El bosque es espeso, sobre nuestras cabezas el dosel de ramas esconde el cielo nocturno, haciendo el camino casi imposible. Veo ráfagas de luz, como espadas de plata, que atraviesan los huecos del techo enramado, son los intentos desesperados de la Luna por iluminar el bosque. No sirve de nada, pero no me preocupa. Tantos años entrenando en tan diferentes ambientes, escenarios y situaciones, me facilitan adaptarme prácticamente a todo. Mis ojos deben ser como los de un gato en este momento, completamente negros. Veo las figuras de los árboles, las raíces que emergen como serpientes, las rocas medio enterradas, todo parece recortado y puesto sobre un fondo oscuro. Camino rápido, la verdad es que quisiera correr, pero no puedo arriesgar a Akane a una caída.

Akane… Su mano entre la mía, sujetándome con fuerza, estoy encantado con el contacto, su piel sobre la mía me vuelve loco. Siempre lo ha hecho, siempre lo hará, soy suyo hasta el día de mi muerte. Jalo de ella y le muestro el camino con mis pasos, ella los sigue a la perfección aunque la negrura es más densa para sus ojos, no está acostumbrada a estar en un lugar así a estas horas, ¿por qué lo estaría?

Desde aquella vez que la tuve en mis brazos, creyendo que estaba muerta... Odio hablar de esto, odio pensarlo, pero debo recordármelo siempre. Desde aquella vez juré que nunca más la vería sufrir o correr ningún tipo de peligro; nunca. Lo único que quería para ella era una vida lo más normal que se pudiera, y sin embargo fallé. Fallé de nuevo, como un idiota que lucha contra el sol de las mañanas, o la nieve en invierno.

El valor de un juramento es lo que define a una persona, si puede cumplirlo o no.

Juré que no le ocurriría nada, ¿por qué hice algo tan estúpido? Es tan frágil, tan rebelde, tan ella… Y ahora lo que nos persigue, (yo en realidad no importo, me preocupa ella nada más, sin embargo es cierto, esto nos persigue), es tan fuerte, tan poderoso que ni siquiera yo, el gran Ranma Saotome, puede detenerlo. Nadie puede.

Y si no puedo detenerlo, mi juramento no vale nada.

Entonces yo no valgo nada.

Es solo que jamás imaginé que algo así podría pasarnos, a mi, a ella, a la gente que conozco y amo, a mi ciudad… Al mundo.

Además de nuestros pasos, escucho mi corazón martillándome los oídos, mi respiración entrecortada, y siento un nudo de acero en la garganta. Quisiera nunca detenerme, andar, correr si pudiera, hasta que toda esta pesadilla acabara; que acabará, tarde o temprano y no de la mejor forma. Siento en mis piernas un impulso casi imposible de ignorar. "Corre –dice algo en mi mente, algo escondido en los rincones de todos mis miedos-. Corre, huye Ranma… Corre hasta que caigas muerto. ¿No sería eso mejor? ¿No sería hermoso?" ¡No! Me obligo a alejar el pensamiento, desecharlo, lanzarlo de vuelta a las profundidades de donde vino. No soy un cobarde, no voy a huir a menos que… "¿Qué? –dice otra vez, e impulsivamente aprieto mas mis dedos alrededor de la mano de Akane-. A menos que ¿qué, Ranma? ¿Qué Akane también muera?"

También.

Qué devastadora palabra, qué definitiva.

Tras de mi, siguiendo mis pasos, no escucho nada en Akane. Nada. Su respiración es tan baja que se pierde con el viento suave de verano, sus pasos tan ligeros que si no la tuviera sujeta de la mano pensaría que se ha quedado atrás. Está en shock, lo sé, pero aún no me atrevo a detenerme, no se si estamos lo suficientemente lejos o no.

-Qué extraño me parece todo –susurra Akane, lo repentino de su voz me hiela el corazón-. No parece real, ¿verdad?

Entonces me detengo, no importa nada más, no puedo permitir que se pierda a si misma y caiga en la locura, no puedo dejar que abandone toda esperanza incluso si ya no hay esperanza. Me giro para verla de frente, bajo la luz de la noche me parece una visión, su piel pálida, el largo cabello que le cae a la cintura parece del color del azabache, y sus ojos brillan… vacíos. La sujeto de los hombros, aprieto, siento las yemas de mis dedos hundirse ligeramente en su carne.

-Akane, mírame.

Pero no lo hace, sigue perdida en un punto entre ella y yo, entre el ínfimo espacio que nos separa. Siento una oleada de miedo, no es la primera y estoy seguro que no será la última. No puedo perderla.

-Mírame –endurezco la voz, como si eso fuera a funcionar, me siento como un imbécil, estoy tan perdido como ella, como todos, al menos como todos los que quedan vivos. Sin embargo, para mi sorpresa, me mira.

-Está tan oscuro aquí afuera –murmura, sus labios, como pétalos, tiemblan-. Aun así puedo ver el azul de tus ojos, Ranma.

Los latidos de mi corazón se hacen más fuertes y me ensordecen por un momento. No sé qué decir, no tengo palabras de aliento, no puedo pensar en nada mas que en ella, en lo terrible de la situación, en el dolor que le parte el alma y entonces me destruye desde adentro.

Así que la jaló hacia mi y la envuelvo en mis brazos, lo hago con fuerza, como si de pronto soltarla me fuera a arrebatar la vida, y su calor, que es suave y dulce, entra a mi piel, toca mis huesos. Su respiración tibia se estrella contra mi cuello, sus pestañas rozan el filo de mi mandíbula y de pronto me siento incapaz de dejarla ir.

-Ranma…

-Shhh… -es todo lo que sale de mi garganta, no tengo nada más.

-Se han ido.

-Yo estoy aquí, y no me iré.

-Tú también te irás –es como si no me escuchara, tal vez no lo hace, tal vez está a punto de ser completamente absorbida por el dolor y perderé su alma y su hermosa inocencia.

-Akane, por favor, por favor.

Algo tibio resbala por mi cuello, muy a mi pesar me llevo una mano y lo toco, es agua. Es una lágrima.

Es mía.

Estoy llorando, no puedo detenerlo y apenas puedo sentirlo. No me muevo, no respiro más rápido ni suelto ningún sonido. Simplemente lloro. Sigo rodeándola con mis brazos, y ella tiene los suyos sueltos a sus costados, inmóviles.

-Tú también te irás y entonces no me quedará nada.

-Eso no sucederá, yo nunca te dejaré, yo…

-No puedo –y aquellas palabras son un lamento, las siento salir con más calidez, más fuerza, y de pronto soy consciente de su corazón, alterado como un colibrí que se ha quedado atrapado. Alza los brazos y se aferra a mi espalda, cierra sus manos sobre mi camisa con fuerza, arañándome la piel, pero no me importa. No me importa nada, me aprieta tanto contra ella que parece que se quiere funcionar conmigo.

Quiere desaparecer.

Y suelta el primer grito de dolor, dolor del corazón, del alma, el dolor que no se puede curar, no se puede detener, el que persigue allá a donde vayas, hasta que el tiempo deja de ser tiempo y todo se hace cenizas. Ese dolor, el que no puedo curar, el que no puedo alejar de mi hermosa prometida, que aun no sabe que la amo más que a mi vida, más que a mi mismo.

Esconde su rostro entre mi hombro y mi cuello, toma aire, y suelta un grito más, siento como pierde fuerza en las piernas, pero no importa, yo la sostengo, yo la sostendré siempre, siempre… ¿Lo prometo?

¿Puedo hacer eso?

Llevo una mano a su cabello largo, oscuro, y entrelazo mis dedos entre ellos.

Comienza su llanto desesperado, herido, un llanto como no había escuchado jamás. Y yo lloro con ella, en silencio, abrazándola con más fuerza cada vez que ella hunde los dedos en mi espalda, cada vez que grita de dolor.

Lo hemos perdido todo. Todo. Ahora sólo nos tenemos el uno al otro y con pánico en mi corazón me pregunto: ¿Por cuánto tiempo más?