Prólogo
Lo había amado. Quizás lo amaba aún, pero ya era tarde, y nada volvería a ser como antes, cuando los días transcurrían rápidamente y la vida entonces era intensa y apasionada. Vendrían en adelante otros días en que el recuerdo y la añoranza la sumirían en una melancólica espera, pero sabía que llegarían los días en que podría evocar los momentos compartidos ya sin dolor, sino que con ternura y serenidad. Era una mujer sencilla.
Lo volvió a mirar tal vez por última vez y pronunció las palabras que le pesaban en el corazón:
—Adiós, entonces. No te olvidaré y te recordaré siempre con alegría. Fui muy feliz contigo y te amé—tomó una de sus manos y la estrechó con fuerza entre las suyas—. Espero que tú también hayas sido feliz conmigo…—suspiró hondo y prosiguió—. Que te vaya bien, querido, querido Syaoran.
Él la contempló con una mirada fija e intensa y, sin decir nada, desprendió su mano de las suyas.
La mujer le dirigió una última mirada implorante, pero fue un recurso fútil, porque Syaoran continuó observándola, imperturbable y frío.
—Adiós, Syaoran.
Nota: Gracias por leer.
