UNO
Fricción de piel sobre piel deslizándose a un lado y luego... al otro. El pecho contraído, los pezones convertidos en puntos compactos que le provocaban escalofríos que caían en cascada sobre su cuerpo. El estómago trémulo, las extremidades lánguidas pero inquietas. La sensación de avanzar hacia algo aterrador y liberador al mismo tiempo se concentró en su vientre, haciendo que anhelara ir marcha atrás y también abalanzarse hacia ese lugar. La lengua húmeda se asomó por su boca y se movió ansiosa por el labio inferior a medida que la respiración se entrecortaba, y cada vez le costaba más encontrar aire.
Parpadeó y descubrió que no estaba en la cama enorme de hotel en la que tres meses atrás había pasado la noche con el jugador de hockey, Syaoran "el Lobo de Hielo" Li. Se hallaba en su despacho de Terada, Wong, Kinomoto y Daidouji, Abogados, una mañana gris de lunes de finales de noviembre. Y Rika Sasaki, la secretaria que todos compartían, acababa de soltar un sobre grueso sobre su escritorio.
Las mejillas de Sakura Kinomoto ardieron cuando respiró hondo para serenarse. Logró sonreírle a la secretaria de cincuenta y tantos años.
- Hablando de sueños -susurró.
Unas arrugas ensombrecieron la frente despejada de Rika al alisarse el pelo, siempre con el pelo corto y un moño en la parte de atrás de su cabeza. El estilo le recordó a Sakura a una vieja profesora. Con la salvedad de que no podía recordar que alguna de sus profesoras se hubiera parecido a Rika. En realidad, parecía un personaje que hubiera encajado a la perfección en un episodio de La Casa de la Pradera.
- Hablaba de las declaraciones juradas -indicó la secretaria.
¿Rika había estado hablando? «Dios, estoy peor de lo que pensaba». No sólo no
había oído la entrada de Rika, sino que había perdido una conversación completa.
- Declaraciones juradas -repitió Sakura en voz alta, tratando de apartar su mente del calor que sentía en los muslos, generado por haberlos frotado durante la fantasía-. Sí -acercó la carpeta que tenía delante-. Bien. Bien. La declaración jurada del testigo principal del caso Yamamoto.
- La acaba de entregar un mensajero.
- Muy bien -Rika se demoró unos momentos más-. ¿Qué? -sonó insolente incluso a sus oídos, lo cual no era normal. Cuando se mostraba insolente, por lo general ésa
era su intención.
Rika enarcó las cejas por encima de las gafas de montura metálica.
- ¿He dicho algo?
- No, pero conozco esa expresión.
- Sólo iba a preguntar si todo estaba bien. Últimamente, has dado la impresión de
bueno, supongo que «distraída» es la palabra que ando buscando.
Claro que estaba distraída. Pero no pensaba compartir con Rika la causa para encontrarse en ese lamentable estado. No es que creyera que la secretaria no podía mantener un secreto. Más bien, le costaba reconciliarse con esos pensamientos rayanos en una regresión adolescente.
Contempló el historial cada vez mayor del caso de asesinato de Risa Yamamoto, que ocupaba la mitad de su mesa.
- ¿Has pensado en lo que te comenté ayer?
Rika se irguió aún más... si eso era posible.
- ¿Te refieres al color de mi pelo?
Sakura sabía que su mejor amiga y socia la mataría por hacerle ese comentario a la mujer mayor. Meiling Wong le diría que se mostraba cruel y controladora. Pero la realidad era que Sakura consideraba que estaba siendo útil.
La sugerencia de que Rika pudiera querer reconsiderar la decisión de envejecer de
forma natural y buscar una buena peluquera, de hecho, Sakura le había dado el nombre de la suya, había surgido después de un incidente igual que el que experimentaban en ese momento. Había estado fantaseando con Syaoran, Rika había entrado por algún asunto urgente y Sakura había realizado el comentario sobre el pelo.
Y en ese momento lo retomaba.
- No fue más que una idea, Rika -suspiró, apoyando levemente la cabeza en una
mano, para luego... pasarse los dedos por el pelo fino y castaño que le caía hasta los hombros-. Me imagino lo que piensas del comentario.
- ¿Eso es una disculpa?
- No -sonrió-. Es la constatación de un hecho.
- Comprendo.
Notó el brillo divertido en los ojos de la otra mujer, aunque era imposible que Rika
pudiera saber que casi todo el estado en el que se encontraba se debía a una noche singular de pasión con un hombre al que no había visto desde... bueno, aquella noche.
Ella. Sakura. Una mujer no temerosa de su propia sexualidad, que cambiaba de hombres tan a menudo como cambiaba de sábanas, preocupada por un hombre que claramente había sido la aventura de una noche. De hecho, no sólo no figuraba en su vida... ni siquiera estaba en la misma ciudad.
Rika carraspeó.
- Estaré ante mi escritorio si necesitas algo.
Sakura agitó la mano.
- Gracias, Rika.
En cuanto la secretaria abandonó el despacho, tuvo ganas de gemir en voz alta. Hizo el intento de continuar con las notas que tomaba sobre un segundo caso, pero las palabras se negaban a cobrar sentido. ¿Un caso latente de dislexia? No. Muy bien, el sexo con Syaoran había sido bueno. Estupendo. Fantástico. Pero no formaba parte de su naturaleza rememorar aventuras de una noche, ni siquiera en sus fantasías. Y encima la noche había sido en septiembre, y ya estaban en noviembre. Miró por el amplio ventanal. Suponía que parte del motivo para su condición acalorada se debía a que apenas había tenido
citas en los últimos tiempos. De hecho, habían sido inexistentes desde... Desde hacía tres meses.
Estuvo a punto de atragantarse. Se dijo que no era posible. Alguna cita había tenido desde entonces. Giró el sillón para quedar frente al escritorio, sacó el bolso de un cajón y buscó en su agenda. No era posible que no hubiera salido desde entonces. ¿No había tenido ningún encuentro? Sí. Sí. Había conocido a Yue Tsukishiro en la inauguración de una galería de arte.
Pasó las hojas de la agenda personal, pero aparte de las anotaciones del ciclo
menstrual, sólo encontró papel en blanco. Sin embargo, estaba segura... No había ninguna anotación. Había salido a cenar con Yue una semana antes de la
despedida de soltera de Meiling y de la noche pasada con Syaoran. Hizo una mueca y se negó a admitirlo.
De modo que se había relajado en mantener al día su agenda. Volvió a meterla en el bolso y a cerrar el cajón. Eso era todo. Jamás había estado tres meses sin algún tipo de interacción con el sexo opuesto. Adoraba a los hombres y el sexo. En especial el sexo fantástico con hombres adorables. Simplemente, había olvidado apuntar las fechas, eso era todo. En definitiva, como Meiling y Tomoyo no dejaban de decirle, a los demás les resultaba imposible mantener su ritmo. Era comprensible que también a ella le costara mantener el ritmo consigo misma.
- Toc, toc -dijo Meiling Wong desde la puerta abierta.
Sakura parpadeó al ver a su amiga increíblemente rubia y hermosa; luego, frunció el ceño. Algo que últimamente parecía hacer mucho cada vez que se encontraba con una de sus dos mejores amigas.
- ¿Quién anda por ahí? -preguntó con ironía.
Meiling emitió una risa suave y entró en el despacho.
- Bueno, es evidente que por la expresión que pones, nadie que merezca la pena mencionar.
- No me hagas caso. Es este caso de asesinato, nada más.
- ¿Estás segura?
- ¿Qué quieres decir?
Meiling se sentó en uno de los dos sillones de piel y respaldo alto que había delante del escritorio de Sakura. Sillones que había comprado cuando perseguía ser socia de Shirou, Daisuke y Jin, uno de los principales bufetes de Tokyo. Las largas horas de trabajo, la competencia feroz, los casos de perfil alto, el ímpetu de tener éxito... eran cosas que parecían haber tenido lugar mucho tiempo atrás, aunque apenas habían transcurrido nueve meses desde que Meiling, Tomoyo y ella dimitieron de sus respectivos puestos como abogadas, para unirse a Yoshiyuki Terada y cumplir el sueño de toda la vida de fundar su propio bufete. Con la ayuda de Terada y el peso que tenía en la comunidad legal, lo consiguieron sin verse obligadas a empezar desde cero. Yoshi se incorporó con una larga lista de clientes veteranos y solventes y una reputación que las tres mujeres habrían tardado años en establecer.
Meiling y Yoshi se conocían desde hacía tiempo, aunque Sakura aún no tenía muy claro hasta dónde llegaba esa relación. No, no había nada sexual entre el abogado de sesenta y tantos años y su amiga de treinta, pero los dos compartían una relación íntima que no conseguía descifrar.
- Y pensar que creía que era yo quien tenía problemas para concentrarse -dijo Meiling, sacando a su amiga del estado de contemplación en que se había sumido.
- ¿Mmm? -vio cómo Meiling se pasaba la mano por el vientre liso, recordándole que su amiga estaba embarazada de casi tres meses y que tenía buenos motivos para distraerse, especialmente por el atractivo nativo japones que tenía por marido y que la esperaba en casa. Desde luego, un polvoriento rancho de caballos a más de tres horas de la ciudad no era la idea que tenía ella de pasárselo bien, pero albergaba la impresión de que el marido de Meiling, Kyo Sohma, podía lograr que cualquier sitio pareciera un campo de juegos sexuales construido para dos.
- Hace tiempo que no tenemos la oportunidad de charlar -comentó Meiling-, y más
desde que me marcho al rancho los miércoles por la noche para no volver hasta el
domingo -se descubrió frotándose el vientre y sonrió. Apoyó la mano en el reposabrazos del sillón-. Bien, ¿quién es el hombre del momento?
JSakura seguía mirando el vientre de su amiga.
- ¿Mmmm?
- Ya sabes, ¿con quién sales en este momento?
La pregunta del millón.
- De acuerdo -continuó Meiling-, deja que estreche un poco los parámetros de mi
pregunta. ¿Con quién fuiste anoche a la recepción de los Tendo?
Sakura se encogió de hombros, intentando mostrar indiferencia, aunque le molestó un poco el recordatorio.
- Con nadie.
- ¿Te refieres a alguien a quien no vale la pena mencionar?
- No, a nadie como... nadie.
- ¿No conociste a nadie allí?
- No.
- ¿No conociste a nadie que valiera la pena conocer?
- Ni que mereciera un segundo vistazo.
Meiling se mostró escéptica.
- Muy bien, ¿qué pasa? No te he oído alardear de ninguna conquista sexual en al menos un par de semanas -hizo una mueca-. De hecho, creo que en más tiempo. Es raro. «Desde luego...», reconoció Sakura para sus adentros. De hecho, le resultaba aterradoramente raro no poder recordar ni un rostro masculino de la recepción de los Tendo. Ella, la mujer que por lo general inspeccionaba una sala en cuanto entraba en ella, evaluando a todos los varones del lugar para colocarlos en orden de selección. Elección número uno. Elección número dos. Sintió la mirada penetrante de su amiga.
- ¿Qué? -dijo, tal como le había dicho a Rika.
Meiling volvió la cabeza con expresión divertida.
- Oh, nada. Es que, bueno, últimamente tu comportamiento se ha salido de lo
habitual, eso es todo.
Deseó que Meiling hubiera reaccionado del mismo modo en que lo había hecho Rika, con una sonrisa al abandonar su despacho.
- Quizá necesito darme un revolcón -la carcajada que soltó Meiling la hizo sonreír.
- Dios, es una frase tan masculina.
- No es sólo una que imaginé que pueda decir Kyo.
Meiling se acomodó el bonito pelo negro detrás de una oreja.
- No. Pero ahora no hablábamos de mi hombre. Sino del tuyo. Ya sabes, del tipo de hombre con el que tiendes a salir.
- Sí, ésos que buscan darse un revolcón.
- Mmmm.
- ¿Qué pasa? -la miró con ojos entrecerrados-. No tienes por costumbre sonsacarme datos íntimos. Por lo general me pides que pare... y casi siempre al principio.
Meiling se encogió de hombros y se reclinó en el sillón
- Sí, bueno, he notado que últimamente no has intentado compartir nada.
- ¿Y lo has echado de menos?
- No, me preguntaba qué habría producido ese cambio.
Sakura desvió la vista hacia el ventanal, para contemplar la Torre Tokyo.
- Ojalá lo supiera.
- Bueno, al menos Kero te hace compañía.
-
No -soltó un suspiro exasperado-, Kero está convirtiendo mi vida en un infierno -dijo del cachorro de cuatro meses que Meiling le había regalado un mes
atrás. Una boxer que debía ser el perro más feo que jamás había visto. Aunque todos los perros le parecían feos. No paraban nunca de babear... aparte de que Kero parecía sufrir de un problema gastrointestinal que ningún pienso que recomendaba el veterinario solucionaba .
Había tardado un tiempo en descubrirlo. Había tenido que soportar innumerables nubes ponzoñosas antes de conseguir determinar que el olor no procedía de un fregadero atascado ni del garaje de su vecino, sino del pequeño perro que constantemente jadeaba a sus pies.
- Por favor, ¿no puedes llevártelo de vuelta al rancho? -su amiga negó con la cabeza.IMe lo acaba de devolver el adiestrador y sigue sin tener ni idea de que «no» nosignifica subirse a mi cama.
- Quizá porque «no» es la única palabra que le dices.
Sakura hizo una mueca cuando sonó el teléfono que tenía junto al codo.
- Ja, ja. Eres muy graciosa. ¿Quién lo habría adivinado?
- ¿Comemos juntas? -preguntó Meiling al levantarse.
Alargo la mano hacia el auricular.
- Me encantaría, pero no puedo. Tengo una reunión con un cliente -mintió. Comenzó a hablar con la secretaria del abogado de un tercer caso, sin volver a alzar la vista hasta que Meiling salió por la puerta. En el instante en que su amiga
desapareció, puso a la secretaria en espera y se reclinó en el sillón. Nunca antes le
había mentido a Meiling o a Tomoyo. No cabía duda de que algo no iba bien en su vida. Y no estaba del todo segura de que deseara averiguar qué era. No, tenía la certeza de que no quería. Y conocía el método infalible de quitárselo de la cabeza. Seguir con las cosas como si nada hubiera cambiado… no sólo en el trabajo, sino también en su vida personal. Sí. Exactamente eso. Apretó la tecla para reanudar la llamada.
- Y bien. Yin, ¿qué puedo hacer por ti?
- Ya está. Necesito una esposa -Sakura miró la nevera vacía aquella noche e hizo una mueca al ver el yogur de fresa a medio comer, la botella de zumo de naranja y un poco atractivo contenedor con comida china. A sus pies, Kero miró la nevera, a ella, y de vuelta la nevera, con la lengua colgándole de la boca. Tuvo que pedirle que la apartara para poder cerrar la puerta-. Mmmm, supongo que no sabes cómo se consigue una esposa, ¿verdad? Kero ladeó la cabeza, bien tratando de entender lo que decía o bien cuestionando su cordura. Hacía un mes que Meiling le había dejado esa pequeña bolsa de pulgas con instrucciones detalladas sobre cómo cuidarla y el número de un veterinario próximo a su casa.
Observó al animal. Tuvo que reconocer que era mono. Y hacía que el apartamento
pareciera menos... vacío. Aunque ella no lo consideraba vacío. Sólo deseaba que Meiling le hubiera entregado un modelo posterior, que ya hubiera estado adecuadamente adiestrado. Entre arreglar que un vecino paseara al boxer y tener que modificar sus propias costumbres para alojar al animal, consideraba que tener a la mascota se acercaba mucho a tener un bebé. Dependía de ella para todo en todo momento del día. Y ese concepto siempre la había aterrado.
Pero una vez que ambos habían establecido una especie de tradición nueva, de hecho no estaba tan mal. Si Kero dejara de atacar sus zapatos favoritos y eligiera un pienso que le gustara y no le apestara el apartamento, la vida sería perfecta. Bueno, casi. Todavía seguía sin resolverse la cuestión del hombre. Y el pequeño problema de lo que iba a cenar esa noche.
Inspeccionó los armarios de la cocina uno a uno. Una caja vacía de galletitas. Polvorientas latas de crema de lentejas que no recordaba haber comprado. Un bote de mantequilla de cacahuete que era inútil sin mermelada, aunque tuviera pan donde untarla. Y una colección grande de platos con motivos art decó que resultaban completamente inservibles sin nada comestible con que llenarlos a excepción de pienso para perro. De eso sí le sobraba.
Apenas eran las siete de la tarde pasadas, en el exterior reinaba una oscuridad como la del infierno y no había nada interesante en la televisión. Y estaba a punto de volverse loca al tratar de no pensar en lo que había descubierto con la ayuda de Rika y Meiling. ¡Tres meses sin un hombre! Se quedó quieta, con la mano en el proceso de cerrar uno de los armarios, y se preguntó por qué, entonces, no había salido a buscar a alguna presa.
Pizza. No importaba que esa semana ya la hubiera comido dos veces. Una buena pizza siciliana de Mario's sería perfecta para ese momento. Y hasta era posible que el repartidor lograra que dejara de pensar en el estado lamentable en que se encontraba su vida sexual.
A los pocos minutos había encargado la pizza, servido una copa de un siempre presente vino, alimentado a Kero y sentado en el salón decorado con diversas tonalidades de negro, gris y blanco. Sus gustos tendían hacia un aire moderno y urbano. Depositó la copa en la mesita con encimera de mármol gris, luego... recogió el mando a distancia y se dedicó a pasar de u canal a otro con aire distraído. Por el rabillo del ojo vio que Kero olisqueaba una maceta con flores que había en un rincón. En cuatro semanas, el chucho había volcado la planta más de diez veces. Y daba la impresión de que la escuela de adiestramiento sólo había logrado avivar el interés por ella.
- ¡No! -ordenó, agitando un dedo en dirección al perro.
Kero la miró con el hocico lleno de tierra. El timbre reverberó en el apartamento. Miró al boxer con el ceño fruncido, y luego giró la cabeza hacia la puerta. Era extraño. La pizzería jamás había tenido un reparto tan veloz. Además, ni siquiera habían pasado cinco minutos desde que hiciera el pedido.
Tiró el mando a distancia en el sofá, apartó a Kero de la planta y se dirigió a la puerta. Pero del otro lado no había un adolescente con acné y ortodoncia y una pizza en la mano. A cambio, y en toda su gloria sexual, vio al centro de todas las fantasías que había tenido últimamente Syaoran «el Lobo de Hielo» Li. Esbozó una sonrisa tan amplia que le dolió la cara.
- ¿Cómo sabías que eras justo lo que andaba buscando para comer?
Unos momentos antes, la rodilla en fase de recuperación de Syaoran le palpitaba, el dolor más agudo debido al frío de Tokyo, y su estado de ánimo era lóbrego y hostil. No paraba de preguntarse qué diablos lo había impulsado a volar desde Aomori, cansado de estar solo en su apartamento, harto de su propia compañía, sin ganas de aguantar otra charla prolongada y sofocante de su madre, aunque por teléfono desde China.
Pero mientras miraba a la mujer en la que había pensado sin parar durante los últimos tres meses, su humor mejoró, olvidó las molestias de su rodilla y ciertas partes de su cuerpo que habían permanecido inactivas desde la única e increíble
noche pasada con Sakura Kinomoto, cobraron vida.
Diablos, se la veía preciosa. Demasiado. El pelo Cafe hasta los hombros estaba un
poco revuelto, como si no hubiera dejado de mesárselo; el camisón de color verde, corto, corto, brillaba tenuemente mientras se movía, y sus ojos verdes, al principio
grandes como una pastilla de hockey, se entrecerraron para observarlo y ofrecerle
esa sonrisa provocativa que tan bien recordaba.
- Pasa -dijo la boca exuberante antes de agarrarlo por el brazo y hacerlo entrar.
Syaoran obedeció y dejó caer la bolsa de lona al suelo en el momento en que Sakura prácticamente se arrojaba sobre él. Automáticamente equilibró su peso sobre la rodilla buena mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos, para luego... utilizarlos para acomodarse a horcajadas en sus caderas y juntar los pies descalzos a su espalda.
Experimentó dolor en la rodilla derecha, pero adrede soslayó todo menos las llamas de deseo que surcaron su torrente sanguíneo, llenándolo con una poderosa necesidad por esa mujer que en ese instante asaltaba, hambrienta, su boca. De forma distraída, notó los ladridos de un perro. Pero estaba demasiado ido como para buscarlo con la vista. Gimió y plantó las manos en el trasero de Sakura para sostenerla. No lo sorprendió descubrir que no llevaba nada bajo el ceñido camisón. Sintió su piel ardiente bajo los dedos mientras introducía la lengua en su boca. Era más bonita de lo que recordaba. Las facciones angulosas podrían haber parecido afiladas en otra mujer, pero encajaban a la perfección en ella. Resultaba tan impredecible como hermosa, y era la única mujer que había sido capaz de seguir su ritmo; de hecho, en las doce horas que habían estado juntos, casi había podido con él. Lo cual era decir mucho, si se tenían en cuenta los ocho años que llevaba en el circuito de hockey profesional probando a las aficionadas que se ofrecían con disposición abierta.
Sakura al final hizo una pausa para respirar y apoyó la frente en la de él, al tiempo que reía con voz ronca. Syaoran deslizó las manos hacia su piel húmeda y las detuvo apenas a unos centímetros de su núcleo.
- Eso es lo que llamo una bienvenida.
- Mi objetivo es complacer.
- Lo sé.
Miró por encima del hombro la bolsa en el suelo.
- ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad? Él siguió su mirada y vio a un cachorro de boxer olisqueando el perímetro de la bolsa.
- Un par de días -la sonrisa de ella le provocó escalofríos por la espalda.
- Bastarán.
Él rió entre dientes cuando ella soltó las piernas y comenzó a deslizarse por su
cuerpo. El pie golpeó la ayuda ortopédica de su rodilla.
- Deja que te ayude -la agarró con facilidad por las caderas y la depositó en el suelo.
- ¿Qué es eso? -quiso saber Jena, sintiendo el aparato ortopédico a través de los
vaqueros holgados.
Syaoran se encogió de hombros y le acarició unos mechones sedosos de pelo con las yemas de los dedos.
- Digamos que necesito un poco de rehabilitación.
Ella hizo una mueca al tiempo que lo inspeccionaba de arriba abajo.
- No sé lo tierno o cariñoso que va a ser, pero si lo que buscas es ejercicio...
- Servirá.
- Bien.
Él sonrió.
Ella le tomó la mano y comenzó a conducirlo hacia el interior de la casa. A mitad de camino del dormitorio, se detuvo.
- Aguarda un momento.
- No sé si podré.
- Bueno, vas a tener que hacerlo, a menos que quieras a un diablo a cuatro patas
babeando sobre tu cara mientras duermes.
- ¿Quién ha hablado de dormir?
- Oh, un espíritu afín.
Syaoran olisqueó el aire.
- ¿Qué es ese olor?
- No preguntes.
Observó a Sakura perseguir a la perra hasta que la arrinconó contra una planta. Jamás habría pensado que le gustaran los perros, aunque daba la impresión de que ese papel era reciente. La vio guiar al cachorro a la cocina como si aquélla fuera la jefa y no ella. Alzó un dedo en dirección a él, y luego desapareció en otra habitación. Oyó un crujido de papel, el murmullo de la voz de Sakura al hablarle al perro y después regresó a su lado, cerrando con firmeza la puerta a su espalda. Se humedeció los labios.
- Bueno, ¿por dónde íbamos? -sonrió- .Ah, sí -volvió a tomarlo de la mano y continuó donde lo habían dejado... de camino al dormitorio. Observó el trasero firme mientras se contoneaba delante de él. Justo lo que el doctor le había ordenado. No el traumatólogo, sino el que acechaba en un rincón de su mente. La verdad era que había echado de menos a esa fiera. Algunos podrían argüir que ni siquiera la conocía, pero podía afirmar que la conocía mejor de lo que había conocido a ninguna otra en su vida, aparte de a su madre y sus cuatro hermanas.
Aunque eso era una simple fantasía, ya que nadie de su entorno estaba al corriente de Sakura Kinomoto de la noche que habían pasado juntos. Tampoco sabían dónde se encontraba en ese momento. Tenían el número de su móvil. Con eso bastaba. E incluso lo había apagado cuando el taxi se había detenido ante el edificio de apartamentos que había localizado mediante una sencilla búsqueda en la guía de teléfonos. Había dedicado las últimas siete semanas a ir a sesiones de rehabilitación y a diversos especialistas en medicina deportiva, pero se había hartado. No quería hablar de su carrera ni hacia dónde iría a partir de ese momento, y menos a mitad de temporada, cuando daba la impresión de que no se recuperaría hasta la próxima, si lo hacía. Esa mañana, al despertar con el sonido de la voz de su agente que lo llamaba para recordarle que tenía rehabilitación, sólo pudo pensar en largarse de Aomori. Y Sakura fue la primera persona que surgió en su cabeza. La persona que había estado en su mente en todo momento desde antes de su lesión en el partido contra los Morioka Tigers. Al principio, la docena de médicos consultados por el equipo había dudado de que pudiera volver a caminar con esa rodilla destrozada, incluso después de la operación. Las opiniones reforzaban el incierto diagnóstico que se había dado él mismo. Pero en ese momento... No quería pensar en el presente en relación con su rodilla ni en lo que su propio diagnóstico le decía que podía o no suceder. No cuando Sakura había entrado en la oscuridad del dormitorio y se desprendía del camisón. Desde luego... que no quería pensar en nada de eso. Lo único que deseaba era tocar y que lo tocaran.
Sakura metió los dedos en la cintura de sus vaqueros y lo atrajo hacia sí. Y entonces tuvo la certeza de que había llegado al lugar adecuado.
Sobreviviría a la lesión. Pero cuando Sakura volvió a besarlo, fugazmente se cuestionó si lograría sobrevivir a ella...
