Sentía que iba a estallar. No, estallar no; sentía que iba a hacer implosión. Derrumbarse como un castillo viejo vencido por el tiempo. Caer, como cae el rey a los pies de su enemigo cuando el imperio está tomado.

Su pecho pesaba más que le plomo. Con sus lágrimas podría haber convertido el Sahara en un mar.

Y ahora… ¿qué?

¿Qué iba a ser de él? Él no era nada, y ya no estaba completo. No estaba muerto, pero tampoco estaba vivo. Su realidad se había acabado. Se había destruido su mundo. Todo lo que él había creído fue desmentido y transfigurado en una noche cruel.

Su mundo de fantasía. Su cuento de hadas… Su novela, donde él era nada más y nada menos que el estelar, ahora tenía un final abrupto sin un texto alternativo. Así se acabó, y ya. Y ya.

¿Por qué los riesgos se habían vuelto hacia él, hacia ellos? Eran los protagonistas, los que todo lo pueden, los que se libran de todo por un pelito. Pero el pelito se había esfumado. El peligro los alcanzó, y lo "posible" ahora era un "hecho".

¿Y qué iba a hacer consigo? ¿A dónde dirigiría sus pasos, sin alguien a quien seguir, sin nadie tras él, sin alguien a su lado? ¿Cómo se caminaba solo? Él sólo había aprendido a caminar de su mano…

¿Por qué? ¿Por qué el autor de su vida, su libro, lo había terminado tan súbitamente? ¿Acaso se terminó el presupuesto en su película? ¿Por qué decidieron deshacerse de su compañero? ¿Por qué de un día para otro le decían que debía aprender a vivir la realidad?

Él no sabía de la realidad. Él no sabía de la vida, de lo mundano, de lo superficial, de la hipocresía. Todo para él se basaba en un amor. Uno y sólo uno, sólo uno verdadero. Era lo único que necesitaba, lo que le bastaba, jamás había pedido más.

¿Qué serían de sus noches ahora? La cama estaría vacía, sus sueños serían compartidos por el aire y estarían corrompidos por un fantasma.

Deseó con una fuerza increíble que esa noche lo tuviera de nuevo a su lado, como fue siempre, siempre, desde que fueron concebidos en la hermosura de un vientre impregnado de amor. Lo deseó con tanta fuerza que las estrellas titilaron como nadie hubiera imaginado, pero ninguna tuvo la piedad de atravesar el cielo para cumplir su deseo.

Gimió. De hecho, no paraba de gemir, de ahogar sus sentimientos en su garganta, de sumergir su dolor en su pecho, luchando contra sus intentos de liberarse. Se fue, después de todo, ahora era cierto. Ya no estaba, y no volvería a despertar viendo su cara, no volvería a reír con su voz y tampoco volvería a llorar con sus lágrimas. Y ésa era la prueba: él lloraba, y la fría cabeza recargada en su regazo no estaba expresando expresión alguna.

Si había algo que nunca deseó fue eso. Muchas veces le había dolido que lo tomaran por el otro. Muchas veces quiso decir "Maldita sea, éste soy yo. Soy yo, no él". Quiso que lo amaran por quien era, y en cambio esa noche lloraba porque jamás lo volverían a confundir. No quería ser una entidad con él, no quería ser una entidad sin él. Quería ser una entidad junto a él. ¿Y era eso posible? Ya no más.

Ya no más.

Porque ahora era sólo la mitad de lo que había sido y siempre habría un hueco al escuchar hablar de él en singular. Al oír decir su nombre sin uno más.