—Será rápido, querida. Créeme.
—Pero… mi pequeño niño…
—Dorothy… —susurró el hombre, pegándola a su pecho— debes aceptar que nuestro hijo ya tiene diecinueve años.
—¡¿Y por eso tenemos que abandonarlo?! —exclamó la angustiada mujer, con los ojos anegados en lágrimas
—No lo abandonaremos. Sólo dos días, ¿si?
—No iré. No iré, Brian.
—Eres la encargada de mis finanzas, la que administra tod…
—¡Encuentra una solución, entonces!
La mirada de su esposa se alzó, suplicante. Odiaba verla de esa manera. Definitivamente tendría que hallar una alternativa antes de que se desatara la tormenta…
(…)
Mihael Keehl
Sábado. 08:30 AM. El insistente sonido de mi teléfono celular se extendió por el cuarto. Sin siquiera levantar la cabeza de la almohada, comencé a tantear la mesita de noche hasta dar por fin con el molesto aparato. Debido a mi presente estado de somnolencia me fue imposible corroborar el número en la pantalla, por lo que simplemente contesté.
—Habla Mihael Keehl…
—Mucho gusto, señor Keehl. Mi nombre es Brian River, el dueño de Steel Holding Incoporated. Requiero de sus servicios.
—Se… Señor River —tartamudeé, incorporándome de inmediato— el gusto es mío. Qué… Qué es lo que…
—Mi esposa y yo viajaremos por temas de negocios. Tan sólo serán dos días. La última semana recibí varias amenazas anónimas con el nombre de mi hijo en ellas. Incluso me he visto en la obligación de despedir a todo el personal de la mansión por precaución. Quiero que proteja a Nate durante nuestra ausencia.
—Bien…
—¿Considera posible la idea de pasar por mi oficina esta tarde?
—Por supuesto.
—Anote la dirección.
—Perfecto. Allí me tendrá, entonces —confirmé luego de realizar las respectivas anotaciones.
—Lo espero y muchas gracias.
Santa mierda. Había hablado con uno de los empresarios más poderosos del país, reconocido internacionalmente. El impero River se había alzado con tal magnitud que no era de extrañarse que hubieran recibido esos anónimos, más si su hijo era tan sólo un pequeño. De cualquier modo, no sería nada del otro mundo. Había custodiado niños en varias oportunidades. Repentinamente, un mullido almohadón aterrizo muy cerca de mi rostro.
—Casi me das, idiota…
—Era la idea. ¿Con quién hablabas tan temprano?
—Brian River.
—Br…¿Brian River…? ¿Brian River de...?
—Si, Matt.
—¡Por mi santa polla! ¿Y qué se…?
—Espera… espera un segundo… —lo interrumpí, mientras tomaba mi cabeza con ambas manos—.Me aturdes.
—¿Por qué siempre te tocan los mejores trabajos?
—¿Porque soy el mejor, tal vez?
Un nuevo almohadón cruzó la habitación, esta vez dando en el blanco.
—¡Hijo de…!
—Es tu turno de preparar el deeesaaayuunooo… —canturreó burlonamente mientras caminaba hacia el baño.
—Podrías vestirte, al menos…
Su voz fue perdiéndose a medida que se alejaba.
—¡Cómo si no te gustara ver mi perfecta anatomía, Mells!
—Por favor…—negué con una sonrisa.
(…)
El reloj siguió avanzando cada vez más rápido hasta que la reunión acordada se llevó a cabo. Se trató de algo bastante conciso. Aquella noche, el hecho de conciliar el sueño fue algo problemático. Por alguna extraña razón me sentía inquieto, demasiado nervioso por tratarse de cuestiones rutinarias. A pesar de ello, a las siete en punto me reuní con River y su esposa en la puerta de una descomunal mansión de varios pisos de altura. Los jardines eran sencillamente increíbles, al igual que la fachada y…
—Señor Keehl…
La angustiada voz de aquella mujer consiguió sacarme de mis pensamientos. Sus temblorosas manos se posaron sobre las mías, al tiempo que rompía en llanto.
—Mi niño… mi pequeño niño está en peligro. ¡PROTÉJALO! ¡HAGA LO QUE HAGA, CUIDE DE ÉL! ¡NO DEJE QUE…!
—Querida… ya fue suficiente —la interrumpió su esposo—. Mihael sabe cómo actuar, ¿verdad?
La última palabra de la frase fue pronunciada con cierto dejo de… ¿amenaza? Como fuera. No por nada trabajaba para una de las empresas de seguridad más prestigiosas de la ciudad.
—Por supuesto que lo sé. Señora River, voy a proteger a su hijo con mi propia vida si es necesario.
Aquellas palabras parecieron tranquilizarla. Volvió a dirigirse a mi persona, esta vez con tono algo más firme.
—Él… él está en su cuarto en este momento. No quiso bajar.
—No se preocupe, es entendible.
—Mihael… —sollozó, presionando mi hombro suavemente—. Lo dejo en sus manos.
Asentí con convencimiento. Varias personas escoltaron a la pareja hasta el lujoso vehículo gris metalizado, ubicado al final del interminable camino rodeado de exótica vegetación, seguramente traída de alguna isla tropical del Pacífico. Segundos más tarde y tras una intensa voluta de humo, el automóvil hubo desaparecido. Luego de eso se alzó el silencio.
Algo confundido decidí ingresar a aquella vivienda. El vestidor estaba repleto de lujosos adornos. Las características de dichos objetos remitían a culturas como la egipcia, con todas esas pirámides y pequeñas estatuillas de hombres con cabeza de Chacal, o la griega, por las enormes monedas con la leyenda "Santorini" grabada en cada una de ellas. Continué mi camino hasta hallar la cocina —la cual tenía el tamaño de todo mi departamento—, tomando una lata de cerveza del refrigerador. Contaba con el permiso necesario para hacerlo, por supuesto. Más tarde regrese a la sala, encendiendo el televisor de cincuenta pulgadas —o eso imaginaba—, y relajé despreocupadamente mi cuerpo en el mullido sillón de cuero negro.
(…)
Eran cerca de las once de la noche cuando finalmente decidí mover el trasero de mi lugar, más por lo entumecido que me sentía que por cualquier otro motivo. ¿Y se suponía que me pagarían por hacer… nada? Algo aburrido saqué mi teléfono del bolsillo y marqué el número de Matt, quien no tardó en responder.
—Quién habla.
—Mello, estúpido…Qué haces…
—Estoy… estoy en una parte demasiado… ¡MIERDA Y MÁS MIERDA! Ya no me quedan más vidas. ¡¿A quién carajo se le ocurre poner un precipicio en el medio de…!
—Deja ya ese videojuego. Tengo una propuesta mucho más interesante que hacerte.
—Escucho.
—Esta mansión es increíble. El niño en cuestión no ha dado señales de vida. No hay empleados ni nadie rondando. El refri está repleto a más no poder… ¿Qué me dices?
—Dame la dirección.
No pude reprimir la sonora carcajada que aquella frase me provocó.
—Maldito oportunista.
—¡Tu me estás invitando!
—Ok, Ok… anota.
—Eeeh… si, lo tengo. En cuarenta min…una hora, me tendrás allí.
—¿Tardarás tanto tiempo? Ni que te llamara desde la otra punta de la ciudad.
—Si no acabo con el maldito jefe de éste nivel, no podré conciliar el sueño por la noche.
—Jodido vicioso.
—No me extrañes que pronto me tendrás allí.
—Perfecto.
Estiré mis brazos con pereza al tiempo que recorría la sala con los ojos entrecerrados, en busca de algún interruptor capaz de terminar con aquella densa oscuridad. La luz proveniente del televisor era el único medio de luminosidad en el lugar. Me encontraba tanteando una de las paredes cuando mi corazón se encogió a causa del susto. Maldiciendo ruidosamente caí hacia atrás, dando de lleno contra el suelo al tiempo que sujetaba mi arma con ambas manos. Una esbelta y fantasmal figura se alzaba a un lado de la escalera. Su rostro era imperceptible desde aquel ángulo, mucho más teniendo en cuenta la presente oscuridad.
—¡¿Q…Quién mierda eres?! ¡Tengo un arma y no…!
Sin siquiera inmutarse, el desconocido siguió avanzando, hasta posicionarse a escasos centímetros de mi cuerpo. Su voz se alzó en un suave susurro.
—¿(…) Y no dudarás en usarla? —concluyó—. Qué desperdicio… ¿Se supone que se encargan de proteger a las personas?
Varias lámparas se encendieron simultáneamente. Al parecer aquel sujeto lo había hecho. Mis ojos se alzaron desde mi baja posición, descubriendo por vez primera de quién se trataba. Tragué con dificultad ni bien hube observado aquel rostro con detenimiento. Nate River, no cabían dudas pero… algo andaba mal. ¿Dónde estaba el pequeño del que tanto había hablado Dorothy? Aquel muchacho no tendría muchos años menos que yo, definitivamente. Sus ojos oscuros, tan grandes y profundos eran escalofriantes.
—No piensas levantarte, por lo que veo…
—Yo…bueno… —titubeé incorporándome torpemente—Lo siento. Soy Mihael Keehl. Tu… custodio.
—Si, claro… —dijo, arrastrando las palabras mientras comenzaba a alejarse—. Tu capacidad para proteger a los demás es increíble. Por poco y te meas en los pantalones.
Mis ojos siguieron su camino. Su contextura era delgada. Seguramente se tratara del típico idiota que se cree muy fuerte de la boca hacia fuera pero sus actos terminan en puro palabrerío. Un solo golpe lo dejaría tumbado en el suelo.
—No me subestimes—respondí firmemente—. Sé lo que hago.
Continuó avanzando, impávido, sin siquiera inmutarse por mi presencia. Luego de tomar un paquete de papas fritas de una de los estantes, dio media vuelta, rozando mi cuerpo al hacerlo. Recién se detuvo al pie de la escalera, observándome por encima del hombro.
—A propósito, ¿qué pensarían mis padres si les dijera que no estás preocupándote por mí en absoluto, sino más bien invitando amigos a nuestra casa?
Las palabras se agolparon en mi boca, haciéndome titubear.
—¡Qu…!
—Dile a Matt que no aparezca, si sabes lo que te conviene…
—¡¿Cómo sabes eso?!
—Sé más cosas de las que imaginas… Mello…
La cínica sonrisa que se dibujó en su rostro consiguió que pequeñas gotas de sudor se acumularan en mi frente. ¡¿Quién diablos era ese muchacho y qué se suponía que debía hacer de allí en adelante?!
(…)
