Era noche cerrada cuando el encapuchado trepó por las enredaderas traseras del palacio de Arendelle. Iba vestido completamente de oscuro, con una capucha que le cubría el rostro. Se le había encomendado la misión gracias a su pericia para pasar desapercibido. Era sigiloso como un gato, no hacía ruido siquiera mientras se enganchaba a la gran planta y llegaba al tejado del edificio. Una vez llegó, resopló, cansado y miró hacia abajo. La ciudad se había recuperado del ataque de hacía poco más de un año y festejaba el enlace de su reina y la unión con el reino vecino, Pholum. Era el momento perfecto.
Mantuvo el equilibrio sobre las tejas y se deslizó a un gran balcón que sobresalía por la parte frontal del palacio. Cayó de pie y se giró. La puerta que daba a la habitación estaba entreabierta y las cortinas bailaban ante el suave bamboleo del viento, que se deslizaba silenciosamente a través de la rendija. El hombre accedió al interior del edificio y sonrió, satisfecho. Cruzó la habitación sin tocar absolutamente nada, no quería que nadie supiera por dónde había entrado. Pegó la oreja a la puerta de la habitación, pero no escuchó nada que le hiciese pensar que había alguien fuera. Cogió el picaporte y abrió con cuidado. Efectivamente, no había nadie en el pasillo.
Salió y cerró la puerta tras de sí, procurando hacer el mínimo sonido. De puntillas, se acercó a la escalinata que descendía al piso inferior y estudió la disposición de las vigas del techo. Descubrió que había una levemente inclinada hacia abajo y que se unía con una de las columnas principales del vestíbulo. Miró varias veces y corrió al otro lado del pasillo. Una vez estuvo oculto, extrajo de un bolsillo interno una gruesa cuerda acabada en un arpón. Guiñó un ojo y apuntó a la esquina donde la viga se unía con la columna. Acertó de lleno. En la otra punta de la cuerda, un arpón más pequeño esperaba para ser lanzado. El encapuchado se giró y apunto a la parte más alta del pasillo. Una vez enganchada la cuerda, sacó de otro bolsillo un artefacto de metal del que se colgó y viajó hasta el extremo de la cuerda con el arpón mayor. Una vez allí, dispuso los pies en la columna para no caerse. A sus pies, la puerta que daba al salón de baile estaba abierta de par en par.
Bajó cinco centrímetros y estudio desde su posición la sala. Ahí arriba, nadie le vería. La luz se concentraba en la estancia donde cientos de personas bebían, comían, charlaban y bailaban. Vio que las vigas que mantenían sujeto el techo del salón eran iguales que aquella de la que se había encaromado hacía unos momentos. Con una mano, cogió un pequeño cuchillo curvo de su pie derecho, agarrándose con los muslos a la columna. Con la otra mano hizo lo mismo. Una vez tuvo los dos cuchillos, los plantó en la columna y dejó caer los pies, tirando así de sus manos. Cuando se cercioró de que estaba bien sujeto, fue alternando las manos igual que si escalara una montaña, de manera que en pocos minutos estaba subido encima de la viga que sostenía una gran lámpara de araña, esa que iluminaba todo el centro del salón.
Gateó hasta ponerse sobre el enganche de la lámpara y se deslizó sobre ella. Allí, decidió, era donde debía dar el mensaje.
Capítulo 1
Elsa no podía dormir, una opresión en el pecho la agobiaba y no le dejaba respirar. Hacía dos horas que Jack y ella habían decidido ir a descansar. Después del número que había montado el intruso, ni ella ni él estaban de ánimos para festejar el enlace como era debido. Sin embargo, su hermana se había asegurado de darle unos pigmentos rojos para que nadie sospechara de su virginidad. Harta de dar vueltas en la cama, se enderezó y puso los pies en el suelo, fresco a pesar de estar en verano. Se puso en pie y caminó hasta la puerta que daba al balcón. La abrió y salió a la terraza, recibiendo con gratitud un soplo de aire fresco. Miró al cielo y vio la luna llena. Suspiró.
Había pensado que todo había acabado, que Pitch estaba muerto y que nada volvería a molestarles. Al fin y al cabo, el duque de Shadow ya no estaba y el ducado había pasado a manos del reino de Pholum. Los soldados que prefirieron serles fiel a su señor muerto, fueron encarcelados; aquellos que eligieron someterse a la voluntad del rey de Pholum, fueron liberados bajo ciertas condiciones. Al fin y al cabo, el daño que habían provocado no desaparecería tan fácilmente. Al pensar en Pholum, sonreía. No podía creer que sería reina de dos territorios separados por el mar. Tampoco podía creerse que estuviese casada con Jack.
Elsa se volvió y le vio tumbado, mirando hacia ella y dormido como un tronco. El pelo blanco le caía sobre la nariz y le hacía cosquillas, provocando que la moviese para quitarse de encima eso que le molestaba. Para Elsa, parecía un conejito. Rió por lo bajo y se giró de nuevo de cara a la calle. Sus aventuras tendrían que haber acabado hace un año, no proseguir. Era demasiado injusto. Se merecían vivir tranquilos, bastante habían pasado ya.
Furiosa de repente, lanzó un rayo de hielo a una de las fuentes del patio principal de palacio, congelando el agua de inmediato. La forma se tornó tosca y amorfa, no como otras veces, que ofrecía un maravilloso espectáculo a los ojos de los hombres.
-No lo pagues con el agua, ella no tiene la culpa-susurró una voz a su espalda.
Elsa se sobresaltó y se giró, preparada para atacar. Relajó la postura al ver que era Jack quien le acariciaba los hombros.
-No vuelvas a hacer eso-le advirtió Elsa, controlando los latidos de su corazón.
-¿El qué?-sonrió Jack, divertido.
-Asustarme.
-Sé que soy feo, pero no es para tanto-bromeó Jack, arrancándole una tímida sonrisa a Elsa.
La reina suspiró y se dejó caer en el hombro de Jack.
-¿Qué pasa?-quiso saber el recién nombrado rey de Arendelle- A ver si lo adivino. Te estás comiendo la cabeza por lo que ha pasado hoy.
-Qué bien me conoces...
-Espero que no te estés arrepintiendo de haberte casado conmigo.
-¡No seas absurdo!-le regañó Elsa, alzando la cabeza y dándole un golpe con la mano en el brazo- No estaba pensando en eso y lo sabes.
-Sí, pero me gusta escucharte. Cuando te enfadas estás preciosa.
-No quieras verme enfadada todo el tiempo.
-No, me gustas más cuando estás conmigo en la cama.
Elsa abrió la boca y alzó las cejas, anonadada.
-¡Eres un pervertido, Jack Frost!
-No es la primera vez que me lo dices-sonrió Jack, abrazando a Elsa. La acurrucó entre sus brazos y le besó la cabeza-. No pienses tanto, Elsa.
Elsa borró de un plumazo su expresión tranquila y volvió a sumirse en el desconcierto y la desconfianza.
-No puedo evitarlo. ¿Por qué diría aquel tipo eso? Y, lo más importante, ¿cómo consiguió colarse dentro del palacio?
Jack se encogió de hombros y exhaló su aliento sobre la frente de Elsa.
-Escogió un buen momento, nadie le echaría cuenta.
-Se supone que la seguridad real debe abarcar todos los lugares donde la realeza pueda estar.
-Son personas, cariño.
-Ya, pero igual...
Jack tomó a Elsa de los hombros y la hizo despegarse un poco de él para poder mirarla a la cara. Sus ojos azules escudriñaron el rostro de su esposa.
-Elsa, lo que tengamos que hacer lo haremos por la mañana. Hoy ha sido un día muy largo. Ha sido nuestro día. Ya sé que llevamos un año un poco tranquilos respecto a problemas graves pero, por favor-se inclinó un poco más sobre ella, con su nariz pegada a la de Elsa-, ¿podrías concederme toda tu atención esta noche? Rélajate conmigo lo que queda del día de nuestra boda y mañana te permitiré quedarte encerrada en el despacho de tu padre el tiempo que quieras. Por favor, disfruta hoy de mí.
Elsa le devolvió la mirada, enrojeciendo levemente.
-Creía que no estabas de humor.
-Y no lo estoy, pero... ¡Dios! ¿Por qué tengo que privarme de mi noche de bodas? ¿Por un lunático que quizás esté mal de la cabeza?
Elsa sintió que tenía razón. Ella tampoco quería recordar su noche de bodas de esa forma. De hecho, antes de que todo aquello sucediera, había pensado en algunas cosas que le gustaría hacer con Jack cuando tuviesen intimidad. Esas ideas volvieron a su cabeza y sintió que el corazón empezaba a latirle desbocado. El color subió a sus mejillas y su respiración se tornó violenta. Jack se dio cuenta de aquello y supo lo que significaba. Cubrió el espacio que los separaba y rozó con sus labios la boca de Elsa, que se abrió para recibirle. Jack paseó sus labios y su lengua con suavidad sobre los de Elsa, haciéndola rabiar cuando se quitaba y volviéndola loca de deseo cuando parecía que iba a profundizar el contacto. Elsa gimió levemente y Jack la abrazó por las caderas, pegándola a él. Agradeció en ese instante el dormir solo con los pantalones puestos.
Dando un paso hacia delante, Jack notó que Elsa topaba con el balcón. La alzó en brazos y la subió en él. La balaustrada era muy ancha y, aunque la caída sería tremenda, Elsa no tenía miedo a las alturas. Sabía que Jack la recogería en el aire. El rey dio un pequeño mordisco en el labio inferior a Elsa y bajó por su barbilla al cuello, dando pequeños besos seguidos de mordiscos que la hacían estremecer entre sus brazos. Con una mano entre los omoplatos sujetaba la espalda de Elsa y, con la otra, acariciaba por encima de la ropa los senos de la reina. Notó que los pezones se ponían duros ante su simple contacto y eso avivó más sus ganas de tenerla con él.
Con un movimiento seco pero suave de la rodilla izquierda, abrió las piernas de Elsa, que notó cómo el aire se filtraba a través del camisón que llevaba puesto y se colaba por los bajos de la ropa, acariciando su sexo y enfriando un poco el ardor que sentía. Ya se notaba preparada, lista para ser penetrada. Se agarró al cuello de Jack y echó la cabeza hacia atrás, dándole acceso el escote del camisón. Jack se embebió de la visión y corrió a complacer a su mujer. La luz de la luna arrancaba destellos plateados al pelo de Jack, volviéndole una visión aterradora y bella. Con la mano libre, Jack deslizó hacia abajo un tirante del camisón, descubriendo un pecho, que refulgía bajo la luna llena. Maravillado con la predisposición de Elsa, bajó su boca hasta el pezón, lo chupó, lo succionó y lo mordiqueó. Elsa sentía que se derretía. Oleadas de placer viajaban desde su seno hasta el bajovientre.
Una vez estuvo contento con su trabajo en aquel lugar, pasó al otro pecho, consiguiendo que Elsa dejase escapar un gemido un poco más fuerte.
-Shhh-susurró Jack con el pezón entre los labios-, no armes escándalo.
-¿No nos ve nadie?
-No.
Elsa giró como pudo la cabeza y confirmó que no había nadie en la calle, nadie que alzase la cabeza y viese el espectáculo sexual de los reyes.
-¿Quieres entrar?-preguntó Jack, dejando el pecho y mirándola a los ojos. Se relamió la saliva de las comisuras de la boca, consiguiendo que a Elsa casi le diera una taquicardia.
-¿Ya has acabado aquí?-dijo a su vez, sintiéndose atrevida.
Jack alzó una ceja y esbozó una pícara sonrisa.
-Como mande, mi señora.
Elsa se agarró bien al balcón y abrió las piernas cuanto pudo. Jack se arrodilló y subió la falda del camisón, que bailaba al son de la brisa veraniega. Sin esperar un momento más, se lanzó a por el elixir que rezumaba Elsa. Cogió entre sus labios el clítoris y lo masajeó con la lengua. Elsa trató no gritar de placer.
-Eres exquisita, Elsa...-murmuró Jack, dejando caer su aliento sobre los pliegues de su sexo- Podría estar aquí toda la noche...
-Eso sería muy injusto, ¿no crees?-consiguió decir Elsa entre espasmo y espasmo.
-Muy injusto-concedió Jack, levantándose y bajándose los pantalones, dejando al descubierto su miembro erecto.
Como cada vez que lo veía, a Elsa se le resecó la boca y estuvo a punto de chillar que entrase ya en ella. Jack, que sabía lo que estaba pensando su reina, se quitó la prenda con cuidado y con toda la paciencia que tenía. La tiró al suelo, dentro de la habitación y, completa y gloriosamente desnudo, se acercó a Elsa y la cogió en brazos. Poco a poco, fue deslizándola sobre él, empalándola con cuidado. La reina se sintió morir de placer y dejó caer la cabeza hacia atrás. Jack giró sobre sus pies y entró en la habitación. Se dirigió a una bonita mesa que no había en las demás habitaciones y la colocó sobre ella. Antes de que Elsa pudiera moverse, Jack ya le había quitado el camisón y, excitado como estaba, dio un fuerte empellón, arrancándole por fin a Elsa un sonoro grito de placer. Sonriendo, volvió a darle con fuerza. Elsa se agarró a Jack y buscó su boca, ávida de sus besos. Jack la besó y empezó a entrar y a salir de ella sin descanso. Su placer empezó a llegar a la cima y solo justo cuando notó cómo Elsa se contraía en torno a él y gemía, se dejó ir dentro de ella, exhausto.
