Esto es una de mis primeras incisiones en el fandom del gran Dumas. Pero aún así, espero que os guste =)
Disclaimer: Nada de esto es mio, es de los herederos de Dumas, y del mismo Dumas, que debe estar intentando demandarme desde donde quiera que esté por escribir esto.
De cama en cama
Aramis deja a unos mosqueteros nuevos a los que estaba explicando el funcionamiento de algunas cosas, dejándolos sorprendidos, ante lo bien que se ajustaba él a su… reputación. Una reputación que es demasiado superficial como para ajustarse a él. El más inteligente de los tres mosqueteros, el más listo, el más alto, el que tenía la voz más dulce, era muchísimo más culto, y era un futuro sacerdote. Un hombre de iglesia, no un hombre de mujeres. O al menos, eso se decía.
En el dormitorio de otra. Ha ido a purificar su alma, o algo parecido. Ella se lo ha pedido. Él, sabiendo donde se metía, ha ido. Aunque sabe que no debería. Su alma debería ser pura para poder ser sacerdote. Pero hay cosas contra las que un hombre, cosas contra las que Aramis no puede luchar.
Y entrar en el dormitorio de una mujer, tras seguir el rastro de páginas de un evangelio que ha ido dejando, y encontrársela en la cama, es algo que hay que solucionar. Si, o si.
Hace lo que hace siempre. Intenta resistirse, pero acaba cayendo. Se acerca a ella, la besa, le susurra al oído palabras bien estudiadas, palabras que solo un hombre con un mínimo de cultura sabría decir. Acaba desnudándola poco a poco, viendo su cara intentando contener algo más que gritos y sus ojos brillando. Sus manos moviéndose por todo su cuerpo, por ella, dentro de ella, haciéndole gritar algo más que el nombre de dios en vano. Hasta que, por supuesto, pasa lo que pasa algunas veces: Golpes en la puerta. Gritos. La mujer se da cuenta de que su marido ha vuelto a casa, antes de tiempo. Aramis coge su ropa, se pone algo, y sale por la ventana antes de que le vea allí.
Le ha visto. Y le persigue, con una escopeta cargada, y un humor de perros. Le está apuntando, y dispara.
Este, por desgracia para él, tenía buena puntería, y le ha dado, en una pierna. Como puede, como buen mosquetero acostumbrado a más de una herida en su cuerpo, llega hasta su casa, dónde se cura la herida, saca la bala, y se pone unas vendas. Duele, duele demasiado. Aunque eso le ha hecho aprender algo, algo que ha aprendido otras veces. Lo que hace no es que este demasiado bien.
Se va a la cama con mujeres casadas. Les da exactamente lo que quieren. La mayoría se casaron por orden de sus padres, y él les da algo que no han conocido más que en pocas ocasiones. Sus maridos, muchas veces, ni se enteran. Cuando se enteran, algunos consiguen darle con la bala que se dirige hacia él, otras veces no.
El dolor se hace dueño de él lentamente, gritándole a su aprendiz que aquello que está haciendo debería dejar de hacerlo si quiere ser sacerdote. El es un hombre de dios, tiene verdadera vocación, pero hay algo en las mujeres que le pierde de una forma fatal. Ese dolor le enseña, le grita, de una forma cruel, pero necesaria.
