ya no puede dar más de sí, completamente diferente a él que dependía de muchas más cosas, que estaba conformado por cosas más complejas que un simple sistema de órganos, sangre y oxígeno.

Pasó sus ojos por todo su desván recordando que nunca se pudo contestar esa pregunta ¿Por qué él había nacido así? ¿Por qué eran necesarias las representaciones humanas de una nación? ¿Cuál era el objetivo de su existencia?...

Sacudió la cabeza sacándose esas preguntas que jamás en su vida le habían traído nada bueno y se dispuso a tirar el diario que le había traído recuerdos incomodos, pero al arrojar el cuaderno lejos este se abrió en la última página, una que ya no estaba escrita con garabatos de chiquillo hiperactivo, era un letra más cuidada, más madura.

Extrañado el ojiazul se acercó al cuaderno levantándolo para leer la frase que cerraba el diario.

Ser una nación es demasiado doloroso.

Solo eso decía con un punto al final y América recordó el porqué de aquella sencilla pero significativa oración. La había escrito el día antes de comenzar su guerra de independencia. Justo como esa tarde, aquel día había rebuscado entre su desván intentando deshacerse de todo lo que tuviera que ver con Inglaterra, seguramente se encontró con aquel diario y lo había releído como hacía en ese instante rememorando cosas y dudas, finalmente escribiendo esa frase solo para reiterar la repulsión que a veces sentía por su propia naturaleza. La de elegir a tu pueblo y sus necesidades por encima de sentimientos y deseos para sí mismo.

-Si que lo es- dijo el país viendo su colección de cosas, recuerdos de siglos pasados, de gente que conoció y murió, de guerras que habían dejado tragedia, de momentos fugaces de felicidad que habían quedado en el olvido de un cuarto empolvado. Se preguntó de nuevo ¿De que servía la inmortalidad si al final el tiempo para ellos era algo subjetivo, si a pesar de querer aferrarse a algo jamás podrían hacerlo durar?

La gente moría, los tiempos cambiaban, las costumbres se transformaban y nada duraba excepto ellos y su longevidad. Las naciones morían solo si eran destruidas por completo ¿Los países sentirían lo mismo que los humanos al morir? Los humanos dejaban familia, amantes, hijos, su esencia y las naciones… ellos dejaban pedazos de un libro de historia, cosas que la gente transformaría después a conveniencia. Sufrir en carne propia la historia de un territorio de nada servía si un día te hacían desaparecer y ese dolor solo quedaba registrado en fechas bajo títulos absurdos. Nadie entendería lo que una nación realmente cargaba en sus hombros.

-¿De qué sirve esta vida?- preguntó América quitándose los lentes llevándose una mano a la cara.

Era por eso mismo que odiaba limpiar su desván, porque de alguna manera guardaba las cosas a las que a base de un acumulamiento casi obsesivo quería aferrarse, como un patético intento de mantener un poco más de tiempo lo que sabía pronto desaparecía. Esas cosas eran el substituto de vivencias y personas, de momentos y fragmentos de vida que el tiempo le arrebataba con su correr.

La nación harto de esos sentimientos que un país no debería tener sacudió su cabeza y dio por fallida la misión de limpiar ese cuarto. Intentó salir del laberinto de triques a base de saltitos y esquivar cosas pero eran tantas que inevitablemente fue a dar de bruces y de cara al piso levantando con ello una espesa nube de polvo y que a su vez hizo temblar todo el resto de las cosas que fueron cayendo como una gran avalancha sobre el americano que logró sobrevivir.

-Ouch…- se quejó con lagrimitas saliendo de sus ojos viendo el grandísimo desastre que había ocasionado aunque algo curioso apreció de pronto en el desván, una cosa que definitivamente no estaba antes.

El rubio acomodó sus lentes sobre su nariz para ver bien lo que en su recién descubierta pared estaba pintado. Un enorme pentagrama blanco estaba dibujado con tiza sobre la pared de ladrillos rojos.

-Iggy otra vez haciendo sus cosas raras- masculló intentando levantarse gateando hasta el pentagrama que en cada esquina tenía diferentes símbolos escritos pero al estar dibujado con tiza le pareció increíble que no se hubiera borrado ya, de hecho, más increíble aun le parecía que alguien, seguramente el británico, hubiera logrado quitar todas sus cosas solo para hacer ese acto de vandalismo en su casa.

Con un poco de curiosidad y guiado por un peculiar impulso pasó su mano apenas rozando la pared por cada esquina del pentagrama, dibujando ahora con las yemas de sus dedos los complicados símbolos hasta que trazó con su tacto la última línea. Apenas separó su mano, el pentagrama comenzó a brillar.

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El rey de Espadas paseó su mirada azul por su escritorio rebosante de pergaminos y papeles. Documentos importantes de decretos, anuncios de otros reinos y ese montón de cosas tediosas que odiaba con cada fibra de su ser. Alfred rodó sus ojos y se dejó caer dramáticamente sobre el escritorio.

-¡Yao Yao~!- gritó lastimosamente a todo pulmón sin intenciones de mover un musculo pues sabía que su criado llegaría corriendo a su llamado, y si, justo ahí venía el moreno con pasitos cortos pero apresurados.

-¿Se le ofrece algo mi señor?- preguntó el sirviente tratando de recuperar el aliento pues había tenido que correr por ese ridículamente largo pasillo para llegar hasta su rey que inflando las mejillas y la cabeza puesta sobre la montaña de papeles lo miraba como un chiquillo que hace un puchero.

-Haz esto por mí- le dijo Alfred al pelinegro que sin querer dejó caer sus hombros en un gesto de cansancio.

-Pero mi señor, ese es su trabajo, lleva dos semanas posponiéndolo y yo no puedo hacerlo por usted- le dijo el pelinegro al rubio que frunció ligeramente el ceño.

-¡Eres mi Sota tienes que hacer lo que te digo!- chilló Alfred y ahora de verdad parecía que tenía seis años de edad o algo parecido.

-Hacer los deberes del rey no está dentro de sus obligaciones así que deja de comportarte como un mocoso mimado y ponte hacer tu trabajo que mañana tenemos una audiencia con el resto de los reinos- le regañó entonces una tercera e irritante voz. Alfred alzó la mirada encontrándose con un par de ojos esmeralda que lo miraban de manera reprobatoria.

El rey de Espadas se incorporó y se cruzó de brazos al igual que lo hacía la persona frente a él.

-Tengo una mejor idea Yao, dejemos que la reina haga el trabajo si tan obsesionado está con cumplir con el deber- dijo el rubio con una enorme y brillante sonrisa haciendo que el otro pareciera el doble de irritado.

-Eres un verdadero fastidio Alfred, si tu pueblo supiera de verdad la clase de persona que eres no te idolatrarían tanto- dijo Arthur en un intento de insultar al ojiazul que en su lugar hecho a reír estrepitosamente como era su costumbre mientras se encogía de hombros.

-No pueden solo odiarme Arthur, soy su héroe- y con esto dicho volvió a reír a carcajadas.

-Héroe hecho a base de historias ridículas y rumores dudosos además de una heredada reputación que ni siquiera tú te forjaste ¿Qué has hecho realmente por el pueblo además de darte aires de grandeza y dejar que Yao se encargue de todo? No eres más que un niño caprichoso e inutil, demasiado vanidoso incluso para tu propio bien- le dijo con tono venenoso el ojiverde al otro que parecía estar ignorándolo triunfalmente.

-Di lo que quieras, sigo siendo el rey, el héroe del reino de las Espadas y punto- respondió el ojiazul levantándose de su silla y tomando su larga gabardina azul obscuro con detalles y aplicaciones en forma de pica. –Yao, prepara mi caballo tengo ganas de montar un rato- le ordenó al otro.

-Pero señor su trabajo…- dijo la Sota viendo aun los cerros de papeles.

-Ya te lo dije, Arthur lo hará- dijo rodeando su escritorio y saliendo ahí con toda frescura.

-No vas a ningún lado Yao, haz que tu señor se ponga a hacer lo que le corresponde- ordenó de inmediato Arthur a la Sota que volteó a ver a ambos.

-Yao es mi Sota y hace lo que yo le digo. Prepara mi caballo- volvió a ordenar Alfred que parecía disfrutar el pelear con Arthur.

-También es mi sirviente ¿Recuerdas que soy la reina? Yao, quédate y haz que este mocoso termine lo que tiene que hacer- dijo con firmeza Arthur en lo que comenzaba a ser una lucha de autoridad. Alfred sin más volvió a soltar una carcajada soñadora.

-Mira Yao que tierno que Arthur crea que la reina tiene más poder sobre el rey- dijo el ojiazul acercándose al otro dándole palmaditas en la cabeza a lo que el otro le quitó la mano de encima de un violento manotazo molesto por el simple hecho de que lo tocara.

-Vámonos, dejemos a la reina trabajar en paz; suerte querido, no te esfuerces demasiado- le dijo con una sonrisa triunfal y burlona al otro que sintió sus nervios enervarse.

La Sota por su parte volteó a ambos lados encarando a sus dos señores, mientras que Alfred caminaba seguro de que su sirviente iría tras él, Arthur lo miraba con unos ojos que claramente le amenazaban si se atrevía a seguirle el juego a Alfred pero el rey tenía razón, la reina no tenía tanta autoridad como él y Yao servía lealmente a su señor desde que este era un niño.

-Lo siento mucho mi señor- dijo finalmente haciendo una profunda reverencia realmente arrepentido de tener que darle la espalda a uno de sus amos y yendo tras el rey de Espadas como si fuera un pollito tras su madre lo que hizo a Arthur soltar un sonoro gruñido de frustración y golpear con el puño el escritorio haciendo caer los papeles lo que empeoró su mal humor.

Odiaba a Alfred y esas actitudes altivas que se daba y odiaba más que otra cosa que este tuviera el poder de controlar a todos y hacer que se pusieran de su parte a pesar de saber que estaba haciendo mal.

Alfred iba con sus manos metidas en las bolsas de su larga gabardina silbando animadamente mientras caminaba en dirección a su nada discreto jardín de múltiples hectáreas y también a sus caballerizas. Escuchaba los pasos de Yao tras él y sabía que este no había sido capaz de contradecir una de sus órdenes directas, una pequeña jugarreta para el amargado Arthur que desde que se habían casado no hacía otra cosa más que reñirle y hacer insoportable la vida diaria en el palacio. Sinceramente no sabía porque diablos necesitaba una reina que más bien parecía una madre regañona.

Salió del palacio siendo recibido por los intensos rayos del sol y aun animado fue hasta el establo en donde Yao sin necesidad de que su señor le dijera algo se apresuró a ensillar el corcel pura sangre negro del rey que esperaba pacientemente en la puerta.

-Mi señor creo que debería ser más considerado con su majestad Arthur- dijo Yao desde dentro mientras que Alfred soltó un resoplido, ya había perdido la cuenta de cuantas veces su sirviente le había dado ese sermón.

-Seré más considerado cuando él se comporte bien conmigo, siempre me está insultando o buscando razones para regañarme- decía enfadado cruzándose de brazos escuchando los cascos de su caballo acercándose.

-Será porque usted siempre busca pretextos para hacerle rabiar- comentó Yao entregando las riendas del animal a Alfred que antes de montar acarició el hocico del caballo junto con sus largas crines azabache. El caballo solo relinchó como agradecimiento por los mimos que hicieron sonreír a Alfred.

-¿Estás insinuando que yo provoco esa actitud en Arthur?- preguntó el rey a su sirviente que por un momento estaba a punto de contestarle "pero claro que usted provoca eso, se la pasa molestándolo".

-Eh… no exactamente- atinó a decir descartando el pensamiento anterior. –Tal vez solo debería intentar ser más cortés con él y podrían hacer todo más llevadero- propuso a lo que el otro no pareció agradarle en absoluto la idea.

-Yo seré más cortés cuando él me trate como debo ser tratado- dijo el rey subiendo al caballo e irguiéndose al decir esto último dándole una apariencia un tanto arrogante que hizo suspirar a su lacayo.

-Perdone de antemano si lo que le digo suena rudo, pero recuerde que el respeto se gana, si quiere que lo traten así entonces es usted quien debe dar el primer paso- le aconsejó sabiamente Yao a su señor que negó rápidamente con su cabeza.

-Vives en un mundo muy diferente al mío. Los de tu clase deben mostrarse humildes para que sean respetados, yo soy de la realeza, no tengo permitido bajar la cabeza solo para algo que el resto ya está obligado a hacer- contestó Alfred mirando a otro lado extendiendo su mano para recibir las riendas del caballo pero Yao tardó un momento.

-¿De verdad cree que nosotros y usted somos tan diferentes?- preguntó Yao con esas enigmáticas miradas a lo que Alfred se sonrió a medias.

-No todos, tú eres mi mejor amigo Yao… a veces creo que eres el único que está de mi lado así que siempre te veré como un igual- le dijo a lo que Yao pareció feliz con la respuesta y le entregó por fin las riendas al rey que con un golpecito con su pie al caballo comenzó a correr a todo galope.

Mentiroso. Pensó Yao, sabía perfectamente que el rey Alfred no veía a absolutamente nadie como su igual, por desgracia toda su vida le habían taladrado la cabeza con esa idea y finalmente en su crianza hicieron del bondadosos rey un vanidoso muchacho.

El rey de Espadas iba sobre su caballo que galopaba a todo lo que podía, Alfred se inclinaba un poco para mantener el equilibrio y no caer, sentía la brisa despeinarle y de vez en cuando cerraba los ojos con la tentación de soltar las riendas y extender sus brazos solo para sentir por meros segundos que volaba, que era arrastrado por la brisa lejos de ese lugar asfixiante que últimamente se había convertido su propia casa, pero como no podía solo se limitaba a ir mas rápido como si su corcel fuera a llevarlo lejos de ahí, lejos de incordios y problemas, de sermones que todos los días escuchaba, de responsabilidades que a sus 19 años tenía que llevar sobre su espalda.

Si, lo sabía, sabía perfectamente que aún era un mocoso, sabía muy bien que Arthur no lo iba a respetar si él no cedía un poco y se mostraba más gentil o por lo menos educado. Sabía que era un héroe prefabricado por la reputación que el antiguo rey se había ganado con sus hazañas y que solo le fue a heredar. Sabía que solo era un muñeco que todos veían como héroe simplemente por estar sentado en el trono. Estaba más que consciente que sin Yao a su lado no sería absolutamente nada, sabía que necesitaba de una reina como Arthur porque de lo contrario su trono no se mantendría estable mucho más tiempo.

Sabía muy bien que tal vez era un tanto inmaduro, no tan inteligente… pero era fuerte, lo suficientemente fuerte como para haber soportado toda una infancia en donde se le inculcó que estaba por encima de todos, incluso del resto de los reyes. Era el heredero del reino de las Picas, el representante de la filosa Espada, tenía que estar a la altura y jamás ser superado. Le obligaron a creerse todo esto a actuar como si fuese digno de estas ideas… pero entre más crecía, entre más veía el mundo en sus verdaderos colores (o desde la ventana de su palacio) se daba cuenta de que nada de esto era cierto.

Siempre necesitaba gente a su alrededor, ya fuera Yao, sus consejeros o incluso otros reyes. No era tan suspicaz como Arthur que era frío y calculador cuando se trataba de tomar decisiones, no conocía a su propia gente pues siempre estaba atrapado en las cuatro paredes de su palacio. No tenía ni idea de cómo debía actuar un rey así que tomaba los logros del resto como suyos y nadie ponía replica en esto porque él era el rey, tenía la corona en su cabeza.

Pero a veces le gustaría aprender, pedir ayuda sin embargo no podía ¡Qué vergüenza que el rey Alfred pidiera consejo para llevar el control de su propio pueblo! ¡Que indigno de su parte el mostrar siquiera un atisbo de debilidad o duda! El antiguo rey nunca fue así, el antiguo rey jamás hubiera hecho tal cosa. Así que con esto en mente seguía en su papel de adolescente ególatra enterrando muy dentro los verdaderos deseos de que alguien lo socorriera, para que alguien le dijera como hacer su trabajo, de agachar su cabeza y mostrarse humilde solo para ser un mejor rey.

-¿De qué sirve esta vida?- se preguntó deteniendo por fin al caballo enterrando su cara en las crines del animal. ¿De qué servía una vida en la que estaba destinado a solo ser un títere, una careta de un pueblo entero, de esfuerzos de varias personas tras él?

Que inservible e inútil se sentía al saberse solo una herramienta, una portada de su propio reino… podrían ponerle a alguien más la corona y finalmente sería exactamente lo mismo.

Alfred volvió a alzar la cabeza queriéndose sacar esos pensamientos de la cabeza pues solo le nublaban lo que realmente debería tener en mente que era todo menos los lamentos de un mártir.

Al enderezar bien su espalda pudo notar que estaba en una parte de sus terrenos que no recordaba (su jardín era tan inmenso que solía olvidar lo que había ahí); miró por todos lados intentando ubicarse viendo entonces un abandonado invernadero que nunca tuvo idea estaba ahí. Un poco curioso bajó de su caballo y lo dejó pastar tranquilamente mientras él iba a la abandonada casita de paredes y techo de cristal que estaba casi cubierta en su totalidad por una salvaje enredadera que parecía querer devorar todo.

La puerta estaba prácticamente tirada así que entró con cuidado de no pisar algunos cristales que estaban hechos añicos viendo que efectivamente la enredadera se había hecho paso desde el interior atrapando con sus ramas espinosas cada cosa a su paso. Había macetas rotas, todas las flores estaban marchitas solo dejando el recuerdo de su esplendor en pétalos color marrón y tristes ramitas débiles que se doblaban patéticamente; había telarañas por todos lados que brillaban contra luz, un grillo travieso cantaba a su soledad mientras que alguna o dos abejas intentaban buscar flores frescas entre los vestigios.

-Creo que este lugar aún se puede rescatar- murmuró el rey mirando el techo en donde había un gran tragaluz y al pasar sus ojos por cada espacio visible pudo encontrar una pared de ladrillo al fondo que desentonaba por completo con la arquitectura de cristal. Extrañado ligeramente por este detalle el rey se hizo paso por los pedazos de maceta, cristal y la mala hierba que había nacido.

Se quitó sus pulcros guantes blancos para quitar la enredadera que cubría gran parte de la pared de ladrillo, soltó un leve quejido cuando las espinas se enterraron en sus manos poco acostumbradas a los trabajos rudos, pero después no le importó este detalle cuando en el muro se adivinaba un dibujo hecho con tiza.

Empezó a quitar toda la enredadera, poco le importaba que se estuviera lastimando la piel y su ropa estuviera quedando hecha un asco; se sacó la gabardina junto con el chaleco azul, dobló los puños de su camisa hacía arriba y siguió con su trabajo de ir descubriendo el pentagrama pintado en la pared y que parecía tan reciente, cosa que era prácticamente imposible tomando en cuenta que esa enredadera parecía llevar ya mucho tiempo cubriendo la pared.

Finalmente sucio, sudado y lleno de tierra y callos en las manos vio el pentagrama completo que tenía diferentes símbolos escritos en cada esquina. En un absceso provocado por un sentimiento aún más grande de curiosidad, pasó su mano por el dibujo recorriendo con sus dedos cada parte de la estrella pintada, cada línea, trazo y símbolo como si este intentara decirle algo.

Al terminar de tocar cada parte del extraño pentagrama este comenzó a brillar con tal intensidad que el rey se vio forzado a cerrar sus ojos quedando momentáneamente cegado por la luz. Unos segundos después entreabrió sus ojos notando que la pared se había convertido en una superficie transparente y como si esta fuera un espejo mostraba a otra persona frente a él, ambos con la mano posicionada en el mismo lugar como si fueran a entrelazar sus dedos en cualquier momento.

Tras parpadear un rato el rey reparó que la persona frente a él tenía un rostro idéntico al suyo. Ambos rubios se miraron largamente y justo al mismo tiempo gritaron echándose hacia atrás cayendo perfectamente coordinados sobre sus espaldas sin dejar de gritar.

-¡¿Quién eres?!- exclamaron al unísono lo que volvió a provocar en ellos otros grito de pánico.

El rey Alfred veía al otro lado un cuarto obscuro atascado de cajas y entre ellos a ese clon suyo con extrañas ropas y unos anteojos.

Por su parte Estados Unidos veía un viejo invernadero abandonado y un tipo vestido de traje y ¿monóculo? Que lo miraba extrañado y aterrorizado.

-¡Co… contéstame! ¿Quién eres?- preguntó el rey tartamudeando ligeramente pretendiendo hacerse el fuerte.

-¡No, tú contéstame!- espetó el americano también temeroso de notar que incluso tenían voces idénticas.

Alfred carraspeó ligeramente fingiendo valentía y acomodándose la corbata negra levantándose esperando que el temblor en sus rodillas no fuera notorio. Intentó poner esa pose digna que siempre hacía en presencia de otras personas de alto rango y contestó.

-Soy el supremo rey de Espadas- contestó viendo al otro ladear un poco la cabeza mientras seguía en el piso.

-Yo soy Estados Unidos de América - contestó el país realmente confundido provocando un largo y muy incómodo silencio en donde el rey miró de manera meticulosa cada detalle del llamado Estados Unidos y todavía temeroso alzó una ceja para pretender un poco más de valentía.

-Tienes un nombre raro- el rey le dijo al otro rubio que por fin atinó a levantarse sacudiéndose el polvo dándose cuenta de que ambos medían exactamente lo mismo.

-Técnicamente ese es mi nombre real porque soy una nación, pero también tengo un nombre humano, me llamo Alfred ¿Y usted majestad?- dijo al recordar que este se había presentado bajo el título de un rey y como él nunca tuvo una monarquía establecida en su casa supuso que lo correcto era llamarle majestad.

-Ta… también me llamo Alfred. Pero me parece curioso lo que me acabas de decir ¿Qué has querido decir con eso de que eres una nación? No entiendo- dijo frunciendo ligeramente el ceño, el otro se mostraba extrañamente despreocupado, ni siquiera se tomaba la molestia de bajar la cabeza o hacer una reverencia.

-Pues eso mismo, soy una nación, un país, territorio… aunque bueno, es un poco difícil de explicar a…- América hizo entonces una pausa repentina viendo al otro que parecía querer entender -¿Tú eres mortal?... me refiero si eres un humano común y corriente, normal- decía América a lo que el rey pareció repentinamente ofendido.

-¿Pero qué insinúas? No soy ni común ni corriente, mucho menos normal; soy el rey de Espadas te lo acabo de decir, insolente- le regañó al otro que no pareció arrepentido mucho menos afectado por la reprimenda así que a base de algunos traspiés se acercó más al muro que ahora era solo una pared transparente.

Al intentar apoyar su mano sobre este, al parecer, mágico muro su mano atravesó hasta el otro plano así que temeroso se hizo hacía atrás al igual que el otro Alfred. Después del repentino susto Estados Unidos volvió a hablar.

-Entonces ¿Eres un humano, eres mortal?- le preguntó de nuevo al rey que frunció ligeramente el ceño.

-Por supuesto que lo soy- dijo sin entender porque la nación de pronto parecía tan maravillada con esto, incluso ponía una extraña expresión en su rostro, no sabría decir si era triste o de alivio.

-Entonces en algún otro mundo también soy mortal- susurro América queriendo poner sus manos de nuevo sobre esa pared traslucida pero reprimiéndose de ello.

En otro mundo era un humano como cualquier otro, era mortal, no eterno… era solo un alma mas aunque fuera un rey jamás algo así se comparaba con ser una nación. Se vio a sí mismo como una persona que no cargaba con el peso de más de un millón de vidas, que no había sufrido más de un siglo de diferentes episodios de guerra y conflictos, se veía a si mismo desencadenado de una existencia a la que aun después de centenares de años no encontraba significado. Se vio tan libre al otro lado de esa pared.

-Dime Alfred…- comenzó a decir América como si su boca estuviera siendo movida por alguien más, por deseos que había tenido que enterrar muy en el fondo de su consciencia -¿Te gustaría cambiar lugares conmigo?- preguntó sintiéndose raro por llamarse a sí mismo pero por encima de todo temeroso de lo que estaba haciendo ¿A tal punto le había arrastrado su vida como la personificación de un país? ¿A ese extremo de sentir el imperioso deseo de escapar?

Por su parte el rey de Espadas abría mucho los ojos, veía a ese otro ser idéntico a él hablando en serio. No sabía aun a que se refería cuando le dijo que era una nación, no podía hablar de manera tan literal pero ciertamente aquel individuo tenía un aura diferente, podía deducirlo con el solo verlo, a pesar de sus caras idénticas había algo casi sobrenatural en ese azul de sus ojos, el trigueño de su cabello y su piel… era raro.

-¿Eres libre?- le preguntó el rey de pronto a América que se sonrió ampliamente.

-Me llaman el país de la libertad- dijo la nación a lo que su majestad tragó saliva de manera sonora y apretó fuerte sus puños.

-Cambiemos lugares- dijo con firmeza accediendo a tomar la libertad anhelada aunque fuera haciendo disparates, era descabellado solo de pensar que había accedido a aquello, ni siquiera sabía a qué era a lo que se estaba enfrentado. Pero lo necesitaba, rogaba ser libre y arrancarse de una vez por todas la corona.

América de inmediato borró la sonrisa y ambos pusieron un semblante serio que no cuadraba para nada con sus personalidades, respiraron profundo y dieron un paso cada quien hacía enfrente, pasaron su mano por esa pared transparente sintiendo una extraña sensación en el momento preciso en que sus manos atravesaron aquel muro invisible pero que evidentemente separaba dos mundos.

La sensación de ser devorados por un vacío desde su interior, se incrementó a la hora en la que la mitad de sus cuerpos ya estaban cruzando el plano contrario, finalmente cuando estuvieron al otro lado se dieron media vuelta para mirarse una última vez. El rey era ahora nación y la nación era ahora rey.

Dieron otro parpadeo antes de que inevitablemente fueran a caer inconscientes.

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Estados Unidos de América abrió su par de ojos azules que veían todo absolutamente borroso pues no traía puestos sus lentes, un fuerte dolor le atacó la cabeza apenas terminó de desperezarse por completo.

-¡Ouch!- se quejó llevándose la mano a la parte de atrás de la cabeza en donde sintió un enorme chichón. Se removió en la que pensaba era su cama, dio varias vueltas… más de las que pudo haber dado en su modesto colchón matrimonial.

Forzando su vista borrosa notó que estaba en una enorme cama con doseles de gaza de seda, un gran cobertor azul obscuro cubría toda la extensión de esa monumental cama y tenía muchos almohadones también forrados en brocado azul en todo su alrededor.

-¿Qué diablos?- preguntó buscando sus lentes en la mesita de noche teniendo que estirar bastante su brazo para lograr alcanzar el mueble sin embargo lo único que encontró ahí fue un monóculo con cadenilla de oro y un reloj de bolsillo en forma de pica.

-Adiós vista periférica- dijo cuándo después de al menos tres intentos logró ponerse el lente sin que se le cayera viendo un poco mejor toda la habitación; era enorme, casi podía meter un departamento todo amueblado en ese cuarto.

-No puede ser- dijo cuándo pensó que parecía el cuarto de un rey… y bueno, recordó de inmediato que justo había intercambiado lugares con uno. -¡¿Es en serio?!- exclamó diciéndose a sí mismo saltando de la cama saliendo de los cobertores dándose cuenta de sus ostentosas ropas de dormir de fino lino que vestía, demasiado para él que prefería un par de calzoncillos y una playera interior.

Se dispuso a bajar de la cama de un salto pero no contó con que esta fuera demasiado alta y fue a dar de bruces en el acto estrepitosamente.

-¡Me señor!-escuchó entonces que alguien entraba seguramente en su auxilio para ayudarle a levantarse, cuando por fin lo hizo reparó en el mismo China que le ayudaba a incorporarse.

-¿China? ¿Qué diablos haces aquí?- le preguntó al que en realidad era la Sota de Espadas que lo miraba con preocupación.

-Recuéstese mi señor, ayer se dio un fuerte golpe en la cabeza y al parecer aún está confundido- le dijo el moreno llevándolo de nuevo a la cama en la que América prácticamente tuvo que trepar mientras miraba extrañado al que él pensaba era la milenaria nación oriental.

-No me llames mi señor, derechos humanos me va a reñir si piensan que uso chinos como esclavos, ya suficiente tengo con las leyes laborales- decía América mientras el otro no parecía entenderle ni la mitad de lo que le decía.

-Ese golpe debió haber sido muy fuerte, está hablando incoherencias- decía el preocupado Yao mientras arropaba al rubio que se sentía realmente incomodo de que China estuviera tratándolo con tanto respeto.

-No digo incoherencias, eres tú el que está actuando raro ¿Y porque vistes así? Es mas ¿Por qué diablos estás en mi casa?... aunque creo que esta ni siquiera es mi casa- decía América al tiempo que su sirviente le acomodaba las almohadas.

-Creo que ese golpe fue más fuerte de lo que pensamos, será mejor llamar al médico- decía la Sota.

-No te molestes Yao, Alfred solo ha quedado un poco más idiota de lo que ya estaba, no es como si fuera muy difícil lidiar con eso- dijo entonces una voz conocida para la nación, de inmediato volteó a hacía la puerta viendo recargado en el marco a Inglaterra que llevaba un frac azul rey con un moño de seda al cuello y un pequeño sombrero de copa ladeado sobre su cabeza.

-¡Inglaterra! Tú también estás aquí ¿Qué pasa con China?- decía el ojiazul queriendo salir de nuevo de la cama pero el moreno se lo impidió y quien en realidad era la reina Arthur solo alzó una ceja.

-Tal vez me equivoqué y quedaste mucho más idiota- insultó Arthur acercándose hasta la cama del supuesto rey.

-No tienes que hablarme así- dijo América inflando sus mejillas mientras que el ojiverde soltaba una risa seca y sin humor.

-Perdón su majestad por no hablarle como el resto de sus lacayos pero tengo que hacerle saber lo estúpido que fue por irse a meter a un invernadero abandonado y de paso golpearse la cabeza- dijo Arthur en un exagerado tono respetuoso después cambiando de actitud –Yao y yo te hemos dicho más de mil veces que te comportes, ya no eres un niño así que deja de andar jugueteando como si el palacio fuera tu patio de juegos y más te vale que te recuperes para la tarde, tenemos una audiencia con los demás- le dijo en un tono frío y autoritario mientras salía del cuarto sin siquiera preguntarle si se encontraba bien.

-¿Qué le pasa?- preguntó América viendo a Arthur salir -¿Le hice algo malo o no se ha tomado su té matutino?- le preguntó a Yao que soltó un largo suspiro.

-No, de hecho parece estar de buen humor hoy- comentó el sirviente después dirigiéndose de nuevo a su amo. -¿Está seguro de que se encuentra bien?- le preguntó de nuevo con ese tono de preocupación que le pareció tan extraño al ojiazul.

-Eh… si, solo contéstame unas cosas- dijo Alfred a lo que el otro asintió con la cabeza –Para reafirmar, dime quien soy, en donde estoy y porqué tú e Iggy están aquí- enlistó a lo que el moreno volvió a asentir con la cabeza.

-Usted es mi señor Alfred, el rey de Espadas, está en su palacio en el reino de las Espadas, yo estoy aquí porque soy su Sota y sirviente y… no sé quién sea ese Iggy- contestó cortésmente la Sota sorprendiendo por esto último a la nación.

-Iggy… Inglaterra… Gran Bretaña… el loco pirata del té- decía Estados Unidos solo confundiendo aún más a Yao que sin duda no parecía entender al rubio.

-¿A… Arthur?- dijo finalmente no acostumbrado a usar el nombre humano del británico y por fin Yao comprendió.

-Oh, mi señor Arthur, está aquí porque es la reina de Espadas- contestó sin más la Sota a lo que América intentó procesar este sencilla pero significativa frase.

Arthur la reina de Espadas… Inglaterra la reina de Espadas… Alfred el rey de Espadas… Estados Unidos el rey de Espadas.

-¡¿QUÉ!?- soltó de pronto sobresaltando al pelinegro –O… o… ósea que Iggy y yo…- comenzó a decir América tartamudeando alzando su mano izquierda en donde vio una argolla plateada justo en su dedo anular -¿Estamos casados?- dijo casi en un hilo de voz abriendo mucho sus ojos.

-Naturalmente- dijo Yao viendo como la cara del rubio se pintaba completamente de rojo y de pronto se escondía bajo los cobertores seguramente por la vergüenza de su descubrimiento, parecía una oruga hecha de sabanas.

-¿Mi señor, se encuentra bien?- le preguntó Yao cada vez más extrañado por esas reacciones y actitud por parte de su señor.

Dentro de su coraza de cobertores el corazón del país americano latía con fuerza mientras veía el anillo nupcial en su dedo. Era imposible que en un mundo paralelo estuviera casado con Inglaterra, no podía ser, definitivamente era imposible que Inglaterra… correspondiera sus sentimientos…

Además ¿No se supone que las reinas son mujeres? Con esto en mente luchó contra los cobertores para salir encarando ahora enfadado a su sirviente poniéndole las manos en los hombros apretándolos con fuerza.

-¿Me estás diciendo la verdad? ¿Cómo es posible que Arthur sea mi es… es… esposo…- preguntó todavía apenado por esto último zarandeando al que pensaba aun, era el chino.

-Es la verdad, sería completamente incapaz de mentirle. Su majestad Arthur y usted son los reyes de las Espadas, créame por favor- decía Yao hablando entrecortadamente por los zarandeos hasta que el rubio se detuvo y lo soltó soltando un grito ahogado que aparte tuvo que acallar poniendo sus manos en su boca.

Eso era demasiado bueno, era un ser mortal casado con la persona que por tanto tiempo había amado y de paso tenía a China como sirviente (aunque no estaba seguro de si eso era bueno o malo) se sentía tan feliz que podría explotar en cualquier momento.

-¡Ya estoy bien, voy a vestirme y a desayunar! Arthur dijo que teníamos una audiencia ¿No? Tengo que estar listo- dijo saltando fuera del colchón esta vez calculando bien la altura de la cama y sacando a Yao a empujones.

-Bajaré en seguida- le decía hasta sacarlo de la habitación.

-E… espere mi señor… espere- decía Yao que terminó fuera del cuarto con la puerta cerrándose en su cara. -¡Mi señor tengo que ayudarle a vestirse!- gritó el moreno desde el otro lado.

-¿Ayudarme a vestir? Pero si puedo hacerlo solo- murmuró América sin abrirle la puerta al pobre sirviente que aún lo llamaba y yendo hasta el monstruoso ropero que estaba lleno de gabardinas, camisas bien almidonadas, pantalones, corbatines, zapatos y todo el vestuario que parecía digno pero de una obra de teatro.

América se sonrió ampliamente, sus ojos azules brillaban al igual que su sonrisa, era tiempo de interpretar el papel de un rey.

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Alfred el rey de Espadas soltó un ronquido mientras viraba sobre la estrecha cama y se enredaba en los cobertores que le picaban incómodamente la piel, estiraba su mano esperando encontrarse con uno de los incontables cojines de su cama pero solo alcanzó a apretar una almohada poco acojinada. Soltó un gruñido entre sueños y giró en el colchón, al tercer giró fue a dar aparatosamente al suelo. Su cama era más pequeña de lo normal.

-¡Ouch!- se dijo al momento en el que fue a dar al piso y otro quejido más se sumó cuando sintió su cabeza punzarle, se pasó la mano por el cabello notando un prominente chichón en la parte de atrás de su cabeza.

-¿Qué me pasó?- preguntó viendo todo borroso intentando desenredar las sabanas de sus pies y levantándose pero al dar un par de pasos el dedo meñique de su pie golpeó dolorosamente con el filo de su cabecera.

Soltó un largo chillido mientras reprimía las lagrimitas y se mordía la lengua para de verdad no llorar por el dolor. Cojeando y apenas logrando enfocar su mala vista tanteó la cama y dirigió sus manos hasta la mesita de noche en donde sintió el cristal de un par de lentes a pesar de estar buscando su monóculo, tras descifrar como se usaban, se los puso y pudo notar que veía muchísimo mejor que solo con la lentilla circular de siempre.

-¿En dónde diablos estoy?- preguntó al ver el triste cuartito que podría equivaler a su cuarto de baño, había un ropero modesto y la cama que parecía la de un sirviente. Después reparó en su ropa, un par de calzoncillos con un estampado que tenía un escudo de armas peculiar, o al rey le pareció peculiar el símbolo de Batman en su ropa interior.

-¡Yao!- gritó llamando a su sirviente para que este viniera a explicarle en que lugar se encontraba -¡Yao!- volvió a gritar cuando el moreno no se presentó en los diez segundos que le dio para aparecerse.

-¿Yao?- dijo esta vez un poco asustado pues no se escuchaba ni un solo ruido en el lugar. Salió de lo que a sus ojos era un ridículamente pequeño cuarto y fue al pasillo que recorrió en menos de cinco pasos. Ese lugar era diminuto, bajó las escaleras, se metió a la cocina, pasó por la sala viendo la colección de fotografías en una repisa. Todas mostraban a un muchacho idéntico a él con diferentes personas y en diferentes épocas.

-Yao- dijo al reconocer a su sirviente en una de las fotos en donde estaba ese tipo igual a él acompañado nada más y nada menos que del rey de Tréboles Iván, el rey de Diamantes Francis, su misma Sota y Arthur. En esa foto se veían todos tan diferentes a como él los conocía; todos llevaban una especie de uniformes y parecían posar para el fotógrafo, el rubio de ojos azules sonreía abiertamente pasándole un brazo por el hombro a Arthur que a pesar de tener el ceño fruncido no parecía molesto de verdad. Detrás estaba el rey de Tréboles que sin querer (o el fotógrafo había captado sin quererlo) miraba a la Sota de Espadas de reojo mientras este se mantenía en una pose más seria evitando al rey de Diamantes que se paraba esperando mostrarse elegante y listo para la foto.

Si tuviera que decirlo de alguna manera, el rey podría atreverse a pensar que ahí todos parecían amigos.

Pasó su mirada por el resto de las fotos en una más grande aparecía una gran feria y celebración, entre el tumulto de gente detrás se alcanzaba a ver un gran letrero pintado de rojo azul y blanco. "Feliz día de la Independencia" rezaba el letrero y se veía al mismo rubio de ojos zafiro alegre, en una imagen se había capturado la felicidad de ese momento en donde sus ojos brillaban con mucha intensidad haciéndole competencia a su sonrisa.

-¿Yo he sonreído así alguna vez?- se preguntó el rey tratando de recordar alguna ocasión en que se hubiera sido tan feliz que sintiera la felicidad desbordársele por los poros pero no recordaba ninguna en especial.

De pronto algo lo sacó de su ensimismamiento, una melodía extraña lo hizo saltar cuando escuchó la música reproducirse de la nada. Temeroso volteó a todos lados tratando de averiguar de dónde venía la música y miró por todos lados hasta que vio la pantalla luminosa de una cosa que al vibrar hacía también un ruido extraño sobre la mesita de centro de la sala.

Alfred miró con extrañeza el aparato que decía "Llamada entrante. Iggy" y otra opción que decía "contestar". Tragando saliva de manera sonora puso la punta de su dedo en el "contestar" esperando que algo sobrenatural sucediese.

-¡América! ¿En dónde diablos estás? ¿Sabes cuánto maldito tiempo llevamos esperándote? Eres el maldito anfitrión, carajo, al menos haznos el favor de llegar a tiempo a las juntas- la enfadada voz de Inglaterra salía desde el extraño aparato asustando de nuevo al ojiazul.

-¡¿Arthur eres tú?! ¿En dónde estás?- preguntó casi a gritos el rey buscando al ojiverde.

-¿Arthur?... ah, como sea, estoy en la sede de las Naciones Unidas ¿Recuerdas que tenemos una gran junta para debatir los problemas que tus resfriados nos ocasionan? Trae tu maldito trasero de una vez por todas o Rusia va a empezar a enojarse y nadie quiere ver a Rusia enojado. Por cierto, si te atreves a ir con una playera de Star Wars te juro que te dejo desnudo en la junta, quedas advertido- le amenazó Inglaterra a lo que Alfred apenas y podía seguirle el hilo de lo que estaba diciendo.

-Espera, no te entiendo nada ¿Sabes dónde está Yao? No lo encuentro por ningún lado y no sé donde estás tú ¡Ni siquiera sé dónde estoy yo!- decía el ojiazul escuchando los bufidos enfadados del británico al otro lado de la línea.

-Si por Yao te refieres a… espera ¿Cuál de todos ellos es Yao? ¿Corea?… no, ese no es… oh si, China, creo que es China; él está aquí también, haciendo sus berrinches de porque le haces perder el tiempo cuando puede estar explotando a sus menores de edad en su casa y seguramente tú estás haciendo campamento enfrente de alguna tienda de videojuegos para comprar una consola. Tú jefe ya mandó a alguien a recogerte a tu casa, arréglate y ven de inmediato aquí- y con esto dicho le colgó.

-¿Arthur?... ¡Arthur no te atrevas a dejarme hablando solo!- le gritó pero no hubo respuesta viendo como la pantallita dejaba de brillar y se quedaba en negro -¿Qué le pasa a ese tonto? ¿Y por qué Yao está con él y no conmigo?- se preguntaba rascándose la cabeza intentando responderse a todas estas preguntas de pronto cayendo en la cuenta de algo de suma importancia.

Arthur había mencionado algo de naciones unidas… recordó entonces ese raro encuentro que tuvo en el invernadero en donde aquel clon suyo dijo ser una nación ¿Sería acaso que su cambio de lugares había sido real y no solo un sueño? Eso quería decir entonces… ¿Era libre de la corona?

Alzó su mano y se dio cuenta de que no llevaba su anillo de matrimonio, subió de nuevo corriendo hasta la habitación y al abrir el closet no encontró las ostentosas ropas de rey, ni siquiera había joyas en el lugar, toda esa pequeña y humilde casa era solo para él, no había sirvientes que le dijeran que hacer, no había consejeros que le recordaran mantener las maneras, ¡No estaba Arthur para recordarle desde primera hora lo inepto que era! (esa llamada no contaba como tal) Estaba solo, era libre.

Alfred soltó una gran carcajada y se subió a la cama saltando en ella, cosa que siempre quiso hacer en su gran cama pero que Yao nunca le permitió.

-¡Soy libre!- dijo mientras reía aun a risotadas alegres, era libre y no podía pedir algo mejor, era dueño de su propia vida.

Mientras seguía saltando como loco sobre la cama el timbre resonó en la casa y después alguien llamaba a la puerta. El rey Alfred se detuvo de su momentánea diversión y se asomó por la ventana viendo hombres vestidos de negro que al verlo asomándose lo llamaron.

-Señor, tenemos que llegar pronto a la junta, el presidente lo espera- le gritó uno de los hombres de lentes negros.

-¿Junta?... creo que aunque no sea rey todavía tengo que responsabilidades- murmuró soltando un suspiro. –Bajo enseguida- dijo dándose el lujo de gritar a lo que el hombre asintió con su cabeza. Vaya, que bien se sentía romper las cortesías y poder gritar desde una ventana, de haber estado en presencia de su Sota o de su reina ya lo hubieran reprendido por ello.

Fue hasta su armario ahora enfrentándose al primer reto del día: Vestirse solo.

Era una suerte que hubiera puesto atención a las muchas veces que Yao con su meticulosidad, le ayudaba a vestirse todos los días, pero eso no quitó el hecho de que abotonar una camisa era un ritual de lo más complicado, ni que decir de amarrar los cordones de los zapatos y se había dado el lujo de dejar la corbata pues sencillamente hubiera muerto estrangulado a la hora de intentar hacer el nudo.

El hombre que hacía de chofer casi se le cayeron los lentes obscuros cuando vio al otro aparecer frente a la puerta. Dio un largo suspiro y negó con la cabeza.

-No es momento de bromas- masculló y le arregló bien la camisa. –Vamos antes de que se haga más tarde- le abrió la puerta del auto negro al que Alfred se subió como si fuera testigo del invento de ingeniería más asombroso de todo el siglo.

Era poco decir lo emocionado que estaba de ir en un transporte que no era jalado por caballos, y miraba por la ventana recorriendo con sus ojos cada ínfimo rincón de la ciudad; era una aventura, y los hombres ni siquiera le decían que no mostrara su cara como sucedía con Yao cuando salían en el carruaje a las afueras del reino. Nadie lo estaba regañando por nada y estaba haciendo lo que quería.

Otra experiencia fue entrar al rascacielos, ese monstruo de edificio, subir al elevador fue como pasar por un vórtice sobrenatural que lo llevó a otra planta del lugar y finalmente cuando le indicaron a que sala tenía que ir su sorpresa apenas comenzaba.

Abrió la puerta siendo recibido por una gran mesa circular rodeada de gente, entre todos los presentes pudo distinguir a los cuatro reyes y reinas de la Nación de los Naipes.

Entonces el rey se convertía en nación.