Disclaimer: Lamentablemente, Skins no me pertenece pero este pairing sí –por lo menos dentro de mi cabeza– así que ni se te ocurra decirme lo contrario.
Summary: Eran perfectos juntos así que, por supuesto, todo se vino abajo.
Perfectos.
–
Hay ciertas cosas que se escapan de nuestro control. Cosas que destruyen nuestro mundo y que, por consiguiente, terminan destruyéndonos a nosotros por igual. Cosas que no podemos dominar del todo –sino es que en absoluto– y que, siendo totalmente honestos, se van a la mismísima mierda.
Y Sidney Jenkins lo sabía.
Se sentía miserable. Trataba de no dejarse desanimar, pero le era imposible. Todo estaba de cabeza y solo pensaba en todo aquello que lo hacía sentir mal: los recuerdos de la gran amistad que solía tener con Tony y como todo se había jodido después del accidente –y lo que más lo deprimía de eso, era el saber que nada volvería a ser lo mismo entre ellos, no importaba cuanto pusiera cada uno de su parte–, su padre que se encontraba muerto; al igual que Chris. Y Cassie…
Cassie. Ella se había ido. No estaba exactamente seguro si había huido de él o de la realidad a la que se enfrentaban, pero se había marchado y ya no había marcha atrás.
Y no podía culparla; él hubiera hecho exactamente lo mismo si hubiera estado en su lugar. Y la odiaba por eso. Odiaba que no le hubiera dicho nada, odiaba que no hubiera sido lo suficientemente fuerte para quedarse, odiaba que todo se hubiera terminado yendo a la mierda entre ellos una vez más y, mas que nada, odiaba el hecho de que no podía cambiar eso, sin importar cuanto lo deseara.
Sin importar cuanto necesitara a Cassie a su lado –riendo, reconfortándolo, charlando con él acerca de cosas que no tenían sentido en ese momento pero que los hacían olvidarse de todo, compartiendo un cigarrillo o, simplemente, estando sentada en el borde de la cama con la mirada perdida– ella no volvería. Sin importar cuanto anhelara su cuerpo, moldeándose a la perfección al suyo y escucharla dejar escapar un gemido de placer desde lo más profundo de su ser.
Pero todo parecía perdido. Nada, absolutamente nada, parecía tener sentido; ni siquiera la fotografía de Cassie, que contemplaba tumbado desde su cama, parecía estar allí de verdad. Parecía estar en un tipo de pesadilla donde todo iba de mal en peor pero, por desgracia, todo era real; esa era su realidad.
Por su mente pasaban un sinfín de cosas contra ella –la mayoría carecían de sentido– como "¡Qué le den!" y "¡Qué se joda! En realidad, no la necesito" pero hasta la misma voz dentro de su cabeza que pronunciaba esas palabras sabía que eran una serie de mentiras que no estaban ayudándolo del todo a sentirse mejor y que, a la larga, terminarían haciéndole sentirse peor; era como fumarse dos cajetillas completas todos los días, que si bien no hacen daño por un tiempo, terminan jodiéndote de por vida. Exactamente así.
Pero ¿qué hacer entonces? Si mentirse así mismo no le funcionaba, admitir sus miedos y que todo era real parecía ser algo completamente suicida. Tenía miedo de perderla –tal vez para siempre–, era verdad, pero no había nada a su alcance para cambiar la situación, no hallaba la salida. Simple y sencillamente, estaba jodido.
Y es que, a veces la vida trae cosas malas a las personas que menos las merecen para volverlas fuertes, pero en algunas ocasiones, las personas no se dan cuenta de ello y se sienten miserables y sin esperanza, justo como Sid.
Y es que él conocía de la existencia de todas esas cosas, e incluso sabía que algún día podría pasarle –justo como le había sucedido ahora– pero no lograba entender del todo el motivo por el que la vida le había deparado algo así; cualquier otra persona se hubiera dado cuenta, pero él simplemente no lo veía: Cassie y Sid, a pesar de todo, eran perfectos juntos así que, por supuesto, todo se vino abajo.
–
