Cuando la jarra golpeó la mesa delante de él, dejando una pequeña cantidad de cerveza desbordarse sobre la madera, Gandalf abandonó sus pensamientos y volvió a la realidad.
—Se te ve inquieto —dijo Thorin Escudo de Roble, con su propia jarra de cerveza en la mano. Su ropa estaba manchada por los viajes y llevaba una mochila a su espalda con su acostumbrado escudo atado a ella.
—En efecto, mis pensamientos son bastante pesados —dijo Gandalf, desplazándose para hacer sitio al Enano en su mesa—. Vamos, siéntate.
Thorin así lo hizo y mientras dejó su bolsa de viaje bajo la mesa.
—¿Puedo tentarte con un poco de Viejo Toby? —preguntó el Mago ofreciendo su bolsa de tabaco en agradecimiento por la cerveza.
—Con mucho gusto, agoté mi provisión hace varias semanas —permanecieron en silencio mientras Thorin llenaba y encendía su pipa. Sólo cuando el humo envolvía su cabeza habló de nuevo—. Ha pasado tiempo desde la última vez que te vi, viejo amigo.
—¿Vuelves a Ered Luin? —Gandalf conjeturó, basándose en su apariencia agotada por el viaje.
—Así es, fui hacia el este, a las Colinas de Hierro para ver a Dain —dijo Thorin. Sus ojos vagaban por la posada del Pony Pisador, en alerta constante por los posibles peligros, incluso en el pintoresco pueblo de Bree. Sus espesas cejas estaban fruncidas en un ceño y a Gandalf le parecía que tenía más mechones grises en el pelo que la última vez que lo había visto.
—Tú también pareces inquieto —observó, con la esperanza de llevarle a profundizar en la conversación.
—Durante el viajé pasé cerca de Erebor —Thorin explicó la razón de su preocupación—. Se dice que Smaug no ha sido visto en sesenta años.
—¿Y piensas en marchar hacia la montaña? —preguntó Gandalf, se dio cuenta de que Thorin estaba cavilando sobre la pérdida de su tierra natal.
—La posibilidad de tal expedición ha ocupado mis pensamientos desde que dejé las Colinas de Hierro —dijo—, marchar desde las Montañas Azules con un ejército podría ser desastroso, y seguro que lo será si Smaug sigue con vida.
—Y aún así todavía piensas intentarlo —dijo Gandalf reconociendo la cabezonería de los Enanos una vez que fijan su mente en una tarea.— ¿Qué dijo Dain al respecto?
—Le gustó la idea de tener un aliado tan cercano, las Colinas de Hierro están muy apartadas. De todos modos aún no ha prometido asistencia militar, dijo que debía considerar los riesgos primero —Thorin exhaló una larga bocanada de humo—. Me aconsejó que procediera con cautela.
—Quizás sea sensato.
—¿Cuál sería tu consejo? —preguntó el rey de los Enanos. Le sorprendió su deseo de asesoramiento, los Enanos eran una raza especialmente privada, sin un ápice de gusto por la intervención de otros en sus asuntos.
Gandalf pensó por un momento, reflexionando sobre las implicaciones que podría tener un ejército yendo hacia Erebor y otras posibles alternativas.
—Estás planeando batallas y una guerra —dijo al fin—. Sería más aconsejable una estrategia algo más sutil.
—¿Piensas que una compañía pequeña sería mejor que un ejército? —Thorin frunció el ceño.
Gandalf vaciló se agitó un recuerdo de hacía mucho tiempo; cientos de años atrás había visitado otro mundo con historias detallando eventos en la Tierra Media. Previamente las había apartado como tonterías pero ahora los sucesos y nombres comenzaban a alinearse con lo que él recordaba de aquellas historias. Y si recordaba correctamente, la expedición de Thorin no resultaría del todo satisfactoria.
—¿Gandalf? —Thorin le increpó, y se dio cuenta de que había estado callado bastante tiempo.
—Déjame pensar en ello —dijo—. Te daré consejo, pero hay preguntas que necesitan respuesta antes de que lo haga.
Thorin asintió.
—Tendremos un cónclave en Ered Luin dentro de dos meses. Tu presencia en la reunión sería bienvenida.
—Allí estaré —prometió, y mientras drenaba lo que quedaba de cerveza se levantó para partir.
—¿Ya te marchas?
—Sí, hay muchas cosas por hacer —dijo crípticamente, pensando en la magia necesaria para llegar a otro mundo—. He de viajar lejos para darte el consejo más fructuoso —e inclinó su cabeza respetuosamente hacia el Enano—. Te veré pronto amigo mío.
Lizzy tamborileaba con los dedos sobre el mostrador, mirando alrededor de la librería inútilmente. Estaba siendo un día lento y ya había reorganizado varias estanterías, encargado libros nuevos y ordenado el almacén. Aburrida, abrió Tumblr en su iPhone y se puso a mirar publicaciones con la etiqueta Supernatural a escondidas, y de vez en cuando rebblogueaba fotos de los hermanos Winchester. Se preguntaba si su jefe, que estaba ocupado con las cuentas en la oficina del piso de arriba, se daría cuenta si cruzaba la calle a por un helado como respiro del calor de agosto cuando tintineó la campanilla sobre la puerta.
Entró un hombre bastante anciano, con una chaqueta gris y un sombrero tipo fedora a juego. Sonrió alegremente a modo de saludo y él le respondió quitándose el sombrero, pero parecía saber lo que estaba buscando así que ella no ofreció ayuda.
Varios minutos después se aproximó al mostrador llevando un libro que dejó junto a la caja registradora.
Lizzy sonrió cuando vio que era una copia de El Hobbit.
—Es un libro genial, estoy segura de que le va a entusiasmar —dijo mientras escaneaba el código de barras.
—Lo leí hace mucho tiempo y ahora quiero releerlo —explicó el hombre, y Lizzy sintió que había algo familiar en su voz—. Siento que hay algo que está mal —añadió en un tono apenas audible.
—Puede que sea el final —dijo metiendo el libro en una bolsa.
—¿Qué quieres decir?
—Lo ha leído, ¿verdad? ¿No le estaré destripando el final? —quiso comprobar y el hombre asintió— Bueno, ¿no cree que es un poco raro que Dain acabe siendo rey? Apenas se menciona su personaje, de hecho rechaza rotundamente la idea de retomar Erebor —se apoyó sobre los codos en el mostrador mientras continuaba, sin fijarse en la intensa mirada del hombre sobre ella—. Quiero decir, la muerte de Thorin se entiende, sucumbió a la enfermedad del dragón, el encanto del tesoro. ¿Pero Fili y Kili? —puso una mueca, recordando lo fastidiada que estaba respecto a sus muertes, apenas mencionadas— Recuerdo que la primera vez que lo leí pensé qué inconveniente que sólo murieran los del linaje de Durin, y que un descendiente no directo fuese rey después de todos los problemas que habían tenido.
—Sí… Eso es precisamente lo que está mal en la historia —dijo el hombre lentamente, parecía estar en un pensamiento profundo. De repente la miró con ojos penetrantes—. ¿Es uno de tus favoritos?
—Sí, soy un poco friki de Tolkien —dijo con una sonrisa—. Voy a ir a Nueva Zelanda dentro de unos meses con mi hermano pequeño. Estoy deseando ver dónde se grabaron las películas.
—¿Deseas ver la Tierra Media?
—Más que nada en el mundo —añadió, poniendo los ojos en blanco de manera dramática, y sonrió a su cliente, recordando que aún tenía que pagar el libro—. Son seis con noventa y nueve, por favor.
Le dio un billete de diez libras nuevo y cuando le dio el cambio lo puso todo en la lata por la caridad al lado de la caja.
—Que tenga un buen día —le dijo mientras cogía la bolsa para marcharse.
—Tú también, querida —dijo, y se paró en la puerta—. ¿Puedo preguntarte tu nombre?
—Elizabeth —contestó, sonriendo una vez más—. Lizzy Darrow.
Dos meses después del encuentro casual en Bree, Gandalf se encontraba dando zancadas por las estancias de Thorin en las Montañas Azules a medida que se aproximaba a la sala de reuniones dónde el cónclave de los Enanos tenía lugar, sin pararse a admirar el finamente tallado techo abovedado.
—Bueno, ¿qué tienes que decir? —preguntó Thorin, imperioso, desde su ornamentada silla casi en el instante en el que Gandalf entró en el salón. Se tomó su tiempo en asentarse en su lugar designado, sacó su pipa y la encendió antes de contestar.
—Mantengo lo que dije en Bree —dijo al fin, exhalando una bocanada de humo—. Una guerra abierta no sólo sería inútil sino prácticamente imposible de organizar. Tendréis que intentar algo más simple y más audaz, de hecho algo desesperado.
—Eres a la vez incierto e inquietante —dijo Thorin con el ceño pesado—. Habla claro.
—En primer lugar habréis de actuar en secreto. Ni mensajeros ni heraldos o desafíos, Thorin Escudo de Roble. Como mucho te podrán acompañar unos pocos parientes o fieles seguidores —dijo Gandalf, asintiendo hacia los otros miembros del cónclave—. Pero necesitarás algo más, algo inesperado; o mejor dicho, dos cosas inesperadas.
—¿Y son?
—Como sabes, Smaug es viejo pero astuto, debes tener en cuenta su antigua memoria y su incomparable sentido del olfato. Puedes asegurar que sigue alerta ante el más leve aroma de Enano en su dominio, al igual que al sonido de los pies de los Enanos.
—Haces que tu aproximación cautelosa suene tan difícil y desesperanzada como cualquier ataque abierto —dijo Balin—. ¡Imposiblemente difícil!
—Difícil, puede ser —concedió Gandalf—, pero no imposible, o no estaría aquí malgastando mi tiempo —pausó, juzgando las tercas expresiones de los Enanos tras su declaración—. Para la primera adición inesperada a vuestra compañía, sugiero que llevéis a un Hobbit con vosotros. Smaug probablemente nunca habrá oído a un Hobbit, y por seguro que jamás los ha olido.
—¿Qué? —gritó Gloin— ¿Uno de esos simples agricultores de la Comarca?
—En efecto, y ya hay uno que ya he elegido como tu acompañante, Thorin. Es listo y perspicaz, y lejos de imprudente. Más aún, tiene unos pies tan ligeros como cualquier Hobbit. Cuando dije que necesitarías cautela me refería a cautela profesional.
—¿Cautela profesional? —repitió Balin, interpretando las palabras de Gandalf no como él pretendía— ¿Quieres decir un buscador de tesoros entrenado? Este Hobbit es un ladrón, ¿por eso lo recomiendas?
Ante esto, Gandalf lanzó precaución al viento, reconociendo que los Enanos no verían más allá de los prejuicios hacia los Hobbits a no ser que les diera motivos para hacerlo, y si las fuentes eran de confianza, Bilbo cumpliría con el papel de ladrón.
—¿Un ladrón? —mintió con una pequeña risa— ¡Pues claro, un ladrón profesional!
—¿Cuál es el nombre del ladrón, o el nombre que usa? —preguntó Fili, el heredero y sobrino mayor de Thorin.
—Los Hobbits usan sus verdaderos nombres —explicó—. El único que tiene es Bilbo Bolsón.
—¡Menudo nombre! —dijo entre risas Kili, el hermano menor de Fili.
—¿Y qué pasa con la segunda adición a la misión? —preguntó Thorin, hablando una vez más.
—El otro acompañante será un humano, un consejero para la compañía —dijo Gandalf con cuidado para no revelar mucha información.
—Este asunto sólo concierne a los Enanos, dudo que un humano pueda darnos consejo alguno —replicó Thorin con desdén, cuyas cejas se fruncían ferozmente.
Gandalf se irguió en su silla, sintiendo en su corazón que tanto Bilbo como la joven de la Tierra debían ir con la compañía, de lo contrario toda la misión sería un fracaso. Durante toda su investigación en otros mundos había encontrado diversas fuentes que detallaban la Misión hacia Erebor, y a pesar de sus numerosas variaciones, todas tenían una cosa en común: Bilbo Bolsón uniéndose a la compañía.
La inteligente mujer que había conocido sin embargo no era mencionada, y aún así Gandalf presentía que sería fundamental para asegurar que el reinado de la montaña pertenecería al linaje de Durin.
—¡Escuchadme, pueblo de Durin! —dijo dejando el poder llenar su voz— Si estas dos personas os acompañan tendréis éxito, si no, fracasaréis. Tengo una premonición, os lo advierto. Si rechazáis mi consejo habré acabado con vosotros.
—Fuertes palabras —dijo Thorin, reconociendo la seriedad en la voz del Mago—. Conozco tu fama, pero no puedo evitar preguntarme si tu juicio está podrido en esta premonición que dices tener.
—Mi juicio está podrido por un Enano exasperadamente orgulloso que busca mi consejo y me recompensa con insolencia —espetó Gandalf—. Hazlo a tu manera, Thorin Escudo de Roble, pero si te mofas de mi aviso entonces marcharás hacia el desastre. Reprime tu orgullo y tu codicia, o caerás al final de cualquier camino que tomes, aunque tus manos estén llenas de oro.
Thorin parpadeó.
—No me amenaces. Tomaré mi propia decisión.
—Adelante, hazlo, pero recuerda que me pediste asesoramiento por una razón —Gandalf pausó un momento y continuó en un tono más suave—. No puedo decir nada más salvo esto: yo no doy mi amor o mi confianza a la ligera, Thorin, pero me he encariñado con estas dos personas y les deseo lo mejor. Trátalos bien, y tendrás mi amistad hasta el fin de los días.
Lo dijo sin esperanza de convencer al rey Enano, pero tampoco podía haber dicho nada mejor. Los Enanos entendían la devoción hacia los amigos y la gratitud hacia aquellos que los ayudaran.
—Muy bien —dijo al fin Thorin—. Pueden venir con nosotros con una condición.
—Dila —dijo el Mago, esperando que fuera algo a lo que pudiese ceder.
—Tú también debes venir.
Gandalf se acarició la barba sopesando las implicaciones de tal petición. A diferencia de la presencia de Bilbo en la compañía, no todo el mundo aprobaba su propia participación en la misión según las fuentes que había encontrado. Confiaba en tener tiempo para convencer al Concilio Blanco de la amenaza creciente de la Sombra.
—Iré con vosotros —dijo al fin—. Pero no puedo prometer mi presencia durante toda esta aventura. Vuestra hazaña puede pareceros de vital importancia, pero para mi es sólo un hilo y debo ocuparme de toda la tela.
Thorin asintió como había entendido.
—Con eso arreglado nos reencontraremos en la Comarca a mediados de abril —propuso Gandalf—. Pondré una marca de ladrón en la puerta del Hobbit, la encontraréis fácilmente en el pueblo de Hobbiton, y de allí partiremos.
—Que sea la última noche de abril —intervino Thorin—. No sólo debo reunir una compañía, también tengo que ir al norte a una reunión con un enviado de Dain, estamos esperando embajadores de los Siete Reinos Enanos.
—Asegúrate de mantener esta empresa en silencio, Thorin —le recordó—. No tiene sentido la cautela si el mundo sabe de tus asuntos.
Thorin asintió una vez más y el cónclave procedió a debatir otros asuntos mientras Gandalf salía sigilosamente del salón.
Varios meses después, Elizabeth Darrow se encontraba en una alta cordillera, sobre la que admiraba un lago de un maravilloso color azul en medio de Nueva Zelanda. Extendió los brazos y empezó a dar vueltas, casi golpeando a su hermano con la mochila.
—¿No es precioso? —dijo mientras su pelo castaño dorado atrapaba el sol mientras giraba— Ya siento como si estuviera de aventuras.
—Esta aventura va a acabar contigo cayéndote de la cumbre como no tengas cuidado —dijo Peter, su hermano pequeño mientras entrecerraba los ojos hacia el lago.
—Aguafiestas —dijo, y le sacó la lengua—. ¿Cuánto queda hasta el camping, más o menos? —preguntó, ajustando su mochila de tamaño medio un poco más alto sobre sus hombros a la vez que emprendía de nuevo la marcha.
—Una hora o así, puede que menos —dijo Peter, siguiéndola de cerca. Se aclaró la garganta cuando se encaminó hacia un pequeño bosque—. Vas por el camino equivocado.
—Pues yo creo que no —dijo Lizzy ligeramente ofendida.
—Según el mapa tenemos que seguir el camino de la cordillera —señaló Peter agarrando la guía de viajes.
—Y ese adorable neozelandés que conocimos en el bar la otra noche dijo que podemos acortar media hora si seguimos el camino recto por el bosque.
—Creo que el mapa de la guía es más fiable que un borracho.
—No estaba borracho, dijo que lleva viviendo aquí toda la vida así que creo que sabe de lo que está hablando —dijo de manera hastiada—. Además, la guía la habrá escrito probablemente alguien que nunca ha estado en la zona. Y si miras el mapa el camping está literalmente justo al otro lado del bosque, el camino sólo da un rodeo por fuera de los árboles —añadió, arrebatando el libro de las manos de su hermano y pasando a la página con el mapa para enseñárselo—. Es un atajo.
—¿Y desde cuándo funcionan tus atajos? —preguntó su hermano cruzando los brazos.
—Mis atajos funcionan siempre, muchas gracias —dijo, ya del todo ofendida.
—Um, ¿recuerdas cuando me llevaste a la casa de Matt? Acabamos en un camino de tierra.
—Sí, pero al final llegamos.
—Después de tener que dar media vuelta.
—Detalles —dijo Lizzy agitando la mano—. Esto es una aventura, tenemos que seguir el camino menos transitado y todo ese rollo.
—Tendrías que haber hecho un grado de filología si vas a citarme poetas —bufó Peter.
—Resulta que me gusta la política —le aseguró; recientemente se había graduado de la universidad con un grado en política y ahora estaba disfrutando de su tardío año sabático.
Su hermano sacudió la cabeza y volvió a su discusión anterior.
—Creo que deberíamos ir por la cordillera.
Lizzy botó sobre sus talones y sonrió.
—Si estas tan seguro, ¿por qué no hacemos una carrera?
—¿El último en llegar tiene que montar la tienda? —sugirió con una sonrisa de gallito iluminando su cara. Soltó la guía en sus manos— Toma, así cuando te pierdas en tu atajo serás capaz de regresar.
—Ja ja, ya veremos quién ríe el último —dijo, no obstante guardó el libro en un bolsillo lateral de la mochila—. Te veo luego.
Peter se despidió por encima del hombro, ya bajando por el camino, así que Lizzy se encaminó hacia el bosque. El camino que el hombre le había descrito era tan claro como el día por lo que se dirigió con confianza hacia los árboles, tarareando de vez en cuando.
El Sol brillaba, era verano en Nueva Zelanda, y los árboles proveían un respiro de sombra después de caminar toda la mañana. Ella y su hermano estaban recorriendo la el camino rural alrededor del lago desde el pueblo donde se alojaban hasta un camping alejado, donde un grupo de otros viajeros estaba planeando una barbacoa.
Después de veinte minutos caminando aminoró la marcha y miró su reloj, recordando que el hombre había recomendado el camino dijo que era un paseo de diez minutos a través del pequeño bosque. Tras otros cinco minutos sin ver rastro del límite de los árboles paró de nuevo, consultando el mapa de la guía y comprobando la pequeña brújula que colgaba de la cremallera de su mochila. Definitivamente iba en la dirección correcta, y el bosque no era tan extenso. El camino seguía detrás de ella, así que continuó, sabiendo que podría dar media vuelta fácilmente y reencontrarse con su hermano en el amino de la cordillera, habiendo perdido sólo su orgullo.
Los árboles empezaron a clarear y pronto se encontró en el borde del bosque sólo que en vez del camping que estaba esperando encontrar había extensas llanuras y colinas, y ni un solo edificio a la vista. Frunciendo el ceño, comprobó la guía una vez más; aparentemente el límite oeste del bosque, donde la brújula indicaba que estaba, daba directamente a la zona de campings, y aún así no veía nada.
Estaba dudando junto al borde de los árboles, confundida, preguntándose qué debería hacer, cuando oyó el chasquido de una rama detrás de ella.
—¿Hola? —preguntó, escaneando los árboles.
El crujido paró.
—¿Quién llama? —respondió una voz masculina.
—Um, hola. Aquí —dijo, y se oyó el sonido de pisadas pesadas entre la maleza. Apartó una rama y se sorprendió al ver al hombre vestido de la manera más extraña que había visto nunca. Era bajo y ancho de hombros, posiblemente unos centímetros más alto que ella con su metro cincuenta y cinco de altura, tenía el pelo largo y rubio, y curiosamente, un bigote trenzado. También iba vestido con un largo abrigo de cuero con un diseño intrincado y un cinturón ancho, y una espada atada a la cintura.
—Hala, qué disfraz tan bueno —dijo, admirando mientras el hombre la miraba, confundido—. ¿Estás haciendo cosplay?
—¿Perdón?
—¿O es una de esas cosas de LARP?
—¿Larp? —repitió, como si ella fuera lo más extraña que jamás había visto.
—Ya sabes, Live Action Role Play, o juego de rol en vivo.
Sacudió el cabeza, perplejo, y las trenzas de su bigote se balancearon.
—¿A qué os referís? —preguntó, y echó un vistazo alrededor— ¿Estáis aquí sola, mi señora?
—Sí, bueno no —añadió—. Estoy con mi hermano, tengo que encontrarme con él en el camping —le dio una sonrisa ganadora—. ¿Puedes decirme cómo llegar?
—¿Os referís al campamento en la orilla del río Lune?—preguntó el hombre, ya ligeramente preocupado— Está al menos a un día de camino desde aquí.
—Um, no —dijo, nunca había oído hablar de ese río durante su extensa investigación de la zona—. Se llama Kawerau —trastabilló un poco en la pronunciación neozelandesa y abrió el libro para enseñarle el mapa.
—Qué libro tan extraño —dijo, acercándose para mirar. Parecía mas interesado en el libro en sí que en lo que ella intentaba enseñarle, pasando las páginas con curiosidad—. Nunca había visto pinturas tan vívidas.
Lizzy le sonrió con condescendencia.
—¿No te dejan salirte del personaje o qué?
—¡Fili! —gritó una voz desde los árboles y Lizzy arqueó las cejas al oír el nombre familiar.
—Por aquí —le respondió y en un momento otro hombre salió de entre los árboles. También iba vestido de cuero, pero tenía el pelo más oscuro, un rastro de barba y un arco cruzado a su espalda.
—¿Cuánto se tarda en coger leña para el fuego? —dijo burlándose, y se paró al ver a Lizzy y levantó las cejas— Buenas noches, mi señora, Kili, a vuestro servicio —dijo con una reverencia.
—Fili y Kili —dijo sonriendo, apreciando lo bien hechos que estaban sus disfraces—. ¿Estáis haciendo algún tipo de promoción de la historia?
—¿Todos los humanos habláis de manera tan extraña? —dijo Fili, sosteniendo holgadamente el libro con una mano.
Lizzy suspiró.
—Mirad, ya pillo que no podéis saliros del personaje, pero estoy algo perdida así que si pudierais indicarme dónde queda Kawerau sería genial —dijo cogiendo el libro de las manos de Fili y abriéndolo en el mapa de nuevo ya que había perdido la página—. Habría jurado que iba en la dirección correcta.
Kili miraba el libro interesadamente sobre su hombro
—Es un mapa —señaló, sonaba casi sorprendido.
—Uh, sí —dijo Lizzy.
—No es un mapa de la región en la que estamos —añadió como si fuera algo obvio.
—Sí que lo es —dijo en un tono protector—. Empecé aquí esta mañana, y ahora deberíamos estar más o menos por aquí —señaló el pueblo y el camping en el mapa.
—¿Dónde está nuestro mapa? —preguntó Fili a su compañero.
—En mi mochila, en el campamento —replicó Kili.
Lizzy parpadeó cuando mencionaron el campamento.
—¿Así que sabéis dónde está el camping?
Fili hizo un gesto hacia los árboles.
—Venid con nosotros, mi señora. Podréis compartir nuestra comida y mirar nuestro mapa, y veremos si entre todos podemos figurar adónde os dirigís.
Se lo pensó durante un segundo, se encogió de hombros y cedió.
—Vale, pero no me llaméis "mi señora" —añadió—. Me llamo Lizzy.
—Un nombre inusual —dijo Kili, encabezándose hacia los árboles.
—No del todo —dijo, perpleja—. Sí que os tomáis en serio esto del cosplay, ¿verdad?
—¿Qué es ese cosplay que mencionáis? —preguntó Fili detrás de ella.
—Disfrazarse, fingir ser personajes de historias —dijo en tono protector una vez más.
Los dos hombres intercambiaron miradas y Fili habló de nuevo.
—Estas son nuestras ropas, sois vos quien viste extraño —dijo mirando brevemente sus camisetas superpuestas, sus pantalones cargo negros y sus botas de caminar.
Se abstuvo de responder ya que habían llegado al campamento; o más bien el claro donde había dos mochilas de cuero y un círculo de piedras para una hoguera que tristemente iba escasa de leña. Kili fue derecho a una de las mochilas y rebuscó en ella hasta que sacó un pergamino doblado.
—Éste es nuestro mapa —dijo entregándoselo.
Lizzy lo desplegó curiosamente y sonrió indulgentemente al reconocer el mapa al instante, divertida por sus payasadas.
—Esto es un mapa de la Comarca.
—Así que conoces la zona —Fili sonaba complacido.
—Muy divertido —dijo devolviendo el mapa—. No estamos en la Comarca.
—Técnicamente aún no, estamos aproximadamente aquí —dijo Kili, señalando una zona llamada las Colinas de Evendim—. Cruzaremos las fronteras de la Comarca mañana.
—Vale, parad ya, no tiene gracia —espetó y cruzó los brazos.
—No estaba bromeando señorita Lizzy —pausó Kili.
—Seguro —dijo sarcásticamente—. ¿Y esto qué es, una broma que los neozelandeses soléis gastar a los turistas? ¿Intentáis engañar a al gente que viene a ver los lugares donde se grabaron las películas y hacerles creer que están en la Tierra Media?
Los dos hombres compartieron otra mirada de confusión.
—Estamos en la Tierra Media —dijo Fili.
—No, estamos en Nueva Zelanda —contraatacó igual que si estuviera hablando con un niño de entendimiento lento.
—Nueva Zelanda —repitió—. Nunca he oído hablar de ese lugar.
Lizzy enderezó los hombros y les lanzó una mirada fulminante.
—¿Sabéis qué? Me niego a sentarme aquí y a que os burléis de mí. Si no me vais a ayudar, volveré sobre mis pasos hasta el borde del bosque.
Fili dio un paso adelante con la mano ligeramente elevada.
—Señorita Lizzy, ya es casi de noche y no deberíais vagar por ahí sola. De verdad, si deseáis encontrar este lugar del que habláis deberíais esperar al menos hasta la mañana. Sois bienvenida en nuestro campamento.
—¿Qué quieres decir con que es casi de noche? Si apenas pasa de media tarde.
Kili echó un vistazo hacia los árboles.
—Habrá oscurecido en menos de una hora. ¿Dejaréis al menos que uno de nosotros os acompañe hasta el otro lado del bosque?
—No —dijo, inflexible—. Gracias, pero no.
Mientras se giraba para abandonar el pequeño claro el aire se llenó con un aullido lejano.
Se paró, confundida.
—¿Eso era un lobo?
—Sí, las Colinas Sombrías están llenas de ellos —dijo Fili.
—No hay lobos en Nueva Zelanda —dijo, sonando menos segura que hacía un momento.
Hubo otro aullido, que sonó ligeramente más cercano.
—Por favor, por vuestra propia seguridad, quedaos aquí esta noche —dijo Fili, sonaba genuinamente preocupado.
Se mordió el labio, no quería quedarse con ellos, pero estaba mucho más nerviosa respecto al bosque que hacía unos instantes.
—De acuerdo, uno de vosotros puede venir conmigo —casi espetó—. Pero aún así voy a irme, debería ser sólo un paseo de veinte minutos hasta la cordillera.
Kili guardó el mapa en su mochila y levantó el arco en su hombro.
—Ve encendiendo el fuego mientras estoy fuera, ¿vale? —dijo y Fili asintió.
Lizzy le dirigió a Fili una leve sonrisa y dejó el claro encabezándose hacia el bosque, enseguida encontró el camino que había seguido antes. Caminaron en silencio durante varios minutos hasta que Kili se aclaró la garganta detrás de ella.
—¿Estáis segura de que este es el camino? —preguntó inseguro.
—Este es el camino que seguí antes —dijo con confianza, y decidió continuar la conversación—. ¿Y de dónde eres? —preguntó, su acento sonaba vagamente celta, aunque no podía ubicarlo, a pesar de ser inglesa ella misma.
—De Ered Luin, una sierra al noroeste de aquí —replicó mientras sus ojos escaneaban los árboles.
—No tienes que fingir, tu compañero no está aquí —dijo—. No se enterará si te sales del papel.
Kili le dirigió una mirada de perplejidad.
—Sois una persona muy extraña.
Bufó.
—Me lo dice el tipo vestido de Enano.
—Soy un Enano —dijo seriamente.
—Vale, vale —dijo condescendientemente una vez más.
Caminaron en silencio unos minutos más, hasta que la trampa entre la maleza sorprendió a un faisán detrás de un arbusto. Más rápido de lo que podía seguir un ojo, Kili había tensado su arco y soltado una flecha, disparando al pájaro que cayó en el camino.
—Hala, buen tiro —dijo con genuina admiración, nunca había visto nada así.
—Gracias —dijo Kili con una sonrisa, sujetando al faisán por el cuello—. Fili se alegrará de tener algo de carne para la cena, empezábamos a andar escasos de provisiones.
Continuaron a través del bosque y Lizzy se dio cuenta de que empezaba a oscurecer. Comprobó su reloj y vio que apenas eran las cuatro pasadas; el Sol no debería ponerse hasta dentro de unas horas al menos.
—Esto no parece un camino —señalo Kili, rompiendo el silencio de nuevo e interrumpiendo sus reflexiones.
—Parecía más amplio antes —dijo, cada vez menos segura de su capacidad de orientación. Una vez más comprobó la brújula y se alivió al ver que continuaban hacia el este; siempre que permanecieran en esa dirección alcanzarían la cumbre y el lago independientemente de si seguían en el camino del bosque. Se preguntó si su hermano ya habría llegado al camping—. Vamos en la buena dirección.
—¿Qué es este instrumento? —preguntó Kili mirando su pequeña brújula con gran interés.
Lizzy sonrió con condescendencia.
—Es una brújula, te enseña dónde esta el norte.
Kili examinó la brújula y entrecerró los ojos mirando hacia el cielo.
—Interesante —dijo fascinado—. Sí que apunta al norte.
Puso los ojos en blanco, ya empezaba a cansarse de verdad de su numerito.
—Ya no deberíamos tardar mucho —dijo, y sonrió cuando los árboles empezaban a clarear—. Por ahí, puedo ver el final.
Se apresuró a dejar atrás los árboles, pero se paró en seco cuando vio amplias colinas cubiertas de hierba hasta donde alcanzaba la vista; ni cordillera, ni camino, ni desde luego un lago brillante con la débil imagen del pueblo en la distancia. Se le cayó la mandíbula, contemplándolo todo con los ojos abiertos como platos.
—Es imposible —murmuró.
—¿Señorita Lizzy? —dijo Kili, su voz la devolvió a la realidad. O al menos, a lo que ella creía que era la realidad. Se lo quedó mirando, apreciando su pelo trenzado, la ropa de viaje manchada y el arco que sostenía en una mano, recordando el mapa que le había enseñado hacía apenas veinte minutos.
Imposible.
Dando media vuelta salió corriendo en dirección a las colinas, queriendo llegar lo más alto posible para tener una buena vista de los alrededores.
—¡Señorita Lizzy! —la llamó Kili desde detrás, pero no paró y lo oyó empezar a correr detrás de ella.
Jadeando y apretándose un lado del estómago alcanzó la cima de la colina más cercana. Kili llegó detrás de ella con el flácido faisán todavía colgado de su puño. Desde aquel punto elevado podía ver más allá del bosque que había dejado, viendo llanuras verdes y exuberantes en todas direcciones.
—No, esto… Esto es… —giró sobre sí misma para mirar, aún le costaba tomar aliento y se sentía completamente sobrepasada. Sintió un leve toque en el hombro
—Señorita Lizzy, ¿estáis bien?
—¡No! No, no estoy bien —resolló, sentía la cabeza muy ligera y unas manchas negras le nublaban la vista—. Todo es… Oh, joder, creo que voy a…
De repente, ocurrió algo de lo que se avergonzaría mucho, y por lo que Fili y Kili la iban a molestar durante los meses siguientes, el suelo ascendió hasta encontrarse con ella y todo lo que vio era oscuridad.
Capítulo original: Fanfiction net/s/9322777/1/Stirring-the-leaves
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