-He dicho que no.
-Pero…
-No.
-Pero, Kate…
-¡NO!
Castle se cruzó de brazos como un niño pequeño, frunciendo el ceño, indignado. Beckett resopló y lo ignoró, dirigiéndose a la cocina. El escritor estaba loco si creía que iba a pagar él solito la boda. Y todo porque él quería lujos y una gran fiesta "digna de un gran escritor y su esposa". La inspectora tenía una idea muy diferente; algo íntimo, familiares y amigos más cercanos, una ceremonia en la playa de los Hamptons y la fiesta en la casa, con eso ella se daba por satisfecha. Pero ninguno parecía dispuesto a dar su brazo a torcer.
-¿Al menos me dejarás a mí la Luna de Miel? –preguntó desde el sofá el escritor.
-¡Por qué iba a dejarte a ti el viaje! ¿Mi opinión no cuenta?
-Porque quiero que sea una sorpresa. Kate, por favor, no me dejas hacer nada que sea emocionante.
-¿Quieres hacer algo emocionante? Prueba a arreglar esa lámpara, lleva tres días parpadeando.
-Muy graciosa.
-¿Hola? ¿Interrumpo algo?
-No.
Sí.
Martha Rogers los miró a ambos, alzó las manos en señal de paz y señaló las escaleras. –Yo me voy a mi dormitorio, os dejo con vuestra discusión de enamorados.
-No, no, no, ven aquí madre. Explícale a la señorita "Disfruto quitándole la ilusión a mi futuro marido" que debo ser yo quien elija el viaje de Luna de Miel
-Bueno, puedes darle una gran sorpresa, claro…
-No, espera Martha, mejor explícale al cabezota y caprichoso que tienes por hijo que vivimos en el siglo XXI. ¡Las mujeres también podemos tomar decisiones!
-Sí, claro, es tu boda querida, es lógico que quieras decidir…
-Claro, recuerdo la última que tomaste sobre nuestra boda. ¿Cómo era? ¿Quieres casarte conmigo? Sí, no, no, sí –ironizó.
-¿Quieres qué hablemos de eso? –replicó -. ¿Por qué no hablamos también de tu voz de funeral? Hasta los cadáveres con los que trabajamos tienen más sangre en las venas, ¡Parecía que ibas a dejarme!
-Claro, lo que un hombre hace cuando deja a su novia es regalarle un anillo.
-¡Ya está bien niños!
Ambos miraron a una enojada Martha que parecía harta de aquellas frecuentes discusiones. La mujer tomó aire antes de hablar.
-Escuchad. Estáis estresados, lo comprendo, tenéis ideas muy diferentes sobre lo que queréis para la boda y además os casáis en dos meses, pero os estáis olvidando de algo muy importante. –Los miró, esperando pero ambos negaron con la cabeza. Martha soltó un bufido - ¡Qué os queréis! Y ahora mismo os vais a ese dormitorio a demostrároslo mientras yo te tomo prestados cien dólares para un precioso abrigo que he visto en un escaparate.
-¿Me tomas prestado? ¿En serio, madre?
-¡Al dormitorio, ya!
En ese momento sonó el teléfono de Beckett, quien sonrió.
-Tenemos un caso.
-Genial, justo lo que necesitáis.
-¿Pero no íbamos al dormitorio?
-Dios, Castle ve a vestirte, vamos.
-¿Va a ser así cuando nos casemos? ¿Tú mandas y yo obedezco?
-¡Lleva siendo así desde que nos conocimos!
-¿Y quien decidió eso?
Martha entornó los ojos, sacando paciencia de donde nos las tenía. O mejor dicho, de una buena copa de vino. La parejita se vistió entre reproches antes de salir sin siquiera despedirse de ella, dando un portazo. La mujer suspiró. –Lástima que no quepa en el piso de Alexis.
