LA OSCURIDAD QUE HE VISTO


Prólogo

Lightdawn

No sé que van a pensar de esto. Quizá queden a la deriva en un mar de dudas, como yo, o quizá consigan llegar a una conclusión lógica que a mí se me ha escapado. Lo que soy yo, creo que al final Lightdawn terminó contagiándome su locura. No es que Lightdawn fuera un desequilibrado mental... al menos no cuando era mi amigo, antes de que yo fuera a la Escuela de Magia, pero aunque sí hubiera estado loco, por honor a su memoria es porque escribo su fatal historia.

Sus padres provenían de un país que fue consumido por las guerras y que hoy ya no existe; su padre era arqueólogo y su madre profesora. Hablaba con fluidez el idioma de su tierra muerta, y por medio de su padre, aprendió a hablar con fluidez otros idiomas más, pero el español solía hablarlo con un acento musical muy característico.

Él y yo éramos grandes amigos. Más que amigo, era como un hermano mayor, pues hacíamos todo juntos en aquellos años tan lejanos... desde juntar piedras de colores bonitos que recogíamos de los arroyos, hasta observar las estrellas y adivinar sus formas. Él me enseñó a leer, en largas dulces tardes bajo la sombra del abeto de la plaza, y me enseñó a escribir improvisando tinta con restos de salsa y barro —era muy inventivo—. Recuerdo mis primeros intentos de escritura, ¡eran tan ilegibles! Pero él miraba y asentía. A la vez era mi profesor y mi ángel guardián, y de sus labios aprendí a aprender. Supongo que de él heredé mi carácter estudioso... y creo que de todas formas habría sido inevitable; su voz me transportaba y me hacía ver y cuestionarme cosas que hasta entonces ni sospechaba, y eso me encantaba. Creo que me gustó leer porque sentía la suave y musical voz de Lightdawn en cada una de las letras.

Yo lo quería mucho, era mi único amigo y verdaderamente amigos como él hay pocos. Compartíamos casi los mismos gustos, aunque él siempre estaba un paso más adelante que yo. Decir que me sorprendí es poco, cuando me aceptaron a mí y no a él en la Escuela de Magia.

Cuando yo partí, él se había accidentado ayudando a su padre a transportar un artefacto antiguo, un piano o cualquier otra cosa que no recuerdo. Sólo recuerdo que con una pata enyesada fue a despedirse de mí, me rodeó con sus brazos violetas y me deseó buena suerte.

Y desde entonces no lo volví a ver.

Por eso, cuando llegó una carta suya anunciando que llegaba a la estación de tren de Ponyville a las 16:40, me alegré tanto que creo que se oyeron mis gritos de felicidad por toda la ciudad.

Era un día blanco de invierno. Aunque no había nevado, el cielo estaba blanco y el aire helado. Recuerdo que mientras esperaba el tren sentí el frío entrar con anormal fuerza hasta mis huesos, y recuerdo que sentí una profunda melancolía cuando vi los árboles desprovistos de follaje.

Fue uno de los últimos en bajar. Era un unicornio de un color violeta oscuro, con mechones rojos sobre sus cascos; su crin y su cola eran de un azul como el de las estrellas; el iris de sus ojos era anaranjado como las hojas de un árbol en otoño, y su Cutie Mark era un ojo en un triángulo. Todo su equipaje lo llevaba en su espalda, en una mochila bien llena, y tenía puesta una bufanda roja y una chaqueta negra como la obsidiana.

¡Debí haberme sorprendido mucho! ¡Estaba tan cambiado a cómo lo recordaba! No era para nada un poni feo... su andar suave como el viento, sus hermosos ojos, su agradable semblante. Y seguía teniendo esa dulce mirada y esa sonrisa que recordaba de cuando éramos potros.

—¡Twilight! —gritó, y vino trotando a abrazarme— ¡Cuánto tiempo sin verte!

—¡Lightdawn! ¡Oh, Lightdawn! —repetí una y otra vez mientras duraba aquel delicioso reencuentro que sellaba una elipsis de muchos años— ¡Te extrañé!

—¡Yo igual, Twilight! —sonrió. Creo que yo estaba llorando.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, abrazados y riendo como tontos, pero cuando nos separamos el cielo amenazaba con llover. Lightdawn sacó un paraguas de su mochila y galantemente lo compartió conmigo.

—¿Qué ha sido de tu vida? —recuerdo que dijo—. Bueno, aparte de ser la mejor estudiante de magia de la Princesa, venirte a vivir a Ponyville y salvar a Equestria dos veces.

—Aparte de eso, nada —contesté riendo— ¿Lograste cumplir tu sueño de volverte astrónomo?

—No, Twilight —y al decir eso su rostro se ensombreció—. En vez de dedicarme a las estrellas, me... vi obligado... a dedicarme a la investigación.

—La investigación es interesante. ¿Qué investigas? —pregunté inocentemente, tratando de subirle el ánimo.

Sus labios temblaron. Parecía que le repudiaba hablar de su profesión. Yo, como buena amiga, debí haber intuido desde ya que andaba investigando cosas que no tienen nombre, y como buena amiga, debí haberlo persuadido para que las abandonara.

Pero fui la peor amiga del mundo, pues acepté —aunque un poco recelosa— la explicación que él me dio:

—No querrás saberlo. Son cosas perturbadoras... sobre sociedades secretas...

Yo, ingenua, tonta a pesar de tanto que leo, pensé que se trataba sobre sociedades secretas antiguas, como los Equminati, y que estaba haciendo un serio estudio arqueológico sobre ellos. Pero ahora sé que no era así. Debí haberlo detenido aquel mismo día, ¡pero con el fui la peor amiga del mundo!

Ahora está muerto y no hice nada para evitarlo.