La profecía del Señor Oscuro
CAPÍTULO 1
Era tarde ya. Ella se había demorado más de la cuenta para finalizar su jornada. Un par de clientes se resistían a abandonar sus conversaciones y ni siquiera se habían percatado de que los trabajadores del lugar habían concluido sus deberes y únicamente estaban esperando a que los primeros les pidieran la cuenta y luego se marcharan. Era el café de La Casona del Callejón, ubicado en la parte más antigua e histórica de esa ciudad, sitio de trabajo de Hermione Granger después de su dolorosa renuncia al mundo mágico.
Caminaba hacia su pequeño departamento, que no se encontraba muy lejos de donde trabajaba, y lo hacía a prisa dada la hora en que había finalizado su fatídica rutina. Pensaba en cuánto tiempo había transcurrido ya desde que trabajaba en aquel sitio, y cuánto tiempo había pasado desde que Harry había muerto en manos del Señor Tenebroso. Nada fue igual desde ese momento y la oscuridad comenzó su reinado de muerte, horror y miedo desmesurado. Ya no era seguro vivir ahí, bajo ninguna circunstancia, y menos desde que más de mitad de la familia Wesley habían muerto también, incluido Ron, quien fue asesinado por Draco Malfoy. Sin ellos Hermione no tenía a dónde ir, y su corazón se llenó de dolor al saberse completamente sola, aunado a que un grupo de mortífagos asesinaron a sus padres al salir de una función de teatro en Londres. La próxima sería ella, sin duda, y ¡cuánta ganas tenía de perder la vida también!
Tomó de su bolsa sus llaves y abrió la puerta. Estaba en su casa y aún así no se sentía en ella. Sabía que su lugar era el mundo mágico. La añoranza por los tiempos vividos en Howarts era más fulminante al acercarse el otoño, y ya era una costumbre en la muchacha sentir un cúmulo de emociones por esa temporada desde hacía casi ocho años. La torturosa muerte de Potter le calaba los huesos cada vez que la recordaba: Lord Voldemort apuntándolo fijamente con su varita y con una sonrisa enloquecida apuntó directo hacia su corazón emanando un haz de luz verde que lo quemó desde dentro hasta dejar desvalido y aniquilado el cuerpo inerte del chico. Toda esperanza había perecido junto con la muerte de Harry. Al fin había vencido El-que-no-puede-ser-nombrado.
Hermione, aun con el transcurrir del tiempo, se negaba a dar crédito a la escena del aquel penoso día. Ni siquiera días antes hubiera imaginado el vuelco que daría su vida después de ver morir a su mejor amigo. Se reprochaba a sí misma el no haberle confesado nunca que le hubiese gustado besarlo aunque solo fuera una vez; pero lo que más pesaba en su ser era considerarse una cobarde por no haber continuado en la resistencia contra el poder del Señor Tenebroso, como Neville se lo proponía. En lugar de ello, viajó a Londres, a donde sus padres para verlos, aunque ellos no pudieran siquiera reconocerla. No importaba. Lo importante era verlos para saber que se encontraban bien, y ello sería el mayor consuelo para ella. Pero no, sus padres estaban muertos , y Hermione no pudo evitar sentirse culpable porque -pensaba ella- que de nunca haber institido en estudiar en el mundo mágico y seguir los designios impuestos por una fuerza poderosa que le dictaban que ella era una bruja, tal vez sería una chica normal de casi veinticinco años que trabaja y mantiene una relación cercana con sus padres. Pero no.
Ambos universos de la vida de Hermione, el muggle y el mágico, estaban aniquiliados y ya nada podía hacer ella ahí. Por eso fue que en un acto de premeditación y arrebato renunció al mundo de la magia rompiendo su más grande nexo con ella: su varita mágica. La destrozó y ahogó todo su dolor contenido en un grito de rabia y sufrimiento. Tanta muerte, tanta sangre, tantas lágrimas…
Y por eso estaba después de tantos años aquí, en un país de América, sola y con el alma y el corazón carcomiéndosele de recuerdos. Era mentira lo que pensaban sus antiguos amigos, acerca de que era una chica muy lógica y segura de sí misma. La vida, y nadie más que la vida le habían demostrado lo contrario, haciéndole aflorar sus más grandes demonios. Muy distinto pensaban de ella las pocas amistades que había logrado entablar en su nuevo hogar, sólo las necesarias por aquello de mantener vínculos sociales. Se decía que era una chica muy inteligente pero manejada por sus emociones, ya que la mayor parte del tiempo mostraba un semblante triste y distraído. Sólo sabía ella en qué andaba pensando.
Como pudo decidió romper con su postura sentada en la cama y se dio una ducha, intentando no pensar por un rato en su vida anterior. Pese a su hastío presente había podido estudiar una carrera muggle en Filosofía y ahora era mesera en el café de La Casona del Callejón. Ello le permitía juntar un poco de dinero para sobrevivir mientras le otorgaban una beca para hacer un posgrado. Sin embargo, en su destino estaba el ser bruja, y la magia nunca le dejó sola. En este país exitían todavía algunos grupos de naturales que conocían las fuerzas de la naturaleza y las dominaban. Era lo que se conocía en Inglaterra como "magos", pero eran muy distintos a los de allá. Hermione era un tanto versada en la materia, pues un amigo suyo le ensañaba magia porque veía en ella una natural inclinación por las cosas sobrenaturales. Sin embargo, esa magia no se hacía con varita, es decir, no existía ninguna herramienta material que el mago necesitara para hacer hechizos y encantamientos, lo que Hermione intuía como una magia muy, muy poderosa en comparación a lo que ella estaba estudiando en el pasado.
Salió del baño y secó su cuerpo. Se quedó frente al espejo viéndose desnuda y perpleja –como siempre- en la cicatriz en forma diagonal que tenía en la parte derecha de su abdomen. La había hecho Lucius Malfoy durante la segunda guerra en Howarts, y si no hubiese sido por Ron seguro la habría matado. Salió de su trance y procedió a untarse en todo su cuerpo un aceite especial de hierbas que le relajarían y le traerían un sueño un poco más reparador. Se puso su pijama que consistía en unos pantalones holgados y una playera de manga larga, todo en colores violetas y dorados. Sin mayor reparo, se echó en la cama y se quedó profundamente dormida, sin saber que esa noche, precisamente esa noche, el aceite no lograría el efecto deseado…
