Prefacio
La suave noche había caído tranquila, con un cielo completamente despejado, pero tan negro y profundo que era fácil perderse dentro de él. El susurrar del viento apenas rozaba aquel rostro pálido por el cual rodaban lagrimas que no tardaban en secarse. Un par de ojos verdes se encontraban perdidos en la inmensidad, alejados de toda realidad sin siquiera parpadear.
—No puede seguir así —se escuchó decir a una voz masculina proveniente del pasillo.
—¿Qué más podemos hacer? —alegó otra voz rasposa pero similar—. No quiere comer, no quiere hablar, y ha dicho que le da lo mismo que la internemos en un hospital.
El girar de la manija se escuchó y solo entonces aquellos ojos se cerraron al tiempo que la cabeza de la chica se inclinó, haciendo que su flequillo resguardara parte de su rostro. No se giró pese a que escuchó los pasos dentro de la habitación y tampoco se inmutó al escuchar las palabras de los hombres que seguían hablando como si ella no estuviera presente. ¿Acaso creían que era tonta? ¿Pensaban tal vez que se había vuelto estúpida por su depresión? ¿Por qué no la dejaban llevar su luto en paz? ¿Era tan difícil entender que...?
—Señorita, por favor, su padre ha pedido hablar con usted —pidió uno de los hombres que había irrumpido en el lugar—. Mañana parte a los Ángeles y no quiere partir sin verla —añadió para persuadir a la chica, sin embargo, la aludida ni siquiera se tomó la molestia de voltear.
—Si tanto me quiere ver —murmuró con la joven, con una voz muy calmada y tan cristalina que causaba escalofríos—, ¿por qué no viene a verme él?
—El señor está en el comedor esperando a por usted —intervino el otro hombre de voz rasposa.
—Mienten —respondió—. Déjenme sola —pidió apenas girando el rostro para ver por el rabillo del ojo a aquel par de hombres que tan fielmente se preocupaban por ella, pero que no entendía la magnitud de su dolor.
¿Cómo podían entenderla? ¿Cómo podía siquiera llegar imaginar su pesar? A ellos se les había muerto la patrona, a ella se le había muerto su madre. Ella había estado ahí, ingenua y anonadada, cuando de un certero tiro en la sien la mujer que le había dado la vida se había quitado la suya propia. Desde eso habían corrido seis semanas y de su mente aún no se borraba el recuerdo, tan nítido como si lo estuviera presenciando de nuevo, una y otra vez cada que cerraba los ojos. Por más que buscaba explicación alguna, sencillamente no llegaba a encontrar una respuesta que fuese satisfactoria. Su madre no tenía razones, a su parecer, para hacer lo que había hecho.
—Por favor, señorita —insistió el hombre—. Si su padre no ve mejoras en usted terminará por mandarla a un hospital psiquiátrico por miedo a que cometa alguna locura —se aventuró a decir con toda franqueza, dejando de lado el tacto que se debería de tener para dar aquella clase de información. No obstante, la chica no se lo tomó a mal y apenas una sonrisa irónica se dibujó sutilmente en su rostro. Ciertamente en más de una ocasión había pensado hacerle compañía a su madre, pero no tenía el valor suficiente para hacerlo.
—Que haga lo que quiera, me da igual —fueron las últimas palabras que la joven de cabellera castaña pronunció antes de volver a fijar su vista en el infinito firmamento que esa noche carecía de estrellas, así como ella carecía de esperanzas.
Comentario de la Autora:
Digamos que más que nada esto es es como un pequeño Background de la historia, algo irrelevante a grandes rasgos, pero que considero necesario que sepan para que los futuros eventos tengan una pizca más de sentido.
Si queréis más información podéis pasar a mi perfil. Por el momento es todo lo que tengo que decir.
