Prólogo

Alguna vez tuvo pesadillas en las que Lincoln la odiaba por haber sido obligado a usar un traje de ardilla, o en las que Lucy mataba a cada miembro de la familia de forma absurdamente terrorífica ante sus propios ojos. Los despertares eran un verdadero asco; pero el solo hecho de caer en conciencia le aliviaba. Lincoln no la odiaba y Lucy no era una máquina asesina sin escrúpulos.

Pero aquélla noche la pesadilla no terminó. Esa pesadilla en la que Lisa la llevaba a su habitación-laboratorio con sonrisa maquiavélica e intenciones nada bonitas y/o piadosas.

Ahora sentía como se hundía en el suelo de su propia habitación. Gritaba pero Lucy no despertaba. Levantaba un pie con todo el esfuerzo posible logrando salir de esa odiosa fuerza que la empujaba hacia abajo, solo por breves segundos antes de empezar a perder estatura. Era terrible, todo parecía tan real.

Miró sus manos. Luz. No sentía el fluido del oxígeno por su cuerpo. No sentía el mundo como antes. Las paredes eran simples umbrales transparentes y el suelo era como un decorado prescindible que está ahí y a la vez no. Caminó hacia la ventana sin alguna razón lógica, intentó abrirla pero sus manos la traspasaron. Por momentos se agachó y le echó una mirada al exterior, solo para después colocarse de pies lo más rápido posible.

Pudo ver el sol fijamente; su vista no se cansó, no se escandiló. Vió el sol como nunca lo había hecho. ¿Es que acaso era un fantasma?

Se volteó. Intentó recordar cómo se sentía el suelo de su cuarto, cómo se sentía tocar cada cosa. Su verdugo desapareció. Pudo caminar con libertad.

Ahora quería que acabase esa sensación, quería dejar de ver el mundo como lo veía en ese momento. Era increíble como, al mirar el suelo, podía ver la primera planta de su casa. Y al levantar la mirada, podía ver letras... Escuchar sonidos... Una especie de lenguaje que significaba algo.

Gritó desesperadamente al verse a sí misma "dormida" en su cama. ¡¿Había muerto?! ¡No, no, no! No podía ser posible; lo peor es que se sentía bien. Su corazón no se aceleraba. Su cabeza no le dolía. Solo sentía angustia por el estado en el que se encontraba.

De repente, cayó. La enigmática fuerza no visible le empujó hacia abajo y cayó tan rápidamente que ya no visualizaba su hogar. Todo era negro.

Y despertó.

— Veo con asombro que el usuario ha logrado sobreponerse al centralizar su pensamiento por el camino correcto aún a pesar de no haber concretado ninguna deducción de su estado holográfico temporal. Realmente, el experimento ha sido todo un éxito, Lynn.