Disclaimer: No es que nadie lo sepa, pero lo repito por si las dudas: Los personajes mencionados aquí, de la serie InuYasha, no me pertenecen en lo absoluto ya que una señora llamaba Rumiko Takahashi los inventó primero. Por lo demás, el argumento, trama o llámese historia, es de mi completa autoría.

Summary: Antigua Grecia, 430 ad C.

La guerra del Peloponeso había comenzado hacía justo un año. Y fue justo después de un año, que InuYasha, general espartano, tras haber dado muerte a un poderoso arcón, conoce a la mujer que según el oráculo le advirtió, lo llevaría directo al Hades: Kagome.

Pero sin duda, debía haber otra interpretación. ¿Cómo una simple mujer ateniense podría hacerle perder el control, sobre todo cuando era tan joven, sin belleza, con un nombre horrible... y ciega?

Imposible.

Y no obstante, se vio a sí mismo acostándose con ella la misma noche que la conoció.

En una época de guerra fría y sádica, dos simples mortales conocerán que ciertas cosas no se pueden evitar, entre ellas, conocer en plena magnitud aquel sentimiento tan desvirtuado por esos días... Y que siempre llevaba a consecuencias irreversibles, sobre todo si se forma entre bandos diametralmente opuestos.

-

-

-


Anakainosis

By Erithia


Prólogo

Al buen peregrino le basta una gota; al malo, ni el océano podría lavar su mancha.

- Grabado que se encuentra en la fuente de Castalia


Oráculo de Delfos

9,5 km del Golfo de Corinto, Grecia. Año 431 a.d.C

No moriría.

Al menos, hoy no.

Era el día siete del mes, y de forma progresiva, Helios iba atravesado el cielo raso con su ardiente carro de oro. InuYasha miró hacía el Sol, la personificación del dios, que se elevaba inexorable sobre el monte Parnaso como si lo abrazara en un abrazo de amante. Se hizo una pantalla con la mano sobre su frente cuando un tímido rayo de sol se filtró por entre los tesoros, encandilándolo.

Sintió cómo la brisa de la mañana rozaba su rostro humedecido por el baño de purificación que tuvo que darse a penas Eos abría el cielo con sus sonrosados dedos, en la fuente de Castalia: uno de los requisitos básicos, previo a la consulta con el oráculo.

Desviando la vista, continuó caminando por la ancha calle denominada Vía Sacra, y ya había avanzado unos cuantos metros cuando se detuvo, de súbito. Frunciendo el ceño, admiró por pocos segundos el edificio de mármol, metopas trabajadas con excelencia se hallaban talladas en los frisos con un estilo severo: el tesoro de Atenas.

Gruñendo de forma casi imperceptible, apuró el paso no sin antes recordar que ese tesoro se había construido con una parte del botín conseguido tras la guerra de Maratón, donde espartanos y atenienses habían unido fuerzas en la Liga de Delos para luchar contra los persas. Y sin embargo, ahora...

Se obligó a frenar esos pensamientos antes de que le llevaran a una meditación más profunda de lo necesario. Por algo a los espartanos se les refería como lacónicos: no utilizaban un vocabulario elaborado ni complejo. Odiaban los discursos, y sólo usaban las palabras necesarias y precisas para lo que requerían transmitir, así como meditar en lo que realmente merecía la pena. Y eso sin duda, estaba muy lejos de valerlo.

Prosiguió su camino con el mismo silencio que había utilizado desde que dejó a su cuadrilla, en Delfos, el cual sólo era interrumpido por esporádicos ruidos producidos en sus grebasque se rozaban entre sí cuando viraba en uno de los tantos zigzag de la vía. Por costumbre más que por necesidad, mantenía empuñada su xifos, listo para enterrarla a cualquier improbable enemigo que fuera lo suficientemente estúpido como para desafiarlo.

Abría y cerraba en un puño – de forma casi compulsiva – la mano desocupada. Se le hacía extraño no cargar su pesado clipeus, y aún más extraño estar caminando por un santuario formado por hermosos tesoros, parques, fuentes, donde la tranquilidad era un manto cálido y acogedor, cuando era un secreto a voces que la guerra iba a desatarse en cualquier momento.

Y él, por supuesto, debería estar en el epicentro de la batalla.

Como siempre, a lo largo de sus treinta y un años de existencia.

Porque un espartano nacía para luchar, matar... ganar. Ese pequeño hado jamás se podía eludir. Por algo eran los mejores guerreros de toda Grecia.

Continuó abriendo y empuñando su mano. Necesitaba terminar pronto con todo aquello. Ahora, ya.

Por ello no evitó sorprenderse cuando le pareció que en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba frente el templo de Apolo. ¿Acaso aquel dios incorpóreo del tiempo se había compadecido de él, quien había tenido que soportar siete eternos días en Delfos, sin contar el tedioso viaje, igualmente eterno, desde Esparta?

Tal vez había acertado, porque se sintió más como espectador que protagonista cuando vio a la pequeña multitud que se reunía de a poco al final de la vía sacra, expectantes, como él, para hacerle sus preguntas al dios Apolo; cuando esperó para salpicar agua a una cabra, cuando vio al animal temblar, o cuando la ofrecieron como sacrificio sobre el altar frente al templo, y luego pagar la cuota requerida para consultar al oráculo. Y todo ello... ¿en qué?.¿Segundos, minutos, horas?

De la nada, pasando de esa espera amorfa e incontable a un "ahora", se encontraba en las entrañas del templo, de pie y a una cautelosa distancia, observando cómo una mujer de corta estatura, vestida de con un chitón de gala – hecho de una delgada seda blanca - leía una tablilla donde estaba escrita su pregunta; luego tomaba asiento sobre un trípode de oro, y comenzaba a respirar los vapores de la pneuma enthousiastikon, queemanaba por una grieta desde el suelo.

En unos pocos minutos, el cuerpo de la pitonisa convulsionó y arqueó en un obvio indicio de transe. Su pecho se elevaba y hundía con violencia, mientras siseaba de un lado a otro. Inmersa en aquellos vapores, InuYasha logró distinguir sus ojos entornando a un blanco vacío, antes de que ella echara la cabeza hacia atrás privándolo de las borrosas visiones que podía tener de su rostro.

Siguió observando a la mujer que en esos momentos parecía suspendida en el aire, y tensa como una cuerda de arpa, frente a él. Debido a lo sus movimientos ondulantes, el himatión se había resbalado hasta su cintura y el chitón, con sus tirantes deslizados por los hombros, develaba su busto completo: Pechos firmes, redondos, con aréolas color rojizo-morenas, supuso InuYasha, ya que la luz dentro del recinto no ayudaba a definir el tono preciso de sus pezones. Pero eso no evitó que se aflojara cierta curiosidad y un extraño impulso por tocarla. Después de todo, era de conocimiento público que los visitantes solían forzar a las pitonisas con un cuerpo deseable, como el de ella.

Pero sus deseos se vieron interrumpidos cuando un sacerdote fue al lado de la mujer, y con tablilla en mano, se inclinó hacia ella. InuYasha supuso que había comenzado a balbucear los versos que el dios de la verdad le revelaría, el sacerdote escribía en un corto interludio sobre esa tablilla y volvía a acercarse al rostro de la pitonisa.

A esa distancia era imposible oírla, y sin embargo a InuYasha le pareció que la voz del dios Apolo transfigurada en la femenina, le susurraba justo al oído... algo.

Una serie de sensaciones comenzaron a juntarse en su pecho, lo hacían querer enfurecerse, llorar, ¿reír? Pero si eso jamás le había pasado.

" Oscuridad -- retumbó dentro de su mente una voz sin forma, con sorpresiva claridad y fuerza – si no miras, caerás"

Entonces, se vio a él mismo ahí, corriendo con una exasperante necesidad y urgencia, hacia la mujer en transe.

Las mismas palabras se repetían una, y otra, y otra vez dentro de su mente, tan fuerte, que a ratos le hacían perder el equilibrio.

"¡Caerás!"

La voz salía directamente del inframundo: profunda, oscura, infinita. Quiso sacudir con rabia la cabeza para expulsar la maldita voz que trituraba sus nervios sin ningún cuidado. No lo hizo, por supuesto, debía seguir corriendo.

Las paredes altas e imponentes que se erguían a su lado parecieron moverse hacia él, con tal rapidez, que en un momento a otro podía sentir el frío material intentando aplastarlo por los costados de sus brazos.

Intentó agudizar la vista, aplicando toda su fuerza para librarse de la prisión. Rugió cuando las murallas no se movieron. Levantó la vista. Ahora, tan sólo se habría frente a él un estrecho y oscuro camino donde, al final, estaba la mujer en la misma posición: con su cuerpo arqueado hacia él, sus brazos extendidos a ambos lados del trípode y la cabeza echada hacia atrás.

Parecía una estatua.

Sus piernas se movieron nuevamente. Las murallas rasparon dolosamente sus duros bíceps cuando corrió con más prisa el estrecho pasillos.

Repentinamente, la presión en sus brazos desapareció. Había acortado de golpe la inmensa distancia quedando justo a dos pasos de ella. Sin embargo, ya no se encontraba dentro del santuario.

Y esa mujer no era…

Estaba en una reducida habitación hecha de adobe sin ventanas ni puertas. Había una cama y al otro lado de ésta, una pequeña hoguera que flameaba, alumbrando tenuemente la espalda de la mujer recostada de costado sobre esa cama.

Caminó escasos dos pasos y se sentó a su lado. Y con la misma exasperante necesidad y urgencia que había sentido al correr hacia la pitonisa, quiso con todo su ser, acariciar la piel cremosa de los hombros de aquella mujer; tocar su cuello y hundir sus dedos dentro de esa espesa cabellera azabache desparramada sobre la colcha. Sólo ahí percibió que la mujer estaba completamente desnuda.

Sus pesadas manos cayeron sobre ella, sobre sus hombros, delineando el borde de su brazo, pasando al satinado hueco que formaba su cintura. Llegó hasta sus caderas, modeló sus nalgas en movimientos que seguían siendo desesperados, y esta vez quiso poseerla de lleno; inmediatamente.

Decidido, la agarró del hombro y cuando la giró hacia él, brazos delgados y suaves rodearon su cuello.

Y él se quedó paralizado, como si hubiera tomado algún tipo de droga que le impidiera responder.

Ahora sólo podía pensar en ese rostro que estaba a escasos centímetros de él; sentir esa respiración cálida sobre su boca.

La mujer era una serie de rasgos que, tallados perfectamente en conjunto, describían con exquisita precisión su femineidad. Su piel era más blanca que lo habitual, bajo el fuerte sol de Grecia; su pelo caía en cascada bajo el nivel de sus hombros y vagamente se preguntó si sería por efecto de la luz que su pelo parecía ser tan oscuro como las profundidades del mar. Asoció las formas de su cuerpo que se apretaba contra el suyo, al de una adorable ninfa.

"Tan clara y oscura". De nuevo aquella voz, de sexo indefinible, tronó dentro de su cabeza, aguijoneándolo con un dolor que hizo a su cuerpo sisear.

Sintió a la mujer apretando el agarre de su cuello, meciéndose, frotándose entre sus muslos.

Terror.

Fue la única palabra que se le vino a la cabeza cuando se excitó. Ella iba a matarlo, lo sabía. Primero, lo iba seducir con aquel baile de ninfa sobre sus muslos, para besarlo después y sonreírle segundos antes de enterrarle su propia xifón en el pecho.

Tenía, debía alejarse de ella.

Pero era imposible.

Su olor lo embriagaba, y supuso que esa era la poderosa droga que le impedía moverse. Las manos femeninas parecieron tocarlo por todos los rincones de su cuerpo; lo montó a horcajadas y besó desde la base de su cuello hasta la quijada, donde se detuvo dando una serie de besos en el lugar. Luego, pasó a mordisquear el lóbulo de su oreja. Era cada vez más arrebatador aquel olor; su respiración le brindaba tanta calidez, tanta...

"Oscuridad" la escuchó susurrar entre mordiscos y suspiros. Su voz delicada, frágil, joven. "Si no miras, caerás" A lo que precedió una ligera carcajada, casi infantil.

Repentinamente ella levantó su rostro e InuYasha cometió el error de mirarla directamente a los ojos color marrón más profundo que había visto en su vida.

Lo único que pudo ver en ellos fue esa perdición; su propia perdición.

Muerte.

Y sin embargo, cuando la joven le sonrió, creyó que era el ser más adorable y querido de todo el universo, cosmos, o más allá.

Ella iba a matarlo y él la dejaría hacerlo con gusto.

-.-.-.-.-.-

Pero InuYasha seguía de pie en el santuario. Pestañeó varias veces eliminando todo resquicio de letargo. Era como volver de un largo sueño. Sentía los fragmentos dispersarse por su mente; reordenándose, ocultando, borrando. Probablemente no había guardado la suficiente distancia para evitar los efectos de la Exhalación Sagrada, sin duda alucinógena.

Enderezando el cuello, vio que el trípode dorado donde se había sentado la pitonisa, ahora estaba vacío. Escuchó los pasos acercándose a él y no se molestó en mirar al sacerdote cuando ecuánimemente, recibió la tablilla con la respuesta a su consulta. La leyó, y fue gracias a su rígido entrenamiento de toda la vida, y nada más, que su cuerpo no cedió a la sorpresa.

Giró en redondo y salió con prisa del santuario.

Las respuestas del oráculo de Delfos eran conocidas por su ambigüedad. No tenía por qué preocuparse de esas palabras: seguramente sólo estaban dirigidas a su ciudad, Esparta. Y él debía prevenirles sobre aquella oscuridad que podía cernirse sobre ellos en cualquier momento. Abrir los ojos...

Para no caer.

Pero tú lo harás, InuYasha

Apuró el paso y determinado en su laconismo tan reconocido, olvidó la visión por completo, ese rostro, esa voz, la sensación de miedo, debilidad… terror.

Perdición.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Ya muy tarde, cuando Helios había desaparecido y Selene tomaba posesión del cielo estrellado, llegó a la población de Delfos. Sus hombres lo esperaban.

Y mucho más tarde aún, un grito de guerra hizo eco en toda la región de Corinto.

La guerra había comenzado.

Continuará


Notas de La Autora:

Anakainosis es una historia que dejé pendiente (sin alcanzar a publicarla) hace algunos meses. El tiempo no sobraba y ahora tampoco, siendo honestos. Pero quise darle una oportunidad. Por lo mismo de acuerdo a la aceptación que llegue a tener decidiré su futuro y siendo así, las actualizaciones serían entre periodos relativamente largos pero bien contundentes.

La trama tendrá su complejidad y a menudo ocuparé ciertas palabras del griego para ambientarla un poco más. Inento que sea algo medianamente novedoso con su parte real (de hecho, la guerra del Peloponeso lo es; así mismo, el ritual con la pitonisa) más el siempre necesario toque de imaginación, por supuesto.

El nombre Anakainosis (ajnakaivnwsi") proviene del griego y significa renovación, creo que estará muy ligado en todo el transcurso de la historia.

Por lo demás, más abajo hay un glosario con algunos términos con los que tal vez no estén familiarizados.

Espero que sea de su agrado.

Erithia


Glosario

Helios: dios que era personificado por el Sol, se decía que todos los días cruzaba el cielo en su ardiente carro de oro, dando luz al Olimpo y a la tierra.

Monte Parnaso: Montaña de piedra caliza que se elevaba sobre la cuidad de Delfos, al norte del Golfo Corinto. Aquí se encontraba el templo de Apolo, en el santuario de Delfos.

Tesoros: Eran pequeños edificios, algunas veces con forma de templos, que se construían en santuarios, como una ofrenda de una ciudad donde se guardaban las ofrendas que les hacían a los dioses. Uno de los primeros en descubrirse, de el tesoro de Atenas. Estos edificios flanqueaban la Vía Sacra.

Eos: Diosa tintánide de la aurora, hermana de Helios

Vía Sacra: Era la calle principal de todo el conjunto de edificios que daban forma al santuario. Había que ir por él – en un camino zigzagueante – para llegar al templo de Apolo, es decir, se debía recorrer 400 m de largo; la calle tenía 4 o 5 metros de anchura.

Metopa o métopa : En el friso se llama friso a la parte ancha de la sección central de un entablamiento, que puede ser lisa o (en los órdenes jónico y corinto) estar decorada con bajo relieves dórico, espacio que media entre triglifo adorno que tiene forma de rectángulo saliente y está surcado por tres canales y triglifo. En cada una estaba ocupada por un bajorrelieve. Ahí se relataban, principalmente sucesos históricos o mitológicos.

Grebas: Pieza de armadura que cubría desde la rodilla hasta la base del pie.

Xifos o Copis: Una espada corta.

Clipeus u Hoplón: Escudo redondo

Chitón: Vestimenta básica griega, era una túnica – sin mangas, comúnmente – que los hombres usaban hasta las rodillas y las mujeres hasta los tobillos. Se ceñía de la cintura.

Pneuma ethousiastikon: La exhalación sagrada.

Himatión: Especie de manto que se echaba sobre el hombro izquierdo.