Draco estaba preparado para casarse con su prometida y así asegurar la fortuna de la familia Malfoy, pero cuando los herederos cambian, el juego también. Y esta vez la persona a la que deberá conquistar no se lo pondrá tan fácil. AU

Los personajes de Harry Potter no me pertenecen, esta es una idea que tenía hace mucho mucho tiempo en la cabeza. Hoy me animé a publicarla.

Lilium Inter Spinas

Capítulo I: El Lirio

El barco era inmenso, pero no lo suficiente como para que Astoria estuviese tranquila. ¿Y cómo iba a estarlo si estaba rodeada de agua?

Todo aquello era culpa de su padre y de sus estúpidos negocios con los muggles. Si no fuera por ellos, jamás hubiesen tomado aquel barco que ellos llamaban "crucero". En el fondo Astoria sabía que era un mal necesario, si hubiesen seguido haciendo negocios en el mundo mágico hace mucho que estarían en quiebra; así que su padre había dejado atrás todo aquel desprecio por el mundo muggle para seguir su amor por el dinero. Y por el status, no había que olvidar el status. Por supuesto, seguían manteniendo las apariencias, como también los negocios en el mundo mágico para no arruinar la reputación de la familia. Su madre tenía pesadillas con que algún día alguien se enterara. "¿¡Qué dirían mis padres!?" Era su constante lamento. Astoria había conocido lo suficiente a sus abuelos en vida para estar segura de que se hubiesen puesto furiosos.

Daphne tampoco se lo había tomado muy bien al principio, estaba en edad de casarse y "¿Qué sangrepura va a querer casarse conmigo si se llega a enterar?" había sido su lamento las primeras semanas, pero ahora, al parecer, tenía cosas mucho más importantes en las que pensar, y poco le importaba con quien su padre hacía negocios.

A Astoria le importaba lo suficiente como para no decir nada al respecto, pero no le quitaba el sueño el hecho de tener relación con los muggles. Al menos no hasta el momento en que le dijeron que tendría que subirse a un barco.

Era un barco mitad muggle, mitad mágico. El barco le pertenecía a los Lancaster, una de las grandes familias del mundo mágico y estaba diseñado de tal forma que en ningún momento la gente mágica se tendría que topar con la muggle. Por supuesto, a ninguna familia del mundo mágico que se sintiera lo suficientemente importante le gustaba tener que viajar en un barco lleno de muggles, aunque no los vieran, pero los Lancaster se negaban en hacerlo completamente mágico. Los muggles pagaban mucho más por viajar en aparatos como aquellos, y negocios eran negocios. Y los negocios eran otra razón para viajar allí, el barco tenía tal exclusividad que no permitía el ingreso de la ley del mundo mágico dentro de él. Al menos que ocurriera un asesinato, el ministerio no podría meter manos en el barco, cosa que molestaba a muchos. Aún así, el Lancaster III gozaba de gran seguridad y todo lo que se necesitaba legalmente, excepto que brindaba a sus ocupantes privacidad para hacer cuanto negocio sucio quisieran. Y todos los hombres de negocios prefieren no tener a la ley involucrada.

Era así como la mitad de las familias mágicas importantes se iban a cerrar tratos en aquel barco, en total anonimidad, por supuesto. Y aquello era exactamente lo que el padre de Astoria quería. Ella aún no entendía por qué no había podido quedarse en tierra firme, pero órdenes eran órdenes y ella las había acatado.

Los primeros días estuvo mareada hasta que su hermana Daphne se cansó de escuchar sus constantes alegatos y le dio una poción para detenerlos. El sabor era horrible, pero al menos le quitaron las ganas de vomitar todo el tiempo. Cuando ya no tuvo que preocuparse por los mareos, fue cuando las pesadillas llegaron; todas comenzaban de distinta manera, pero terminaban igual: ella cayendo al agua, hundiéndose, luchando por no respirar y llegar hasta la superficie… Y luego, sin poder contenerse más, abría la boca en un reflejo y tragaba agua. Era entonces cuando se despertaba, con el corazón acelerado y respirando grandes bocanadas de aire. Se había ahogado una vez, cuando era pequeña. Sus pulmones se habían llenado de agua y aún así no había muerto. El mar la había devuelto dos días después a la playa, con vida. Su abuela le había dicho que las sirenas habían intercedido por ella. Las sirenas la habían salvado y desde aquel día no había vuelto a poner un pie cerca del mar.

Y ahora estaba sobre él, en un barco gigante.

-Hay un montón de cosas que puedes hacer aquí dentro sin necesidad de pisar la cubierta, Astoria –le había dicho su hermana, comprensiva-. Ponte algo que no llame la atención y sal a recorrer. De lo contrario me temo que te volverás loca aquí encerrada.

Así que a regañadientes decidió obedecer a su hermana, y había momentos en los que realmente olvidaba que se encontraba en un barco, a muchos kilómetros de tierra firme.

Daphne tenía razón, por supuesto. Había cientos de cosas que hacer en ese endemoniado barco. Le incomodaba el hecho de no poder usar su varita mágica, pero le fascinaba que todo fuese tan distinto. Había aprendido muchas cosas los últimos días, y sin siquiera ver el mar. Pero no era sólo el mar lo que la atormentaba, había algo más. Algo que su hermana no le estaba contando. Hubo un tiempo en el que no había secretos entre ellas dos, pero aquellos últimos meses secretos era todo lo que había. Astoria estaba muy consciente de que en Daphne caía una gran responsabilidad, no sólo debía mantener en limpio el apellido Greengrass, sino que también aquella larga dinastía de mujeres, lo que muchos llamaban simplemente: "El lirio".

Deseaba haber podido recorrer aquel barco con su hermana, pero Daphne tenía preocupaciones más grandes y debía hacerse cargo de ellas por su cuenta. Astoria sabía que no podía entrometerse, y aquello le dolía aunque no lo demostrase. Su hermana necesitaba tiempo para pensar, y aquello podía significar el fin de las esperanzas de Astoria o el comienzo de ellas. Aún así se negaba a demostrar nada en frente de Daphne, pues bien sabía que su corazón estaba dividido, y aunque le costara la felicidad, Astoria no se entrometería en algo tan importante como el futuro de su hermana.

Astoria sabía que su hermana amaba a Theodore Nott más de lo que era razonable, y que a pesar de que él no lo demostrara, amaba a Daphne aún más. Pero aquellas cosas no siempre cuentan y ambos se destruían el uno al otro, Astoria lo podía ver, y a veces se preguntaba si ellos eran conscientes de todo el daño que se hacían. Nadie hacía más feliz y más miserable a Daphne como Theodore Nott, con sus ojos oscuros y misteriosos, su alto semblante, su sonrisa elegante y el don de saber elegir las palabras adecuadas, tanto para herir como para alagar.

Y luego, para tormento de Astoria, había llegado Draco Malfoy a sus vidas. Aquel rubio de ojos grises se había encargado de llevarse el corazón de Astoria.

Draco había destruido todo. Se había encargado de llenar el corazón de Astoria y de Daphne con ilusiones, con promesas que no iba a cumplir. No había nada más ruin que sembrar en alguien un amor no correspondido.

Astoria no supo en qué momento Draco robó el corazón de ella, tal vez fue mientras intentaba conquistar a su hermana, o tal vez fue porque quiso hacerlo. Ellos nunca acabarían juntos, Astoria lo sabía. Lo supo la primera vez que lo vio, y lo supo nuevamente cuando se enteró de que le había propuesto matrimonio a su hermana. Era Daphne la de la gran herencia, no Astoria.

Aquel era un gran barco, pero Astoria no podía encontrar ningún lugar donde esconder sus sentimientos para siempre, y es que ningún barco, mágico o muggle, es capaz de aquello.

Decidió que no tenía intención alguna en mezclarse con la gente mágica, los veía todo el tiempo, así que se puso un vestido floreado que tenía bolsillos, guardó su varita en uno de ellos, se trenzó el cabello y se las arregló para encontrar el camino hacia la parte muggle. Si estaba en un barco en donde nadie se enteraría de sus pasos, pues entonces se dedicaría a hacer lo que se le diera la gana.

Llegó a un gran salón, en donde había diez imágenes grandes que no se movían. Sólo estaban colgadas, estáticas. Uno le llamó la atención y se acercó a verlo con más detenimiento: era una mujer pelirroja que se dejaba abrazar por un joven de cabello rubio, y bajo ellos un barco, un gran barco.

-Es un poco bizarro, ¿no lo crees? –preguntó una voz detrás de ella. Astoria se dio vuelta en seguida, un tanto asustada. Por un momento pensó que alguien a quien conocía la había encontrado allí, pero el joven que estaba detrás de ella no se parecía a nadie que ella hubiese visto alguna vez.

-¿Disculpe? –preguntó Astoria cuando se dio cuenta de que no había nadie más cerca a quien él se hubiese referido.

Él le sonrió. Era más alto que ella, su pelo era castaño al igual que sus ojos, y vestía una polera blanca y unos pantalones cortos. Ambas manos las guardaba en los bolsillos. Los muggles se vestían de maneras muy extrañas.

-El Titanic, mientras estamos en un barco.

-No… no sé a lo que se refiere.

El joven la miró extrañado, y luego miró el cartel que Astoria había estado observando segundos antes.

-El… Titanic.

-Oh… -dijo Astoria mientras volvía su vista hacia el cartel- Yo… ¿qué es un Titanic?

El muchacho se rió, y Astoria se ruborizó.

-¿Jamás has visto Titanic? –preguntó un tanto sorprendido.

-No… no sé qué es.

-Pues… es un barco, uno muy lujoso. En 1912 fue uno de los barcos más grande jamás construido. Se suponía que era imposible que se hundiera, pero al cuarto día de zarpar chocó contra un iceberg y… se hundió –dijo el joven mientras se encogía de hombros-. Llevaba cerca de 2.200 pasajeros a bordo, de los cuales 1.500 murieron, algunos ahogados, otros congelados.

El corazón de Astoria comenzó a latir muy rápido mientras le echaba otra mirada al cartel que tenía detrás.

-Lo siento –dijo el muchacho, al ver el impacto que aquello había provocado en Astoria-, no pretendía asustarte.

-No… no es nada –dijo ella aún algo impactada.

-Te propongo algo: ¿qué tal si te invito a beber algo para que te tranquilices?

Astoria se volvió hacia el muchacho, que era obviamente muggle, y pensó en qué dirían sus padres si supieran que había estado hablando con alguien no mágico. Entonces recordó que habían sido ellos quienes la habían arrastrado hasta allí y decidió que aquella era una buena venganza, aunque, por supuesto, jamás les diría.

-Está bien –sonrió ella-. Soy Astoria –le dijo mientras le extendía la mano.

Él la tomó y le sonrió de vuelta:

-Ian, Ian Nixon.


Daphne tenía un mal presentimiento. Lo tenía desde el momento en que se había dado cuenta del error que había cometido al subir a aquel barco. Había estado huyendo, por supuesto. No de un enemigo, sino de su futuro. No había sido capaz de afrontar todo en el momento en que debía hacerlo, así que había decidido aceptar aquella misión incluso cuando Theodore le había pedido que no lo hiciera. Él, que jamás pedía nada.

Aún podía sentir sus labios presionar los suyos al cerrar los ojos, sus manos acariciándole el rostro, sus ojos penetrando los suyos y su voz, en un susurro: "No vayas. Por favor, no vayas…"

Lo amaba, lo sabía desde hace tanto que ya casi había olvidado cómo era su vida antes de amarlo.

El maldito problema era Draco Malfoy.

Malfoy le ofrecía todo lo que ella siempre había querido, el status, el apellido, una mansión propiamente tal… Mientras que Theodore no le ofrecía nada y aún así le daba todo.

Aquellos sueños de niña habían terminado y se había encontrado pensando en Nott antes de dormir, y no en Malfoy. Eran los labios de Theodore los que ella quería besar toda la vida, aún cuando estos no dijeran casi nada. ¿Pero acaso no valían más las palabras cuando la persona que las dice sólo las usa cuando las siente?

Pero incluso ella, que se había acostumbrado tan bien al silencio, necesitaba una palabra para aferrarse.

Y era así que de la misma forma en que se había sorprendido hace ya tanto tiempo de estar dudando de sus sentimientos hacia Draco, ahora dudaba sobre su futuro.

Y le dolía aún más, porque Astoria, su dulce Astoria, amaba a Draco Malfoy. Pero Daphne sabía muy bien que aunque ella lo rechazara, él jamás desposaría a Astoria. Astoria no venía con una gran herencia incluida.

Draco le había propuesto matrimonio su última noche en tierra firme. Y la había besado de tal forma que ella olvidó por un momento el mundo entero. Pero no dijo nada, Draco no se lo permitió. "No respondas ahora", le había pedido. "Piénsalo primero, piénsalo bien".

Una hora después se había encontrado así misma golpeando la puerta de la Mansión Nott.

Y al día siguiente se había embarcado en el barco en el que ahora se encontraba, obligándose a no pensar ni en Nott ni en Malfoy, sino que en su maldita misión.

Ya llevaba una semana y media embarcada, sólo unos pocos días más y todo terminaría.

Eso era lo que a Daphne le gustaba pensar, pero tal vez se había olvidado al enemigo al que se enfrentaba. Ese día, mientras recorría uno de los pasillos del gran crucero lo recordó.

Una gran explosión se escuchó en todo el barco y lo sacudió cual temblor.

Daphne supo que había fracasado.


-¿Qué ha sido eso? –Astoria miró asustada a su alrededor, mientras se sujetaba de la mesa en la que se encontraba junto aquel muchacho. Su café estaba a medio terminar y cuando encontró los ojos de su acompañante se dio cuenta de que nada iba bien.

Las personas a su alrededor comenzaron a gritar. Ian, sin embargo, sonreía.

-Verás, Astoria, este barco está a punto de hundirse –le dijo mientras le sujetaba las muñecas con fuerza -, y tú te hundirás en el fondo junto con él si no me dices ahora mismo dónde está tu hermana.

Astoria podía sentir la presión de las manos de Nixon en sus muñecas, pero el dolor no era nada comparado con el creciente miedo.

-¿Quién eres? –preguntó en un susurro. No sabía si sus labios habían logrado pronunciar las palabras o si sólo las había pensado, pero aquel extraño respondió de todas formas.

-Digamos que no soy un simple… muggle.

El gran barco volvió a temblar mientras que el sonido de algo haciendo explosión retumbaba nuevamente en todas las paredes. La gente a su alrededor corría, y Astoria sentía ganas de gritar y pedir ayuda, pero nadie la escucharía, a penas se escuchaba así misma.

-Ahora dime, Astoria, ¿dónde está tu hermana Daphne?

-Yo… no… no lo sé –la voz le tiritaba, y las manos de aquel hombre hicieron aún más presión.

-Oh, vamos, el barco se hunde Astoria, tú te hundes con él…

-¡No lo sé! –las lágrimas comenzaron a asomarse. No entendía que pasaba y estaba asustada.

-Vaya, has sido una completa pérdida de tiempo. Verás, yo quería sorprenderla, y ahora tú lo has arruinado.

Sin ninguna delicadeza aquel hombre liberó una de sus muñecas sólo para aplastar ambas luego con su antebrazo. Astoria soltó un gemido e inmediatamente se mordió el labio inferior. Tenía que ser fuerte.

Con una mano libre, aquel hombre sacó de su bolsillo un raro aparato y habló por él:

-Da la señal, estoy en el gran salón.

Hubo un breve momento en el que sintió que todo el ruido del mundo venía hacia ella, lo sentía a lo lejos. Ya nadie quedaba en el salón, todos habían corrido hacia las múltiples salidas, pero ella aún se encontraba allí, tiritando, incapaz de poder moverse.

Y entonces una voz retumbó en sus oídos, venía de todas partes.

-Tenemos a tu hermana, Nott. Ve al gran salón a despedirte de ella.

El hombre llamado Ian sonrió otra vez, disfrutaba de todo aquello, Astoria lo sabía.

-Nott… nunca le hemos dicho Greengrass, ¿sabes? Nott es más corto… Porque sí sabes quién es Theodore Nott, ¿verdad?

-¿Quién eres? –preguntó Astoria con los dientes apretados, aguantando el dolor punzante en sus muñecas.

-Eso no importa ahora, Astoria, lo que realmente deberías preguntarte es: "¿Quién demonios es mi hermana?" Porque es eso lo que realmente no sabes, ¿no es así? Si lo supieras entonces sabrías en dónde está y por qué se subió a este barco.

Aquellas palabras le dolieron quizá aún más de lo que le dolían las muñecas.

"Daphne es tu hermana", se recordó a sí misma. "Es tu hermana". Pero de pronto todas aquellas cosas que su hermana ya no le decía, todas las noches en que ya no estaba, todos aquellos secretos cobraron vida.

Algo iba mal, y tal vez no llegaría hasta el final del día para saber qué era, pero si su hermana estaba en problemas entonces debía luchar.

Ya no sentía sus manos, así que no podría usarlas incluso si se liberaba, al menos no por un minuto.

La mesa se podía mover, era pequeña y aquel hombre aún estaba en frente suyo.

-Daphne es mi hermana –dijo en un susurro. Un segundo después dio una patada que alcanzó al hombre en la rodilla. Hubo sólo un momento en donde la presión que ejercía el brazo de Ian sobre sus muñecas disminuyó. Y Astoria lo aprovechó. Tiró con fuerza y el dolor se acentuó aún más. Sintió el crujir de algunos huesos y tiró con más fuerza mientras pegaba otra patada. Y entonces se vio en libertad. Como pudo lanzó aquella mesa encima de aquel hombre y corrió.

-¡Vuelve aquí, maldita bruja! –gritó el muggle, pero ella siguió corriendo entre las mesas, necesitaba alejarse lo más que pudiese de aquel hombre.

Y entonces hubo dos explosiones. Una que retumbó en todo el barco, provocando que este volviera a temblar, haciéndola caer al frío piso de cerámica; y otra que provenía de donde había dejado a aquel muggle. Cuando se volteó a verlo vio que sostenía algo en la mano. No era una varita, pero la apuntaba directo a ella.

-No te atrevas a moverte.

Astoria no movió ningún músculo, jamás había visto un aparato como aquel en toda su vida, pero estaba segura de que podía hacerle daño. Sus manos le cosquilleaban, y ahora que era capaz de sentirlas también podía sentir el dolor de dos dedos rotos. "Aguanta", pensó.

-Si te mueves, la usaré. Y créeme, volará tus sesos sin ninguna palabra mágica –le dijo mientras se acercaba a ella caminando entre las mesas y sillas caídas.

Si se movía estaba muerta, pero si no hacía algo, también la matarían. ¡Maldito el día en que se habían subido a aquel barco!

-Tu hermana estará acá en cualquier momento, no querrás perderte el show –le dijo una vez que llegó hasta donde ella estaba. Luego la tiró con fuerza de uno de sus brazos para que se parara. Fue entonces cuando hizo su movimiento.

Llevaba su varita oculta en la manga de su brazo izquierdo, y fue allí, casi a la altura de su hombro donde Ian la tomó. Ayudada con el impulso de pararse, acercó su mano derecha a su brazo izquierdo y encontró su varita. La tomó fuerte con sus dedos y la sacó al mismo tiempo en que sentía el frío metal en su cabeza. Pensó en un hechizo, el primero y apuntó con su varita.

Ian fue expulsado por los aires y Astoria se sintió triunfante. Fue cuando algo le atravesó el brazo izquierdo, casi al llegar al hombro. Esta vez sí gritó.

Ian no estaba solo, había más como él rodeando toda la sala. Y ella estaba sola.

-¡Suelte la varita! -gritó uno de ellos. Pero ella no pensaba soltar nada aunque el dolor la cegara.

-¡Bombarda! -Gritó con toda la furia de la que fue capaz, apuntando lo más lejos de ella y lo más cerca de todos aquellos hombres. Si el barco se hundía, pues que se hundiera de una buena vez.

El polvo lo borró todo. Escuchó más detonaciones, todas iban hacia ella pero ninguna la alcanzó.

Sentía la sangre brotar de su brazo, llevándose las pocas fuerzas que le quedaban.

Aquellos hombres querían a su hermana, pero ella no se las daría. Donde fuese que Daphne se encontrara, esperaba que se encontrara bien.

-¡Bombarda! –volvió a gritar. Si iba a morir, entonces se llevaría a muchos de aquellos bastardos con ella. Una sangre pura como ella necesitaba más que unos cuantos muggles para ser derrotada y moriría con dignidad- ¡Jamás tendrán a mi hermana, malditos muggles! ¡BOMBARDA!

Esta vez logró derribar una buena parte del techo de aquel barco y tuvo que usar el hizo protego para evitar que los escombros le cayeran encima. Así se las arregló para enterrar vivos a unos cuantos muggles.

Ya no tenía fuerzas para mantenerse en pie y el dolor la cegaba. Entonces se arrodilló y miró hacia el cielo, ahora visible después de haber destruido casi todo el techo. Sintió el sol del atardecer acariciar su rostro y lo agradeció. En unos cuantos minutos su cuerpo estaría en el mar junto con el de muchos otros. No sentía tanto miedo a morir como lo sentía de ser tragada por el agua. Tal vez era mejor que todo terminará allí, ahora. Estaba cansada del dolor y ya había hecho todo lo que podía. Ahora era tiempo de descansar, y esta vez sería para siempre.

Pensó en su hermana y en si estaría viva. Pensó en sus padres, que en aquellos momentos debían estarlas buscando. Y pensó en Draco. Tal vez si hubiese sido un poco más valiente hubiesen tenido una oportunidad, tal vez si ella hubiese poseído una gran fortuna sería ella la elegida. Pero ya no valía la pena pensar en todas las cosas que no había hecho, en todos los abrazos que no había dado y en todos los besos y caricias que no había recibido.

En esos momentos todo parecía muy claro, las cosas que ya no importaban se habían ido y ahora podía recordar lo realmente valioso. Había muerto una vez, hace mucho tiempo. Había caído de un bote y el agua la había engullido. Y luego la habían devuelto a la vida. Ella no lo recordaba excepto en pesadillas, pero ahora sabía que no debía sentir miedo.

-¡Astoria! – a lo lejos escuchó a alguien gritar su nombre -¡Astoria! –quiso decir "estoy aquí", pero ni siquiera tuvo las fuerzas para susurrarlo.

Sintió como alguien se arrodillaba a su lado y le tomaba la mano. Luego le levantaron su cabeza suavemente del suelo. Ni siquiera se había dado cuenta de que había caído y que ahora se encontraba tirada entre las sillas y mesas rotas.

-Astoria –volvió a repetir la voz y cuando abrió los ojos vio que era su hermana quien le hablaba.

-Daphne… -susurró mientras intentaba sonreír- ¿En qué demonios te has metido?

-Astoria… Lo siento tanto… todo esto es mi culpa.

-No… No lo es…

-Necesito que vivas, Astoria. Necesito que salgas de aquí –su hermana tenía miedo, podía sentirlo.

-Nos iremos juntas –le aseguró ella, que ya no sentía miedo y sólo esperaba que el dolor se fuera.

-No, yo debo quedarme aquí, Astoria.

-Pero el barco se hunde…

-Toma, Astoria –le dijo su hermana mientras le colgaba un collar en su cuello-. Necesito que cuides de esto. Algún día te dará las respuestas que necesites.

-Daphne, ¿qué sucede?

Pero Daphne no le contestó. La abrazó muy fuerte y la besó en la frente. Su hermana siempre la había protegido, pero aquella era la primera vez que Astoria sentía que la perdería.

-Daphne… -la angustia a penas la dejaba hablar, no quería alejarse de ella y ya no le importaba si tenía que hundirse junto con el barco.

-¡Adam! –gritó su hermana. Astoria se dio cuenta entonces de que su hermana no estaba sola. Había más gente a su alrededor, unas diez personas. Todos eran magos –Llévatela- le dijo Daphne al hombre llamado Adam.

-No… -Astoria no quería irse- No, Daphne, no –Adam se acercó a ella y la levantó del suelo cual pluma. Astoria intentó luchar para liberarse de aquellos brazos que ahora la sostenían, pero ya no le quedaban fuerzas y sus golpes parecían caricias.

-Dile a Theodore… dile que… - la voz de Daphne era temblorosa, y Astoria vio el miedo en los ojos de su hermana.

-Se lo diré –susurró Astoria. No era necesario que Daphne se lo dijera, ella siempre lo había sabido. Era Daphne quien parecía darse cuenta con claridad de todo en aquellos momentos.

Adam comenzó a caminar con cuidado de no tropezar con ningún resto del techo de aquel gran salón. Astoria se sentía liviana en sus brazos. No sabía a dónde iban, ni cómo llegarían, pero aquello no le importaba. Una parte de ella se moría con cada paso que Adam daba, con cada paso con que la alejaban de su hermana.

Adam corrió por cubierta con ella en brazos, Astoria podía escuchar los gritos de las personas, gente buscando a sus seres queridos, magos lanzando hechizos y cayendo al agua. Lo escuchaba todo, pero prefería no ver nada.

Adam la dejó en el suelo y sólo entonces Astoria se atrevió a abrir los ojos. Atardecía. Se llevó la mano al pecho y sintió en sus dedos la cadena que Daphne le había dado. Era un lirio.

-Lilium inter spinas –susurró Astoria.

-El lirio entre las espinas –respondió Adam, mientras se inclinaba hacia ella con su varita para curarle sus heridas.

-¿Por qué me ha dado esto? Ella es la heredera.

Adam se mantuvo en silencio un momento, y en los oídos de Astoria retumbó otra explosión a lo lejos. El barco entero tembló y muchas otras almas cayeron a las aguas.

-Ya no, Astoria. Ya no.

Todo a su alrededor se derrumbaba, y el dolor de no ver más a quienes más amaba era mucho más grande que aquel que provocaban las heridas en su cuerpo.

-¿Qué está sucediendo? –preguntó Astoria sin esperanzas, sus voz se quebraba y jamás había sentido tanto miedo en toda su vida.

-Nos están cazando, Astoria.

-No, nadie nos puede cazar –replicó Astoria como si aquello fuese muy obvio.

-Mira a tu alrededor, Astoria. ¡Por supuesto que pueden! Hemos intentado evitar esto durante meses, los hemos investigado y una vez tras otra los hemos derrotado. Pero esta vez hemos fallado… se suponía que...

Otro gran estallido resonó en el lugar y Adam comprendió que se les acababa el tiempo. En cualquier momento aquel barco se hundiría y se los llevaría con ellos si es que no escapaban ahora.

Astoria lo escuchó susurrar con su varita apuntando al barco, y de la nada apareció una escoba oculta. ¡Una escoba voladora en ese maldito barco!

Adam la levantó y la sentó con suavidad en aquella escoba, la cual se elevó en el aire junto con ellos, pero jamás los llevaría a tierra firme. Aquella era una cacería de brujas, la primera de muchas otras, y nadie podía escapar.

Cuando Astoria miró hacia el mar por primera vez desde que se embarcara, supo que moriría. Aquellas aguas eran un cementerio, y lo único que Astoria era capaz de ver eran cuerpos flotando sin vida.

-Sujétate bien –gritó Adam mientras iban en picada hacia el mar y hacia todos aquellos cuerpos. Astoria sintió ganas de gritar, pero no podía, estaba paralizada del miedo y se abrazaba con las pocas fuerzas que le quedaban al torso de Adam. Cerró los ojos justo en el momento en que creyó que iban a impactar con el agua, pero nada de aquello ocurrió.

Adam zigzagueaba lo más cerca del agua que podía, mientras hubiesen cuerpos alrededor ellos pasarían casi inadvertidos, o al menos sería más difícil alcanzarlos con aquellos aparatos de los muggles. Astoria abrió los ojos y por un momento tuvo la sensación de que ella y Adam lograrían escapar.

Sus cortas esperanzas se acabaron cuando se dio cuenta de que ya los perseguían, era una nave pequeña, un poco más grande que un hipogrifo, pero mucho más letal. Aquella nave escupía fuego, pero no eran llamas las que perforaban, aún cuando quemaban como ellas. Eran balas, cientos de ellas, y cada vez más cerca.

-Maldición –escupió Adam mientras aumentaba la velocidad-. Astoria, el hechizo que nos mantiene juntos sólo durará hasta que uno de los dos muera. He prometido salvarte, así que apenas sientas que el hechizo ya no funciona, necesito que te apoderes de la escoba y aumentes la velocidad lo más que puedas, ¿me entiendes?

Astoria lo entendía, pero no era capaz de responder. En cambio, se aferró aún más al cuerpo de Adam, y entonces él supo que lo había entendido. Apuntó entonces su varita hacia el mar y recitó en un susurro aquellas palabras que había recitado cada noche desde que se subieran a aquel barco.

Astoria no comprendía lo que Adam estaba haciendo, ni qué hechizo era el que estaba usando. De su varita salía una fina luz azul metálico que cortaba las aguas y se perdía en ellas a medida que ellos aumentaban la velocidad.

Juntando toda la valentía de la que fue capaz, Astoria volvió su mirada hacia atrás: ya no los perseguía sólo una nave, cuatro otras iban detrás de aquella que les disparaba y que ya casi los alcanzaba. No sabía por qué Adam seguía apuntando hacia el mar, pero no le importaba mientras él siguiera allí con ella. Ellos no eran amigos, y jamás habían compartido más que algunas palabras formales entre ellos, y aún así era él quien la estaba protegiendo.

Adam terminó de susurrar y supo entonces que el momento había llegado. A él ya no le quedaba nadie de quién despedirse, todos se habían marchado, todos habían muerto. Sólo quedaba él, él y aquella muchacha que ahora se aferraba a su cintura. Astoria. Él siempre recordaba su dulce sonrisa, sus cabellos negros, su piel ligeramente oliva y aquellos ojos como el color del mar... pero sobre todo recordaba sus palabras en aquellos tiempos oscuros, aunque ella no supiera a quién se las había dado. Adam la apreciaba por ello y guardaba por ella un agradecimiento profundo. Y aquella era la única forma en la que podía decirle gracias. Porque aún cuando él lo había perdido todo, había encontrado esperanza una noche de diciembre con las palabras de Astoria.

La muchacha sintió cómo Adam cambiaba drásticamente de dirección y se elevaba. Con terror, Astoria descubrió que estaban ahora frente a frente a aquellas horribles naves, que ya no eran cinco sino diez. Varita en mano Adam destruyó la más cercana mientras seguía elevándose por encima del mar. Las demás no tardaron en reemplazar aquella nave caída, y Astoria ya ni siquiera llevaba su varita para poder ayudar a Adam.

-Adam –susurró Astoria-. Adam… déjame caer. Tú aún puedes escapar… yo… yo no lograré llegar con vida –Astoria sabía que había perdido mucha sangre, y Adam pudo haberle curado las heridas, pero ella sabía muy bien que no aguantaría el viaje de regreso a tierra firme. No lo lograría, pero Adam podía…

-No, Astoria. Tú vivirás –y en su voz había tanta seguridad que ella casi lo creyó.

Adam se las arregló para destruir otras cuatro naves más, pero no pudo impedir que las balas llegaran a su cuerpo. Astoria sintió cómo Adam se le escapaba de las manos, ya sin vida. Quiso gritar, aferrarse a él, pero ya no tenía fuerzas. Ya no tenía nada.

Una bala le perforó el brazo y ya no pudo seguir sosteniendo el cuerpo de Adam y el de ella. La escoba resbaló entre sus piernas mientras ella caía y caía. Miró el cielo por última vez y casi le pareció eterno su viaje hasta el mar infinito.

Cuando su cuerpo al fin impactó con el mar, su sangre y la de Adam tiñeron las aguas y la luz del atardecer se hizo cada vez más lejana mientras ella se hundía y se hundía. Intentó evitar aquel impulso, pero el miedo era aún más grande, y no podía, no podía evitarlo. Su boca se abrió en un reflejo y llenó sus pulmones de agua. Cerró los ojos y se dejó llevar. Casi podía escuchar la canción que cantaba el mar.