Estoy un poco oxidada, siento que ya no escribo como antes (como si ya no pudiera hacerlo bien).

Escribo sin fin de lucro (pero un comentario se agradecería de todo corazón).

Disclaimer: Hetalia Axis Powers y todos sus personajes- los que han ido o no al Mundial -pertenecen a Hidekaz Himaruya. Chile, Argentina, Perú, Brasil y los demás pertenecen al colectivo del fandom hetaliano.

A medida que avance el fic (éste es sólo el capítulo introductorio), irán surgiendo muchas parejas que quizás nunca imaginaron o que quizás no les gusten. Aquí no es sólo un "ChilexArgentina", sino un "ChilexArgentina mientras Argentina estaba con *** y Chile estaba con *** o mientras tal coquetea con ***" y blablabla. No se asusten, a eso voy.

Esta historia forma parte de mi secuencia ArgChi, (sí, tengo más ArgChis si desean leerlos), y los personajes aquí... bueno, se irán desarrollando a medida que se avance con la historia y según la época que toque en cada viñeta.

NO ES UNA HISTORIA LINEAL, cada capítulo, si bien está relacionado con los demás, es independiente. Un tango, un capítulo.


La consentida de Gardel

Por una cabeza

Por una cabeza todas las locuras.

Su boca que besa borra la tristeza, calma la amargura.

Por una cabeza, si ella me olvida,

qué importa perderme mil veces la vida,

para qué vivir.

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Los demás comían, bebían y bailaban. No todos estaban presentes, Alemania y Prusia tenían sus propias preocupaciones en esos momentos, y Chile buscaba alguien con quién conversar que no fuera Argentina, Perú o Bolivia. En el centro del gran salón, España estaba rodeado de sus colonias, respondiendo preguntas y haciendo las propias. Eran tantos a su alrededor, que Venezuela y Costa Rica estaban de puntitas mirando por sobre los hombros de los demás. La noche afuera tenía luciérnagas redondas atrapadas en vidrios, y un calor horrendo. El rocío ya había mojado las escaleras de acceso y todos se dispersaban en grupos, conversando como amigos. Inglaterra, parado a su lado, ofreció:

—Todos conversan como si nada importante pasara, pero saben que algo se viene, que éste es el momento para conversar sin que...

—Nadie sospeche que planean sus estrategias. No participaste mucho en la última guerra, no es verdaderamente importante, pero pensé que es una buena excusa para invitarte a bailar.

Inglaterra soltó un bufido socarrón, y se ladeo a mirar al americano.

—Pero ahora es sólo el mundial de fútbol, no la Segunda Guerra Mundial —le miró altanero, y luego barrió la sala con un movimiento de cadera sin intenciones—. ¿Bailamos?

Chile le miró, los brazos en jarra y la sonrisa revoloteándole como una mariposa posada en una flor, no con la sonrisa revoloteándole como una mariposa moribunda como fue en aquella ocasión en que estaban en una situación parecida, casi ochenta años atrás.

—¿Qué hizo ahora Francia para que quieras bailar conmigo?

Inglaterra le miró con una falsa inocencia que quiere ser descubierta, no como la de aquella vez en Uruguay, cuando la conversación fue sinuosa y resbaladiza, en voz baja, con Argentina poniéndole una mano a Brasil en la cadera al otro lado de la estancia.

—Eso no es asunto tuyo, Manuel —y el menor, soltando una falsa risa, sacó de su bolsillo el celular que vibraba.

—Dame un minuto, por favor —pidió y le respondió el mensaje a Argentina.

«¿Qué clase de sorpresa? No te veo por ninguna parte, ¿dónde estás? ¿Y cómo es eso de que Luciano te debe una?».

—Si sirve de algo —comenzó Inglaterra, mirando para otra parte como si no estuviera diciendo algo importante—, está bailando con Belgica. Ojo por ojo, ¿o me vas a decir que no tengo razón?

—Si es así... —Chile aceptó, más seguro que a inicios del siglo anterior, cuando Inglaterra parecía realmente inalcanzable.

Ahora estaban en Brasil, y muchos habían ido más que para ver a sus equipos jugar, para poder conversar con los demás en un ambiente más informal. Media América se había acercado a Venezuela para preguntarle cómo estaba a medida que la velada avanzaba, y algunos le preguntaban a Francia qué pensaba hacer con Alemania, a cuento de la Unión Europea.

El mismo tenía pensado hablar con algunos asiáticos sobre exportación, aprovechando la ocasión.

En aquella ocasión no estaban en Brasil, sino en Montevideo. Inglaterra vestía más formal y tenía una cicatriz desvanecida en el dorso de la mano, de alguna batalla de 1917. Chile le miraba y le veía con la sonrisa corsaria y el pecho quemado por el sol, la ropa vistosa y la camisa con vuelos, feroz, educado, bestial, imposible.

En el segundo de silencio, se escuchó un ritmo mil veces conocido, para ambos años.

—¿Lo que suena es lo que creo que es? —Chile preguntó mirando a Inglaterra, con la ironía alegre de quién ve que el mundo le hace jugarretas que no le molestan.

—Apúrate que Francia está mirando para acá —le apremió Inglaterra, y Chile supo que, de no haber sido su pareja durante años, no tendría permitido saber los planes de fondo del inglés.

—¡Ya, ya! —le contestó, acostumbrado a la autoridad del mayor.

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Argentina le agradeció a Brasil con una palmada en el hombro y una mirada entrecerrada que Luciano no se molestó en registrar, con todas las demás cosas que verdaderamente le tenían ocupado.

Caminó hacia un espacio sin gente, buscando a Chile con la mirada y la ansiedad en el estómago, hasta divisarlo. Por su cabeza pasaron todas las locuras posibles al verle bailando, y luego, al notar quién era su acompañante, una preocupación imposible se instaló entre sus ojos. Esa boca que le besa y borra su tristeza, hablaba con el inglés. Otra vez. Cómo le tenían hasta las pelotas con sus conversaciones. ¡Y que no le dijeran que hablaban de comercio, que él no es un imbécil!

—Chile —Le llamó, la camisa pensada para hacerle ver atractivo y el cabello peinado hace solo unos minutos para que todo fuera perfecto. Perú, que acababa de salir del grupo de España, le pasó un brazo por los hombros.

—No seas tonto, baila conmigo, causa. ¿Qué importa perderte mil veces la vida? ¿Para qué vivir? —le molestó—. Déjalos, bailan entre ellos porque si bailaran con otros se morirían de vergüenza —le calmó, conocedor, y acertando perfectamente al fenómeno anglochileno.

—¿Creés?

—Es la misma razón por la que Noru e Is bailan juntos, o Gil y Ludwig. O él y yo, ya que estamos, pero a mí no me avergüenza bailar con otros —terminó, mientras Argentina le ponía una mano en la espalda y lo apretaba contra sí.

Perú rió un poco, y si Inglaterra quería que Francia le mirara, el plan no le funcionó estando esos dos bailando como si el Diablo les hubiese dado el don, distrayendo a todos los que acompañaban a sus equipos o a algún amigo.

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—Bailas distinto —notó Chile a la segunda canción, en una pequeña vuelta que le salió menos natural de lo que esperaba, incluso para ellos.

—Bonnefoy —propuso Inglaterra, y puso los ojos en blanco.

—Si tienes problemas con él, arréglalos —rodó los suyos y le miró alzando una ceja.

—Mocoso sin respeto, deja a los adultos arreglar sus cosas como lo hacen los adultos.

—¿Sacándole celos con tu ex? —entrecerró los ojos, y bajó la velocidad de los pasos.

—Si no quieres ayudarme, no lo hagas —el «puedo solo» de Inglaterra se sobreentendía.

Chile no respondió, y por el rabillo del ojo, vio a Perú metiéndole mano a Argentina, y a éste tocándole de forma más sensual de la que deberían dos amigos bailando tango.

—Nunca te pregunté —empezó a decir Inglaterra. Chile levantó la mirada hacia él, notándole alto, fuerte e imponente como siempre—. ¿Quién te enseñó a bailar? Porque yo no fui. ¿Fue Fernández?

Se detuvieron un momento, antes de que empezara el tercer y último tango que sonaría esa noche, y continuaron bailando con esa tranquilidad de quien sólo pasa por un trámite.

—¿A ti te enseñó Bonnefoy, Arthur? ¿O aprendiste solo?

Inglaterra se vio complacido al responder.

—Aprendí los bailes a medida que surgieron, no necesité de nadie en particular —y su ego se desinfló un poco—, pero sí hubo algunos que me los enseñó la rana.

Inglaterra frunció el ceño al verle reírse para sus adentros y aceleró los pasos.

—¿Entonces, quién te enseñó a bailar?

—¿Sinceramente? —en el pecho le revoloteó una loica, queriendo decir otro nombre, pero con menos vergüenza de la que se esperaría—. Argentina.


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Este es un proyecto. Sé lo que quiero escribir, pero no tengo mucho tiempo. Les pido paciencia, y apoyo.