La mala broma de Daiki
-Maldita sea, tienes que estar malditamente demente para haber hecho esto -dijo el pelirrojo molesto, mientras limpiaba las heridas en la cara de su pareja.
-Pero ahora estoy tranquilo -dijo el moreno dejándose hacer-, sé que eres muy capaz de defenderte a ti mismo.
Y claro que lo era. Al idiota preocupado de Aomine se le había ocurrido la brillante idea de ponerle una trampa a su pareja, haciéndose pasar por delincuente encapuchado y esperarlo a la entrada de la casa, escondido de que nadie lo viera. Cuando había saltado sobre Taiga, aparte de un par de amenazas y tocar más de lo debido, había recibido la paliza de su vida. Resultado: Kagami molesto por todo y Aomine con el labio roto, una ceja partida y barios moretones en el cuerpo.
-Pude hacerte mucho daño, tarado -estaba furioso, nunca se imaginó que dejaría a su pareja al hombre que ama en esas condiciones-, demonios, esto pasaría como maltrato intrafamiliar.
-Clama, Taiga, no es como si te fuera tomar detenido.
-¡Ni que pudiera, bastardo, fue tu culpa después de todo!
-Lo sé, tigre, tranquilo -le dijo abrazándolo-, pero tenía que estar seguro de que nada te pasaría.
-Si pude darte una paliza a ti, supongo que puedo golpear a cualquiera -le dijo dándole un beso, más tranquilo- me asustaste, de verdad.
-Lo siento.
-Cuando empezaste a tocarme, pensé en ti, en que sólo tú podías tocar donde el ladrón estaba tocando, me sentí muy mal.
-Muchas gracias, bebé.
-Por que lo agradeces, te hice mucho daño.
-Pero defendiste lo mío -dijo acariciando las nalgas del pelirrojo, quien apretó los puños, bien, bien, no toco.
-No juegues con tu suerte, idiota.
Fin
