Tío Ángelo

Templo de Cáncer

— Por favor, ¿Eres mi amigo o no?

— ¿Cuándo accedí a ser tu amigo?

— Si no fuera importante no te estaría pidiendo este favor ¿Qué quieres que haga? ¿Me arrodillo?

— Si lo haces…tal vez lo considere.

— ¡Máscara! — Gruñó indignado.

— Ya dije que no, Afrodita. — El italiano se cruzó de brazos.

— ¡No me hagas esto! — se quejó.

— Hay diez caballeros más en esta orden ¿Por qué yo? ¿Me ves cara de niñera o qué?

— No digas estupideces. Te escogí porque eres mi amigo y confío plenamente en ti. — Lo tomó del brazo.

— No sabes lo que dices… soy el menos indicado para ello. Además, sabes que odio a los niños. — Se removió, zafándose del agarre.

— Sólo serán unos cuantos días. — insistió. — trataré de regresar de mi misión lo más pronto posible. — Agregó.

— ¡¿Por qué rayos aceptaste cuidarlo?! ¡Sabías muy bien que tenías una labor! — Tajó frunciendo el ceño.

— ¡Es el hijo de mi hermana! ¡No podía negarme! — Se defendió. — No sabía que el Patriarca tenía planes para mí.

— Tonterías, nunca hablaste con tu hermana…es más ni siquiera sabías que la tenías. Y ahora viene con que le cuidarás a su hijo. — escupió con hastío.

— Bueno si… apenas me enteré de ello, pero al fin de cuentas es mi sangre.

— ¿Y cómo sabes que realmente lo es? — Indagó.

— ¿Disculpa?

— Que tal si es una mujer que quiere aprovecharse. Eres un caballero dorado de alto rango, tal vez esa muchacha inventó todo para sacarte provecho.

— ¡Ha! Por favor ¿Me crees tonto? ¿Qué podría sacar de mí? — rodó los ojos.

— No sé… dinero tal vez.

—Cuando llegó, hace cuatro días exactamente, le pedí que me probara si realmente era mi hermana… y así lo hizo. Me mostró un acta y la foto de ella con mi padre ¿Qué más le podía pedir?

— Eres demasiado ingenuo.

— ¡¿Me ayudarás o no?!

Se observaron fijamente por un largo rato. La mirada de Máscara como siempre fría y calculadora mientras que la de Afrodita, era a los ojos del cuarto guardián ¿tierna? ¡No! no iba a caer en sus tontos juegos.

— ¿Entonces? — Máscara parecía no caer. Un último intento o se daría por vencido y tendría que buscar a alguien más.

El sueco se dio media vuelta indignado. Si no pensaba en algo rápido estaría en problemas. Colocó ambas manos sobre su rostro y comenzó a sollozar, para sorpresa del italiano que lo miraba sin entender lo que sucedía.

— ¿Estás…llorando?

No recibió respuesta.

— No seas necio…ya deja de lloriquear.

Afrodita poco a poco dejo de gimotear.

— Entonces… ¿Lo harás? — Preguntó nuevamente, sin dejar de darle la espalda.

— No.

— ¡Qué malo eres! — lloriqueó de nuevo.

— Tengo cosas más importantes que hacer.

— ¿Cómo cu-cuál? — Afrodita comenzó a hipar.

—Cuidar los rostros de mi templo, molestar a Aioria, irme a emborrachar con Kanon…en fin miles de cosas importantes.

Afrodita no podía creer lo que escuchaba, y eso se vio reflejado en el tic que acababa de darle en el ojo.

— ¡¿Irte a emborrachar con Kanon?! ¡Es la excusa más ridícula! — Explotó el santo de piscis.

— Vienes a llorarme para que te haga favores ¿Quién es el ridículo?

— Eres tan malo conmigo…yo siempre te ayudo en lo que necesitas y tú…— Calló. Sus sollozos se oían cada vez más y las violentas sacudidas en su espalda comenzaron a alarmar al cuarto guardián. Máscara se acercó con timidez y lo tomó por el hombro.

— Eres un mal amigo…de los peores.

— No…— Carraspeó, sintiéndose mal por su compañero. — lo haré ¡Ya deja de llorar!

— ¿En serio? ¿Lo harás? — Preguntó.

— No tengo de otra. — soltó un largo suspiro.

— ¡Gracias!

Afrodita se secó las lágrimas con el dorso de la mano, se dio media vuelta para encarar al sorprendido cáncer. Lo abrazó con fuerza, sin importarle que su amigo consciente del engaño estuviera furioso.

— ¡Me engañaste! ¡Qué bajo has caído! — Trató de zafarse del abrazo. — ¿Y te haces llamar mi amigo? — Afrodita lo siguió abrazando.

— Ya no exageres…— le sonrió. — Créeme que te necesito más que nunca.

— ¡Ya suéltame!

— Cuando regrese… yo haré lo que tú quieras. — dejó de abrazarlo.

— ¿Lo que yo quiera? — Sonrió con malicia. Afrodita por el contrario se arrepintió por la oferta, pero sólo pudo afirmar con el cabeza, nervioso. — Está bien, no se diga más ¿Dónde esta el mocoso?

— Espera…iré por él.

El sueco se dio media vuelta y corrió en dirección a Leo. Después de un rato, harto de tanto esperar, entró a su templo por unos cigarrillos, y una cerveza. Pasaron 20 minutos, la cerveza se consumió por completo y Afrodita aún no regresaba.

— Perfecto…al parecer no volverá a…— Tocaron la puerta, para su mala suerte no tenía que adivinar quien era. —demonios. — se levantó del sofá, se dirigió a la puerta que abrió con cara de pocos amigos.

— Lo lamento… Aioria estaba jugando con él a las escondidas…y al parecer mi sobrino se lo tomó muy en serio. — se disculpó, sin poder evitar esbozar una bella sonrisa.

— Ahora que mencionas al gato de circo ¿Por qué no se lo encargas a él?

— Mira, mi sobrino ha estado conmigo por cuatro días… es muy obediente, tranquilo y… y míralo nada más. — Se hizo a un lado para que pudiera ver al niño. — ¿No es una lindura?

Máscara lo obedeció, sus ojos viajaron hacia abajo para toparse con el pequeñín. Realmente era un niño hermoso, era la viva imagen de su compañero Afrodita. Hasta podría jurar que el niño era casi idéntico.

— Eso no responde a mi pregunta. — Desvió la mirada del pequeño.

— Quiero que tú lo cuides… final de la discusión ¿Ya nos dejarás pasar?

Máscara observó nuevamente al pequeño niño que se acababa de ocultar tras la pierna de Afrodita. Sorbiendo lo poco que le quedaba del cigarrillo los dejó pasar de mala gana.

— Oye… nada de fumar frente a mi sobrino. — Máscara sólo se carcajeo. — ¿De qué te ríes? Hablo en serio, no quiero que fumes frente a él.

— Bien… ¿Alguna otra cosa? — Apagó su cigarrillo y lo tiró por la ventanilla.

— Ahora que lo mencionas… no quiero que vea los rostros de tu templo.

— ¿Pero qué dices? Le van a encantar… pero ahora que lo veo— pasó la mano por su barbilla. —su rostro se vería muy bien en mi pared. — Le susurró al sueco.

— Ni lo pienses —Lo miró con recelo.

Máscara comenzó a carcajearse.

—Tú te atreves hacer eso y yo te juro que te pateo el cu…— Máscara lo interrumpió.

— Jajaja…Tranquilo, era broma.

Afrodita suspiró.

— No fue graciosa…

— Lo…— se aclaró la garganta. Le molestaba disculparse, pero consideró que su broma no fue muy agradable después de todo. — Lo…lo lamento.

Después de un tormentoso silencio, Afrodita lo perdonó. Y siguieron como si nada.

—Ahora si, déjame presentarte a mi lindo sobrino… Vamos saluda, Oliver. — Ordenó el sueco. Pero el niño que seguía escondido tras él no tenía intenciones de salir. — Vaya, ya lo asustaste.

— ¿Qué? ¡No le he hecho nada!

— No necesitas hacer algo, con tu cara es suficiente. — Contestó.

Máscara gruñó asustando más al niño. Afrodita le dedicó una fugaz mirada de reproche a su compañero. Se agachó y se colocó frente al asustado.

— ¿Qué sucede? ¿Tío Máscara te asusta? — El pequeño afirmó con su cabecita. — Entiendo, es un hombre muy feo ¿verdad? — Sonrió al ver el mohín de desagrado que el santo de Cáncer acababa de hacerle.

— Increíble… y así quieres que te haga favores.

— No te preocupes, Oliver. — Ignoró al italiano. — Es buena persona… él te va cuidar. — Susurró. El niño dejó escapar unas cuantas lágrimas.

— Bueno… eso prueba que si es de tu familia, salió igual de llorón que tú. — Rió.

— ¡No! no llores, Oliver. — Le secó las gotitas con su pulgar. — Regresaré pronto.

— No te vayas. — Lloró el pequeño. — Tengo miedo.

El pequeño aferró sus manitas en la camisa de su tío sin poder evitar que las lágrimas salieran de sus ojitos azules. Máscara sólo contemplaba al niño llorar y abrazar a su compañero.

Nunca en su vida pensó ver al hermoso guardián consolando a un crío ¿Por qué era extraño ver eso? Afrodita podía tener cara de ángel pero sus acciones en el pasado no eran precisamente buenas y cualquier caballero que lo conociera estaría igual de sorprendido como estaba Máscara en esos momentos.

— ¿Qué tanto me ves? — Preguntó. Máscara salió de su ensimismamiento.

— ¿Yo? nada.

Afrodita entrecerró los ojos. Oliver, que era cargado por el sueco sólo miraba ahora con curiosidad al moreno.

—Es sencillo, me mirabas porque soy hermoso… ¿verdad? pero trata de ser más disimulado. — El doceavo guardián podía ser tan pedante cuando se lo proponía, pero tenía buenas razones para serlo.

— ¡Sei scemo! si no tuvieras al mocoso en brazos, te juro que te sacaba a patadas de mi templo.

— Oliver, pórtate bien. — puso al niño en el suelo después de haberle dado un último beso. — obedece en todo momento a tu tío Ángelo.

— El niño no tiene porque saber mi nombre… — Comentó fastidiado.

— Supéralo, ese es tu nombre y punto.

Finalmente, Afrodita se despidió de su sobrino. Ambos dorados caminaron a la salida.

— Cuídalo bien.

Asintió con la cabeza.

— Gracias…te debo una. — Dijo, dándole una palmada en la espalda a Máscara.

— Yo diría que me debes muchas…— Ambos rieron. — cuídate, más vale que regreses pronto.

— Sí, no te preocupes por mí. —contestó, guiñándole el ojo coquetamente.

—No lo hago. — Espetó.

— Amargado…— Sacó la lengua. — Nos veremos pronto. — Se despidió con un breve movimiento con la mano.

Máscara regresó a su templo cuando por fin el santo de piscis desapareció entre las ruinas del santuario.

Entró con paso cansino, cerró la puerta despacio y se dirigió a la sala donde tomó asiento durante un largo tiempo. Encendió la TV y comenzó a cambiar los canales sin decidirse por alguno en especial, cuando por alguna razón se detuvo en un comercial de pañales, donde unos graciosos bebés hablaban entre ellos. Inmediatamente recordó que tenía a un niño en casa.

Saltó como resorte del sofá para buscarlo con la mirada sin éxito.

— Demonios… ¿Dónde esta el bambino? — Se preguntaba así mismo. — ¿Oliver? ¡Oliver!

Desesperado comenzó a revisar todos los rincones de la sala, volteando muebles, tirando cosas, mientras seguía en su búsqueda. Al término, la sala quedó hecha un desastre.

— Oliver…— Calló. Pasó su atención en la cocina donde se escucharon ruidos extraños.

No dudó más y fue con pasos rápidos. Al llegar lo primero que divisó fue al pequeño Oliver tratando de alcanzar un frasco de galletas que se encontraba sobre el comedor, para esto jalaba con sus manitas el mantel.

Se sintió de repente aliviado al ver que el mocoso estaba bien, pero no le duro mucho, su cara de alivio cambió a una de horror al ver el porta cuchillos, que había cambiado de lugar y que el niño acercaba cada vez más hacia él.

¿Por qué rayos se me ocurrió poner ahí el porta cuchillos? — Pensó.

Oliver finalmente dio un último jalón, trayéndose consigo el frasco de galletas y el porta cuchillos. Como sacada de una película de acción, Máscara se lanzó haciendo uso de su envidiable agilidad para salvarlo.

Con una rapidez sobrenatural tomó ambos objetos antes de que cayeran al suelo o sobre el pobre Oliver. Sin embargo, no tuvo mucha suerte, sin saber como, un cuchillo de cocina se salió del lugar cortándole la mano.

Oliver que permanecía quieto, abrió sus ojitos impresionado, y sólo atinó a aplaudir con sus manitas alegre ante la heroica acción.

— Tú, mocoso, toma esto y vete a la sala…—Mandó, dándole con cuidado el frasco. Oliver obedeció de inmediato. Tomó las galletas con sus manitas y se fue a la sala.

Máscara se quedó en la cocina, revisando el corte de su mano.

— No llevo ni un cuarto de hora y este mocoso ya hizo que me cortara. — Agarró un pañuelo y lo apretó sobre su mano, aguantándose la punzada dolor en el proceso.

La sangre dejó de brotar y esto lo aprovechó para buscar el botiquín de primeros auxilios que yacía sobre la alacena. Tomó el dispensario y caminó hacia el comedor.

Al terminar de vendarse la mano, se dirigió hasta la sala donde Oliver miraba la Tv en el suelo, claramente si saber que rayos era lo que veía. El lugar estaba hecho un caos y el pequeño apenas pudo encontrar un espacio entre el revoltijo para acomodarse.

Máscara se paró entre el niño y televisor con ambas manos apoyadas a los costados de su cintura, Oliver paró su tarea de comer galletas para ponerle atención.

— Bien… tal vez Afrodita no tenía reglas en su templo, pero aquí es diferente ¿Entiendes? — Habló.

Oliver le sonrió y asintió con su cabecita.

— Regla número uno; tienes prohibido entrar a la cocina…si tienes hambre tendrás que hacérmelo saber. No quiero otra eventualidad.

— ¿ven…eventuldad? — Oliver lo miró confundido.

— Eventualidad…—Corrigió. — me refiero a un accidente ¿entiendes?

— Creo…— Máscara rodó los ojos. El italiano tendría que hacerse de mucha paciencia para convivir con el niño.

— Regla numero dos; no quiero que… — calló de golpe.

El cosmos de un caballero se encontraba en la entrada de su templo. Miró a Oliver y ordenándole que se quedara donde estaba se encaminó a la salida.

Aioria miró al cielo y suspiró, conociendo a Máscara era seguro que lo haría esperar toda la noche. Decidido a entrar sin permiso, subió los últimos escalones cuando la imponente figura del italiano salió de la oscuridad, mostrándole como siempre una descarada sonrisa.

— Vaya ¿A qué se debe el horror de tenerte por aquí? — indagó, recargándose sobre el pilar cercano.

— Ni pienses que vengo para ver cómo estás.

— Es lo último que pensaría. Date prisa con lo que tengas que decir…estoy ocupado.

— Venía a ver si Oliver se encontraba bien.

— ¿Dudas que lo esté? — indagó el santo de Cáncer.

— No puedo negar que me preocupa que un niño esté contigo.

— El enano se encuentra bien… ahora que lo sabes ya puedes largarte. — Respondió, estoico.

—Espera… al parecer Afrodita olvidó darte esto…— informó, mostrándole una bolsa de plástico que al parecer de Máscara estaba repleta de objetos extraños.

— ¿Qué rayos es eso? — Preguntó sin apartar su seria mirada del castaño.

— ¿Qué crees tú? — Aioria arrugó las cejas mostrando un gracioso mohín.

— Pues no lo sé, por eso pregunto

— ¡Es su ropa y sus juguetes, idiota! — Exclamó aparentemente irritado ante la ignorancia del dorado.

— ¿Juguetes?

El castaño tomó aire. Cerró los ojos tratando de tranquilizarse para no golpear al italiano que seguía mirándolo interrogante por el contenido de la bolsa, simplemente le irritaba dar explicaciones.

— Sí, juguetes ¿Qué nunca tuviste juguetes?

— Discúlpame gato de circo. Pero no todos tuvieron la fortuna de gozar tu infancia. — Habló entre dientes.

— ¡¿Cómo me dijiste?!

— ¡Gato de circo! — Repitió, esta vez soltando una sonora carcajada.

Las manos de heleno se convirtieron en puños que amenazaban con impactarse en el rostro del italiano en cualquier momento. Máscara se percató de las intenciones de Aioria pero no le importó. Para él, sacar al moreno de sus casillas era un logro sumamente divertido.

— Vamos…si quieres golpearme inténtalo.

— Ya toma la bolsa y déjame tranquilo. — Estiró su brazo ofreciéndosela, pero Máscara no se molestó en tomarla.

— Yo sé que quieres hacerlo…

— Ya Cállate. — Gruñó.

—Está bien, pero debo decirte… después de que Athena nos revivió e notado que te has descuidado. — Soltó con simpleza. Aioria tratando de ignorarlo, se acercó y dejó la bolsa con cuidado sobre el suelo.

— Con descuidado me refiero a que te ves gordo. — siguió molestándolo.

— Ah si pues…yo…— El heleno trataba de no caer, pero simplemente era un golpe bajo que dijeran algo malo sobre su aspecto. Considerándose él un caballero muy bien dotado. Tanto tiempo haciendo ejercicio…tanto tiempo mirándose lo perfecto que era en el espejo para que el cangrejo viniera a decirle que estaba ¡gordo!

— Si sigues así... en algún futuro no podrás entrar en la armadura. — Lanzó el insulto final. Y lo había logrado, Aioria caminaba hacia él hecho fiera, cuando de repente el león ¿sonrió?

— ¿Por qué sonríes, gato?

Aioria pasó de largo, ignorándolo. Máscara buscó la razón de la interrupción y dándose media vuelta la encontró.

— Oye mocoso…te dije que te quedaras adentro. — Vociferó al ver al niño paradito a unos metros detrás de él.

El pequeño dio un respingo cuando Máscara le regañó. Aioria inmediatamente cargó a Oliver y con la mano libre tomó la bolsa.

— ¡¿Qué crees que haces?! ¡Deja a ese mocoso en el suelo y pelea conmigo! — Ordenó sin mucho éxito.

— Deberías cuidar al niño en vez de buscar pelea conmigo. — Respondió serio.

— No me jodas…

— ¿Ya le diste de cenar? — Preguntó. Máscara rodó los ojos fastidiado, abrió la boca para responder cuando Oliver interrumpió.

— Mi tío me dio galletas…pero sabían feo.

— Con que galletas. Vamos te prepararemos algo de cenar.

El dorado de Cáncer se indignó cuando Aioria entró al templo sin su permiso.

A pesar de eso caminó detrás de ellos en silencio, mirando al suelo. Pasó por su sala esquivando todo hasta encontrar a ambos en su cocina. Aioria buscaba en los estantes algo de comida para prepararle al pequeño, pero para su sorpresa sólo encontraba cajas repletas de cigarrillos y comidas que no podía darle al crío. Perdiendo esperanzas de encontrar algo decente ahí decidió revisar el refrigerador. El pobre casi se va de espaldas al ver pura cerveza dentro de el.

— ¡¿Cómo demonios sobrevives con puros cigarrillos y cervezas?! — siguió revisando dentro de la nevera.

— No exageres…debe haber algo por ahí. — Dijo. Aioria movió las cervezas con cuidado tratando de encontrar comida.

— ¿No tienes leche?

— Yo no tomo leche…pero Afrodita trajo una hace poco. Debería estar por ahí.

— ¿Por qué te deja sus cosas? — lo miró curioso.

— Eso a ti no te incumbe.

— Bien…pero si no… ¡Bingo! — la sonrisa de Aioria se hizo grande, por fin había aparecido la bendita leche. — La encontré.

Máscara aprovechando el momento, tomó una cerveza discretamente y cerró el refrigerador. La idea era tomársela sin que Aioria se diera cuenta, pues el castaño estaba muy ocupado tratando de encontrar tijeras. La destapó con cuidado cuando un jalón en su pantalón lo obligó a mirar hacia abajo.

— Tío…

— ¿Qué?

— ¿Me das? — señaló la botella que tenía en la mano.

— No…ahora vete a sentar.

El niño aunque triste siguió insistiendo.

— ¿Qué rayos quieres? — gruñó.

— ¿Me cargas? — Sonrió. Y ahí estaba otra vez, la mirada tierna que siempre usaba Afrodita para pedirle favores, sólo que ahora era el pequeñito Oliver.

Máscara apenas se iba agachando para cargar al niño, pues indudablemente cayó ante la miradita del pequeño, cuando el grito de Aioria lo hizo enderezarse nuevamente y dejar a Oliver con las manitas extendidas en el aire.

— ¡Demonios! — Exclamó el castaño.

— ¡¿Por qué carajos gritas?! — se acercó.

— Esta leche esta caducada…sólo mira eso. — Dijo, vaciando el contenido de la caja. Máscara arrugó la nariz al percibir el desagradable olor que salía de la misma. — ¿De cuándo es esta leche? ¿Del siglo pasado? — gruñó.

— Ahora no tenemos nada. — chasqueó la lengua.

Aioria se quedó pensativo.

— Vayamos al templo de virgo.

— ¿Para qué?

— Tal vez, Shaka tenga leche. — Habló el castaño cargando a Oliver y haciéndole una seña a Máscara para que lo siguiera.

— ¿Tú no tienes leche?

— No…

— Extraño… A los gatos les fascina la leche.

— ¡Carajo Máscara, deja de molestarme! — Gritó, dando grandes zancadas fuera del templo de Cáncer con Oliver en brazos.

Continuará…

Nota

Este es mi primer fic y está dedicado a mi amiga Anna que ama a Máscara y a mi hermana Helena Hibiki. Espero que no sean tan crueles xD soy primeriza en esto. Acepto tomatazos y todo O_o disculpen si encuentran una que otra falta de ortografía

Ojala les guste esta primera parte ^^

Atte. Francis Hibiki

Helena:aaaaaaawww Ángeeloooooo 3

Francis: ¬¬

Helena: Aioria no está gordo! Hahahahaha

Francis: ¬¬